LIBRO PRIMERO - Capítulo IV


Capítulo IV


Yo se sabía en el Hospital sobre Belicena Villca. Llegó en Diciembre del 78 en una ambulancia del Ejército. Dos fornidos suboficiales la acompañaron hasta la oficina del Director y entregaron a éste, una carta del Jefe del 230 Regimiento de Caballería con asiento en Salta, Coronel Mario Pérez, junto con un sobre conteniendo documentación y una ficha médica. En la carta, nos informó luego el Dr. Cortez, el Coronel le solicitaba que ingresara como paciente del Hospital a Belicena Villca “quien padecía una enfermedad mental debidamente comprobada por los médicos militares que firmaban los estudios adjuntos”. La mujer, oriunda de la Provincia de Tucumán, tenía un único hijo desaparecido durante la Gran Represión de 1977. Ignorando el paradero de éste, y, aparentemente abrigando la certeza de que las autoridades le negaban información, comenzó a moverse resueltamente por varias Provincias del Norte argentino e incluso salió del país, viajando por el interior de Bolivia y del Perú. Esa conducta resultó sospechosa para los Servicios de Inteligencia, quienes la sometieron a intensa vigilancia y finalmente la detuvieron.
Fue durante los duros interrogatorios que se consideró la posibilidad de que Belicena Villca estuviera mentalmente desequilibrada, por lo que, luego de las consultas a médicos militares, se había dispuesto su traslado al Hospital Neuropsiquiátrico Dr. Javier Patrón Isla. En cuanto al hijo, el Ejército nada sabía de su paradero ni si militaba en alguna organización subversiva; su desaparición justamente alertó a las autoridades pues se pensó que había pasado a la clandestinidad. Esta idea se afirmó al conocerse la sorprendente actividad de la madre, asunto que motivó finalmente su detención. La información precedente la suministraba el Coronel para que no se diera crédito a las historias o a los reclamos que pudiera hacer la enferma.
Según el Dr. Cortez el tono de la carta no admitía réplica; era casi una orden internar a Belicena Villca. En su criterio se debian considerar dos posibilidades: o la mujer enloqueció durante el “interrogatorio”, o la historia que planteaba el Ejército era real. Lo que debía descartarse de plano era una tercera variante: que supiera algo sobre la subversión... En ese caso habría sido ejecutada. Corrían tiempos difíciles en ese entonces; la Argentina ocupada militarmente en 1976, venía soportando una represión tremenda que comenzó con el exterminio de los famosos “guerrilleros nihilistas”, tal la calificación oficial, y concluyó con un baño de sangre digno de Calígula, donde cayeron, amén de los míseros guerrilleros, gente de toda laya. Los muertos y desaparecidos se contaban por millares y, en atmósfera tan peligrosa, no era bueno para la salud discutir las directivas militares.
–Ya vendrán tiempos mejores –nos decía el Dr. Cortez– recuerden que los militares se rigen por las leyes de la Estrategia. –Y con su habitual erudición, nos citaba a Maquiavelo, genio de la Estrategia, que en su obra “El Príncipe” dice: “... al apoderarse de un Estado todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres a fuerza de beneficios”. “Porque las ofensas deben inferirse de una sola vez para que, durando menos, hieran menos; mientras que los beneficios deben proporcionarse poco a poco, a fin de que se saboreen mejor”.
Esta era, para el Dr. Cortez, la filosofía del Gobierno.
Recuerdo como si fuera hoy cuando acompañé a Belicena Villca al pabellón “B”, impresionado por su trato culto y su sencilla prestancia. Sin ser realmente alta lo parecía debido a su cuerpo menudo pero erguido; el cabello negro y lacio, de suaves filamentos, le caía hasta la cintura. Los ojos, ligeramente rasgados, eran verdes y la nariz, algo prominente daba un efecto de firmeza al rostro, enmarcado en un óvalo casi perfecto. Su boca, proporcionada, era de labios carnosos; las cejas: pobladas y rectas sobre los ojos. Todo en ella emanaba un aire vital que para nada delataba una edad de 47 años y, a pesar de que los rigores pasados dejaron su huella demacrante, se adivinaba que en su juventud había sido una mujer de extraordinaria belleza.
Los estudios realizados en el Hospital, confirmaron que Belicena padecía algún tipo de esquizofrenia, por lo que el Dr. Cortez, no tan sensible a consideraciones estéticas, decidió mantener el diagnóstico de los médicos militares “demencia senil irreversible” aunque tal valoración fuese totalmente injusta.
Mientras caminaba por los pasillos rumbo al pabellón “B” recibí la primera de las incontables sorpresas que me daría el trato con Belicena Villca y su extraña historia. Leyendo el letrero de material plástico con mi nombre, abrochado en el bolsillo de la chaquetilla, dijo:
–Dr. “Arturo Siegnagel”. Tiene Ud. un nombre mágico: “oso de la garra victoriosa”. ¿Lo sabía?
–Supongo que sí –respondí, mientras traducía mentalmente: Arturo, del griego arctos, significa “oso”Sieg quiere decir “victoria” en alemán; y nagel“garra” en el mismo idioma–. Lo que me sorprende –agregué– es que lo sepa Ud. ¿Entiende griego y alemán?
–Oh, no es necesario Dr. Yo veo con la Sangre. Sé lo que siempre supe –me dijo con una sonrisa candorosa.
¡Sí que está enferma!, pensé neciamente, creyendo que aludía a la teoría de la reencarnación como hacen los espiritistas, clientes permanentes de nuestros pabellones. En ese entonces no podía imaginar ni remotamente que algún día haría esfuerzos inusitados por recordar cada una de sus palabras para analizarlas con gran respeto.