LIBRO PRIMERO: "El Desaparecido de Tafí del Valle" - CAPITULO I


EL MISTERIO DE BELICENA VILLCA
Por Nimrod de Rosario







  


Primera edición Argentina: del autor en Córdoba 2.003





Ilustración de Tapa del Autor




LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA


Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
ISBN: 987-43-5850-5







LIBRO PRIMERO


“El Desaparecido de Tafí del Valle”


Capítulo I


Conocí a Belicena Villca cuando se encontraba internada en el Hospital Neuropsiquiátrico “Dr. Javier Patrón Isla” de la Ciudad de Salta, con diagnóstico de demencia senil irreversible. Siendo médico del pabellón “B”, de enfermos incurables, he debido prestar atención a la referida enferma durante un largo año en el que apliqué todos los recursos que la Ciencia psiquiátrica y mi extensa experiencia en la profesión me brindaban para intentar, vanamente, su recuperación. Como se verá más adelante, su historia fue escrita por ella misma en tanto permanecía en aquel triste encierro. Dedicó a ese fin todo el tiempo disponible, que era mucho, pues la junta médica la había autorizado a escribir “dado que tal actividad redundaba en evidentes resultados terapéuticos sobre el ánimo de la paciente”. Sin embargo, nadie sabía a qué se referían sus escritos y si ellos revelaban alguna coherencia lógica, información que hubiese sido útil poseer para confirmar o corregir el diagnóstico adverso. Dos motivos impedían conocer el contenido de sus manuscritos: el primero, y principal, consistía en que la enferma escribía en quechua santiagueño, una lengua que sólo se habla en su región natal; en secreto, al parecer, Belicena Villca tradujo los manuscritos al Castellano pocos días antes de morir; el segundo motivo era el celo homicida que ponía en evitar la lectura de los textos, lo que se tradujo, un día, en un violento incidente con una enfermera que osó posar los ojos sobre una de sus páginas. Mas, como lo que interesaba era mantenerla tranquila, y la escritura contribuía a entretenerla en ese estado, se optó por no contradecir sus maníacos deseos y se le permitió ocultar los manuscritos en un portafolios del cual no se separaba en ningún momento. No obstante, parte de su historia me fue relatada por ella misma mientras duró su convalescencia, ya sea mediante largos monólogos a los que frecuentemente la llevaba el psicoanálisis, en los días en que cierta estabilidad mental permitía esta terapia, o, involuntariamente, cuando el tratamiento de narcosis la sumía en un pesado sopor durante el cual, sin embargo, no disminuía nunca la actividad oral. Naturalmente, no podía darse crédito a sus declaraciones, no sólo por su condición de enferma mental, sino por el tenor de las mismas, que eran increíbles y alucinantes: nunca podría calificarse, con mayor justicia, a su relato como a la historia propia de un loco.                                   
La situación de alienada de Belicena Villca seguramente desalentará a los lectores sobre la veracidad de los sucesos narrados. Es comprensible pues tan sólo un año atrás Yo mismo hubiese hecho todo lo posible por impedir la divulgación de un material que la prudencia, y la ética profesional, aconsejan mantener en los reservados ámbitos de la Historia Clínica y el Legajo Personal.
Pero, he aquí que la súbita muerte de Belicena Villca vino a trastornar este racional punto de vista y me llevó a pensar que la Historia registra el paso de venerables figuras por las celdas de célebres loqueros. Recordé a Nietzche, Ezra Pound, Antonin Artaud, al ajedrecista Morphy, al matemático Cantor, y muchos otros. Razoné que aquellos famosos personajes presentaban cuadros de esquizofrenia aguda, como mi paciente, lo cual significa que la conciencia se halla fragmentada aunque no disuelta, y pueden, eventualmente, producirse estados de lucidez temporal donde la conducta es más o menos normal. Me dije que si Cantor elaboró la genial teoría de los números transfinitos en el manicomio y si Nietzche durante sus diez años de internado podía citar a Homero, Empédocles, y casi cualquier clásico, de memoria, y en griego antiguo, era posible, en una medida infinitamente menor, que el relato de Belicena Villca fuese en parte verdadero. Claro, este silogismo aparentemente inconsistente sorprenderá al lector; pero es que todo esto lo pensé de prisa, muy de prisa: porque Belicena Villca había sido asesinada.