LIBRO PRIMERO - Capítulo V


Capítulo V


No debe sorprender que la policía archivara el caso a poco de haber comenzado la investigación pues, tras cada paso que daba en pos de esclarecerlo, todo se tornaba más confuso, siendo injustificable el depositar tanto esfuerzo en un crimen que, parecía, a nadie interesaba resolver. En primer lugar, porque Belicena Villca no tenía familiares conocidos que reclamasen justicia; pero, principalmente, por el misterio que rodeaba al asunto: ¿cómo entró el asesino en la celda herméticamente cerrada?; ¿por qué utilizó una valiosa cuerda enjoyada para matar a una alienada indefensa?; y, lo más incomprensible: ¿cuál podía ser el móvil del crimen, el motivo que hiciese inteligible lo ocurrido?
No había respuesta para estos y otros interrogantes que surgían y, al pasar el tiempo sin que se avanzara un palmo, el caso fue prudentemente cerrado por la Policía.
A los dos meses nadie hablaba del crimen en el Hospital Neuropsiquiátrico y eran pocos los que algunos meses más tarde recordaban a la malograda Belicena Villca.
La rutina diaria, el trabajo fatigoso, los problemas cotidianos e inevitables, todo contribuye a que el hombre mundano, sumergido en el devenir de su Destino, se torne impermeable al dolor ajeno o a aquellos fenómenos que no afectan permanentemente su realidad concreta.
Yo no soy la excepción a la regla y, en cuanto toca a lo aquí narrado, seguramente habría olvidado el horrible crimen acosado por las obligaciones de mi residencia médica, la atención del consultorio, o las clases de Antropología americana que sigo como curso terciario de post-grado.
Digo “habría olvidado” porque la historia de Belicena Villca invadió de pronto mi propio mundo trastornándolo todo; conduciéndome hasta el borde del abismo demencial en que ella sucumbiera.
Como dije, la Policía se desinteresó bien pronto del crimen; luego de las declaraciones de rigor prestadas en los días subsiguientes, ya no nos molestaron más y la vida retornó a su ritmo habitual. Al cadáver de Belicena Villca se le practicó una autopsia, que sólo sirvió para confirmar lo ya supuesto por nosotros: la muerte fue ocasionada por estrangulamiento con la cuerda blanca. Como no tenía parientes conocidos, se envió un telegrama a su único visitante, un indio chahuanco radicado al parecer en la Provincia de Tucumán; pero al transcurrir un cierto tiempo sin que éste acudiera, se procedió a inhumar los restos en una necrópolis local.
En esos días, mediados de Enero, pleno verano norteño, mi única preocupación consistía en planear las vacaciones anuales que comenzaban el día 20 y se extendían hasta fines de Febrero. Sin duda tendría tiempo de hacer algunas excursiones y preparar las materias que rendiría en Marzo.
Justamente, en una visita que hice a la Facultad de Antropología de Salta para inscribirme en un examen final, me crucé con el Profesor Pablo Ramirez, Doctor en Filología de prestigio y al cual conocía por haber asistido a uno de sus cursos de lenguas amerindias. Al verlo se me ocurrió, súbitamente, hacerle una consulta:
–Buenos Días Dr. Ramirez. Si no le incomoda perder sólo un momento quisiera preguntarle algo...
–Buenos Días Dr. Arturo Siegnagel –respondió mientras inclinaba cortésmente la calva cabeza–, Ud. dirá.
–Verá Dr. Ramirez, hace unos días falleció una paciente en el Hospital Neuropsiquiátrico donde soy Médico y, antes de morir, pronunció una palabra quechua, algo así como “pachachutquiy”; yo traduzco pacha = Mundo, chutquiy = desmembrar: o sea “desmembrar el Mundo”. Como esto no tiene sentido, desearía que Ud. me diga si hay alguna otra acepción para esa palabra. –Trataba de no dar información sobre la extraña muerte. El Profesor Ramirez escuchó mi traducción con visible desagrado.
–¿De qué parte era oriunda su paciente?
–De la Provincia de Tucumán; parece que siempre habitó en los valles calchaquíes, aún cuando últimamente había viajado al Norte, incluso a Perú y Bolivia. Pero de tales viajes sé muy poco pues jamás aceptó comentarlos.
–Bien –dijo el Dr. Ramirez con impaciencia–. Como Ud. sabe, el quechua tiene muchos dialectos; pero, de acuerdo a la filiación que me ha dado, le sugiero considerar lo siguiente: si bien pacha es el “Mundo”, o la “Tierra”, como en pachamama = Madre Tierra, en el quechua santiagueño pacha también quiere decir “Tiempo”. En este dialecto, “chutquiy” es el verbo transitivo “dislocar”, por lo que su palabra significaría “dislocar el Tiempo”; o “dislocación del Tiempo”, en un sentido más actual.
Debo confesar que una sensación de alarma me invadió mientras escuchaba al viejo Profesor, pues algo interior, un secreto instinto, me decía a gritos que si había alguna explicación para el asesinato de Belicena Villca, ésta se encontraba más allá de la comprensión normal, en un ámbito en que seguramente regían leyes ignoradas por el hombre. ¿Qué era esta “dislocación del Tiempo” sino un concepto oscuro, inaprensible, que se resiste a la razón pero que guarda un nexo evidente con el asesinato? ¿Cómo se entiende, si no es aceptando la intervención de lo desconocido, el hecho de que alguien o algo pueda ingresar en una celda cerrada con llave, perpetrar un asesinato, e irse tranquilamente, dejando tras de sí la cuerda mortal, o sea, la prueba de la presencia inexplicable? Sí, había en todo esto como una calculada negligencia, como si el asesino quisiese dar una mínima muestra de su inmenso y terrible poder en un alarde de demencial orgullo.
Visiblemente perturbado, me despedí del Profesor Ramirez y regresé sobre mis pasos, mientras una certeza se afirmaba cada vez más en mi cerebro: Belicena Villca sabía que un peligro mortal la acechaba cuando gritaba pachachutquiy,  pachachutquiy.