LIBRO PRIMERO - Capítulo VI


Capítulo VI

Escudos de Provincias Argentinas.

SALTA

JUJUY

CATAMARCA

LA RIOJA

SAN JUAN

TUCUMAN



El asunto me intrigaba y, aunque dudaba que se hubiese avanzado algo, decidí conseguir toda la información posible sobre el crimen. Cuando discutimos con el Oficial Maidana sobre la probable filiación de la cuerda enjoyada, quedé con esté en acercarle alguna publicación masónica para que comprobara la similitud, sólo exterior, de las medallas, con unas joyas destinadas a rituales de distintos grados de dicha organización. En su momento no pensaba cumplir dicha promesa, que hice en un desesperado intento por convencer a los policías del carácter ritual del asesinato, al ver que estos evadían el bulto y buscaban una solución racional que, a mi juicio, no existía.
Ahora pensaba valerme de ella como excusa, para obtener información. Busqué los tres enormes tomos del “Diccionario de la Francmasonería en la Biblioteca de la Universidad y me dirijí a la Jefatura de Policía. En Salta ésta ocupa un antiguo edificio colonial pegado al Cabildo, frente a la plaza principal, florida y provinciana. Estacioné el automóvil junto a un parquímetro, a varias cuadras de mi destino y caminé por la calle Belgrano rumbo al centro.
Al llegar a la Iglesia del Sagrado Corazón, con su edificio de más de 300 años, iba pensando en la juventud de la América Blanca ante la milenaria Europa; a pesar de que aquí no se construyó nada más atrás de 400 años, nos estremece lo secular, que sentimos antiguo y remoto.
Me faltaba transitar la cuadra de la recova con sus arcos centenarios, bajo los cuales se puede tomar un café y leer el diario o simplemente contemplar los altos cerros lejanos que rodean el Valle de Lerma.
Atravesé varios pasillos de aspecto sombrío, hasta encontrar una puerta coronada por un cartel enlozado cuyas cachaduras apenas permitían leer “Oficina General de Investigaciones”; más abajo otro cartel, de plástico, anunciaba “Subcomisaría Maidana” “Llame antes de entrar”.
Las cosas salieron mejor de lo que Yo esperaba. Mientras el Oficial Maidana, con salvaje alegría, examinaba los Diccionarios, en mis manos se deslizaban febrilmente las pocas fojas del expediente caratulado: “Belicena Villca, Homicidio intencional”.
Así, acompañado por los insultos que el policía nacionalista lanzaba cuando algo de lo que leía causaba su furia, pude averiguar lo que deseaba.
Se habían practicado análisis varios a la cuerda homicida, siendo ésta destruída en parte durante los ensayos. Una de las medallas fue “fundida y el material sometido a análisis de Espectroscopía Molecular”, citándose en fojas el “informe final” y remitiéndose al “informe principal adjunto, para cualquier discusión sobre la interpretación del mismo”. La conclusión era que, de acuerdo a los minerales y metales que intervenían en la aleación del oro, éste tendría como seguro origen un país de Europa: España. Con más precisión se mencionaba la Zona Río Tinto, en la provincia de Huelva.
–¡Caballero Kadosch!: ¿qué carajo quiere decir esto Dr.? –interrumpió bruscamente mi lectura el Oficial Maidana, que leía “Ritual del grado 30”.
–Es una palabra hebrea que significa “muy Santo”. El título sería “Caballero muy Santo” –dije.
           
El Oficial tenía los ojos inyectados en sangre.
–¡Sargento Quiroga! –gritó–. ¡Venga a ver lo que hacen los masones!
El sargento acudió presuroso.  Era un criollo fornido como un quebracho, pero de evidente pocas luces, quien sumó su voz obsecuentemente al concierto de maldiciones que ejecutaba el Oficial.
Seguí leyendo el expediente. Un trozo de la cuerda de pelo se envió al Laboratorio de Análisis Patológico de la Facultad de Medicina. El informe remitido por la Universidad, indicaba que el pelo era cabello humano, posiblemente de mujer; la substancia usada en el teñido era simplemente lechada de cal, a la que se agregó algún jugo vegetal ácido para restar alcalinidad.
Pero lo más curioso era que la Universidad podía certificar la raza a la que pertenecía la mujer a quien se cortó el cabello fatal; la sección ovalada de las fibras pilosas estudiadas, no dejaban lugar a dudas: Raza blanca  . Las otras Razas tienen un pelo de sección redonda, según los especialistas.
Esto era casi todo. Estaban las declaraciones nuestras y el Informe Forense. También un informe del Ejército, con la misma historia ya conocida, donde veladamente se sugería no escarbar mucho.
Seguían papeles burocráticos sin importancia, sobre la inhumación y otros aspectos de la investigación; pero sobre el crimen en sí, no se había avanzado mucho.
            En resumen:
a – Huellas dactilares: no había otras que las de la occisa y el personal del Hospital.
b – Otra llave: no constaba.
c – Peritaje en la puerta: indicó que los goznes estaban intactos, igual que la cerradura. No hubo forzaduras con ganzúa, barreta, ni de ninguna especie.
d – Peritaje forense: muerte por estrangulamiento.
e – Peritaje del arma homicida: cuerda de pelo hu­mano, teñida con cal.
Medallas de oro español de significado desconocido.
                       
Ni una palabra sobre la desaparición del portafolios y, por lo visto no se había considerado útil investigar las leyendas grabadas en las joyas.
–... perros judíos! –gritaba el Oficial, que leía el artículo “Jesuita” donde hay un cuadro titulado “La Compañía de Jesús vista por la Masonería” en el cual se ve, entre innumerables símbolos de todo tipo, al Superior General de la Orden Jesuíta sentado sobre una montaña de cráneos, de donde asoma también la cruz de Cristo.
Como buen Nacionalista Católico se sentía agraviado, ofendido personalmente, por la “perfidia” de la judeomasonería. No creí conveniente aclararle que la Compañía de Jesús creó, en el siglo XIX, el “Rito Masón del Real Arco”, el cual fue finalmente adherido al “Gran Oriente Inglés” del “Rito Escocés Antiguo y Aceptado”, con lo que ambas organizaciones establecieron puntos de contactos permanentes. Desgraciadamente la prueba está a la vista hoy día, al considerar el marxismo aristocrático que sustentan los pensadores jesuitas. Sería ridículo admitir la existencia de una Sinarquía Internacional y creer que la Iglesia Romana, organización temporal, está exenta de su control. Pero sería inútil; el oficial no aceptaría ese razonamiento.

Cargué los pesados tomos y me despedí del Subcomisario Maidana.
–Adiós Oficial; si me necesita no tiene más que llamar al Hospital.
–Hasta siempre Dr. Le agradezco la colaboración que nos ha prestado.