LIBRO PRIMERO - Capítulo VII


Capítulo VII


Era Viernes y podría descansar el fin de semana en la vieja casa solariega de Cerrillos, un pueblo bellísimo que se encuentra a 18 km. de Salta, sobre el mismo camino que conduce a Cafayate, en el corazón de los valles calchaquíes, y, más allá, a Santa María de Catamarca. Allí vivían mis padres, ancianos ya, y una hermana viuda con dos niños.
La perspectiva de verlos y pasar unos días con ellos siempre me colmaba de alegría; así pues no debe impresionar a nadie que unas horas más tarde, mientras conducía el automóvil por el camino bordeado de viñas, no pensase más en el horrible crimen.
Sin embargo, estaba escrito que la paz sería breve: en menos de una hora mi vida se hizo trizas y un futuro de Médico, Antropólogo, Catedrático, es decir de profesional cabal, desapareció como probable Destino para mí. En la casa de mis padres me esperaba la carta de Belicena Villca y el comienzo de la locura. ¡Si tan sólo no la hubiese leído! ¡Cuánto dolor, muerte y duelo causé a mis seres queridos por haber leído aquella carta y, lo más nefasto, haber creído en lo que ella decía! ¡Y con seguridad, nada nos habría pasado de no recibir la carta!
¡Cuánto me arrepentiría tres meses después por haberle dado crédito, en ese mismo lugar! El lunes siguiente comenzaban mis vacaciones, y al volver al Hospital, en Marzo, todo estaría olvidado. ¡No debí leerla: esa fue mi última oportunidad de continuar siendo normal, es decir, cómoda y mediocremente normal, amado por todos, respetado por todos, y, desde luego, por el Buen Creador! ¡Sí, no es una blasfemia: el Buen Dios Creador debía estar orgulloso de mí: no interfería para nada sus grandiosos planes, y contribuía en la medida de lo posible al Bien común ¿qué más se podía esperar de un humilde Médico Psiquiatra salteño? Pero mucho me temo que ahora que lo he perdido todo, hasta he perdido el favor del Creador. Habrá que leer la carta de Belicena Villca y conocer el resto de la historia para disentir o coincidir conmigo.
Como dije, no debí haberla leído y todo habría continuado igual. Pero está visto que en la vida de ciertas personas hay como trampas cuidadosamente montadas: basta tocar un resorte para que se desencadenen mecanismos irreversibles.