LIBRO TERCERO: "En Busca Del Tio Kurt"


LIBRO  TERCERO

 

“En busca de Tío Kurt”


 

Capítulo I



Puede el lector dar rienda suelta a la imaginación. Nunca logrará representarse las emociones y el estado de total perturbación en que me sumió la lectura de la carta de Belicena Villca. Fue algo muy extraño para mí; a medida que leía fui experimentando una pluralidad de estados de ánimo. Así pasé del escepticismo inicial a la sorpresa, de ésta al estupor, de allí salté a la curiosidad, y sucesivamente a mil sensaciones más. Finalmente, un entusiasmo primitivo e insensato se apoderó de mí y, en vez de rechazar la carta como una impostura, actitud lógica y perfectamente justificada, hice todo lo contrario, sellando así mi suerte: ¡decidí emprender la aventura!
Recién terminaba de leer la carta y, casi sin reflexionar, había tomado una decisión, ¿por qué? Trataré de explicarlo. Hasta el momento de leer la carta de Belicena Villca mi vida estaba vacía de ideales. Tenía un brillante futuro profesional y cuanto necesitaba para mi confort; era afortunado con las mujeres y aunque ninguna lograba ganar mi corazón, eso tarde o temprano ocurriría. Todo hacía preveer que mi vida se desenvolvería por los carriles que conducen al éxito mundano. Y sin embargo algo fallaba en este esquema porque no era feliz. Poseía paz y tranquilidad material pero muchas veces la tristeza me agobiaba; presentía que a mi Espíritu le faltaba un horizonte hacia el cual mirar, un ideal, una meta quizás, digna del mayor sacrificio.
Por eso a veces contemplaba con envidia la Historia Universal, los períodos heroicos en los que me hubiese gustado vivir: elegir tal o cual bando, seguir a éste o aquel reformador, cometer esa herejía liberadora o hundirme ardientemente en aquel dogma tiránico. ¡Vivir, luchar, morir, ser hombre! Pero ser hombre no es solamente pensar; es “sentir” el Espíritu. Y el Espíritu se “siente” cuando la vida se orienta en la búsqueda de un ideal; porque los ideales no están en este mundo, son de otro orden, lo mismo que el Espíritu y afines a él.
No es fácil. Ser idealista requiere mucho valor ya que la realidad, engañosa y cruel, guarda una trampa para el idealista ingenuo y un sepulcro para el idealista comprometido. He visto cómo el elemento idealista de mi generación, fue sistemáticamente aniquilado y sus ideales calificados de “nihilistas”. Un Almirante argentino que pasa por persona culta, Massera, dijo en un discurso: “Estamos combatiendo contra nihilistas, contra delirantes de la destrucción, cuyo objetivo es la destrucción en sí, aunque se enmascaren de redentores sociales”. Muchos de los muertos y desaparecidos, no eran tal cosa, sino idealistas que creyeron en el mito infantil de la “revolución social” como medio válido para instalar un orden más justo en el mundo. Precisamente por creer (ser idealista), no vieron la diabólica trama de intereses en que estaban insertos; precisamente por creer fueron algunos adoctrinados, armados y lanzados imbécilmente a la aventura, por el mismo Sistema sinárquico que después los reprimió. Y no pienso solamente en los que empuñaron las armas, que tal vez merecían morir por apátridas, sino en tantos otros que cayeron sin conocer el olor a la pólvora; por cometer el “delito” de amar ideales que afectan algún interés o privilegio.
Eso no es nihilismo; nihilista es la represión desbocada, la censura asfixiante, la mediocridad instituida, la corrupción oficializada, el lavado de cerebros digitado, en fin, la tiranía implacable, embozada obscenamente en un lenguaje “democrático” o “liberal”.
El triunfo del Sistema es la estabilidad de un orden de cosas corrupto, de una sociedad edificada sobre la usura y el materialismo, de un país dibujado a plumín, para que se inserte en una geopolítica foránea, planeada al detalle por la Sinarquía Internacional de los Grandes Imperialismos.
¿Qué nos ofrece este mundo contemporáneo de dólares y acero que valga nuestro sacrificio? Acá una cultura decadente y cipaya; allí un terrorismo sin grandeza; allá un Poder represor y asesino; acullá una Iglesia cobarde y mentirosa; ¿Para qué seguir si todo hiede?
Este era mi estado de ánimo cuando leí la carta de Belicena Villca y por eso mi reacción fue instantánea: Yo, el insignificante Dr. Siegnagel, poco más que el número de una ficha o carnet, alguien perdido en la mediocridad cotidiana de la remota Salta: ¡de pronto soy llamado para una misión riesgosa, soy convocado por el Destino!

La sangre me hervía en las venas y algo así como una reminiscencia de pasadas batallas, se apoderó de mí. Belicena se preguntaba en su carta si podría ser un Kshatriya:
–¡Pues ya lo era!

Aparte de este irresponsable entusiasmo, en el fondo experimentaba una gran estupefacción a poco que intentaba razonar sobre el contenido de la carta. No podía negar que de toda ella se desprendía una tremenda fuerza primordial, un halo de antiguas verdades olvidadas, como si Belicena Villca no perteneciese a esta Epoca o, mejor dicho, como si fuera independiente del tiempo.
El lenguaje era pagano y vital; “fantástico” sería el término justo, sino fuese que el asesinato de Belicena convertía a este mensaje premonitorio en algo macabramente real.
Dos preguntas bullían en mi cabeza saltando el pensamiento de una a la otra sin solución de continuidad ¿Dónde estaba ese “Signo del Origen”, del cual soy portador, claramente visible para Belicena Villca y aparentemente representativo de una cierta condición espiritual? Recordaba perfectamente lo que Belicena había escrito el Segundo Día: “en verdad, lo que existe como herencia divina de los Dioses es un Símbolo del Origen en la Sangre Pura: el Signo del Origen, observado en la Piedra de Venus, era sólo el reflejo del Símbolo del Origen presente en la Sangre Pura de los Reyes Guerreros, de los Hijos de los Dioses, de los Hombres Semidivinos que, junto a un cuerpo animal y a un Alma Material, poseían un Espíritu Eterno”. Si era cierto que Yo poseía el Símbolo del Origen en mi Sangre Pura, si Yo era un hombre espiritual, entonces tendría la posibilidad de obtener la Más Alta Sabiduría de los Atlantes Blancos ¿O había interpretado mal las palabras de Belicena? Porque en ese Día Segundo ella escribió: la Sabiduría consiste en comprender a la Serpiente con el Signo del Origen”. Según Belicena, los Dioses afirmaban al hombre: “has perdido el Origen y eres prisionero de la Serpiente: ¡con el Signo del Origen, comprende a la Serpiente y serás nuevamente libre en el Origen!” A la luz de estos conceptos, mi razonamiento era el siguiente: si el Signo del Origen, “mi propio signo del Origen”, se hallaba manifestado y plasmado en alguna parte de mi cuerpo, de tal suerte que fue rápidamente distinguido por Belicena Villca, ¡ése era el sitio que Yo debía descubrir y proyectar en el Mundo, sobre la Serpiente, como antaño hicieran los Iniciados Hiperbóreos! Y sentía así como una urgencia interior por localizar ese Signo y cumplir con el mandato de los Dioses.
Pero entendía, también, que carecía de muchos elementos esotéricos de la Sabiduría Hiperbórea. Mas, si habría que dejar pendiente esta primer pregunta, la segunda “que bullía en mi cabeza”, sobre la “prueba de familia”, no tardaría en investigarla. Belicena Villca, en efecto, había asegurado, en el Cuarto Día, que mi familia “fue destinada para producir una miel arquetípica, el zumo exquisito de lo dulce”. Aquella era la primer noticia que tenía sobre el asunto y trataría, por lo menos, de comprobarla con mis familiares cercanos.