EPÍLOGO - Capítulo III


Capítulo III



Con otras palabras, quiero decir que entonces concluyó el fenómeno; o sea, que cesó el zumbido y se cortó la presión sobre el corazón. Poco a poco se me fue normalizando el pulso y pude moverme a voluntad. Aún aturdido, reaccioné y me incorporé al recordar a tío Kurt: temí lo peor.
Empero, él también se recuperaba en esos momentos; y comprobé que había caído de rodillas, como también le ocurriera en la cañada tibetana La Brea, más de 40 años antes. Estuve unos minutos inmóvil, ordenando las ideas, hasta que de pronto rememoré el último instante del fenómeno, cuando viví mi propia agonía y la de todos mis familiares. Y entonces comprendí. Entonces supe que aquello era verdad, que algo irreparable le había sucedido a mi familia. Descompuesto de pánico interrogué con la mirada a tío Kurt: en el horror que leí en sus ojos supe que Yo estaba en lo cierto.
Al fin conseguí articular palabras y grité:
–¡Mamá, Katalina! ¡Oh, tío Kurt: algo terrible le ha ocurrido a la familia! ¿Qué ha pasado, tío Kurt, qué ha pasado?
–Creo que una cosa espeluznante, Arturo. No quiero alarmarte, pero me parece que el Demonio Bera no logró realmente averiguar tu paradero, y el mío, pero temo que lo que vio en tu psiquis fue suficiente para que encontrara la Finca de Beatriz en Cerrillos. Si es así, nuestra familia ha corrido grave peligro. ¡Debemos ir de inmediato a Salta, Arturo! ¡Pide una comunicación telefónica mientras Yo preparo el Jeep !
          
“A Salta, treinta minutos de demora”, fue la lacónica respuesta de la operadora. Solicité igualmente la comunicación con carácter de urgente y rogué que la activara cada diez minutos. Me notificó entonces la hora en que se asentaba mi pedido y casi no lo pude creer: eran nada más que las 0,30 horas. En quince o veinte minutos había ocurrido todo. ¿Podría ser? ¿Podrían los Demonios haber actuado en tan poco tiempo? Esa duda, inconsistente, me esperanzó un poco. Pero fue sólo hasta que volvió tío Kurt del garage y le comuniqué mi inquietud.
Sacudió la cabeza en un gesto negativo y desalentador, y me dijo:
–Quisiera confirmar tu esperanza pero no puedo engañarte. No debemos ser optimistas en modo alguno: los Inmortales dominan el Tiempo y el Espacio, son Maestros en el arte de desplazarse en los incontables Mundos de la Ilusión máyica. A nosotros no pueden hallarnos, como no podían hacerlo con Belicena y Noyo Villca, porque Nuestros Espíritus Iniciados están en verdad aislados del Tiempo y del Espacio por las Runas de Wothan; o por las Vrunas de Navután, si prefieres. Ellos no conocen nuestra Realidad, el Mundo que el Espíritu afirma desde el Origen, y eso los desconcierta, les impide localizarnos; pero una vez obtenida la referencia real de un Mundo determinado, a él pueden dirigirse y llegar en cualquier Tiempo y Espacio.
No sé para qué preguntaba si Yo sabía que era así. Pero me ilusioné por un momento confiando en que mi razonamiento tuviese valor, aguardando vanamente que la razón prevaleciese sobre la irracionalidad que se iba adueñando de mi vida. La campanilla del teléfono me sacó de tan amargas reflexiones.
          
–“Su llamada con Salta” –anticipó lacónicamente la operadora.
Durante diez largos minutos oí los tonos de llamada a través del teléfono, sin que nadie respondiese en Cerrillos. ¡Aquello sí que no era normal! ¡Aún siendo la una de la mañana alguien debería atender en mucho menos tiempo: mil veces había hecho llamadas semejantes desde Salta y siempre me contestaron en tres o cuatro minutos!
“No responden en su número”, interrumpió la operadora. “¿Repetimos la llamada más tarde?” No supe qué decir. Miré de reojo a tío Kurt y observé que me hacía una obvia señal con las llaves del jeep.
–No, señorita, la cancelo ahora. No debe haber nadie en esa casa –sugerí con amargura.