EPÍLOGO - Capítulo VI


Capítulo VI



El coche del Comisario Maidana trepó la cuesta del camino de salida, y doscientos metros después se introdujo en la ruta provincial. Dos mujeres gordas que aguardaban pacientemente, se aproximaron y abrazaron, ambas a la vez: eran las “madres de leche” de Katalina y mía. Allí era muy importante eso de ser “mamá de leche”, “hijo de leche”, o “hermano de leche”; todo comenzaba cuando a una buena madre “se le cortaba la leche” para su bebé, o no la producía en la cantidad suficiente: entonces se recurría al concurso de otra madre, una madre más fuerte, que hubiese parido a su hijo en fecha aproximada, y se requería su concurso para amamantar ambos bebés. La madre de leche si bien era la más fuerte, con frecuencia era también la más pobre, ya que solía tratarse de una criolla o india, tal vez ya madre de muchos niños, quien prestaba de buen grado su colaboración. Y, desde luego, era retribuida por tales servicios. Pero la retribución era una cosa, generalmente regalos para sus propios niños, ropas y alimentos, y otra muy diferente el amor de la madre: eso no podía pagarse con nada y por eso se creaban lazos superiores a la simple transacción comercial: “el comadrazgo de leche”. En efecto, la mamá de leche se convertía habitualmente en “comadre” de la madre verdadera y gozaba de cierta amistad o preferencia con respecto a otras mujeres del valle calchaquí. Costumbres, costumbres centenarias, que venían de la época de los españoles, o quizás de los indios.
De esas dos mujeres que me abrazaban, una fue “mi mamá de leche” y la otra lo había sido de Katalina. “Nada tengo, me dijo la primera, ni me parezco a Doña Beatriz, pero todo lo mío es tuyo, Arturito, todo mi amor”. Apreté con fuerza a aquella criolla que me había visto nacer, y la besé en ambas mejillas. “Gracias, Nã Isabel, muchas gracias”, le dije conmovido, mientras las lloronas de La Merced me hacían coro con sus dolorosos lamentos.
Dejé a las comadres persignándose junto a los ataúdes y me retiré a un rincón apartado, en compañía de tío Kurt. Desde que partiera el Comisario Maidana, una sobreexcitación creciente se fue apoderando de mí. Tenía una idea, una idea surgida de la racional conclusión del policía, que deseaba comunicar sin dilación a tío Kurt. Naturalmente, si Yo no quería aceptar las propuestas de Maidana, tío Kurt ni siquiera las había escuchado. Así que, se lo repetí:
–¡Tío Kurt! ¡Tío Kurt! –lo sobresalté–. Reflexiona sobre las palabras del policía: son como un silogismo. El afirmó “los asesinos son humanos”; ¿por qué?: “porque utilizan cuchillos y porras, es decir, armas materiales”, dedujo. En ese momento negué de plano tal posibilidad, pero ahora considero poco menos que genial la deducción del Comisario Maidana.
–¡Estás loco, neffe, loco de remate! –me descalificó para opinar tío Kurt– ¡Son Inmortales! ¡Bera y Birsa son Inmortales! Nada significa que hayan empleado un puñal: era necesario para el Ritual del Sacrificio.
–¡Por los Dioses, tío Kurt, no me trates como si fuera un imbécil! –me defendí–. Sé que son Inmortales: pero, como dijera Belicena Villca en la historia de Nimrod, sólo lo son mientras no los maten, “mientras no se ejerza violencia física sobre Ellos”. “Estos Inmortales, también, pueden morir”.
–¡Estás loco! –repitió, más cerrado aún–. ¿No comprobaste anoche el poder del Demonio Bera? Nada podemos hacer contra ellos. ¡Has hecho muy bien en desalentar al policía!
–¡Oh, mein Gott ! –juré– ¡No tío Kurt! ¡No estoy loco! ¡Eres tú el que peca de obstinado! Pero a mí me vas a escuchar. Y me vas a permitir exponer mi idea; ¿die prüfen?
–Ia, Ia –prometió sin convicción.
–Entonces atiende. Mi concepto es que existen dos planos irreductibles, que ahora, por una apreciación errónea y subjetiva de la realidad, se han interferido o mezclado. Tales planos son: el Plano de la Realidad del Espíritu ; y el Plano de la Realidad Humana . Entre ambos planos no pueden haber relaciones o conexiones, sino sinrazones : todo nexo o razón es ilusorio, no real. Pero existe, asimismo, una ley, que es la razón de la sinrazón, que protege y afirma la absoluta realidad de los planos. Y esta ley, que sostiene la razón de la sinrazón entre tales planos, es la única referencia para no perder la razón y enloquecer. Esta ley de la cordura exige: no transgredir los planos. No trasladar al plano de la Realidad del Espíritu entes propios del plano de la Realidad Humana ; y recíprocamente: no proyectar al plano de la Realidad Humana ideas propias del plano de la Realidad del Espíritu.
En este endemoniado asunto de Bera y Birsa, mi querido tío Kurt, me parece que se han confundido los planos, que ya no sabemos cuál es el plano amenazado por los Inmortales. Pero Yo te lo diré tío Kurt. Te lo diré tan claramente que ya no podrás repetir que estoy loco sino que deberás aceptar que estoy demasiado cuerdo. Esto es: observemos primero el plano de la Realidad del Espíritu: allí la verdad es el Origen, el Símbolo del Origen; por esa verdad, por no poder resistir el peso de esa verdad, por negar o no soportar la presencia de esa verdad, los Inmortales se ven obligados a manifestar una forma monádica arquetípica, como la que tú viste en La Brea. La forma de mónada, la unidad de Luz, les permite existir poderosamente fuera del plano de la Realidad Humana y evitar el enfrentamiento con la verdad del Origen, con el Símbolo del Origen; y esa forma poderosa es, con seguridad, la más peligrosa que uno pueda imaginarse; estoy de acuerdo en que tal peligro es también real.
Empero, vayamos ahora al plano de la Realidad Humana: allí la verdad es el Yo, es decir, la manifestación psíquica y volitiva del Espíritu encadenado a la Materia. Y la mentira, la Ilusión del Hombre, pero también su motor anímico, es el Dolor. El Dios Creador se nutre de una fuerza que se llama dolor humano ; y el hombre produce dolor y sufrimiento para alimentar al Creador del Gran Engaño. El hombre común produce poco dolor porque para padecer la ilusión del dolor se requiere la nobleza herida del Espíritu. De aquí que Grandes Hombres, Grandes Espíritus encarnados, sean capaces de generar Grandes dolores, Grandes sufrimientos, Grandes aflicciones, Grandes angustias: el hambre de Dios, de Jehová-Dios, exige el aporte de dolor de Grandes Hombres. Y esos hombres capaces del mayor sufrimiento tienen que ser capaces también de ofrecer el mayor sacrificio: su dolor debe ser sagrado para Dios, para Jehová-Dios. Para esto se requieren los representantes de Jehová-Dios, los Sacerdotes de Jehová-Dios, Aquellos con el poder de consagrar el Gran dolor, por ejemplo, Bera y Birsa. Porque será, siempre, necesario que en el plano de la Realidad Humana existan Sacerdotes de Dios que consagren el Gran Dolor del Gran Hombre, a la unidad de Dios, de Jehová-Dios. Sólo así será posible sacrificar al Gran Hombre para que su Gran dolor consagrado nutra la unidad de El Uno, del Dios Creador Jehová-Dios.
En síntesis, tío Kurt, una cosa son los Inmortales enfrentados al plano de la Realidad del Espíritu, donde no tienen más alternativa que manifestarse monádicamente, como unidad de Luz, para evitar la verdad del Origen: tal como le ocurrió a Bera contigo, no tuvo otra alternativa que vestirse con las Ropas de El Uno, es decir, con su Mónada de Luz. Me objetarás diciendo que tal manifestación también ocurrió en el plano de la Realidad Humana, pero te replicaré que tú eres un caso atípico, y lo sabes. Tú eres como un hombre accidentado, al que una inusual herida deja expuesto uno de sus más íntimos huesos; quienes lo contemplan quedan profundamente impresionados por percibir una realidad íntima, que habitualmente escapa a toda consideración: de modo análogo, quienes han contemplado el Signo del Origen que exhibes involuntariamente, han quedado profundamente impresionados porque han presentido en el descubrimiento la revelación de la otra Realidad, íntima y ajena. En suma, tío Kurt, tu experiencia no tiene valor general, es propia de alguien capaz de exhibir en el plano de la Realidad del Hombre signos de ideas originadas en el Mundo del Espíritu, propia de un Shivatulku, quizás.
Pero en el campo de los seres humanos corrientes, como los miembros no Iniciados de la Casa de Tharsis, como Mamá y Katalina y Yo, las cosas ocurren de acuerdo a la ley antes citada: el dolor debe ser consagrado y sacrificado a Jehová-Dios; y para eso hacen falta Sacerdotes de carne y hueso. De allí que en toda su carta, Belicena Villca siempre describa a los Inmortales como Diabólicos Sacerdotes ¿Me has comprendido tío Kurt?: ¡para el Sacrificio del Dolor hay que oficiar el Ritual de la Muerte; y, para oficiar el Ritual de la Muerte, hacen falta Sacerdotes sacrificadores!
–¿A dónde quieres llegar? O, mejor dicho ¿a dónde crees que tus argumentos me harán llegar? –preguntó tío Kurt, sospechando que mi intención era hacerlo caer en una trampa dialéctica.
–Muy sencillo: mi conclusión es, y creo haberla demostrado, que para efectuar asesinatos Rituales como los que ejecutaron ayer, los Inmortales deben presentarse con forma sacerdotal humana . En una palabra, opino que el Comisario Maidana está en lo cierto: los asesinos de mis padres eran seres humanos, Sacerdotes del Crimen que deben utilizar puñal y fuerza física para reducir a sus víctimas.
–... Aunque parece una locura, debo admitir que no carece de sentido. Bien neffe; supongamos que sea así: ¿y qué ganaríamos con ello? ¿dónde estaría la diferencia de la situación?
–Ahhh... –suspiré triunfante–. Tu pregunta obedece al hecho de que ni remotamente consideras la posibilidad de atacar ¿no?
¿Atacar? Creo que sí te has vuelto loco –prejuzgó.
–¡Sí! ¡Atacar, atacar a los Demonios! ¿Qué te pasa, tiito? ¿los treinta y cinco años de vacaciones forzadas te ablandaron? –me burlé–. Me acabas de aceptar que los Demonios, al obrar como Sacerdotes, se transforman en seres humanos ¿entonces qué nos impide ejecutarlos, cobrarnos con sus asquerosas vidas todo el daño que nos han causado?
–Pero cómo, Arturo, cómo haríamos eso. Dónde los hallaríamos –había dejado a tío Kurt, virtualmente desconcertado, sin saber qué argumento oponer contra mi descabellada idea–. Y, aún suponiendo que pudiésemos hacerlo ¿de qué nos serviría, de qué serviría a la Estrategia de los Siddhas? ¿No acordamos, ya, que lo mejor sería seguir la pista de Noyo Villca, cumplir el pedido de Belicena Villca?
Shhhh –soplé, poniendo el dedo índice sobre mi boca en señal de silencio–. ¡Still! Todas esas respuestas las obtendrás tú mismo, cuando conozcas el plan.
¿Q...ué plan? –interrogó con temor tío Kurt.
–¡Mi plan! ¡El plan que tengo para atacar a los Demonios! Mas no hablaré por ahora de ello hasta que no concluya el funeral. Luego te lo explicaré y lo discutiremos.
Para nada convencido, tío Kurt movía la cabeza con cómica preocupación. De no encontrarnos en circunstancias tan trágicas, me habría reído de buena gana de sus gestos, con los que pretendía expresar que él era una persona seria que había caído en manos de un demente.