EPÍLOGO - Capítulo I


EPILOGO


del fantástico libro
“El Misterio de Belicena Villca”,
dedicado a Ellos.


... o


PROLOGO


del real Misterio de Belicena Villca,
dedicado a Nosotros,
los que sentimos correr por las venas
La Sangre de Tharsis.


 Capítulo I


Y eso fue todo cuanto tío Kurt logró narrarme sobre la historia de su vida. En aquel momento tenía razón en sentir prisa, como los acontecimientos se encargaron de demostrar, pero dejaba pendiente la parte más interesante: los detalles de sus misiones secretas durante la guerra y la misteriosa misión de su padrino Rudolph Hess. Lógicamente, él esperaba también completar sus relatos en una próxima ocasión. Pero estaba escrito que tal ocasión no se presentaría jamás.
Sin embargo esa, la última noche que hablamos sobre estos temas y me contó su llegada a la Argentina, alcancé a hacerle dos preguntas que aún recuerdo nitidamente. Era tarde ya, como las once de la noche del día 21 de Marzo, dos meses exactos después del rapto espiritual del 21 de Enero, y resolvimos irnos a dormir, luego de un largo día de conversación. Fue entonces cuando planteé un interrogante que me causaba bastante molestia.
–Dime tío Kurt: si habías recibido en 1945 el libro inédito de Konrad Tarstein “Historia Secreta de la Thulegesellschaft”, en el que se narra la historia alemana de la casa de Tharsis ¿como es que permaneciste indiferente la primera vez que hablamos de la Carta de Belicena Villca, dando a entender que ignorabas su importante participación histórica? Recuerdo muy bien que solo te sobresaltaste al escuchar el nombre “Tharsis”, pero nada expresaste sobre los Tharsis alemanes. No obstante, tu debías conocer una parte de la historia, quizás tan rica en matices como la que Yo conocía por Belicena Villca. Y te guardaste muy bien de decir nada al respecto, incluso hasta ahora. ¡No me parece correcto tu comportamiento, tío Kurt! –afirmé con tono de doloroso reproche.
Tío Kurt me observó con sorpresa y soltó una de sus formidables carcajadas.
–¡Pero es que Yo no lo había leído! –se disculpó.
–¿Cómo? ¿Después de treinta y cinco años no habías leído el libro de Tarstein? –pregunté estupefacto.
–¡Ya te dije, neffe, que estaba muy enojado por las órdenes que me transmitiera Tarstein! Aquí, en Santa María, simplemente guardé el libro para leerlo el día en que se cumplieran las predicciones de Tarstein, es decir, el día que de algún modo tuviese acceso al resto de la historia de su Estirpe. Y ese día llegó con tu visita y la Carta de Belicena Villca. Por eso lo leí, en efecto, durante los días que estuve encerrado en mi cuarto, a posteriori de conocer el contenido de la Carta: ¡todo coincidía, era realmente la parte que le faltaba a la historia de Belicena, la conexión entre la rama vrunaldina de la Casa de Tharsis y la Thulegesellschaft! ¡la historia de la búsqueda del Führer, iniciada en la Edad Media, y su localización e Iniciación en el siglo XX! Pero si nada te he dicho después sobre esto fue porque esperaba narrarte mi propia vida y hacerte conocer la existencia de esa obra, que todavía conservo. ¡Es mi deseo que la leas tú mismo y luego la retengas como parte de tu herencia! ¿A quién, sino a ti, le corresponde con justicia? Debes unirla a la Carta de Belicena Villca y llevarla a Córdoba, para que la conozcan los Caballeros Tirodal y, si es posible, Noyo Villca.
Quedé anonadado por la increíble respuesta de mi tío: ¡treinta y cinco años sin leer el libro de Tarstein! ¡Ja! ¡Eso se llama merecer el calificativo de obstinado !
Tío Kurt fue a su habitación y regresó con el estuche de cuero y herrajes de plata que guardaba la preciosa obra. Me la entregó sin condiciones y allí le disparé la segunda pregunta:
–Me quedó una gran curiosidad por saber qué fue de la Legión Tibetana. Si no te importa perder un minuto, dime sintéticamente qué ocurrió con ellos.
–Te lo diré. Y no es demasiado largo de contar. La parte de la Legión que permanecía en su base de Assam, en la frontera con Bután, se dispersó sin hacer ruido al concluir la guerra: algunos regresaron a los Monasterios kâulikas y otros se alistaron como mercenarios en las guerras posteriores del Asia: la de Chiang Kai-Shek contra Mao y las de Corea y Vietnam. Aquellos, en principio, sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. Pero tú, seguramente, me preguntas por la suerte de Bangi, Srivirya, y los cincuenta legionarios que se quedaron en Berlín a custodiar el bunkerführer: sobre ellos debo confesarte, con orgullo, que todos murieron combatiendo a los rusos. Es un episodio gracioso: según me informaron en esos días, cuando Yo todavía debía huir de Alemania, el 30 de Abril los rusos no consiguieron tomar el bunker sino al costo terrible de diez a uno. Vale decir que los tibetanos acabaron con un batallón de infantería de más de quinientos hombres. Y fue tan impresionante el impacto de aquella carnicería, realizada por una Legión  asiática, que el propio Stalin ordenó el retiro y ocultamiento de los cadáveres tibetanos y negoció con los aliados la supresión oficial de toda noticia sobre la Legión Tibetana del bunker. Empero, muchos investigadores independientes han mencionado la existencia de la Legión y su valerosa determinación de defender el bunker hasta el fin. Claro que si se consulta a los “historiadores oficiales”, los que deben vivir de los presupuestos académicos o periodísticos, la versión será bien distinta: los rusos habrían hallado el bunker casi desguarnecido; y la Legión Tibetana nunca existió.