EPÍLOGO - Capítulo IX


Capítulo IX



Tío Kurt demandó quedarse a solas en mi cuarto. Consultaría al Capitán Kiev de inmediato con su Scrotra Krâm sobre la conveniencia de realizar o no mi demencial plan. Yo tenía el convencimiento de que si mi teoría era correcta mi plan sería aprobado por los Dioses, mal que le pesase a tío Kurt. Por otra parte, el mismo tío Kurt parecía haber depuesto en alguna medida su actitud negativa: cuando concluí el discurso, sólo sonrió, por primera vez en dos días, y dijo:
–Estaba equivocado, neffe. No sólo te pareces a mí, como estimé en Santa María. Te asemejas asimismo a Konrad Tarstein. Y me lo has recordado ahora, proporcionándome, como tú lo has hecho, una de sus demenciales misiones. Entonces, al escucharlo, como hoy a ti, me asaltaba la convicción de que había caído en manos de un loco. Pero después todo salía de acuerdo a los planes y debía rendirme ante quién tenía “mejor visión estratégica que Yo”. Realmente, porque te lo mereces, desearía que hoy ocurriese lo mismo y que tú estés en lo cierto. Por mí, Yo siempre percibiré que a esos planes les falta algo, que están incompletos, que no pueden dar buenos resultados. Y si se llevan a feliz término, siempre me asaltará la impresión de que el éxito no dependía del plan, de su mayor o menor perfección, tanto como de la intervención Divina, del milagro que nos salvará a último momento.
En fin, ése era mi tío Kurt, y nadie podría ya cambiarlo. Me retiré al cuarto contiguo, el de la difunta Katalina, mientras él se comunicaba con los Dioses Leales al Espíritu del Hombre.


Habían transcurrido no más de siete u ocho minutos pero Yo estaba dormido profundamente cuando entró tío Kurt. Quizás porque acumulaba mucho cansancio, quizás para no pensar en Katalina, que horas antes ocupaba aquella habitación con sus niños hasta que sintió que su sangre se transformaba en fuego, lo cierto fue que apenas apoyé la cabeza en la almohada comencé a soñar. Era un sueño simbólico, extraño, pero muy sugestivo: me encontraba sin saber cómo, en un edificio de muchas plantas, comunicadas entre sí por innumerables escaleras; Yo andaba tras la búsqueda de algo y subía y bajaba las escaleras sin dar con su paradero; de pronto, al ascender por unas gradas de piedra verde, accedí a una plataforma cuadrada sin salida; iba a emprender el regreso cuando advertí un sutil movimiento en una de las paredes que rodeaba la plataforma; me volví, y al observar con detenimiento, comprendí que aquella pared era en verdad un espejo; al principio el espejo me reflejó a mí, a mi aspecto exterior, y por eso lo que ocurrió a continuación me tomó completamente desprevenido: paralizado de terror descubrí que una enorme y espantosa araña negra me observaba con igual detenimiento; enseguida adiviné que esa araña era Yo mismo, o algo de Mi Mismo que se reflejaba afuera  ; venciendo la aprensión que me embargaba, estiré timidamente una mano hacia el espejo, al tiempo que la araña adelantaba su pata delantera izquierda hacia esa dirección; sobre la superficie especular, nos rozamos; entonces la araña se erizó, como decidida a picar, y en medio de mi horror, saltó hacia adelante, salió del espejo y cayó sobre mí, dentro de mí, hundiéndose en el Fondo de Mi Mismo; la terrible experiencia me obligó a cerrar los ojos, pero luego los abrí de nuevo, aún paralizado, y vi nuevamente al espejo: pero ya no reflejaba a la araña sino a una maravillosa y bella Espada; la reconocí al instante, se trataba de la Espada Sabia de la Casa de Tharsis, inconfundible con sus dos gavilanes en el arriaz, su Piedra de Venus, su empuñadura de marfil espiralado de cuerno del Barbo unicornio y la leyenda “Honor et Mortis”; estaba como animada, como provista de una vida que se asomaba furtivamente detrás de la forma simbólica; una vez más llevé mi mano hacia el espejo, notando asombrado que ahora podía atravesar la superficie; llegué pues hasta la Espada con intención de tomarla, pero al rozarla, ésta se transformó sorpresivamente y también saltó hacia mí, entró en mí, se trasladó a lo profundo de Mi Mismo; mas esta vez no fue una araña sino una Dama, la más bella que jamás haya concebido, sólo comparable con la Belleza Increada de la Virgen de Agartha, la que reingresó en Mí Mismo, y a la que sólo ví furtivamente, tal como Ella permitía que se percibiera Su Vida Eterna bajo la Vestimenta simbólica, Vrúnica, de la Espada Sabia; en ese instante nupcial, al verla por primera y última vez en la vida, grité sin saber por qué: “¡te he re-encontrado!”; y Ella me besó al pasar, perdiéndose en la Negrura Infinita de Mí Mismo, y dejándome sumido en un éxtasis indescriptible, más helado que nunca, más duro que nunca, más completo que nunca: Piedra de Hielo, Hombre de Piedra, Mujer Kâlibur, Espada Sabia, Kâli; ¡OH Kâli!. “¡OH, Kâli!”, murmuraba, al entrar tío Kurt y transportarme a la amarga realidad del funeral de Cerrillos. Me costó recobrar la lucidez, luego de ese sueño tan vívido, y como entre sueños escuché a tío Kurt reseñar el mensaje del Capitán Kiev. Desde luego, no lo hizo sin hacer oír su protesta personal.
–¡Hablé con el Capitán Kiev, neffe! ¡como lo hacía hace 35 ó 40 años! ¡Y tú tenías razón: es conveniente ejecutar tu plan, estratégicamente conveniente ! Lo que no necesariamente significa que el plan sea bueno. Asi que, no te alegres demasiado, porque el Señor de Venus me hizo una advertencia, ambigua, como todas las advertencias de los Dioses. Pero antes de referirme a ella, te diré que nada ha cambiado después de tantos años, que para mi todo permanece igual, es decir, en la nebulosa más opaca ; y que estoy harto de esta vida en la cual Yo tengo el poder pero, al no comprender mi poder, al no abarcar el Símbolo del Origen que Soy, no consigo insertarme racionalmente en la Estrategia, en la Gran Estrategia de los Siddhas Leales y del Führer. Otra vez se ha repetido la historia; al comentarle al Capitán Kiev que Yo no tenía fe en la efectividad de ese plan, y menos aún luego de la advertencia que me había transmitido, me dijo textualmente “que Yo no comprendía la situación”. ¿Te das cuenta neffe? –preguntó con una aflicción que a mí me resultó cómica– ¡Los Dioses confirman el diagnóstico de Tarstein, Von Grossen, los kâulikas, y tantos otros! ¡Yo no comprendo la situación, ninguna situación, al parecer! Eso lo sé y me llena de pesar, pero a ellos parece importarles maldita cosa mi pesar: les basta y sobra con que les brinde mi poder para realizar sus demenciales planes, aunque Yo no los comprenda. Y el Capitán Kiev participa de esa actitud: mi función no es comprender sino actuar, cumplir las órdenes al pie de la letra. Para comprender la Estrategia están los hombres como Tarstein y tú, los émulos de Nimrod, el Rey Kassita, los locos que planean y consiguen proseguir la guerra en el Cielo, y tomar el Cielo por asalto. Claro que con la colaboración indispensable de nosotros, los poderosos que ignoramos cómo aplicar el poder, que no “comprendemos la situación”, pero debemos emplear todo nuestro poder para salvar el pellejo de los Sabios.
Y así continuó protestando un buen rato, mientras Yo lo atendía con paciencia. Finalmente, se refirió a lo que nos interesaba con urgencia.
–En resumen, neffe, que a falta de mayor comprensión, me atendré al principio que para mí es más claro: los Inmortales no pueden morir. Y aquí va la advertencia del Capitán Kiev. En general, aprobó lo que propones hacer, pero me dijo estas enigmáticas palabras: “al finalizar la operación recién verán lo que no contemplaron al principio, pero que si lo hubieran visto al principio les impediría finalizar la operación”. Dime tú, en quien los Dioses confían, qué quiso decir con tan ambigua advertencia.
–Querido tío Kurt, he de ser tan sincero como tú: no lo sé con seguridad, pero presumo que nos está avisando sobre una falla en el plan; sobre algo, un detalle importante, que he pasado por alto y que, de considerarlo, quizás me haría desistir de seguir adelante. Pero aún así, nos aconseja actuar y eso haremos. Mas no dejaré de darle vueltas al asunto; meditaré una y mil veces en el plan para tratar de descubrir lo que está oculto a mi visión estratégica: no me gustaría recibir una sorpresa al final; y no me arriesgaría por nada del mundo si no estuviese convencido de que vamos a ganar. ¡La sorpresa, tío Kurt, la deben recibir los asesinos! ¡Nosotros tenemos que dominar todas las variables del ataque para evitar ser a la vez sorprendidos! ¡Y juro que no dejaré elemento sin considerar hasta que haya adquirido la máxima seguridad en la operación!


Cuarenta y cinco minutos después de haber subido, regresamos junto al Comisario Maidana: se hallaba plácidamente dormido en el sofá donde lo dejamos sentado. Tío Kurt me preguntó, al bajar las escaleras, sobre la táctica que adoptaría para obtener la particular ayuda que necesitábamos de él.
–¿Has pensado en lo que le dirás? No irás a darle detalles de la operación ¿no? –me saturó con sus dudas–. Mira, neffe: Yo no me fío de él, ni de ninguna persona como él. Padecen de gran confusión ideológica y no pueden ser verdaderos Camaradas: hoy están contigo y mañana no sabes a quien responderán.
–¡Despacio tío Kurt, despacio! –traté de serenarlo–. No desprecies así a quien representa nuestro único apoyo. Aquí, en la Argentina, él es de lo mejor que hay: ¡ya no estamos en el Tercer Reich! ¡Eso pasó! El Führer ya no está a la vista para despertar la lealtad sin límites que tú sientes. ¡Al Führer sólo lo vemos nosotros, los Iniciados! Y no podemos exigirles a ellos que se comporten como Caballeros  si están obligados a vivir en el mundo de la pre-Sinarquía Universal: ¡recuerda que tú mismo preferías morir que sobrevivir en este mundo! Sé, pues, un poco tolerante; y no te preocupes, que sólo le diré lo que él desea oir. Comprende, tío Kurt, que no debo mentir; pero tampoco puedo decirle toda la verdad . Le revelaré, entonces, parte de la verdad, aquella parte que él ansía conocer y que a nosotros no nos afecta que él conozca .
Desperté a Maidana, con una taza de café en la mano. Se disculpó por su “falta de control” y se recompuso al ins­tante. Bebía el café como agua y en cuestión de minutos consumió tres tazas, mientras escuchaba mi propuesta.
–Le hablaré como Camarada Nacionalista, Comisario Maidana –aclaré–. Hemos coincidido, con mi amigo, en que efectivamente Ud. puede facilitarnos el tipo de ayuda que nosotros necesitamos. Lógicamente, para llegar a un acuerdo, tendré que poner algunas cartas sobre la mesa, así pues comenzaré por el asesinato de Belicena Villca. Ante todo, le señalaré el móvil del crimen: su hijo Noyo Villca . Los asesinos procuraban establecer el paradero de Noyo Villca ¿por qué? Porque el joven era un agente de Inteligencia infiltrado en las organizaciones subversivas.
–¡Sabía que había algo concreto en todo esto! –exclamó triunfalmente Maidana–. Tras tanta locura, y profusión de pistas falsas, tenía que haber un móvil específico al que se buscaba ocultar.
–En efecto –confirmé–. ¿Y sabe Ud. para quién trabajaba Noyo Villca? Pues nada menos que para el Ejército argentino. Más aún: él era un oficial del Ejército, un capitán G2.
–¡Madre de Dios! –invocó– ¿Y por qué esos datos no figuraban en el expediente policial de Belicena Villca?
–Porque una poderosa organización sinárquica, que funciona en todos los niveles del Ejército, se ocupó de ocultar la información. No olvide que fue el Ejército quien la encerró en el manicomio. A dicha organización, integrada no sólo por judíos, pertenecen los asesinos de Belicena Villca y de mi familia. Lo que Ud. debe conocer, ya que le permitirá descubrir el nexo entre ambos crímenes, es que Noyo Villca se encuentra fugitivo debido a que la Sinarquía intenta suprimirlo para evitar que ponga en práctica su saber ultraconfidencial. Y que a mí, su madre antes de morir me suministró las claves para hallarlo.
–¡Ahora se aclara todo! –creyó Maidana–. ¡Lo felicito Dr. Siegnagel! ¡Es Ud. todo un hombre: se jugó sólo por la causa nacional y los asesinos internacionales se lo hicieron pagar caro! Ha hecho bien en confiar en mí. Desde este momento podemos trabajar juntos contra esa organización y ayudar también a Noyo Villca.
–No se adelante, Maidana, que no es así como Yo veo las cosas –lo frené–. El favor que le vamos a pedir no consiste en el apoyo de Ud. y de su grupo sino en otra cosa. En ese sentido, y por el momento, Ud. quedará afuera de nuestra acción: esa será la base del trato; sin discusión: la toma o la deja . Mi propuesta es la siguiente: Noyo Villca pertenecía a un grupo nacionalista ultrasecreto del Ejército: Yo conozco su contacto y estoy dispuesto a revelárselo, con lo cual su grupo y el de ellos podrán arreglarse para trabajar juntos. De ese modo Ud. no quedará fuera del caso: pero sí, y por el momento, le repito, deberá dejarnos a nosotros operar contra los asesinos.
–¿Qué quiere decir con “por el momento” ? –quiso saber Maidana, que no se chupaba el dedo.
–Quiero decir que la restricción que le impongo es provisoria, motivada en la presunción de que nosotros tendremos más posibilidades de éxito si operamos solos. Pero, que confiamos en Ud., lo demuestra el contacto que le voy a dar. Y además le daré mi palabra de Honor de que si nuestra acción fracasa, y queda otra oportunidad, recurriremos sin vacilar a Ud.
–En principio acepto –accedió Maidana–. ¿Quién es el contacto?
–Antes debe asegurarme que cumplirá con el favor que le solicitaremos –me previne.
–Bueno ¡pues dígame de una vez de qué se trata! –exigió irritado.
–Armas, Comisario Maidana. Necesitamos al menos dos armas lo más pronto posible.
–¿Qué clase de armas? –preguntó vacilando; y agregó– No sé porque no deja esto en manos de profesionales, Dr. Está Ud. actuando fuera de su especialidad; es como si Yo me dedicara ahora a realizar curaciones psiquiátricas.
–Ya le dije, Maidana, cuáles eran los términos del trato: lo toma o lo deja .
–¡No tengo alternativa, Siegnagel! Claro que le puedo prestar armas. ¡Tenemos toda clase de armas! Dígame, solamente, qué maldito tipo de armas quiere.
–Necesitamos un tipo de arma que sea muy eficaz de cerca, que destroce el cuerpo. Dos escopetas de repetición serían lo ideal –sugerí.
–Puedo entregarles dos Itakas esta misma tarde. ¿Qué más?
–Pues... municiones para las escopetas y... ¿es posible conseguir también armas de puño? –me daba cuenta que carecía de entrenamiento militar como para solicitar las cosas con claridad. Tío Kurt, que era especialista en el tema, permanecía callado para no llamar la atención sobre sus conocimientos.
–¿Armas de puño? Hay cientos de armas de puño a su disposición; pero, si me permite intervenir con mi experiencia en este asunto, me parece que lo mejor será que me explique qué piensan hacer y me deja a mí ocuparme del equipo.
No podía, por supuesto, explicarle el plan. Pero si mostrarle algunos detalles generales.
–Se trata de un operativo comando contra los asesinos.
–¿Qué clase de operativo?
–Una emboscada –definí.
–Pues entonces no necesitan cualquier arma de puño sino pistolas ametralladoras. Y también deben llevar granadas de fragmentación. Mire, Siegnagel: le prepararé dos equipos SWAT, adecuados para una operación de ese tipo. Donde van a operar, ¿pueden llevar puesto un saco de combate?
–Sí... creo que sí –respondí. Miré con el rabillo del ojo a tío Kurt y ví que asentía–. ¿Qué importancia tiene?
–Es que los sacos que le voy a prestar tienen todos los bolsillos, argollas y ganchos necesarios –explicó–. Llevarán las pistolas ametralladoras, que son muy pequeñas a pesar de disparar mil balas por minuto, en una cartuchera sobaquera, y recurrirán a ellas sólo en caso de necesidad, puesto que portarán las Itakas en las manos. Las Itakas pueden usarse con correa para el hombro o con cartuchera de pierna, mas para el caso le sugiero la correa. Tienen capacidad de 8 cartuchos, lo que les confiere un poder de fuego infernal; con una sola carga les debería alcanzar para una emboscada, pero, si deben sostener un tiroteo, encontrarán más cartuchos en la chaqueta. Igualmente, en otros bolsillos estarán los cargadores de repuesto para las pistolas ametralladoras y en el cinturón las diez granadas de fragmentación. Por las dudas que se vean obligados a demoler algo, les proveeré también de dos panes de trotyl con detonador electrónico a cada uno, los que irán igualmente sujetos en la chaqueta. El equipo se los completaré con dos cuchillos de monte, cuya vaina está cosida en la parte interior de la chaqueta. ¿Conforme, Dr. Siegnagel?
–¿Cuándo me podrá entregar semejante equipo? –pregunté admirado.
–Esta misma tarde. Ahora deme el nombre del contacto.
–Capitán Diego Fernández. En 1978 estaba destinado en Tucumán. El no me conoce y seguramente no sabe lo que le ocurrió a Belicena Villca hace tres meses. No se negará a hablar con Ud. cuando sepa que estamos tratando de proteger a su Camarada.