Capítulo II
Como soy médico, ya en los primeros días de
la convalescencia, comprendí que ésta sería larga, por lo que, disponiendo del
tiempo suficiente, no veía ninguna razón para no contarle mi aventura a tío
Kurt. Nunca experimenté el deseo de compartir mis asuntos con nadie ni he
tenido confidentes. Pero ahora era distinto. Desde el día del sismo, venía
lamentando no conocer a nadie en quien confiar; alguien lo suficientemente
“espiritual” como para no burlarse de los hechos ocurridos alrededor de la
muerte de Belicena Villca. Pero también que dispusiese de la libertad necesaria
para poder asumir un conocimiento que entrañaba tan graves peligros.
En un momento dado pensé acudir al Profesor
Ramirez, pero luego me avergoncé de esta idea egoísta que podía poner en
peligro la vida y la mente de este hombre ejemplar entregado a sus cátedras y a
su familia.
Estaba contrariado desde entonces pues sentía
que empezaba a manejar ideas demasiado “grandes”, demasiado inhumanas, que
podrían perturbarme si no las compartía. Y he aquí que de pronto resucita del
pasado un hombre de mi sangre a quien nunca soñé conocer. Un hombre solitario
como Yo; de acción. Un hombre jugado y de una edad en que no se
teme por la vida pues la muerte comienza a perfilarse como una realidad.
Sí –pensaba decidido– confiaría todo a tío
Kurt.
Al principio charlamos de nimiedades pues
ambos evitábamos contar nuestros secretos; Yo no revelaba el motivo de mi
visita y él callaba sobre el brutal ataque de los dogos y su cachiporrazo. Le
hablé sobre mis estudios y también de mis padres; él me explicó las técnicas
para obtener un buen arrope de tuna.
Así estuvimos ganándonos la confianza, hasta
que un día, de los últimos que guardé cama, le dije:
–Tío Kurt, desearía que me alcances el
maletín que traje conmigo. Quedó en el coche la noche que llegué.
Para
mi sorpresa tío Kurt abrió una de la puertas del ropero y extrajo de un
compartimiento el maletín que, por lo visto, había estado todo el tiempo allí.
Lo abrí y extraje la carta de Belicena Villca y algunas notas que había tomado
cuando dialogué con el Profesor Ramírez.
–Voy a explicarte el motivo de mi visita,
–dije tratando de transmitir la importancia que me merecía el asunto–. Es una
historia fantástica e increíble y pienso seriamente que sólo a ti me atrevo a
contarla sin reservas ni temor.
Tío Kurt arqueó las cejas, vivamente
interesado en algo que, al menos para mí, parecía de extrema gravedad. Mis palabras
y tono que usé, crearon el clima apropiado para ello.
Eran las tres de la tarde de un día
cualquiera, ambos habíamos almorzado y la serena tranquilidad que reinaba en
esa perdida finca invitaba al diálogo y la confidencia. Teníamos todo el tiempo
del mundo a nuestra disposición para aprovecharlo como nos viniera en gana.
Comencé a narrar los sucesos conocidos y, si
alguna duda albergaba sobre la credibilidad que tío Kurt daría a ello, ésta
pronto se disipó. Visiblemente alterado por algunos pasajes y ganado por la
impaciencia en otros, me interrumpía constantemente para pedir detalles y,
luego que obtenía lo que deseaba, me alentaba a continuar en un tono
autoritario que le desconocía.
El caso de Belicena Villca había capturado
completamente su interés pero, al enterarse de la existencia de la carta,
pareció enloquecer. La extraje en ese momento del maletín y tuve que hacer un
esfuerzo para evitar que me la arrebatara de las manos: era mi intención
permitir que la leyera, mas no en ese momento sino luego, cuando Yo hubiera
terminado de relatar lo acontecido. Se la mostré, pues, y continué con la
narración sin perturbarme por la ansiedad de mi tío, a quien le costaba un gran
esfuerzo, evidentemente, aguardar para leerla. Expliqué, en líneas generales, el
objetivo de aquella póstuma misiva, sin entrar en detalles sobre la increíble
historia de la Casa
de Tharsis, mencionando sólo la persecución milenaria que habia sufrido por
parte de los Golen-Druidas: hablé de Bera y Birsa y de mi convicción de que
Ellos eran los verdaderos asesinos de Belicena Villca. En ese punto parecía que
los ojos de tío Kurt iban a salirse de las órbitas; empero, sus labios
permanecían sellados por la sorpresa. Finalmente, le referí la traducción que
el Profesor Ramirez hiciera sobre la leyenda “ada aes sidhe draoi mac hwch”
y sus posteriores alusiones a los Golen-Druidas, lo que confirmaba a mi
criterio la veracidad, sino de todo, de gran parte del contenido de la carta.
Aquí se cortó el encanto y tío Kurt,
parándose de un salto, gritó:
–¡Sí Arturo! ¡Los Druidas! ¡A Ellos esperaba
la noche que tú llegaste! Luego de 35 años percibí la inequívoca señal de su
presencia y sabía que en cualquier momento sería atacado, aunque ignoraba por
qué habían aguardado tanto, por qué reaparecían ahora. Y ahora lo sé:
¡porque tú venías hacia mí, portador del Más Grande Secreto!
Era un rugido el que salió de su garganta al
pronunciar estas frases en alemán, siendo inmediatamente contestado por dos
prolongados aullidos de los mastines un piso más abajo y fuera de la casa. No
pude menos que asombrarme pues tío Kurt había hablado siempre en castellano ya
que mi dominio del idioma alemán es malo como consecuencia de la decisión de
mis padres de formarme “cabalmente argentino” al punto que ni entre ellos usaban
esta lengua.
Tampoco se me escapaba que, por más fuerte
que hubiera gritado, no podrían haberlo escuchado los perros. ¿Cómo entonces,
le habían contestado?
Miraba ahora con “otros ojos” a tío Kurt a
quien hasta el momento tenía por una persona, como tantas otras, torturada por
el recuerdo de los días de la guerra, pero, por lo demás, completamente normal.
Estaba entendiendo, lentamente, que había
algo más: tío Kurt tenía un secreto conocimiento que pesaba enormemente en su
conciencia, avivado ahora por mi relato.
Tío Kurt debía tener unos sesenta y dos años,
pero impresionaba por aparentar diez menos. Alto hasta la exageración –Yo le
calculaba un metro noventa– era fornido, de complexión atlética y se veía que
se mantenía en forma. El pelo, que debió ser negro, estaba gris, cortado muy
corto; los ojos azul claro, las cejas pobladas, la boca de labios finos con
grueso bigote y mentón firme, completaban su descripción. Un detalle quizás lo
constituía la cicatriz que surcaba su mejilla izquierda, realzada por el rojo
ruboroso de sus cachetes, signo de salud para su edad.
Gustaba vestir sencilla pero deportivamente y
siempre lo veía calzando botas de grueso gamuzón.
En síntesis, era un hombre impresionante; más
aún en ese momento en que parecía echar chispas por los ojos. Estuvo unos
minutos caminando en círculos por toda la habitación, con las manos atrás, en
las que tenía la carta de Belicena Villca que acababa de entregarle.
Yo
guardaba respetuoso silencio aunque intrigado por esta reacción. Habíamos pasado
varias horas hablando mientras afuera oscureció rápidamente. La habitación
estaba sumida en penumbras cuando entró la vieja Juana y prendió la luz.
–Jesús, Don Cerino ¿cómo es que están al
oscuro? Ya está la cena. Enseguida le subiré al Sr. Arturo lo suyo –la vieja
sonrió como de costumbre antes de salir.
Esta intromisión calmó a tío Kurt que todavía
giraba pensativo. Se detuvo a los pies de mi cama con las manos apoyadas en el
espaldar y, en correcto castellano dijo:
–Neffe[1],
creo que me has traído una respuesta que esperé por décadas. Si es así, podré
morir en paz cuando todo termine –dijo misteriosamente– pero, dime ¿qué te
trajo exactamente hasta mí? ¿cómo se te ocurrió venir a verme?
–Deseaba averiguar el motivo que tuvieron las . para acopiar toda la
documentación sobre los Druidas, –respondí–. Cuando pensé en ello, vino a mi
memoria el recuerdo de aquella noche treinta y cinco años atrás cuando me
regalaste la Cruz
de Hierro. Fue una intuición, pues inmediatamente, sin motivo aparente me
asaltó la seguridad de que tú sabrías responder a esos interrogantes. Luego
supe por Mamá que habías sido oficial de las . ... Y aquí me tienes.
–Ja,
ja, ja –rió admirado, con aquella carcajada estruendosa que lanzara al
descubrirme en la escalera de Cerrillos, de niño, y que tan bien recordaba.
–Has supuesto bien neffe; –continuó tío Kurt–
Yo puedo contarte algunas cosas que te resultarían útiles para la solución de
tus problemas. Cosas referentes a la Doctrina esotérica de la Orden Negra . Sin embargo, por un inevitable y
significativo designio de los Dioses, te sorprenderá comprobar hasta qué
extremo estaban en mis manos las respuestas que buscabas. Pero antes de hablar
de ello cenaremos.
Se fue, dejándome consumido por nuevos
interrogantes. De su exclamación anterior se desprendía claramente otro
misterio: ¿cómo había trabado contacto tío Kurt con los Druidas, quienes, al
parecer, lo perseguían a muerte desde hacía años?