Capítulo IX
La siguiente mañana desperté con el recuerdo
presente de los últimos conceptos expuestos por tío Kurt la noche anterior, que
iban aclarando lenta pero efectivamente el Misterio en que me hallaba inmerso.
Por de pronto, era ya seguro que mi tío compartía la misma filosofía oculta de
Belicena Villca, la “Sabiduría Hiperbórea”, y que la misma le fue revelada
durante su carrera como oficial de las Waffen
: ¡esto era más de cuanto Yo podía
soñar al venir a Santa María!
Y además estaba la cuestión del Signo: ¡no
sólo tío Kurt conocía la existencia del Signo sino que me confirmaba que tanto
él como Yo éramos portadores del mismo! No cabían dudas entonces que, al igual
que los Ofitas, Belicena Villca lo había percibido, en mis orejas o donde
quiera que estuviese plasmado, y ello la había decidido a redactar su increíble
carta. ¡Y tanto en el caso de los Ofitas como en el de Belicena Villca, la
muerte había intervenido implacablemente, como si Ella fuese un actor
insoslayable en el drama de los señalados por el Signo!
–Buen
día Señorcito, vengo a curarle la cabeza. –dijo la vieja Juana, circunstancial
enfermera–. Traje lo que me pidió. Mire, señorcito...
Enarbolaba una navaja de refulgente filo,
utensilio que había solicitado con la intención de afeitarme la cabeza, ya
depilada en parte por el Dr. Palacios en torno a la herida.
Concluída la cura, que consistía en lavar la
cicatriz y teñirla con una tintura roja a base de iodo, la vieja Juana se
entregó a la tarea de afeitarme la cabeza, concesión hecha al comprobar la
imposibilidad de poder hacerlo Yo mismo, con una mano sola.
Media hora después, luciendo el cráneo
perfectamente rasurado como un bonzo de Indochina, tomaba el nutrido desayuno
que me sirviera la solícita vieja.
–A
este paso pronto estará bien Señorcito –dijo la vieja, deleitada por la forma
en que devoraba las vituallas.
–Sí, pero con varios kilos de más –repliqué
sin dejar de comer.
A las nueve en punto subió tío Kurt a mi
habitación.
–¿Cómo estás neffe? ¿dispuesto a escuchar
otra parte de mi historia?
–Sí tío Kurt –respondí– estoy ansioso,
realmente ansioso por escuchar lo que tienes que contar.
Se acomodó en su sillón hamaca y comenzó a
hablar.
–Bien; habíamos quedado en que luego de
sorprender la conversación de mi padre con Rudolph Hess sobre el Signo, decidí
no hablar de ello hasta que alguno de los dos tomara la iniciativa.
Asentí con la cabeza mientras tío Kurt
retomaba el hilo del relato.
–Al finalizar la primera semana de Agosto de
1933, partimos hacia Berlín en tren. Rudolph Hess e Ilse, en cambio, irían
hasta Munich en automóvil y desde allí arribarían a Berlín en un avión, junto
con el Führer, Goering y varias personalidades del Tercer Reich, que
finalizaban sus vacaciones.
En Berlín nos hospedamos en el hotel Kaiserhof,
antiguo cuartel general del N.S.D.A.P.[1]
y esperamos, de acuerdo a lo convenido en Berchtesgaden, noticias de Rudolph
Hess. Estas llegaron a mediados de Agosto en forma de una citación para
encontrarnos con Rudolph Hess en el Ministerio de Educación y Ciencia.
Deberíamos estar preparados a las 7 hs. del día siguiente en el hotel, pues
seríamos recogidos por un vehículo oficial.
A las 7 en punto llegó el oficial Papp, a quien conocíamos por ser custodia de
Rudolph Hess en Berchtesgaden, en un coche con chofer uniformado de las S.A.
–Herr Hess los espera en el Ministerio de
Educación y Ciencia. Lo he dejado allí antes de venir a buscarlos. –Dijo el .
Llegamos en unos minutos y fuimos conducidos
por el hasta una puerta en la que se leía “NAPOLA
Dirección Nacional”. Entramos.
En un amplio recinto, sobriamente amueblado,
encontramos a Rudolph Hess con el uniforme de las S.A., a un hombre de aspecto
severo y a una secretaria que tecleaba una máquina de escribir. Todos se
pararon cuando llegamos.
–Profesor Joachim Haupt, le presento al Barón
Reinaldo Von Sübermann –dijo Rudolph Hess.
–Barón Von Sübermann, estás frente a Joachim
Haupt, Director Nacional de los NAPOLA –completó la presentación
Rudolph Hess.
Mientras se daban la mano Rudolph tomó la
palabra.
–He estado discutiendo el ingreso de Kurt con
Herr Profesor y, pese a la falta de vacantes, llegamos a un acuerdo. Será
incorporado al primer NAPOLA en Lissa para integrar el
“Cuerpo Selectivo de Estudios Orientales”.
Mi Destino estaba por lo visto resuelto. El
Profesor Haupt me observaba con detenimiento; al fin habló.
–Joven Von Sübermann, tengo entendido que
domina Ud. varias lenguas. ¿Me podría decir cuáles son? –preguntó.
–Sí Herr Profesor. Aparte de mis lenguas
natales árabe, inglés y alemán, hablo francés y griego –contesté tímidamente.
–Cinco idiomas es más que suficiente para
ingresar al NAPOLA de Lissa –dijo el Profesor Haupt– pero a nosotros nos
interesa su dominio del árabe. ¿Estaría Ud. dispuesto a estudiar otras lenguas
del Medio Oriente o del Asia, digamos por ejemplo, turco o ruso?
–Sí. Me gustaría aprender otras lenguas y
estoy dispuesto a estudiar aquello que mejor convenga para servir a la patria,
–respondí un tanto perplejo pues jamás se me hubiera ocurrido que en el NAPOLA
recibiría un entrenamiento tan específico.
–Entonces no hay más que hablar, –dijo el
Profesor Haupt–. Le haré extender una orden de incorporación. El próximo lunes
debe presentarse en Lissa.
Se dirigió a Papá.
–Hemos convenido con Herr que ésta sería la
mejor carrera para su hijo. Normalmente en la Escuela NAPOLA se
dicta el plan de estudio de segunda enseñanza oficial con especialización en
letras, ciencias naturales, lenguas modernas, etc., pero por un decreto
reservado del Führer, acabamos de crear una división especial de estudios
asiáticos. Esta división se llamará “Cuerpo Selectivo de Estudios Orientales” y
allí se formarán los futuros Ostenführer
[2] quienes, más adelante,
servirán en misiones especiales en el Asia. El Reichführer [3]
Himmler ha presentado un proyecto sobre el plan de estudios, y uno de los requisitos
a cumplir es el dominio de lenguas asiáticas. Tenemos ya Profesores de
dialectos tibetanos y mongoles, y de sánscrito. El joven Kurt puede ser un buen
auxiliar para el Profesor de árabe, lo que es una ventaja para todos.
Serán tres años intensivos en el NAPOLA,
que luego se complementarán, si nuestros planes se realizan, con un posterior
entrenamiento en la . Esta es una información
confidencial que revelo a Ud. por el solo hecho de que Herr Hess avala su
discreción.
Entiendo que estando Ud. en Egipto, no podrá
velar debidamente por el bienestar de su hijo ¿Pensó a quién delegará la
responsabilidad de la Tutoría ?
–preguntó el Profesor Haupt.
Se miraron Papá y Rudolph Hess y, acto
seguido, éste movió la cabeza en muda aceptación.
–Yo me haré cargo del joven Kurt –dijo
Rudolph Hess–. Disponga los papeles necesarios para cumplir esta formalidad.
–Entonces está todo solucionado –dijo el
Profesor Haupt– ¿Está Ud. de acuerdo Barón Von Sübermann?
–Totalmente de acuerdo. No podría hallar otro
tutor mejor para mi hijo, ni hay en Alemania nadie en quien confíe más que en
Rudolph –dijo Papá, que aún estaba conmovido por el gesto de Rudolph Hess.
Momentos después una eficiente secretaria,
preparaba un Legajo Personal a mi nombre, archivaba las declaraciones Juradas
de Rudolph Hess y de mi padre y me entregaba un sobre cerrado que debía
entregar en Lissa al presentarme el lunes siguiente.
–¡Heil Hitler! –dijeron al unísono el
Profesor Joachim Haupt y Rudolph Hess, al despedirse intercambiando el antiguo
saludo romano, consistente en alzar el brazo derecho y chocar los talones.
En las escaleras de piedra del Ministerio de
Educación y Ciencia se produjo otra despedida, pero esta vez más dolorosa, pues
Papá y Rudolph Hess se apreciaban profundamente. Las múltiples ocupaciones de
Rudolph Hess, hacían a éste muy difícil concretar otra entrevista, por lo que
decidieron despedirse allí mismo.
–Hasta pronto estimado Reinaldo –dijo Rudolph
a Papá, incapacitado por su habitual timidez de ser más expresivo. –Te echaré
de menos. Eres de los pocos amigos verdaderos que tengo y siempre es una gran
alegría estar contigo. No te preocupes por Kurt, Yo cuidaré de él; como su
tutor, seré avisado de inmediato sobre cualquier novedad que pueda surgir.
–Y tú Kurt –dijo Rudolph Hess dirigiéndose a
mí– no dejes de avisarme de las necesidades o problemas que tengas. Toma esta
tarjeta; –me extendió un rectángulo de cartulina con el águila del Tercer Reich
en relieve –puedes llamar al teléfono que allí figura y solicitar mi presencia
o transmitir tu pedido al Obersturmführer Papp, a quien
ya conoces.
Descendió un escalón, según su costumbre de
tomar distancia para observar a sus interlocutores, y nos miró con ojos
tristes, mientras en su boca apenas se esbozaba una sonrisa tímida.
–Hasta pronto familia Von Sübermann, ¡Heil
Hitler! –dijo y, previo abrazo con Papá, partimos en direcciones opuestas.
Empleamos el resto de la semana en adquirir
ropa y diversos elementos que necesitaría para mi internación en el NAPOLA
de Lissa. El siguiente lunes, luego de efectuar la presentación correspondiente
a un secretario con uniforme pardo de las S.A., me despedí de mi padre para
comenzar una nueva vida.