LIBRO CUARTO - Capítulo XXXVII


Capítulo XXXVII


Si Sining-Fu me había asombrado por sus grandes dimensiones ¿qué decir de Lan-Cheu-Fu que era cuatro veces mayor? Mas se trataba de dos clases distintas de ciudad: Sining-Fu representaba la típica urbe fronteriza, situada sobre un importante camino comercial; su vida dependía más que nada del tráfico de mercancías y no se interesaba particularmente en la producción; por eso semejaba, como dije, un descomunal mercado. Lan-Cheu-Fu, por el contrario, ­constituía la clásica metrópoli: era la capital de la provincia de Kansu y, si bien comerciaba tanto o más que Sining, estaba dotada de industrias clave, tales como las textiles y siderúrgicas, y acopiaba una gran variedad de productos agrícolas. Asentada sobre la margen derecha del Río Amarillo, daba la impresión de tratarse de una ciudad medieval europea por sus murallas almenadas y sus altas torres, pero su densidad demográfica resultaba incomparable: alrededor de 1.000.000 de habitantes. Pese a que existían arrabales fortificados de pobre aspecto, tras la muralla se hallaba la parte principal de la ciudad: unas 80.000 casas de madera bellamente decoradas, con todas sus calles pavimentadas de mármol o granito verde. Los “nacionalistas” se habían apresurado a ocuparla, acantonando un regimiento de 10.000 efectivos; el motivo: controlar una famosa fábrica de cañones pesados y otras de pólvora y fusiles.
Cosas de China. O quizás del racionalismo de Confucio. Lo curioso era que en la muralla de Lan-Cheu-Fu existía una Shen Hei, o “puerta negra”, la que no recibía su nombre por el color con que estaba pintada, sino porque pertenecía al mercado negro. Con ejemplar sentido práctico, el Tsung-Tu[1] negoció con los jefes del crimen organizado la cesión de aquella puerta. De acuerdo al arreglo, los mafiosos se encargarían de mantener una guardia permanente, coordinada con la guardia nacionalista de las restantes puertas; podrían entonces, canalizar por la Shen Hei todo el contrabando que quisieran, sin ser molestados por la policía. La ganancia que obtenía el Tsung-Tu con este original pacto radicaba en la tranquilidad de sus tropas, a las que podía ocupar en la guerra contra los japoneses o en combatir a los comunistas. Las Sociedades Secretas criminales eran tan viejas como China y siempre se había podido convivir con ellas: representaban el mal menor. En cambio con los comunistas o los japoneses sería imposible coexistir en paz. Al cederles soberanía sobre la Puerta Negra, legalizaba de algún modo las actividades ilegales y conseguía cierta supervisión sobre el incontrolable tráfico del Mercado Negro. De no obrar así, y obligar a las Sociedades a operar en la clandestinidad, sería necesario vigilar las 24 horas del día las murallas y habría que sostener periódicos enfrentamientos armados con los contrabandistas.

Los kâulikas de Sining se dirigieron directamente a la Shen Hei y allí dieron una contraseña a viva voz. De inmediato nos cedieron el paso. Pero, una vez adentro, no nos condujeron frente a un tosco malhechor, jefe de una “cofradía de bandidos”, como la definición de Von Grossen permitía presumir. El jefe de la Banda Verde era un anciano chino de exquisitos modales, que por el rubí encarnado que lucía en el gorro oficial declaraba ser un mandarín de primera categoría y primera clase: tal señal significaba la más alta jerarquía en la aristocracia china; también distinguimos una imagen de un unicornio ricamente bordado en su traje, insignia propia de los Kuan militares: los Kuan civiles llevaban insignias de aves.
Se llamaba Thien-ma, es decir, Caballo del Cielo, y nos sorprendió con su conocimiento sobre todos nuestros pasos: sabía que éramos alemanes, que procedíamos de Bután, que exploramos el Tíbet al mismo tiempo que otra expedición alemana proveniente de la India, que destruimos la aldea duskha, que aparecimos misteriosamente en el valle Kan-cheu y llegamos a Sining, y que ahora solicitábamos ayuda para viajar a Shanghai. Hablaba en mandarín culto y dejó formar un halo de intriga en torno a sus informes.
Estábamos en una enorme y lujosa casa que bien podría pasar por un palacio. Los sirvientes terminaban de poner la mesa y el Kuan nos invitó a sentarnos.
–Me dará gusto almorzar con Vosotros. Tengo entendido que sois Doctores, hombres de estudio, además de guerreros. Yo también lo soy: hace años alcancé el grado de Hamlin, que equivale a lo que llamáis profesor, el título más elevado que otorga la Universidad de Pekín. Mis especialidades son las Matemáticas y la Filosofía. He estudiado a fondo el Taoísmo y lo profeso: la nuestra podría considerarse como una Sociedad taoista. Es por esa filiación que somos aliados naturales del Circulo Kâula del Tíbet: nosotros consideramos que ellos conocen la parte oculta del taoísmo; de todos los taos, el Tao; de todos los caminos, el Camino; la Senda estratégica que lleva al Espíritu a liberarse de sus ataduras materiales. Muchos de los integrantes de la Banda Verde, al retirarse, suelen recluirse en los Monasterios kâulikas.
Von Grossen y Yo, al conocer a Thien-ma, convinimos en que se requería un nuevo estudio sobre las Sociedades criminales chinas. Evidentemente existía una sugestiva confusión, quizás originada en que la fuente común que disponíamos los europeos para conocer China eran los copiosos informes suministrados por los ingleses, los que contendrían información maliciosa y falsa. ¡Al fin de cuentas, para los ingleses la  era también una Sociedad Secreta criminal! Porque de lo que menos se podía acusar a Thien-ma era de ser un típico criminal; aunque las acciones de su organización estuviesen reñidas con la ley. El, y todos los de su “Banda”, eran idealistas, tenían una meta espiritual que alcanzar; y se encontraban en un mundo diabólico. En tales circunstancias gnósticas, la solución es siempre la misma: el fin espiritual justifica cualquier medio empleado para abrirse paso en territorio enemigo.
Los 25 hombres de Sining-Fu y los seis lopas almorzaban en una casa contigua. A Thien-ma lo acompañábamos Von Grossen, Oskar Feil, Srivirya, Bangi y Yo, que éramos los que proseguirían viaje a Shanghai; los primeros regresarían a Sining esa misma tarde, junto a los lopas cuyo destino era el Tíbet. El jefe de la Banda Verde hablaba muy bien el inglés, aunque ello no lo enorgullecía en absoluto y prefería expresarse en mandarín. No fue hasta muy avanzada la comida que lo supimos pues accedió a comunicarse en ese idioma con Von Grossen. Pasamos así, conversando con aquel hombre anciano, dotado de la curiosidad de un niño, toda la tarde: cuando se agotó el tema filosófico y religioso, caímos naturalmente en la cuestión política, es decir, en la realidad. A partir de allí, siguieron varias horas durante las que tratamos de hacerle comprender el nacionalsocialismo y su esencia hiperbórea. El tenía información, por supuesto, mas nosotros le brindamos todos los detalles que nos requirió.
Al fin, satisfecho de sostener una conferencia totalmente infrecuente en aquellas regiones, –nos aseguró– se dispuso a revelarnos cómo nos iba a hacer llegar a Shanghai. Pero antes nos hizo una reflexión sobre la situación en su patria.
–Oh, Tsing[2]: lo que me contáis sobre vuestro Führer, y su gobierno apoyado en masas patrióticas, trae a mi Espíritu sombríos pensamientos sobre el futuro de China. El Führer ha puesto frente a los alemanes su heroica y gloriosa tradición, y ellos la han aceptado con orgullo. Aquí, por el contrario, Mao-Tse-Tung adoctrina a los campesinos con las teorías de los judíos Marx, Engels, y Lenin, y les enseña a admirar a los rusos, un pueblo que era salvaje cuando ya China tenía una civilización desarrollada. Y por otra parte, Chiang Kai-Shek ha resultado ser una “piedra blanda”[3], pues se ha convertido al cristianismo renegando de nuestras milenarias tradiciones: quizás si él hubiese puesto, como vuestro Führer, la Cultura china frente a los chinos, ellos lo hubiesen apoyado masivamente. Pero en cambio les ofrece las atrayentes y engañosas imágenes de una Cultura extranjera. Una Cultura que pertenece a quienes hasta ayer nomás nos explotaron como a esclavos. Mao y Chiang, ambos chinos renegados, se hallan deslumbrados por Dioses extraños, ambos presentan al pueblo sus ideales extranjeros ¿Y a quién creen Ustedes que elegirán los chinos? ¿A los que seguramente nos volverán a oprimir, como ya lo hicieron, o a los que prometen hacer algo por el pueblo? No quiero responder Yo, prematuramente, a ese trascendental interrogante, pero desde ya os informo que el pueblo apoya en mayor medida a Mao que a Chiang, porque Mao cree en el pueblo y sabe expresar esa creencia, en tanto que Chiang sólo cree en Jesús, en Inglaterra y en Estados Unidos.

¡Jesús! He allí otro judío, ajeno por completo a la Historia y Tradición de China. ¿Pero qué maldición es esta, que ha caído sobre el Reino del Medio[4]? ¿Es que no existía otra opción para China que el judío Jesús o el judío Marx? Ninguno de nosotros contestó a estas dramáticas preguntas, pero me prometí a mí mismo hacerle llegar la edición inglesa de Mein Kampf, el libro del Führer.

–No deseo agobiar a mis huéspedes con lamentos de viejo –se disculpó Thien-ma– pero se darán cuenta que, a pesar de constituir una “pandilla criminal”, como nos califican los extranjeros, los Verdes amamos profundamente a China y nos preocupamos por su futuro. Preveemos que ciertas fuerzas extranjeras, a las que denominamos Pai-Lung-Yah[5], tratarán de matar al elefante dormido chino, antes que despierte.
Os diré cómo llegaréis a Shanghai. Debéis saber que existe una Tao-Hei, o ruta negra, por la que circula en ambos sentidos el contrabando hacia el Mar Occidental. La misma es casi oficial, ya que en todo su trayecto hay funcionarios sobornados, y atraviesa las mismas líneas japonesas, puesto que tampoco los nipones se resisten a ganar unos yens extra. Dentro de dos días parte de aquí un tren que sólo llega hasta Cheng Chow. Pero Vosotros descenderéis antes, en la ciudad de Sian, provincia de Shensi[6]. Desde allí marcharéis al Sur, atravesando los montes Tsing-Ling[7] que separan los Ríos Amarillo y Azul[8], hasta la aldea de Han-Kiang, en la orilla derecha del Río Han-Kiang. En esa aldea haréis contacto con nuestros hombres, quienes os embarcarán en un transporte que habitualmente lleva contrabando.
Navegaréis por las aguas del Han-Kiang y, en la confluencia con el Yangtse-Kiang, tomaréis por éste hasta Shanghai. Como veis, se trata de un plan muy simple.
–En efecto, lo parece –replicó el meticuloso Von Grossen–. Pero permítame que le haga unas preguntas.
Asintió con un gesto chino que consiste en inclinar la cabeza hacia adelante.
–Ud. me habla de 500 km. en tren. ¿No es posible que alguien sospeche y nos someta a un interrogatorio? ¿Qué haremos entonces? Porque carecemos de papeles oficiales alemanes y además estamos clandestinamente en China.
–Ah, Tsing. ¡Debéis cultivar la virtud de la paciencia! –condenó Thien-ma, con ingenua severidad–. Os dije que el tren parte dentro de dos días: para esa fecha los tres alemanes poseerán papeles que afirman que se trata de tres ingleses acreditados en China por la Sociedad de las Naciones, con la misión diplomática de observar la situación local y presentar informes que servirán para una futura mediación. Exhibirán sellos de entrada por Hong Kong y estarán escritos en inglés y mandarín: pero no temáis ¡nadie que os pueda inquirir de aquí a Shanghai conoce suficiente inglés para notar que sois alemanes! Os daremos, también, salvoconductos diplomáticos y un pase para los dos tibetanos, en el que figurará que los habéis contratado en Sining-Fu.
Os daremos también dinero, bastante dinero chino y japonés. Todo falso, los papeles y el dinero. Todo de la mejor calidad. Pero no proseguiréis solos: un Verde os acompañará hasta Shanghai. El os hará ingresar al tren por una Shen-Hei y os acomodará en un vagón que está bajo nuestro control. La única ocasión en que podríais ser interrogados sería al descender en Sian, cosa muy improbable porque sólo descenderéis si hay señales de seguridad, o si el tren fuese detenido en el camino, algo posible y bastante frecuente, pero generalmente todo se arregla con una generosa dádiva. Sean nacionalistas, o comunistas, en la pobre China nadie se resiste al soborno. Los bolcheviques tampoco en esto han sido originales, pues se integraron a la antigua institución del cohecho mediante un cambio de nombre que dejó a salvo su dignidad: le llaman “contribución a la Revolución”. Empero, si de todos modos os requisan, haréis valer vuestros papeles y vuestro, más valioso talento. ¿Estáis conformes? En caso contrario os daré más detalles; pero os conviene confiar en la Banda Verde, que conoce China como nadie.
Von Grossen se había quedado de una pieza: el apoyo logístico con que contaríamos sería análogo al que brinda un Servicio Secreto. Sin embargo no se amilanó y volvió a la carga con otra pregunta:
–Supongo que el resto del trayecto estará igualmente cubierto ¿No? Créame que confiamos en ustedes; mis preguntas obedecen a un fin más bien... profesional. ¡Eso es: profesional! Soy un oficial de inteligencia y no puedo evitar interrogar. En verdad en quien confiamos completamente es en el Círculo Kâula: y ellos nos han puesto en sus manos. Así que debemos tener confianza en la Banda Verde.
–Hacéis bien en darnos crédito. No os defraudaremos. Y os aseguro que nuestro hombre los llevará sanos y salvos a Shanghai: él conoce el paso por los montes Tsing-Ling y a la gente de Han-Kiang, así como a los japoneses de la guardia fronteriza en Nanking. Mas, por las dudas, antes de partir de aquí os daré una contraseña para el contacto en Han-Kiang y os diré dónde encontrarlo.
Por el momento, Von Grossen se dio por satisfecho, y los cinco fuimos conducidos a un amplio cuarto de húespedes, atendidos por solícitas y discretas damas chinas. En los siguientes días ya habría oportunidad para que el Standartenführer le arrancase a Thien-ma todos los datos que le interesaban.



[1] Tsung-Tu: Gobernador de Provincia.
[2] Tsing : Doctor.
[3] Kai-Shek significa “piedra dura”. La afirmación de Thienma tenía sentido irónico.
[4] Ch’in : Reino del Medio.
[5] Pai-Lung-Yah : el Dragón Blanco Jehová.
[6] Shen: paso, puerta; Si: oeste; Shensi: Paso del Oeste.
[7] Tsing o Chin : medio; Ling: montes; Tsing-Ling: Montes del Medio.
[8] Los Ríos Hoang-Ho y Yiangtse-Kiang.