Capítulo III
A las 21,30 hs. tío Kurt se instaló en un
cómodo sillón hamaca, junto a mi cama, y luego de permanecer pensativo unos
minutos comenzó a hablar. Se veía que había estado reflexionando sobre todo lo
ocurrido y tomado una decisión.
–Mira Arturo; –dijo con tono solemne,
tratando de ser convincente– comprendo que estarás impaciente por obtener las
respuestas que te han traído hasta aquí, pero debes darme tiempo para leer la
carta de Belicena Villca. Es un manuscrito extenso y me llevará varios días
asimilarlo, mas es necesario que lo haga antes de responder a tus preguntas; de
ese modo tendré el antecedente de lo que tú conoces, apreciaré lo que te falta
saber, y podré expresarme con precisión.
Esperaba mi aprobación sin condiciones. No
obstante, Yo creía que en nada le afectaría adelantarme alguna respuesta.
–Estoy
de acuerdo, tio Kurt, que dispongas de un tiempo para leer la carta. Pero dime
ahora ¿cómo es posible que el día de mi llegada estuvieses aguardando un ataque
de los Druidas?; quiero decir: ¿cómo sabías que Ellos estaban por venir?
–¡Pues porque el día anterior había escuchado
el
zumbido, el inconfundible zumbido de las abejas melíferas, que
delata el empleo del Dorje sobre el Corazón
! Sí neffe. Desde ese instante me acometió una incontrolable
taquicardia que aún me dura. Pero una vez más todos sus trucos fracasaron
frente a los poderes con que me han dotado los Dioses, y se verán obligados a
enfrentarse cara a cara conmigo. –Sus ojos brillaban desafiantes, pero Yo
quería aclarar las cosas. La alusión al zumbido y al Dorje, elementos que
Belicena mencionara el Dia Vigesimoquinto, cuando Bera y Birsa convirtieron en
Betún de Judea la sangre de los Señores de Tharsis, antes de leer su carta,
me había dejado helado de estupor.
Temblando, le pregunté:
–Pero,
entonces ¿ya habías oído anteriormente ese zumbido?
–Por supuesto, Arturo. Lo escuché por primera
vez en 1938, hace 42 años.
–¿Y dónde? –inquirí con asombro creciente,
que se iba anticipando a la sorpresiva respuesta.
–En el Tíbet; en la frontera entre este país
y la China. Fue
durante una expedición a las Puertas de Chang Shambalá.
La sangre se me agolpó en las sienes, me
sentí confundido, mareado, y entreví la posibilidad de perder el sentido. La
habitación había desaparecido de mi vista y en mi mente, junto a mil conceptos
y situaciones que surgían de la carta de Belicena Villca, las preguntas se
reducían a su extrema abstracción: qué, cómo, cúando, dónde, pugnando por tomar
forma concreta y ametrallar a tío Kurt. Este, que advertía mi confusión,
comenzó a reir alegremente.
–¿Has visto neffe? ¡Lo sabía! Será imposible
que logres comprender nada de la manera como propones el diálogo. Todo te lo
diré, no temas. Pero para que puedas aprovechar mi experiencia, para que puedas
comprenderla, lo mejor es que conozcas un resumen de mi vida. Te lo repito:
espera hasta que lea la carta; luego te relataré mi pasado y entonces sí
tendrán consistencia tus preguntas y adquirirán sentido mis respuestas.
Empero, –prosiguió– como veo que tu
impaciencia no es pequeña, te daré algo en qué pensar durante estos días.
Si no he entendido mal, tratarás de hallar
una Orden esotérica que presumiblemente existiría en Córdoba, una Orden de
Constructores Sabios, una Orden dedicada al estudio de la Sabiduría Hiperbórea ?
Asentí con un gesto.
–Pues bien, neffe: Yo estoy en condiciones de
afirmar que muy posiblemente dispongo de noticias precisas sobre dicha Orden. Y
no sólo sobre ella sino sobre el misterioso Iniciado que la ha fundado.
Aquello era lo último que hubiese esperado
escuchar y, nuevamente, los labios permanecieron sellados mientras en la mente
los interrogantes se formaban a gran velocidad.
Pero tío Kurt no me dio tiempo a preguntar:
–¡Te lo probaré! –dijo, mientras desataba un
paquete que había traído disimulado en su campera. Indudablemente tío Kurt no
tenía intenciones de referirse a ese asunto, a menos que mi impaciencia lo
obligase, y por eso había ocultado aquel envoltorio: de no ser necesario, no lo
habría mostrado en ese momento.
Al concluír, quedó entre sus manos un libro
de voluminoso aspecto, cubierto con gruesas tapas forradas en tela roja.
Sosteniéndolo frente a mis ojos, lo abrió y quedó al descubierto la primera
hoja; en ella se anunciaba en primer término, el título de la obra y el nombre
del autor: “Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea ”
por “Nimrod
de Rosario”. Más abajo, una inscripción daba indicios sobre la
filiación del libro: “Orden de Caballeros Tirodal de la República Argentina ”.
Cuando hube leído aquellas escuetas frases,
tío Kurt dio vuelta a la hoja y me señaló una “Carta a los Elegidos” que se
hallaba inserta a modo de prólogo; al final de la misma, tres hojas después, se
encontraba la firma del autor, Nimrod de Rosario, y la siguiente indicación: “Córdoba,
Agosto de 1979” .
–¡Seis meses! –exclamé– ¡Sólo seis meses que
fue publicado! ¿Cómo, tío Kurt, cómo Demonios llegó a tus manos?
–Ja, Ja. No precisamente por voluntad del
Demonio sino a mi buen amigo Oskar, quien falleció hace sólo tres meses y se
llevó el secreto a la tumba. –Aquí se puso serio, al notar el desencanto en mi
rostro–. Sé que esta parte de la noticia no va a causarte ningún agrado, pero
es preferible que conozcas de entrada la verdad.
Oskar, de quien te hablaré más adelante, se
hallaba como Yo refugiado en la
Argentina desde 1947. Al igual que con tus padres y otros
Camaradas, solía encontrarme con él un par de veces por año: luego de esos
encuentros secretos cada uno regresaba a sus tareas habituales. Ni cartas, ni
teléfono, nada nos debía vincular si es que deseábamos continuar libres. A mí,
ya se sabía que me perseguía una oganización secreta cuyas órdenes decían sin
dudar “ejecutar donde sea hallado”; pero el caso de Oskar era distinto: a él lo
buscaban “oficialmente” para ser juzgado por “crímenes de guerra”, y el reclamo
lo hacía la Unión
Soviética , puesto que Oskar Feil era oriundo de Estonia. Pero
Oskar, que pasaba por inmigrante italiano con el nombre de “Domingo
Pietratesta”, había contraído matrimonio en la Argentina y tenía una
hermosa familia a la que se debía proteger por sobre todas las cosas: en su
caso no cabía ni pensar la posibilidad de dejarse atrapar por el Enemigo. Por
eso extremábamos las precauciones para reunirnos cada seis meses. Y es que
tampoco podíamos dejar de unirnos pues ambos éramos entrañables Camaradas, no
sólo desde la guerra, sino desde muchos años antes, desde la época en que
juntos cursáramos la
Escuela N.A .P.O.L.A.
–Ah, Oskar, Oskar, –suspiró tío Kurt–. Un
amigo para más de una vida. Una compañía para conquistar Cielos e Infiernos, un
Camarada para la Eternidad.
–¿P, pero él murió? –dije balbuceando, para
traer a tío Kurt a la realidad.
Se quedó un instante en silencio. Al fin
pareció reparar en mí, y continuó con su relato.
–Si, neffe. Oskar falleció hace cuatro meses;
de “muerte natural”, según todas las versiones, pero no se me oculta que pudo
haber sido asesinado: sea de su muerte lo que fuere, su esposa jamás
denunciaría públicamente la verdad. El futuro de los tres hijos de Oskar la
obligaría a morderse los labios antes de hablar. De manera que ignoro con
certeza lo que ocurrió ya que, por obvias razones, no podré acercarme a su
familia hasta pasado un tiempo más bien largo; un año o más.
¡Pero vayamos a lo tuyo, Arturo! –dijo con
energía, luego de suspirar profundamente, como despidiéndose de su amigo
muerto–. Hace unos dieciocho meses, más o menos, nos encontramos en la Provincia de Jujuy, en
el Hotel Provincial de Tilcara: ambos pasábamos por turistas que visitaban el
famoso Pucará. Allí lo noté muy excitado y feliz: había hallado, me dijo
entonces, a quienes poseían un contacto directo con la Fuente de la Sabiduría Hiperbórea ,
es decir, con la misma fuente que nutría la Sabiduría de nuestros
Instructores Iniciados de la
Orden Negra .. De acuerdo a Oskar, luego de 35
años de tinieblas “democráticas” y judaicas, surgía nuevamente la Luz Espiritual del
Sol Negro: si, después de 35 años, durante los cuales el Enemigo vertió toda
clase de calumnias sobre la
Sabiduría de la
Orden , y después de que cientos de impostores, a menudo mero
personal subalterno de la . que ignoraba los Secretos de la Orden , sembrase la confusión
sobre la enseñanza iniciática que en ella se impartía. En Córdoba, me explicó
Oskar, había aparecido un gran Iniciado que se hacía llamar “Nimrod de
Rosario”; lo “de Rosario” era, al parecer, para diferenciar su apodo del Nimrod
histórico, un Rey Kassita que vivió 2.000 años A.J.C. Pero esto era anecdótico:
lo importante consistía en que aquel Iniciado dominaba todas las Ciencias de
Occidente, y en especial la Sabiduría Hiperbórea , en un grado tan alto como
Oskar no había visto nunca fuera de Alemania, y desde los últimos días de la
guerra, 35 años atrás. En verdad, habría que remontarse a aquellos días y a los
hombres que dirigían secretamente la Orden Negra , en particular a Konrad Tarstein,
para hallar un Iniciado equivalente. Por lo menos ésa era la opinión de Oskar.
Claro, fuera de las inevitables
comparaciones, y de aquello que tenían en común, existían diferencias abismales
entre Nimrod y nuestros antiguos instructores. Desde luego, ninguna diferencia
había en cuanto al Honor o a la Sabiduría Hiperbórea en sí: en este terreno todo
era análogo a la .. Pero ya no estábamos en los
días del Tercer Reich y la ., y es lógico que al organizar a
los partidarios de la
Sabiduría Hiperbórea Nimrod se haya visto obligado a contar
con aquello que la realidad, la realidad de 1979, le ofrecía. Aún recuerdo las
palabras de Oskar al referirse a la incompetencia espiritual de sus seguidores:
–“Créeme Kurt, que a Nimrod le hace falta una selección racial como la que se
practicó en Alemania, y de la cual surgimos nosotros. ¡Lo sé, lo sé! Ya no
estamos en Alemania sino en el mestizo Tercer Mundo. Sólo estoy planteando una
posibilidad imposible, un juego de imaginación. Es que me apena observar cómo
sus esfuerzos caen en vacío, son desaprovechados por gente que no consigue desprenderse
del siglo. No obstante, y sin rozar ni remotamente la disciplina de la ., ha conseguido formar un
importante grupo de apoyo que le permite desarrollar su Estrategia: con
personas salidas del esoterismo tradicional, especialmente muchos que comprendieron
que la Iglesia
Gnóstica de Samael Aun Weor es una secta sinárquica más, y
otros procedentes del nacionalismo argentino, vale decir, hombres con formación
política nazifascista. Con ellos formó la Orden de Caballeros Tirodal, en la cual se otorga
una ‘Iniciación Hiperbórea’ en todo semejante a la que recibimos nosotros en la
.”.
“Pero la Iniciación Hiperbórea ,
que es la Primera
de las tres que requiere la liberación espiritual y el Regreso al Origen,
–prosiguió Oskar– sólo puede ser administrada por quien exhiba la Segunda Iniciación ,
es decir, por un Pontífice Hiperbóreo. Nimrod es, por lo tanto, un Pontífice
Hiperbóreo. Cómo obtuvo su Segunda Iniciación, nadie lo sabe, pero tú y Yo
conocemos muy bien que sólo los Superiores Desconocidos, los Señores de Venus,
los Dioses Hiperbóreos la conceden. Naturalmente, para cumplir con su misión,
este Iniciado se ha prefabricado un pasado lo más consistente posible,
valiéndose para ello de su irresistible poder sobre la estructura ilusoria de
la realidad. Mas esto no nos interesa: su pasado, y las contradicciones que en
él puedan ser probadas, solamente interesan al Enemigo. Para nosotros, Querido
Kurt, lo cierto, lo innegable, es que su Sabiduría proviene de una Fuente
irreprochable: los Señores de Agartha”.
“¿Y cuál es su misión? –se preguntó Oskar–.
También es un enigma: parece estar ligada a la búsqueda de determinadas
personas a las que habría que orientar estratégicamente para cumplir un papel
en la próxima Guerra Total. Todo su esfuerzo está puesto en esa búsqueda, mas
no creo que haya tenido suerte pues, como te decía, sus colaboradores no son
los más indicados para la práctica de la Alta Magia. De hecho, hay muy pocos Iniciados en la Orden Tirodal y
ninguno responde a las exigencias de la misteriosa misión. Esta aseveración no
es una presunción subjetiva sino una confidencia del mismo Nimrod: en efecto,
cuando me entrevisté por primera vez con el Pontífice, éste, que demostró
poseer el poder de leer las Runas iniciáticas, me felicitó por el grado alcanzado
en la Orden Negra ,
pero evidenció un visible desencanto. Frente a mi sorpresa, se disculpó
enseguida y me explicó cortésmente que al recibir a un Elegido por primera vez,
siempre abrigaba la esperanza ‘de que fuese uno de Aquellos que cumplirían la Misión dispuesta por los
Dioses’. Este comentario me aclaró todo y comprendí en el acto que Yo,
obviamente, no era uno de ‘Aquellos’ a quien Nimrod aguardaba. No obstante, me
trató con camaradería y ofreció participar de la Orden , realizando funciones
en extremo reservadas, que en nada harían peligrar mi posición. Acepté, por
supuesto; y aproveché su confianza para indagar algo más sobre la desgraciada
búsqueda de los Elegidos aptos para llevar a cabo los designios de los Dioses,
búsqueda que sería casi imposible en el infernal contexto de la Epoca actual”.
–“La clase de gente que Ud. busca, Nimrod ¿es
de calidad superior a los Iniciados de la Orden Negra .?”
–“No se trata de calidad sino de confusión
estratégica, Señor Pietratesta. Tal vez si se consiguiese trasplantar a uno de
aquellos Iniciados del Castillo de Werwelsburg a esta Epoca, sin que
experimentase el paso del tiempo, tendríamos a un Camarada apto para la Misión. Pero ahora,
ciertamente, no tenemos un hombre semejante. Nuestros mismos Iniciados podrían
ser aptos para la misión si asumiesen completamente la Iniciación y dominasen
su naturaleza anímica, si se decidiesen a ser lo que son. Mas es difícil, muy
difícil, que los hombres espirituales de esta Epoca cuenten con el valor
necesario para dejar de ser lo que aparentan y sean definitivamente lo que en
verdad son. Sin embargo, los Dioses aseguran que existen hombres
capaces de tal valor, que se deben mantener abiertas las puertas del Misterio
hasta que ellos lleguen o los que están se trasmuten. Y esta certeza es la que
nos da fuerzas para seguir, Camarada Pietratesta”.
“Me hallaba en una casa de la Ciudad de Córdoba, –aclaró
Oskar– perteneciente a la
Orden Tirodal. En la amplia habitación, amueblada como
oficina, tras un imponente escritorio, estaba sentado Nimrod observándome
atentamente. Al fin abrió un cajón y extrajo un libro de tapas rojas”.
–“Señor Pietratesta –dijo con seriedad–.
Nadie llega hasta este lugar si previamente no ha sido investigado en la Tierra y en el Cielo. Ud.
ha satisfecho los requisitos y por eso le ofrecemos esta oportunidad: ingresar
a la Orden Tirodal
y convertirse en uno de sus Iniciados. Todos los que ingresan deben realizar
los mismos actos, que son muy sencillos: básicamente consisten en comprender
y aceptar los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea ,
los que, para beneficio de los Elegidos, hemos sintetizado en este libro –me
alargó el libro rojo–. El mecanismo de ingreso exige que Ud. lea este libro y
decida si comprende y acepta su contenido. Si la resolución es positiva
queda inmediatamente incorporado a la
Orden y adquiere el derecho de acceder a los otros trece
libros, que componen la ‘Segunda Parte’ de los Fundamentos y contienen la
preparación secreta para la Iniciación Hiperbórea. Si la respuesta es
negativa, si no comprende o no acepta los fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea ,
sólo tiene que devolver el libro y abstenerse de hacer copias, para quedar
desvinculado de la Orden.
Debo advertirle –dijo con tono de amenaza– que la falta a
esta condición es castigada severamente por la Orden ”.