LIBRO CUARTO - Capítulo XXII


Capítulo XXII


Karl Von Grossen tenía todo previsto para ­salir de inmediato cuando nosotros llegásemos. No obstante, pese a los esfuerzos, no se podría iniciar la marcha hasta dos días después. El día siguiente a nuestra llegada lo pasé, pues, entretenido en recorrer el Monasterio y examinar la maravillosa obra escultórica de la Pagoda. Allí me ocurrió un simpático hecho que, asombrosamente, te ha afectado a ti, neffe Arturo, más de cuarenta años después...
Al penetrar en la nave de la ciclópea roca tallada, me vi rodeado de improviso por un grupo de monjes kâulikas. Hasta ese momento habían estado entonando un mantram frente a una gigantesca estatua de Shiva danzando sobre el Dragón Yah: al notar mi presencia fueron silenciando poco a poco sus bijas y luego, al igual que los árabes que me secuestraron en El Cairo, se precipitaron como hechizados junto a mí. Mas entonces Yo estaba prevenido pues largos años había pasado en los Ordensburg y en la Orden Negra bajo la instrucción de Konrad Tarstein para ignorar lo que les sucedía a aquellos Iniciados. Era el Signo del Origen, el Signo invisible para mí que en los kâulikas causaba el efecto carismático de elevarlos espiritualmente hacia el Origen de Sí Mismo: por eso ellos deseaban situarse cerca mío, contemplarme, sostener la percepción de lo Increado. Nada más que eso querían y por eso Yo permanecí inmutable en el sitio, mientras aquellos Iniciados se ausentaban de la irrealidad del Mundo y accedían a la Realidad del Espíritu.
Así permanecimos un rato, en absoluto silencio: una nueva corte de estatuas para aquel gélido panteón. Yo comprendía su lengua y había intentado hablarles, pero fue inútil pues en su estado místico consideraban casi un sacrilegio dirigirme la palabra. Luego de un tiempo prudencial comencé a pensar la forma de librarme de ellos, cuando advertí que se acercaba, inusualmente sonriente, el Guru Visaraga. Todos los monjes se apartaron a su paso y él, tomándome del brazo izquierdo, me sacó de tan difícil situación. Lentamente me condujo al patio, seguido a regular distancia por los alucinados monjes.
En el patio lo aguardaban los sadhakas que vimos la noche anterior, soportando cada uno la rienda de un enorme mastín. Llevaban correa al cuello, sin bozal, de donde se sujetaba la mencionada rienda, y sin embargo no proferían ni un ladrido: mudos, silenciosos como los monjes que me rodeaban, aquellos terribles canes me observaban sin pestañear.
Entonces el Guru Visaraga habló. Y sus palabras aún resuenan en mis oídos con extraña nitidez.
–Oh Djowo: Vos sois para nosotros un Shivatulku, es decir, una manifestación de Shiva. Estos perros que veis aquí, son un obsequio de nuestra comunidad para quien exhibe tan claramente el Signo de Bhairava: la hembra se llama “Kula”, y el macho “Akula”.
Era el último regalo que hubiese esperado recibir de los kâulikas. Iba a protestar pero el Guru no admitía réplica: –¡Vielen dank! dije solamente.
–Vuestro compañero Von Grossen, que compartió varios meses nuestra mesa, nos ha confiado que los Iniciados de la  sois capaces de detener a un mastín enfurecido por medio de un grito.
Asentí con un gesto:
–En efecto –dije–. Todo Iniciado  debe demostrar que es capaz de imponer el Señorío del Espíritu sobre todas las criaturas animales de la tierra, por más salvajes que sean.
–Ah –suspiró el Guru–. Nos resulta difícil imaginar vuestro mundo así como a vosotros se Os torna casi imposible representar el nuestro. Más que las Razas, nos separa un Universo de Símbolos, un Muro de Ilusión plantado por el Gran Engañador. Vosotros a menudo os conformáis con palabras vacías, vale decir, os contentáis con palabras que representan ideas, ideas que tienen poco peso en la realidad, ideas que son tan ilusorias como las restantes formas de Maya. El Signo que vos portáis os hace distinto al resto de los mortales. Sin embargo ni vos, ni vuestros Gurúes, sabéis cómo demostrar esa supremacía. Pues bien, con esta simple pareja de dogos, Oh Bhattaraka, vos haréis lo que nadie, salvo que porte también el Signo de Shiva, es capaz de hacer en este Mundo: Os revelaremos un Kilkor [1] que os permitirá comandar mentalmente a ambos mastines a la vez.
Lo de dirigir a un perro con la mente sería efectivamente increíble para cualquier mentalidad racionalista, mas Yo lo consideraba posible y lo tomaba con naturalidad; lo que me resultaba incomprensible era aquello de controlar a “ambos mastines a la vez”. El Guru Visaraga, que continuaba explicando las características del siniestro regalo, no tardó en aclarar todas mis dudas.
–No os dejéis engañar por su aspecto fiero –afirmó con vehemencia–. No son animales comunes sino una pareja especialísima de perros daivas [2], balanceados en nuestro Monasterio gracias a fórmulas antiquísimas que posee el Círculo Kâula: los perros daivas son manifestaciones de la pareja arquetípica de perros celestes; cada uno es el exacto reflejo del otro, y ambos emanan perfectamente del Perro del Cielo; incluso sus cuerpos etéricos pertenecen a la misma Alma Grupal. Son como pares de principios opuestos manifestados y, normalmente, uno neutralizaría al otro sin remedio. Durante una guerra muy antigua, quizás anterior a la que narra el Mahabarata, los Gurúes entrenaban a los perros daivas como arma, para que atacasen en pareja y no pudiesen ser detenidos por los enemigos de varna inferior: sólo los Kshatriyas, los Héroes espirituales, los que por su Sangre Pura se encontraban “más allá” de los principios opuestos Kula y Akula, lograban detener a los perros daivas. ¡Es lo que vos, que ostentáis el Signo de Shiva, podéis hacer hoy con Kula y Akula!
Ya veis –concluyó el Guru– que aunque vuestro poder de detener a un mastín enfurecido mediante voces de mando os pueda parecer una hazaña inimitable, y tal vez lo sea en Occidente, nada podríais hacer contra una pareja de perros daivas. Desde luego, hablo de los Iniciados  en general. Porque vos, Dulce Peregrino, sois distinto a todos, poseéis el antiguo Tao, la quietud activa de Shiva meditando: ¡Vos podéis dominar a los perros daivas con la mente porque Vuestro Espíritu está más allá de Kula y Akula!


Imagínate, neffe Arturo, ocho varas con un trisula o tridente en cada extremo, es decir, ocho varas y dieciséis tridentes, dispuestas paralelamente una junto a otra y separadas por pequeñas distancias. Imagínate luego otro conjunto igual, pero con las varas ordenadas perpendicularmente a las anteriores. Aplica finalmente un conjunto sobre otro para formar una rejilla, y obtendrás la forma básica del Yantra que me enseñó el Guru Visaraga: una reja cuadrangular con ocho tridentes de lado y cuarenta y nueve cuadrados interiores.
Después de la explicación referida, el Guru, siempre acompañado por la pareja de sadhakas y los feroces canes, me condujo a una estancia iluminada por cientos de velas y cuyo piso no estaba pavimentado en modo alguno. De una de las múltiples repisas cubiertas de velas, tomó unas bolsas llenas de fina arenilla de colores varios y, con singular maestría, las fue derramando en el suelo hasta formar el Kilkor descripto.
Me preguntó si sería capaz de recordarlo. Asentí con un gesto y entonces dijo:
–Hijo de Shiva: no os sorprendáis porque conozcamos vuestros secretos, porque sepamos sobre vos más de lo que vos mismo aprehendéis. Vos procedéis de un país lejano, muchísimo más distante que el Assam Kâmarupa que a nosotros nos parece muy apartado, pero tenéis bastante en común con los kâulikas: sois de nuestra misma Raza y varna, sois un Kshatriya; lucháis en nuestro mismo bando contra idéntico Enemigo; estáis Iniciado en la misma antigua Sabiduría de Shiva, el Señor de la Guerra y la Destrucción de Maya, la Sabiduría que fundamenta el Tantra Kâula. Y, para nosotros, que somos Iniciados en el Tantra Kâula, vos sois un Tulku de Shiva, como os llamé hace un momento. ¿Sabéis qué es un Tulku?
–Creo que sí: –respondí sin demasiada convicción– la reencarnación de un Dios.
–¡No! –negó con firmeza el Guru Visaraga, aunque sonreía compasivamente–. Debéis decir, en todo caso: una de las reencarnaciones simultáneas de un Dios. De acuerdo con la Doctrina tántrica, cuando un  Dios, en determinada Epoca, decide revelarse a los hombres, puede hacerlo, y generalmente lo hace, en una multitud de manifestaciones físicas: el Dios posee entonces una pluralidad de cuerpos, existe como hombre simultáneamente en distintos lugares y circunstancias. Esos hombres, como vos, expresan las señales del Dios pero a veces ignoran que son Tulkus.
Hay, pues, varios Tulkus al mismo tiempo. Nuestro Tíbet, siempre fue rico en Tulkus debido a la espiritualidad elevada de los arios y de otras Razas que dominaban igualmente la antigua Sabiduría; nosotros somos quizás los únicos Iniciados en el Mundo que sabemos leer las señales de los Tulkus. Pero ahora, al final de la Era de Kâly, los Dioses se han trasladado a los países de la región que vos provenís y a otros que se hallan tras los océanos tenebrosos. Vuestra patria, Alemania, donde se han reunido hoy en día los descendientes más fuertes del tronco racial común, es uno de los últimos escenarios terrestres en que los Tulkus representarán el Drama de la Guerra de los Cielos. ¡Vos, sois un Tulku de Shiva! No es casual que estéis cumpliendo esta misión ni que nosotros os ayudemos: son los otros Tulkus, que conviven con vos en vuestra Nación, quienes con gran Sabiduría os han enviado a bloquear el paso de los Asuras de Shambalá.
Y porque os reconocemos como Tulku es que os vamos a dar la dîkshâ en el Kilkor svadi[3].
           

Puedes suponer, neffe, las dudas que me causaban las creencias de los kâulikas. ¿Yo un Tulku? La verdad era que Yo me sentía la manifestación de un único Espíritu, pero de ningún modo podía afirmar o negar que fuese también su única manifestación. Jamás se me había ocurrido pensar en tan inquietante posibilidad pero, de hecho, en ese momento no creía en ella. Aunque no me hubiese disgustado, por ejemplo, participar como Tulku de la esencia del Führer y compartir de esa forma su Destino de Gloria.
El Guru me ofreció una copa construida con un cráneo humano, artísticamente revestida en su interior con láminas de plata y tachonado de esmeraldas, que se hallaba rebosante de un desagradable brebaje. Contenía nang tcheud, la versión tántrica del soma, amrita o hidromiel, vale decir, el elixir de los Rituales de Iniciación, la bebida de los Dioses (Siddhas) o semidioses (viryas); el nang tcheud se emplea principalmente, en el Ritual de los Cinco Desafíos, pues se halla elaborado con las cinco “cosas prohibidas”: cinco clases de carne, inclusive humana; cinco peces; cinco cereales; cinco vinos; y cinco substancias vinculadas al sexo, tales como orín, semen, sangre, heces, y médula.
Lo bebí con evidente desconfianza y el Guru Visaraga, tal vez para tranquilizarme, se extendió un poco más en su explicación:
–Existen muchas clases de Kilkor: de Muerte, de Liberación, de Encantamiento, de Poder, etc. Y todos requieren la maestría en el Mantram Yoga y la perfección en la pronunciación de las fórmulas mágicas que los vivifican. Por eso hay tres grados o formas de afirmar las palabras de poder o bijas: la japa vâchika, que consiste en gritar los bijas, como órdenes acústicas, al modo de vuestras “voces de mando” militares; ésta es la más baja de las japas y es la que utiliza la  para dominar a los mastines; la japa[4] upâmshu, que exige expresar los bijas sin gritar ni hablar, como órdenes astrales; y por último, la más elevada de las japas es la manasâ, cuyo efecto no es causal sino sincronístico, es decir, que hace coincidir carismáticamente los bijas con el hecho que se quiere afectar, como órdenes increadas. Como los palos del I-Ching forman un significado increado que revela o descubre los designios de los Dioses, un significado no querido por los Dioses, un significado que no estaba en el destino, un significado que emerge por coincidencia acausal entre lo Superior Desconocido y lo Inferior Conocido, un significado arrancado por la fuerza de los Hombres Magos a los Dioses Traidores, del mismo modo la japa manasâ actúa por la sola determinación de los Iniciados, de aquellos que están mas allá de Kula y Akula.
Debéis saber, Oh Shivatulku, que sólo los grandes Iniciados son capaces de adquirir maestría en la japa upâmshu, la de segundo nivel. Ellos son los que poseen el poder de tulpa, o mudratulpa, la capacidad de conceder realidad a las ideas ordenadas y hacerlas surgir en el Mundo: con el Kilkor adecuado y la correcta japa upâmshu, es posible hacer aparecer toda clase de objetos materiales o de producir infinidad de fenómenos. Aquí mismo, estos perros daivas que véis, son sólo tulpas creados por nosotros para demostrar vuestro poder de Tulku.
–En efecto, no os asombréis; hemos creado mentalmente los dogos para que vos pongáis en práctica la japa superior, la japa manasâ, que es virtud particular sólo de los Siddhas o viryas y que los Tulku poseen naturalmente. Los perros daivas producto del tulpamudra son efectivamente reales, pero sólo vos, Oh Shivatulku, los podéis gobernar con las japas del Kilkor svadi. Los kâulikas requieren una peligrosa dîkshâ y sólo alcanzan a expresar la japa upâmshu, pero vos, que sois virya, sólo necesitáis que os transmitamos el Poder viryayojanâ que permite “dar vida” a las proyecciones mentales tulpa, el angkur de la japa manasâ. Vos no sois un kâulika, pero sois un tântrika; y ya tenéis la potestad de la japa manasâ.

A continuación, procedió a suministrarme la clave de los 49 bijas que iban en los correspondientes sectores del Kilkor.
El procedimiento “mágico” de control era el siguiente: Yo debía imaginar la reja del Kilkor y situar en cada cuadrado un  bija o palabra de poder; y cada bija era una orden que los perros obedecerían automáticamente: un bija significaba ¡silencio!, otro ¡avanzar!, otro ¡detenerse!, otro ¡atacar!, etc., etc., hasta completar cuarenta y nueve.
Pese a mi escepticismo inicial, y para alegría de los monjes, pude comprobar que el sistema era ciertamente infalible: una vez que hube memorizado el Yantra, los perros se convirtieron en una extensión de mi propia mente y bastaba la más leve insinuación de los bijas para que obedeciesen sin chistar, o, mejor dicho, sin ladrar.
Como aquel efecto era lógicamente sorprendente, no pude evitar interrogar al Guru sobre el modo en que el control mental se hacía efectivo.
–Para nosotros es muy simple –aclaró–. Hemos plasmado un Kilkor semejante a éste en el cuerpo sutil de cada perro y hemos establecido una correspondencia analógica entre cada bija y ciertas funciones vitales o motrices de ambos animales. Si esto se hiciese con un solo animal, de cualquier especie, el Guru o el Iniciado kâulika podría dominarlo sin obstáculos. Pero, como os dije antes, la pareja de perros daivas es diferente: ellos participan de un único Arquetipo perro y ambos están normalmente equilibrados; si la orden mental se emite “por debajo” del Plano arquetípico, uno neutraliza al otro y carece de efecto; sólo quien es capaz de pensar “por arriba” del Plano arquetípico, más allá del Arquetipo Creado por los Dioses de la Materia, sobre la dualidad relativa de lo manifestado y la unidad absoluta de lo inmanifestado, puede hacer prevalecer su voluntad en la acción de los perros daivas. ¡No lo olvidéis nunca: ni un Maestro de la Jerarquía ni nadie cuyo pensamiento se componga de principios opuestos, podrá detener a los perros daivas!

Kula y Akula, neffe Arturo, eran los tatarabuelos de Ying y Yang, los dogos que te atacaron cuando ingresaste de manera tan furtiva en la finca y Yo te tomé por enemigo. Igual que sus antepasados, estos obedecen las órdenes mentales del Yantra y se mueven ambos a la vez, perfectamente sincronizados.



[1] Yantra o Mandala (en tibetano: Kilkor). Figura geométrica para uso ritual o mágico. Significa “cerco”. El término “kor” da la idea de “encerrar” o “aprisionar”. Con más amplitud, un kilkor puede ser una muralla o fortificación, sentido que también alcanza al “mandala” sánscrito.
[2] Perros daivas : perros “divinos”, perros de los Dioses.
[3] Dar la dîkshâ : Iniciación en el Kilkor svadi, o “Kilkor del perro”.
[4] Japa: recitación de bijas, sonidos, o palabras mágicas.