Capítulo VI
Al día siguiente de aquel en el que terminó
de leer la carta, a las 21,30 hs. tío Kurt se instaló en un cómodo sillón
hamaca, junto a mi cama, y luego de permanecer pensativo unos minutos comenzó a
narrarme su vida.
–Tal como te ocurre ahora a ti, una serie de
“extrañas” coincidencias influyeron de manera determinante en los primeros años
de mi vida. Para apreciar con mayor perspectiva esta aseveración, debo comenzar
el relato muchos años antes de mi nacimiento, en el momento preciso en que mi
padre, el Barón Reinaldo Von Sübermann viene al mundo, es decir en el año 1894,
en la ciudad de El Cairo, Egipto. Ese mismo año, en Alejandría, a 130 km . de El Cairo, nace
también, una persona que sería en mi vida más importante que ninguna otra. Me
refiero a Rudolph Hess, cuyo natalicio ocurrió el 26 de Abril de 1894.
A pesar de las distancias entre ambas
ciudades, mi padre y Rudolph Hess pronto se conocieron, pues los padres de Hess
enviaron a éste a estudiar al Liceo Francés de El Cairo –la
escuela a la que concurría Papá– desde los seis hasta los doce años. Compañeros
de la infancia, estaban unidos por una tierna amistad que se consolidó con los
años.
Al finalizar los estudios primarios –tal como
hacían muchos germanos acomodados con sus hijos– los dos fueron internados en
el Evangelische
Paedagogium de Godesberg-Am-Rheim, ciudad distante
diez km. de Bonn.
Cuando ambos tenían dieciséis años, es decir
en 1910, se separan para seguir distintas carreras. Papá se matricula para el Instituto
Politécnico de Berlín en la carrera de Ingeniería Industrial. Rudolph
Hess viaja a Suiza, a la
Ecole
Superieure du Commerce en Neuchatel, por
imposición de su padre, rico exportador de Alejandría, quien deseaba iniciar al
joven en el mundo del comercio. La intención de Rudolph era, dentro de lo
posible, cursar el Doctorado en matemáticas.
La guerra de 1914 arruina todos los planes.
Papá es reclamado por mi familia a El Cairo, adonde regresa cuando estalla el
conflicto y permanece allí definitivamente pues al hacerse cargo del Ingenio
Azucarero no podrá ya concluír sus estudios.
Rudolph
Hess, que sólo permaneció un año en Suiza, se hallaba en Hamburgo
perfeccionándose en Comercio Exterior y no vaciló en alistarse en el Primer
Regimiento de Infantería de Baviera. Fue herido dos veces, en 1916 y 1917,
recibiendo la Cruz
de Hierro por actos de heroísmo. En 1918 ingresa al recién formado Cuerpo
Imperial del Aire, siendo instituido como piloto calificado, pero sin
intervenir en combates aéreos pues en Noviembre de 1918 se firma el armisticio
y es desmovilizado.
Vuelve a Egipto portador de una doble
tristeza: Alemania derrotada es despedazada por el Tratado de Versalles y sus
padres han muerto durante la guerra. Los negocios familiares son atendidos por
sus hermanos, el mayor Alfred, que es contador y una hermana casada.
El no desea ocuparse del comercio y así lo
hace saber: piensa retornar a Alemania para estudiar, no ya matemáticas, sino
Historia o Filosofía.
El tiempo que pasa en Egipto lo dedica a
buscar respuestas para tanta desdicha. Respuestas que sólo pueden dar los
Iniciados de las grandes Sectas Islámicas o Gnósticas de las que Alejandría en
particular y Egipto en general es fértil semillero.
Pero dejaré para otro día el relato de la Corriente Esotérica
en la cual Rudolph Hess iba a ingresar en esos días de 1919, en Egipto, que lo
llevaría junto a Adolf Hitler en 1920 y a Inglaterra en 1941. Continuaré con el
desarrollo cronológico de los principales hechos que interesan a la historia y,
luego, analizaremos estas cosas.
Tío Kurt era, por lo visto, un narrador
preciso, que sabía lo que quería decir y no se apartaba de ello. Me daba cuenta
que pasarían varios días hasta que completara sus recuerdos y esta perspectiva
me regocijaba.
–En Febrero de 1919 –continuaba imperturbable
tío Kurt– Rudolph Hess viajó a El Cairo para visitar a Papá y a otro amigo,
Omar Nautais. Se encontraron por primera vez luego de seis años, con la
consiguiente alegría mutua y de mi madre que también conocía a Rudolph de la
niñez.
Papá se había casado en 1917 y el 17/11/1918
nací Yo por lo que en esa fecha, Febrero de 1919, contaba con tres meses de
vida. Como aún no me habían bautizado, Papá pidió a Rudolph que fuera mi
padrino, a lo que éste accedió gustoso pues amaba mucho a mis padres y deseaba
brindarles una muestra de su afecto.
La ceremonia se llevó a cabo en la Iglesia Luterana
de El Cairo, una fresca mañana de Febrero de 1919, el día 17 para ser exacto.
Aquí tienes neffe una primera coincidencia
–decía tío Kurt en tono reflexivo– pues ese joven héroe de guerra de 25 años
que me tomaba en sus brazos, sería quince años más tarde Ministro de estado de
Alemania y el hombre de confianza del Canciller Adolf Hitler, su Stellvertreter [1].
En Egipto, como en todos los países
extranjeros, la comunidad germana organizó para el entrenamiento de sus niños,
las Hitlerjungen,
juventudes hitlerianas, con la supervisión velada de los agregados militares a la Embajada Alemana.
Dentro de este movimiento, figuraba un grupo “junior” llamado Jungvolk [2]
para niños de 10 a
15 años, al que ingresé a los 10 años, cuando aún cursaba los estudios
primarios en el Colegio Alemán de El Cairo.
Egresé en 1932 y Papá decidió enviarme a
Alemania para seguir estudios superiores. Contaba entonces 14 años y ostentaba
el título de Faehnleinsführer en la Hitlerjungen.
Al año siguiente, en Julio de 1933, partimos
de Alejandría en un barco mercante que, con pocas escalas, iba directamente a
Venecia; de allí seguiríamos en tren a Berlín.
En esos días Rudolph Hess era un personaje
muy importante en el Tercer Reich e increíblemente popular entre los miembros
de la comunidad germana de Egipto quienes se sentían gratificados con el
triunfo de uno de los suyos. Rudolph trabajó duro todos esos años para
contribuir a la victoria del Führer y salvo algunos viajes cada uno o dos años,
había abandonado completamente su primera patria egipcia. Sin embargo nunca
olvidó a sus amigos, que no eran muchos, ni a su ahijado Kurt Von Sübermann.
Invariablemente recibíamos una tarjeta
navideña todos los años y cuando en el Jungvolk necesitamos un tambor, recuerdo
que Papá me instó a escribir una carta a mi prestigioso padrino, quien no sólo
respondió amablemente con una misiva en la que me estimulaba a estudiar y
perseverar dentro de las Hitlerjungen, sino que se ocupó de mi infantil
solicitud.
Un día recibimos una citación de la Embajada de Alemania para
retirar una encomienda, cuyo remito debía ser firmado por el Faehnleinsführer
Kurt Von Sübermann, es decir por mí. Era el tambor oficial de las Hitlerjungen
pintado con flamas negras y blancas una Runa “ ” (s) del antiguo alfabeto germano futark,
con forma de rayo. La
Hitlerjungen utilizaba una Runa “ ” pero
la Schutzstaffel [3]
estaba autorizada para emplear dos (). Venía también una carta del Reichjugenführer [4]
Baldur Von Schirach en la que confirmaba que a pedido del Secretario Privado
del Führer,
Rudolph Hess, enviaba un tambor a los lejanos Camaradas de la Jungvolk de Egipto.
Seguía una larga lista de conceptos y finalizaba recomendando emplear el Himno
de la Juventud
Hitleriana :
Vorwarts, Vorwarts,
Schettern die Hellen Fanfaren,
Vorwarts, Vorwarts,
Estaba la firma de Baldur Von Schirach y tres
palabras: Heil und Sieg [6].
Ese tambor y esa carta me dieron una
injustificada fama entre los niños germanos de El Cairo, a la vez que
estimulaban mi vocación para continuar en la línea de las Hitlerjungen.
En 1933 llegaron noticias a Egipto de que el
Führer, al celebrar su 44 cumpleaños, abriría las escuelas NAPOLA que fueran
disueltas por los aliados en 1920[7].
Serían escuelas de formación para la futura
Elite alemana y en ellas se capacitarían los cuadros de la Juventud Hitleriana.
Pensando en la dificultad de ingresar en ella siendo germano-egipcio, Papá, que
poseía la amarga experiencia de no ser considerado “verdadero alemán” durante
sus estudios en Bad-Godesberg, consideró la posibilidad de dirigirse a Rudolph
Hess para que facilitara la admisión.
Para ello, antes de partir, le envió una
carta solicitándole una entrevista e informándole la fecha aproximada de
nuestra llegada a Europa.
Los puertos y ciudades extrañas que tocábamos
eran sitios fantásticos para un orgulloso Faehleinsführer de 15 años que se
debatía entre el gozo de conocer y la ansiedad de llegar. Llegar, sí, porque lo
maravilloso era el destino final del viaje mágico: Alemania.
–Me miras con incredulidad neffe –se
disculpaba tío Kurt– y te comprendo; es difícil entender lo que sentíamos en
esos días los jóvenes germanos, aún extranjeros como Yo. Egipto era la patria
amada, la tierra donde nací y crecí.
Pero Alemania era otra cosa.
Una patria eterna y lejana que de pronto se
tornaría real por intermedio de ese viaje fabuloso. Habíamos sido educados en
una mística cuya formulación era: “Sangre y Suelo”; obrábamos en consecuencia.
A fines de Julio, pleno verano europeo,
arribamos a Venecia, punto final de nuestro viaje por mar, desde donde
tomaríamos una combinación de trenes hacia Berlín. Estábamos prontos a
descender del Barco cuando el Capitán nos anunció que deberíamos pasar por las
oficinas, que la compañía posee en el puerto, para retirar un mensaje.
Llegamos allí, con el corazón oprimido
pensando en malas noticias de Egipto, para encontrar en cambio, una carta con
membrete oficial del Tercer Reich. En ella, Rudolph Hess nos advertía que
estaría ausente de Berlín hasta la segunda semana de Agosto pero que, si
deseábamos visitarlo enseguida, podríamos dirigirnos a la Alta Baviera. La
causa de esto era que el Führer había decidido descansar unos días en su Villa “Haus
Wachenfeld”, sobre el Obersalzberg, en Berchtesgaden
y parte de su gabinete le acompañó alojándose en hosterías cercanas. Rudolph
Hess y su esposa Ilse se hallarían encantados de recibirnos si decidíamos ir
hasta allí[8].
Papá no podía ocultar su satisfacción pues
esta situación era por demás beneficiosa para nuestros planes. Por un lado nos
ahorrábamos de viajar cientos de kilómetros, pues de Venecia a Berchtesgaden
hay sólo doscientos kilómetros en tanto que a Berlín más de mil. Por otro lado
teníamos la posibilidad de entrevistar a Rudolph, fuera de todo protocolo
oficial, sin padecer la interferencia de secretarias o asistentes y disponiendo
de tiempo para conversar y recordar las buenas épocas.
La vista de la legendaria Venecia, el paso
por Austria y la llegada a los Alpes Bávaros, fueron el umbral de mi ingreso a
un mundo nuevo y maravilloso.
Desde el momento en que pisé suelo Bávaro,
noté que el aire estaba como electrizado, como si un oculto motor enviase
vibraciones poderosas a través del éter. Era algo tan evidente en esos días –o
años– que cualquiera que estuviese medianamente predispuesto, podía percibirlo.
Esas vibraciones, que no se captaban con un
órgano físico, llevaban al espíritu receptor un mensaje: ¡Alemania despierta![9].
Pero esta traducción en dos palabras es burda; parece una proclama patriótica
elemental, no transmite cabalmente lo que evocaba en nuestro Espíritu esa
fuerza misteriosa. Trataré de explicarlo. ¡Alemania despierta! decía y quien
escuchaba no pensaba en la
Alemania geográfica, ni siquiera en el Tercer Reich, sino que
se sentía claramente en otro mundo, sin fronteras, en una Alemania sin Tiempo
ni Espacio, cuyos únicos límites eran justamente los fijados por esta misma
vibración.
Alemania concluiría solamente donde ya no se
percibiera la vibración unificadora pues, ahora lo sabían todos, Alemania era
también ese inmanente sonido inaudible llamado volkschwingen [10].
¡Alemania despierta! decía el mensaje
trascendente y Alemania, como el ave fénix, renacía de las cenizas de sus
últimas derrotas; se convertía en el epicentro de una nueva weltanschauung [11]
en la que no tendrían lugar las infamias de la conspiración judía mundial y de
la subversión marxista leninista.
La revolución parda traería un Nuevo Orden
que sólo admitiría en su Elite dirigente la jerarquía del Espíritu; serían
superiores quienes lo fueran realmente por sí mismos, sin importar ninguna otra
condición. Esta perspectiva estimulaba la sana competencia, insuflaba nuevas
esperanzas y alentaba a todos a compartir la aventura del “despertar alemán”. Y
nadie debía dudar pues el Nuevo Orden estaba garantizado, asegurado en su
pureza por la figura del Führer [12].
Sí, al fin Alemania tenía su Führer. El era
el verdadero artífice del Nuevo Orden, el Jefe que conduciría al pueblo germano
a la victoria.
Corría el año 1933, Alemania despertaba,
Adolf Hitler era el Führer.
[8] En Reichcoldsgrun,
Baviera, estaba la casa “alemana” de la familia Hess, construida por el
padre de Rudolph. Sin embargo las vacaciones del Stellvertreter transcurrían
habitualmente en Berchtesgaden, cerca de la residencia del Führer.