LIBRO CUARTO - Capítulo XXI


Capítulo XXI


El Oberführer Papp, antiguo conocido, me impuso de los detalles de la misión. La partida sería en cuatro días, pues ya tenían todo listo: víveres, equipos, armas, documentación falsa, etc. En verdad, recién entonces lo vi con claridad, aquella operación estaba preparada desde mucho tiempo atrás y, al parecer, sólo dependía de mí para ponerse en ejecución. Vale decir, que todos los que participaban de la operación, o de su secreto, el Führer incluido, estaban aguardando mi Iniciación, esperando el momento en que Yo adquiriese conciencia espiritual de la Clave del Signo y me pudiesen exponer la misión en el Asia. Creo que jamás sentí tanta vergüenza como entonces: Yo, el estúpido y arrogante aprendiz de Iniciado, había perdido meses, meses preciosos, tratando de profundizar racionalmente en la Sabiduría Hiperbórea de la Orden Negra; al fin, comprendiendo que transitaba por un callejón sin salida, que era presa de una trampa de la lógica, busqué en mi Espíritu la Verdad última que la razón, y el conocimiento racional, me negaban; y propicié así el Kairos Iniciático, de acuerdo a la confirmación que de él hicieron los Iniciados de la Orden Negra; luego fui Iniciado y Konrad Tarstein me explicó el carácter de la misión “Clave Primera”, tal su denominación codificada, y describió la facultad que Yo debería emplear para “cerrar la Puerta de Shambalá”, puerta que Ernst Schaeffer se proponía abrir y que tal vez estuviese abriendo en ese momento.
Esos pensamientos, y esta posibilidad, me angustiaban sobremanera, y diría la verdad si afirmara que aún aquellos cuatro días para partir se me figuraron interminablemente largos.


La primera etapa era en avión. Volaríamos desde Berlín hasta Tanzania, en la costa oriental de Africa, haciendo escala en diversos países africanos o colonias de aliados de Alemania, tales como España e Italia. En Tanzania, en la región de lo que fuera hasta la Primera Guerra Mundial el Estado de Zanzibar, nos arrojaríamos en paracaídas sobre la granja de una antigua familia de colonos alemanes que trabajaban ahora para el Servicio Secreto. Debía seguirse tal ruta porque la misión estaba calificada como “operación ultra-secreta de la Waffen ” y porque se efectuaba el vuelo en un avión militar especialmente adaptado para el caso: se trataba de un Dornier, o “lápiz volante”, al que se había reemplazado su clásica carga de bombas por tanques suplementarios de combustible.
En Tanzania, pues, descendimos sin problemas tanto nosotros como la carga de armas y equipos. Los colonos nos esperaban desde hacía tiempo y habían adquirido para nosotros un cargamento de hilos de algodón, en el que se apresuraron a ocultar los objetos comprometedores. Un día después, y luciendo un atuendo de indudable confección levantina, muy apropiado para el papel de comerciantes egipcios que debíamos representar, los colonos nos condujeron a la isla de Zanzibar en un lanchón de regulares dimensiones. En el puerto estaba anclado el buque italiano Tarento, que participaba secretamente de la operación y nos transportaría hasta Dacca, en el N.E. de la India.
En Zanzibar cambió completamente nuestra identidad. Tanto Yo, como los dos  Haupsturmführer, seríamos a partir de allí “comerciantes egipcios”. Era una jugada arriesgada, puesto que Egipto estaba en poder de los ingleses, pero nuestros pasaportes e historias fraguadas tenían pocas fallas y parecía difícil que despertásemos tantas sospechas como para iniciar una investigación. Yo mismo era verdaderamente egipcio y hablaba tan bien el inglés como el árabe, idioma que también dominaban mis Camaradas, aunque no así el inglés, al que imprimían fuerte acento alemán. Empero y llegado el caso, bastaría con que se expresasen correctamente en árabe, puesto que en Egipto nadie estaba obligado a saber inglés.

El Tarento cruzó el Océano Indico, con una sola escala en Ceilán, y luego se internó en el Golfo de Bengala con rumbo a Calcuta y Dacca. Finalmente ascendió por el Río Dalasseri, que es un brazo del Brahmaputra, y se fondeó frente a su orilla izquierda, en el puerto de Dacca, importante ciudad de lo que fue la Presidencia del Bengala Propio, luego Provincia de Bengala, después el Estado islámico del Pakistán oriental, y hoy Bangla Desh. El cargamento de hilo africano, con su precioso contrabando, pudo ser desembarcado sin inconvenientes y almacenado en un depósito que alquilamos al efecto.
No planeábamos permanecer demasiado tiempo en Dacca: el suficiente para vender o cambiar los hilos por las ricas sedas y muselinas bengalíes, aprovisionarnos de víveres, y contratar porteadores. Nuestra siguiente meta era la ciudad de Punakha, capital de Invierno del País de Bután. Allí nos aguardaba el  Standartenführer Karl Von Grossen y su ayudante, el  Obersturmführer Heinz Schmidt, ambos de la División III de la R.S.H.A.[1], ­llamada “Servicio Extranjero de Información” o “S.D. exterior”. Von Grossen era el jefe de la “Operación Clave Primera” y, aunque tenía como superiores inmediatos a Schellemberg y Heydrich, para esta misión fue puesto bajo el mando directo del Reichführer Himmler. Se había adelantado hacía ya muchos meses y mantenía, de algún modo extraño, bajo permanente observación a la caravana de Ernst Schaeffer. Tenía fama de hombre inteligente y rudo. También había sido policía, como mis asistentes Kloster y Hans, revistando varios años en la Gestapo de Baviera. Más luego solicitó el pase al S.D. exterior para hacer valer su doctorado en Historia. Era experto en Historia y Geografía del Asia, además de especialista en tácticas de despliegue rápido, conocimientos que explican porqué el Reichführer Himmler lo eligiera para comandar la Operación Clave Primera.

Tres días después salimos de Dacca hacia el Norte, tomando por un camino que bordea la orilla izquierda del Brahmaputra hasta Bonarpara y luego se desvía en dirección a Rangpur, la residencia del Rajá de Assam. Nos hallábamos en Otoño de 1938 y el clima agobiante de esas regiones pantanosas, surcadas por incontables ríos y sólo aptas para el cultivo del arroz, nos hacían desear el ascenso a las zonas altas y frías de Bután. Los dos  Haupsturmführer, Hans Lechfeld y Kloster Hagen, marchaban al frente, precedidos por quince porteadores arios puros, de Raza holita, con todo el cargamento; Yo cerraba la columna. Exhibíamos sólo tres fusiles Mauser de la Primera Guerra Mundial, armas acordes con nuestra supuesta profesión de comerciantes, en tanto ocultábamos entre las ropas las pistolas Luger de servicio y en las mochilas las temibles metralletas Schmeisser.
Acampamos un día en los montes Garro y cruzamos el Assam sin detenernos más que lo indispensable. Pronto nos encontramos a más de 2.000 mts. de altura, alegrándonos de dejar atrás las regiones tropicales, infestadas de animales salvajes y por los no menos salvajes bandidos de las tribus angka, michi, dafla, abors, etc. Una senda que serpenteaba por la ladera oriental del Himalaya nos conducía lentamente hacia el Bután.
           
En la aldea de Taga Dzong nos recibieron con gran alborozo, como si fuésemos embajadores de alguna potencia occidental, lo que nos causó gran contrariedad pues no deseábamos llamar la atención de los ingleses ni de ningún verdadero diplomático de la nación que fuese. Sin embargo, el misterio pronto se aclaró, al comprobar que dos enviados de Von Grossen esperaban nuestra llegada desde hacía meses para guiarnos hasta Punakha: eran dos lopas, funcionarios del Deb Rajá de Bután.
Acompañados por los delgados pero vigorosos lopas, también de Raza aria, atravesamos numerosos valles pequeños, enclavados entre cordilleras de enorme altitud. Tras cada escalón de la ladera himaláyica ascendíamos cientos de metros, no siendo infrecuentes los pasos, o dvaras, de 4 ó 5 mil metros. Los lopas hablaban bodskad, la lengua tibetana que Yo, como Ostenführer, comprendía perfectamente. En el dialecto de Jam nos explicaron que no iríamos directamente a Punakha pues allí, junto al Deb Rajá, se hallaba una guarnición inglesa: Karl Von Grossen estaba en un monasterio cercano, bajo la protección del jefe espiritual del País, el Dharma Rajá.

Al fin, arribamos al monasterio taoísta, construido sobre un monte cubierto por nieves eternas y desde el cual partía un escabroso sendero, sólo apto para peatones, que atravesaba el Himalaya y conducía al Tíbet. Von Grossen y su ayudante nos salieron al encuentro.
–¡Heil Hitler! Temía que no llegasen a tiempo –nos dijo por todo saludo.
–¡Heil Hitler! –respondí– El Haupsturmführer Doktor Kloster Hagen y el  Haupsturmführer Doktor Hans Lechfeld, –presenté a mis acompañantes– y Yo,  Sturmbannführer Kurt Von Sübermann. ¡Sieg Heil, main Standartenführer !
Von Grossen me observó atentamente, con curiosidad científica.
–¿Así que Ud. es el misterioso Iniciado de quien puede depender el Destino del Tercer Reich? –se preguntó con asombro– ¡Me lo imaginaba de otra forma!
–¿Cómo? –exclamé, perturbado por la indiscreta franqueza del Standartenführer.
–No lo tome a mal –dijo sonriendo por primera vez– pero es que aquí se ha hablado mucho de Ud., quizás más que en Alemania. Ud. sabe: esta gente tiene facultades psíquicas muy desarrolladas y durante varias semanas le han captado mientras se aproximaba. ¡No exageraría en lo más mínimo si le afirmo que todo el Tíbet espiritual conoce en este momento su llegada a Bután! Pues bien, Von Sübermann: ha sido Ud. observado psíquicamente y descripto de muy diversas formas, de allí mis dudas. Hay quienes sostienen que es Ud. un Gran Santo, y otros, por el contrario, que hacen de Ud. un terrible Guerrero. –Nuevamente, la interrogación se había pintado en su rostro–. Pero nosotros sabemos que Ud. es lo último ¿No?
Existía un dejo de duda en la voz de Von Grossen que me molestó sobremanera.
–¡En efecto, Kamerad Von Grossen! Según la Regla de la Orden Negra Yo soy un Guerrero, un Guerrero Sabio. Ignoro qué apariencia suponía que debía tener, pero no le quepan dudas que soy capaz de matar de la manera más terrible. Y que mataré de ese modo al que intente frustrar mi misión.
–¡Bravo! –exclamó Von Grossen con evidente sinceridad– Lo repito: debe Ud. disculpar mi sorpresa pero, tras tantos meses de espera, y oyendo las historias más disparatadas de boca de los lamas, ya no sabía a ciencia cierta qué clase de hombre esperaba. ¡Me alegro que sea Ud. un completo oficial , Von Sübermann!

Karl Von Grossen y Heinz Schmidt, que no dijera una palabra ni la diría más adelante pues era por demás de parco, nos habían alcanzado cinco km. antes del Monasterio. En ese momento llegamos y fuimos invitados a pasar a una confortable sala, donde ardía leña y guano en un hogar de piedra; afuera reinaba una temperatura de diez grados bajo cero.
En realidad no estábamos en un simple monasterio de lamas, como había supuesto, sino en una pequeña ciudadela rodeada de disuasiva muralla: tras los muros existían tres edificios de muy diferente arquitectura. El más imponente, era al Palacio del Dharma Rajá, donde residía en Invierno el Jefe espiritual de Bután. El segundo en importancia se trataba de una antiquísima Pagoda, quizá la construcción más vieja del conjunto. –Es un Templo tallado magníficamente en una sola y colosal pieza de piedra ­–nos explicó Von Grossen cuando atravesamos el patio exterior–. Data de los tiempos en que esta región estaba dominada por los Sacerdotes Budistas de Manipur: el Templo se dedicaba al Culto del Manú Vaivasvata, quien rige el presente mânvântâra o Manuantara, es decir, el ciclo de existencia de una Humanidad de animales-hombres. Posteriormente el País fue conquistado por una tribu lopa al mando de Iniciados taoístas, quienes eran profundamente iconoclastas y odiaban a todos los Sacerdotes, sin distinción de Culto. Ellos, naturalmente, clausuraron el templo luego de pasar a cuchillo a sus últimos moradores. De no haber sido así, ahora se veneraría aquí a Maitreya, la próxima reencarnación del Manú, quien no sería otro que el Meshiah que esperan los judíos. Pero las Ordenes de Sacerdotes budistas no han olvidado este lugar y permanentemente acechan, buscando la oportunidad de reconquistarlo.
La tercer construcción, en la que nos hallábamos, era el Monasterio propiamente dicho y consistía en un laberíntico edificio donde habitaban por igual una numerosa comunidad de monjes y monjas tibetanas. Aquella composición de Iniciados mixtos me sorprendió y así se lo hice saber a Von Grossen.
–Es que los actuales ocupantes constituyen una Sociedad Secreta que no es ni hinduísta, ni budista, ni taoísta, sino que se halla “más allá” de tales sistemas religiosos: y “más allá” no significa “por arriba” o “sobre”, sino fuera. Es decir, que la Sabiduría que ellos poseen se halla fuera de los sistemas religiosos. No sostienen, pues, un mero sincretismo sino una Sabiduría espiritual verdadera, posiblemente lo mismo que Uds. en la Orden Negra, y nosotros en el Instituto Ahnenerbe, denominamos Sabiduría Hiperbórea. De hecho ellos adhieren totalmente al Nacionalsocialismo, aunque no les interesa tanto la política como la Filosofía de la  y la presencia terrestre del Führer, a quien llaman “El Señor de la Voluntad”.
Los cinco oficiales  ocupábamos sillas en torno al extremo de una mesa de notable longitud: un grupo minúsculo en un sitio donde cabían más de cincuenta comensales. Von Grossen estaba sentado en el centro, de espaldas al crepitante hogar. Los porteadores holitas descansaban en una cuadra cercana. La conversación se interrumpió al hacer su entrada tres monjes ataviados con negras túnicas de lana de yak. Llevaban la cabeza cubierta con una capucha cosida a la misma túnica, lo que les ensombrecía la cara, aunque se podía apreciar que los tres tenían el cabello largo y eran de Raza tibetana, posiblemente lopas. Dos aparentaban ser muy jóvenes y fuertes, y eran de distinto sexo: un yogui y una yoguini, Iniciados en Artes Marciales, que se movían con gracia felina. El tercero, un anciano de edad indefinida, dirigió unas palabras a Von Grossen en bodskad de Jam.
El  Standartenführer se apresuró a presentarlo:
Kameraden: frente a Uds. el Guru Visaraga, jefe de este Monasterio, junto a sus dos principales sadhakas.
Saludaron con una inclinación de cabeza, a la que respondimos absurdamente mediante la venia nazi.
–A pesar de ser los anfitriones –aclaró Von Grossen– solicitan permiso para permanecer a nuestro lado. Les he contestado afirmativamente, pues son gente de absoluta confianza. Prosigamos, entonces, tratando nuestros negocios.
Los monjes tomaron asiento y Von Grossen continuó tranquilamente hablando en alemán. Y durante el tiempo que duró la conversación, pude comprobar con desagrado que no me quitaban los ojos de encima, como si algo en mi aspecto atrajese irresistiblemente su atención y los hubiese hipnotizado.
–Como les decía –explicó Von Grossen– estos monjes ­constituyen una Sociedad Secreta conocida como “Círculo Kâula”. Su Sabiduría es el Kula, el tantrismo “de la mano izquierda”, un sistema de yoga que permite trasmutar y aprovechar la energía sexual, pero que requiere la participación física de la mujer. De allí la población mixta que a Ud. le ha sorprendido, Von Sübermann. Los kâulikas son temidos en el Tíbet pues se los considera “Magos Negros”, pero a mi modo de ver lo único negro que tienen es la túnica. Bromas aparte, es evidente que tal calificación procede de sus más enconados enemigos, los miembros de la Fraternidad Blanca, una misteriosa organización que está atrás del Budismo y de otras religiones, y que es muy poderosa en estas regiones: es por oposición y contraste a la “blanca” Fraternidad que los kâulikas son llamados “negros”, ya que ellos son ascetas de elevada moral. Todos los hombres y mujeres que Ud. ha visto aquí son sadhakas vamacharis [2].
Los Iniciados e Iniciadas en el Camino del Kula realizan periódicamente un Ritual denominado “de los Cinco Desafíos”, en el que practican “cinco actos prohibidos a los Maestros de la Kâlachakra”, lo que explica por qué son ­odiados por los Gurúes de Shambalá. Vulgarmente, el Ritual secreto es conocido también como “Pankamakâra” o “de las cinco M”, porque con esa letra comienzan los cinco nombres de las “cosas prohibidas”: madya, vino; mâmsa, carne; matsya, pescado; mudrâ, cereales; maithuna, acto sexual. Según sus enemigos budistas, por practicar este Ritual los kâulikas se sitúan en el vâmo mârga, o “Camino de la Izquierda”, el sendero de los Kshatriyas, que conduce a la Guerra y no a la Paz, a Agartha y no a Shambalá, a la unificación absoluta de Sí-Mismo y no a la aniquilación nirvánica del Yo identificado con El Uno Parabrahman. Lo cierto es que por medio de técnicas secretas de su Tantra sexual, los kâulikas desarrollan increíble poder sobre la naturaleza animal del cuerpo humano e, incluso, consiguen obtener la liberación espiritual.
Resumiendo, Von Sübermann, los kâulikas son yoguis perfectos, Iniciados capaces de alcanzar en el éxtasis del acto sexual el Infinito y la Eternidad del Espíritu, y de situar su núcleo de conciencia más allá de Mâyâ, la Ilusión de las formas materiales.          
Del taoísmo primitivo poco ha quedado, aunque formalmente, a fin de evitar persecuciones, los monjes se definen a sí mismos como “taoístas”, Religión más potable para los Príncipes budistas e hinduístas de los países vecinos. Pero en los shastras de Lao Tsé que se conservan en este Monasterio la palabra “Tao” ha sido sustituida por “Vruna”, vale decir, por Shakti, el Espíritu Eterno e Infinito del hombre. No olvide, Von Sübermann, que aquí estamos frente a una Sabiduría que proviene de una fuente distinta de Chang Shambalá, y por eso la Shakti significa “Espíritu Puro”, un concepto semejante a la “Gracia” de la teología occidental.
Vruna es una antigua palabra indoaria que significa “Espíritu Eterno, Infinito e Increado”: de ella derivan los signos que representan tales sentidos, es decir, las Runas, reveladas a los arios por Wothan; también el Dios Varuna registra la misma raíz. Empero, y de acuerdo a las más remotas tradiciones de la Raza Blanca, la misma “Vruna” procede a su vez de la palabra atlante Vril, que tenía idéntico significado. Ya ve, Von Sübermann, que el “Vril” propuesto en Alemania como ideal espiritual del Caballero Iniciado , es un estado representado aquí por Vruna, el poder tántrico de situarse más allá de Kula y Akula, y como el aunténtico Tao espiritual está más allá de Ying y Yang. Para el hombre espiritual, el Vril como Vruna reviste siempre la forma de una Diosa Antigua, una Shakti Divina, que no es otra más que la imagen olvidada de la Pareja del Origen. Los kâulikas creen que una vez alcanzada la Vruna, lo que sólo se consigue luego de pasar por la muerte ritual, el Espíritu libre se encuentra frente a la Verdad del Origen, se reencuentra con su pareja original, y se consuman las Bodas del Espíritu, luego de las cuales se recupera la Eternidad. El kâulika, vivo o muerto, experimenta desde entonces un Amor helado que no es de este Universo y queda reintegrado a una Raza de Dioses Vrúnicos, Señores del Vril.
En síntesis, aquí los kâulikas siguen el Sendero Kula, que comienza en la mujer de carne y termina en la Pareja Original, en lo profundo de Sí Mismo: al final de ese peligroso camino, el kâulika, enfrentado definitivamente con la Verdad, corridos los velos de todos los Misterios, es Shiva, el Destructor de la Ilusión, el Guerrero por excelencia. Para nosotros, Von Sübermann, Shiva es Lúcifer, es Caín, es Hermes, es Mercurio, es Wothan: para nosotros, Shiva es el prototipo del Caballero d.

El Guru Visaraga y sus sadhakas continuaban observándome con delectación. El extraordinario informe brindado por Karl Von Grossen me acababa de revelar por qué había sido elegido para presidir aquella operación: a sus dotes y conocimientos militares, el Standartenführer sumaba una gran comprensión de las costumbres y creencias religiosas del Asia. Decidí hacerle una pregunta concreta, sobre el objetivo principal de la misión.
–Mucho le agradezco sus valiosos datos –dije– pero hay algo que me preocupa desde que arribamos. Entonces Ud. dijo: “creí que no llegarían a tiempo”. ¿De qué tiempo disponemos, Herr Von Grossen?
–Poco, muy poco, Von Sübermann. Pero será suficiente, si partimos cuanto antes y redoblamos la marcha, para alcanzar a Schaeffer antes del lago Kyaring ¿Está Ud. enterado que allí será entregado a una secta de fanáticos asesinos uno de los integrantes de la expedición, el oficial Oskar Feil?
–Sí –respondí–. Fui informado en Berlín. Lo que me intriga es cómo ha podido saberlo Ud., de qué medios se vale para conocer en todo momento la ubicación de la expedición de Schaeffer.
–No es ningún secreto, ni se trata de ningún procedimiento misterioso o sobrenatural: es espionaje liso y llano; el caso más clásico de espionaje que ha estudiado en el Curso de Seguridad. Como Ud. ya sabe, desde que la Operación Altwesten se gestó en Alemania, fue infiltrada por el S.D.: tenemos allí dos hombres del Servicio Secreto que no han despertado sospecha alguna en el desconfiado Ernst Schaeffer. Sin embargo, ellos nada hubiesen podido hacer si no contásemos a nuestro favor con el apoyo del Círculo Kâula, cuyos tentáculos se extienden por todo el Tíbet. Son los fieles kâulikas quienes transportan los mensajes de nuestros espías a través del Himalaya y nos facilitan permanentemente la localización de la expedición. Ya le dije, Von Sübermann, que en estos países los kâulikas son muy temidos, y su fama favorece la colaboración de los supersticiosos pobladores. Fama que, en este sentido, ellos no ­desmerecen en absoluto, pues más que ascetas son monjes guerreros y los traidores pueden estar seguros de que tarde o temprano morirán en sus manos. Así, pues, una vasta red de espionaje se ha tendido en torno de nuestro objetivo.
Conviene que sepa, Von Sübermann, que el Dharma Rajá, el Jefe espiritual de todo el país de Bután, es secreto partidario del Círculo Kâula y por eso ha destinado el Palacio contiguo como Residencia de Invierno. Odia intensamente a los ingleses, a los que considera “representantes de los Demonios”, y ha ordenado que se nos preste la mayor ayuda posible mientras permanezcamos en su País. El segundo hombre importante es el Deb Rajá, a quien se ha encargado de la Administración y los asuntos de Estado, por lo que debe permanecer en Punakha y soportar a los ingleses, a los que odia tanto como el Dharma Rajá. De todos modos, nosotros contamos con salvoconductos oficiales que nos permitirán llegar al Tíbet y aún movernos en ese país, presentándonos como funcionarios y comerciantes al servicio del Rajá.
–De acuerdo a lo dicho –prosiguió Von Grossen– disponemos de muy poco tiempo. Deberíamos partir mañana mismo si fuese posible. Ernst Schaeffer ha salido de Lhasa hace tres semanas, siguiendo la ruta hacia Chamdo, pero su marcha es lenta pues no desea que algún malentendido malogre su visita a Chang Shambalá: sabe que sus movimientos son permanentemente vigilados desde la Torre Kampala. Su cautela se torna más comprensible, también, si se considera que debió permanecer un año en Lhasa, en el Palacio del Dalai Lama, hasta que recibió la autorización para acercarse a Chang Shambalá: debe todavía atravesar el Cancel y persuadir a sus Guardianes de que, en efecto, cuentan con el aval de los Maestros. Se comprende, entonces, que trate de evitar errores y se aproxime lentamente a su infernal destino.
Por nuestra parte, debemos partir lo antes posible pues se acerca el Invierno y pronto los pasos del Himalaya se convertirán en glaciares. Empero, una vez en el Tíbet, nos apartaremos de la ruta comercial tomada por Schaeffer y adelantaremos jornadas hasta darle alcance.


[1] R.S.H.A.: Dirección General de Seguridad del Reich (S.S.).
[2] Vamacharis : Mago kâulika o Iniciado de la Mano Izquierda.