Capítulo XXI
El Oberführer Papp, antiguo conocido,
me impuso de los detalles de la misión. La partida sería en cuatro días, pues
ya tenían todo listo: víveres, equipos, armas, documentación falsa, etc. En
verdad, recién entonces lo vi con claridad, aquella operación estaba preparada
desde mucho tiempo atrás y, al parecer, sólo dependía de mí para ponerse en
ejecución. Vale decir, que todos los que participaban de la operación, o de su
secreto, el Führer incluido, estaban aguardando mi Iniciación, esperando el momento
en que Yo adquiriese conciencia espiritual de la Clave del Signo y me
pudiesen exponer la misión en el Asia. Creo que jamás sentí tanta vergüenza
como entonces: Yo, el estúpido y arrogante aprendiz de Iniciado, había perdido
meses, meses preciosos, tratando de profundizar racionalmente en la Sabiduría Hiperbórea
de la Orden Negra ;
al fin, comprendiendo que transitaba por un callejón sin salida, que era presa
de una trampa de la lógica, busqué en mi Espíritu la Verdad última que la razón,
y el conocimiento racional, me negaban; y propicié así el Kairos Iniciático,
de acuerdo a la confirmación que de él hicieron los Iniciados de la Orden Negra ; luego fui
Iniciado y Konrad Tarstein me explicó el carácter de la misión “Clave
Primera”, tal su denominación codificada, y describió la facultad que
Yo debería emplear para “cerrar la
Puerta de Shambalá”, puerta que Ernst Schaeffer se proponía
abrir y que tal vez estuviese abriendo en ese momento.
Esos pensamientos, y esta posibilidad, me
angustiaban sobremanera, y diría la verdad si afirmara que aún aquellos cuatro
días para partir se me figuraron interminablemente largos.
La primera etapa era en avión. Volaríamos
desde Berlín hasta Tanzania, en la costa oriental de Africa, haciendo escala en
diversos países africanos o colonias de aliados de Alemania, tales como España
e Italia. En Tanzania, en la región de lo que fuera hasta la Primera Guerra
Mundial el Estado de Zanzibar, nos arrojaríamos en paracaídas sobre la granja
de una antigua familia de colonos alemanes que trabajaban ahora para el
Servicio Secreto. Debía seguirse tal ruta porque la misión estaba calificada
como “operación ultra-secreta de la
Waffen ” y porque se efectuaba el vuelo
en un avión militar especialmente adaptado para el caso: se trataba de un
Dornier, o “lápiz volante”, al que se había reemplazado su clásica carga
de bombas por tanques suplementarios de combustible.
En Tanzania, pues, descendimos sin problemas
tanto nosotros como la carga de armas y equipos. Los colonos nos esperaban
desde hacía tiempo y habían adquirido para nosotros un cargamento de hilos de
algodón, en el que se apresuraron a ocultar los objetos comprometedores. Un día
después, y luciendo un atuendo de indudable confección levantina, muy apropiado
para el papel de comerciantes egipcios que debíamos representar, los colonos
nos condujeron a la isla de Zanzibar en un lanchón de regulares dimensiones. En
el puerto estaba anclado el buque italiano Tarento, que participaba
secretamente de la operación y nos transportaría hasta Dacca, en el N.E. de la India.
En Zanzibar cambió completamente nuestra
identidad. Tanto Yo, como los dos Haupsturmführer, seríamos
a partir de allí “comerciantes egipcios”. Era una jugada arriesgada, puesto que
Egipto estaba en poder de los ingleses, pero nuestros pasaportes e historias
fraguadas tenían pocas fallas y parecía difícil que despertásemos tantas
sospechas como para iniciar una investigación. Yo mismo era verdaderamente
egipcio y hablaba tan bien el inglés como el árabe, idioma que también dominaban
mis Camaradas, aunque no así el inglés, al que imprimían fuerte acento alemán.
Empero y llegado el caso, bastaría con que se expresasen correctamente en
árabe, puesto que en Egipto nadie estaba obligado a saber inglés.
El Tarento cruzó el Océano Indico, con una
sola escala en Ceilán, y luego se internó en el Golfo de Bengala con rumbo a
Calcuta y Dacca. Finalmente ascendió por el Río Dalasseri, que es un brazo del
Brahmaputra, y se fondeó frente a su orilla izquierda, en el puerto de Dacca,
importante ciudad de lo que fue la Presidencia del Bengala Propio, luego Provincia
de Bengala, después el Estado islámico del Pakistán oriental, y hoy Bangla
Desh. El cargamento de hilo africano, con su precioso contrabando, pudo ser
desembarcado sin inconvenientes y almacenado en un depósito que alquilamos al
efecto.
No planeábamos permanecer demasiado tiempo en
Dacca: el suficiente para vender o cambiar los hilos por las ricas sedas y
muselinas bengalíes, aprovisionarnos de víveres, y contratar porteadores.
Nuestra siguiente meta era la ciudad de Punakha, capital de Invierno del País
de Bután. Allí nos aguardaba el Standartenführer Karl Von
Grossen y su ayudante, el Obersturmführer Heinz Schmidt,
ambos de la División III
de la R.S .H.A.[1],
llamada “Servicio Extranjero de Información” o “S.D. exterior”. Von Grossen
era el jefe de la “Operación Clave Primera” y, aunque tenía como superiores
inmediatos a Schellemberg y Heydrich, para esta misión fue puesto bajo el mando
directo del Reichführer Himmler. Se había adelantado hacía ya muchos meses
y mantenía, de algún modo extraño, bajo permanente observación a la caravana de
Ernst Schaeffer. Tenía fama de hombre inteligente y rudo. También había sido
policía, como mis asistentes Kloster y Hans, revistando varios años en la Gestapo de Baviera. Más
luego solicitó el pase al S.D. exterior para hacer valer su doctorado en
Historia. Era experto en Historia y Geografía del Asia, además de especialista
en tácticas de despliegue rápido, conocimientos que explican porqué el Reichführer
Himmler lo eligiera para comandar la Operación Clave Primera.
Tres días después salimos de Dacca hacia el
Norte, tomando por un camino que bordea la orilla izquierda del Brahmaputra
hasta Bonarpara y luego se desvía en dirección a Rangpur, la residencia del
Rajá de Assam. Nos hallábamos en Otoño de 1938 y el clima agobiante de esas
regiones pantanosas, surcadas por incontables ríos y sólo aptas para el cultivo
del arroz, nos hacían desear el ascenso a las zonas altas y frías de Bután. Los
dos Haupsturmführer, Hans Lechfeld
y Kloster Hagen, marchaban al frente, precedidos por quince porteadores arios
puros, de Raza holita, con todo el cargamento; Yo cerraba la columna.
Exhibíamos sólo tres fusiles Mauser de la Primera Guerra
Mundial, armas acordes con nuestra supuesta profesión de comerciantes, en tanto
ocultábamos entre las ropas las pistolas Luger de servicio y en las mochilas
las temibles metralletas Schmeisser.
Acampamos un día en los montes Garro y
cruzamos el Assam sin detenernos más que lo indispensable. Pronto nos
encontramos a más de 2.000 mts. de altura, alegrándonos de dejar atrás las
regiones tropicales, infestadas de animales salvajes y por los no menos
salvajes bandidos de las tribus angka, michi, dafla, abors, etc. Una senda que
serpenteaba por la ladera oriental del Himalaya nos conducía lentamente hacia
el Bután.
En la aldea de Taga Dzong nos recibieron con
gran alborozo, como si fuésemos embajadores de alguna potencia occidental, lo
que nos causó gran contrariedad pues no deseábamos llamar la atención de los
ingleses ni de ningún verdadero diplomático de la nación que fuese. Sin
embargo, el misterio pronto se aclaró, al comprobar que dos enviados de Von
Grossen esperaban nuestra llegada desde hacía meses para guiarnos hasta Punakha:
eran dos lopas, funcionarios del Deb Rajá de Bután.
Acompañados por los delgados pero vigorosos
lopas, también de Raza aria, atravesamos numerosos valles pequeños, enclavados
entre cordilleras de enorme altitud. Tras cada escalón de la ladera himaláyica ascendíamos
cientos de metros, no siendo infrecuentes los pasos, o dvaras, de 4 ó 5 mil
metros. Los lopas hablaban bodskad, la lengua tibetana que Yo, como Ostenführer,
comprendía perfectamente. En el dialecto de Jam nos explicaron que no iríamos
directamente a Punakha pues allí, junto al Deb Rajá, se hallaba una guarnición
inglesa: Karl Von Grossen estaba en un monasterio cercano, bajo la protección
del jefe espiritual del País, el Dharma Rajá.
Al fin, arribamos al monasterio taoísta,
construido sobre un monte cubierto por nieves eternas y desde el cual partía un
escabroso sendero, sólo apto para peatones, que atravesaba el Himalaya y
conducía al Tíbet. Von Grossen y su ayudante nos salieron al encuentro.
–¡Heil Hitler! Temía que no llegasen a tiempo
–nos dijo por todo saludo.
–¡Heil Hitler! –respondí– El Haupsturmführer Doktor
Kloster Hagen y el Haupsturmführer Doktor Hans Lechfeld,
–presenté a mis acompañantes– y Yo, Sturmbannführer Kurt Von Sübermann. ¡Sieg
Heil, main Standartenführer !
Von Grossen me observó atentamente, con
curiosidad científica.
–¿Así que Ud. es el misterioso Iniciado de
quien puede depender el Destino del Tercer Reich? –se preguntó con asombro– ¡Me
lo imaginaba de otra forma!
–¿Cómo? –exclamé, perturbado por la
indiscreta franqueza del Standartenführer.
–No lo tome a mal –dijo sonriendo por primera
vez– pero es que aquí se ha hablado mucho de Ud., quizás más que en Alemania.
Ud. sabe: esta gente tiene facultades psíquicas muy desarrolladas y durante
varias semanas le han captado mientras se aproximaba. ¡No exageraría en lo más
mínimo si le afirmo que todo el Tíbet espiritual conoce en este momento su
llegada a Bután! Pues bien, Von Sübermann: ha sido Ud. observado psíquicamente
y descripto de muy diversas formas, de allí mis dudas. Hay quienes
sostienen que es Ud. un Gran Santo, y otros, por el contrario, que hacen de Ud.
un terrible Guerrero. –Nuevamente, la interrogación se había pintado en su
rostro–. Pero nosotros sabemos que Ud. es lo último ¿No?
Existía un dejo de duda en la voz de Von
Grossen que me molestó sobremanera.
–¡En efecto, Kamerad Von Grossen! Según la Regla de la Orden Negra Yo
soy un Guerrero, un Guerrero Sabio. Ignoro qué
apariencia suponía que debía tener, pero no le quepan dudas que soy
capaz de matar de la manera más terrible. Y que mataré de ese modo al que
intente frustrar mi misión.
–¡Bravo! –exclamó Von Grossen con evidente
sinceridad– Lo repito: debe Ud. disculpar mi sorpresa pero, tras tantos meses
de espera, y oyendo las historias más disparatadas de boca de los lamas, ya no
sabía a ciencia cierta qué clase de hombre esperaba. ¡Me alegro que sea Ud. un
completo oficial , Von Sübermann!
Karl Von Grossen y Heinz Schmidt, que no
dijera una palabra ni la diría más adelante pues era por demás de parco, nos habían
alcanzado cinco km. antes del Monasterio. En ese momento llegamos y fuimos
invitados a pasar a una confortable sala, donde ardía leña y guano en un hogar
de piedra; afuera reinaba una temperatura de diez grados bajo cero.
En realidad no estábamos en un simple
monasterio de lamas, como había supuesto, sino en una pequeña ciudadela rodeada
de disuasiva muralla: tras los muros existían tres edificios de muy diferente
arquitectura. El más imponente, era al Palacio del Dharma Rajá, donde residía
en Invierno el Jefe espiritual de Bután. El segundo en importancia se trataba
de una antiquísima Pagoda, quizá la construcción más vieja del conjunto. –Es un
Templo
tallado magníficamente en una sola y colosal pieza de piedra –nos explicó Von
Grossen cuando atravesamos el patio exterior–. Data de los tiempos en que esta
región estaba dominada por los Sacerdotes Budistas de Manipur: el
Templo se dedicaba al Culto del Manú Vaivasvata, quien rige el presente
mânvântâra o Manuantara, es decir, el ciclo de existencia de una Humanidad de
animales-hombres. Posteriormente el País fue conquistado por una tribu
lopa al mando de Iniciados taoístas, quienes eran profundamente iconoclastas y
odiaban a todos los Sacerdotes, sin distinción de Culto. Ellos,
naturalmente, clausuraron el templo luego de pasar a cuchillo a sus últimos
moradores. De no haber sido así, ahora se veneraría aquí a Maitreya, la próxima
reencarnación del Manú, quien no sería otro que el Meshiah que esperan los
judíos. Pero las Ordenes de Sacerdotes budistas no han olvidado este lugar y
permanentemente acechan, buscando la oportunidad de reconquistarlo.
La tercer construcción, en la que nos
hallábamos, era el Monasterio propiamente dicho y consistía en un laberíntico
edificio donde habitaban por igual una numerosa comunidad de monjes y monjas
tibetanas. Aquella composición de Iniciados mixtos me sorprendió y así se lo
hice saber a Von Grossen.
–Es que los actuales ocupantes constituyen
una Sociedad Secreta que no es ni hinduísta, ni budista, ni taoísta, sino que se
halla “más allá” de tales sistemas religiosos: y “más allá” no significa “por
arriba” o “sobre”, sino fuera. Es decir, que la Sabiduría que ellos
poseen se halla fuera de los sistemas religiosos. No sostienen, pues, un mero
sincretismo sino una Sabiduría espiritual verdadera, posiblemente lo mismo que
Uds. en la Orden Negra ,
y nosotros en el Instituto Ahnenerbe, denominamos Sabiduría Hiperbórea. De
hecho ellos adhieren totalmente al Nacionalsocialismo, aunque no les interesa
tanto la política como la
Filosofía de la y la presencia terrestre del Führer, a quien
llaman “El Señor de la
Voluntad ”.
Los cinco oficiales ocupábamos sillas en torno al extremo de una
mesa de notable longitud: un grupo minúsculo en un sitio donde cabían más de
cincuenta comensales. Von Grossen estaba sentado en el centro, de espaldas al
crepitante hogar. Los porteadores holitas descansaban en una cuadra cercana. La
conversación se interrumpió al hacer su entrada tres monjes ataviados con
negras túnicas de lana de yak. Llevaban la cabeza cubierta con una capucha
cosida a la misma túnica, lo que les ensombrecía la cara, aunque se podía
apreciar que los tres tenían el cabello largo y eran de Raza tibetana,
posiblemente lopas. Dos aparentaban ser muy jóvenes y fuertes, y eran de distinto
sexo: un yogui y una yoguini, Iniciados en Artes Marciales, que se movían con
gracia felina. El tercero, un anciano de edad indefinida, dirigió unas palabras
a Von Grossen en bodskad de Jam.
El Standartenführer se apresuró a
presentarlo:
–Kameraden: frente a Uds. el Guru Visaraga, jefe de este
Monasterio, junto a sus dos principales sadhakas.
Saludaron con una inclinación de cabeza, a la
que respondimos absurdamente mediante la venia nazi.
–A pesar de ser los anfitriones –aclaró Von
Grossen– solicitan permiso para permanecer a nuestro lado. Les he contestado
afirmativamente, pues son gente de absoluta confianza. Prosigamos, entonces,
tratando nuestros negocios.
Los monjes tomaron asiento y Von Grossen
continuó tranquilamente hablando en alemán. Y durante el tiempo que duró la
conversación, pude comprobar con desagrado que no me quitaban los ojos de
encima, como si algo en mi aspecto atrajese irresistiblemente su atención y los
hubiese hipnotizado.
–Como les decía –explicó Von Grossen– estos
monjes constituyen una Sociedad Secreta conocida como “Círculo Kâula”. Su
Sabiduría es el Kula, el tantrismo “de la mano izquierda”, un sistema de yoga
que permite trasmutar y aprovechar la energía sexual, pero que requiere la
participación física de la mujer. De allí la población mixta que a Ud. le ha
sorprendido, Von Sübermann. Los kâulikas son temidos en el Tíbet pues se los
considera “Magos Negros”, pero a mi modo de ver lo único negro que tienen es la
túnica. Bromas aparte, es evidente que tal calificación procede de sus más
enconados enemigos, los miembros de la Fraternidad Blanca ,
una misteriosa organización que está atrás del Budismo y de otras religiones, y
que es muy poderosa en estas regiones: es por oposición y contraste a la “blanca”
Fraternidad que los kâulikas son llamados “negros”, ya que ellos son ascetas
de elevada moral. Todos los hombres y mujeres que Ud. ha visto aquí son
sadhakas vamacharis [2].
Los Iniciados e Iniciadas en el Camino del
Kula realizan periódicamente un Ritual denominado “de los Cinco Desafíos”, en
el que practican “cinco actos prohibidos a los Maestros de la Kâlachakra ”, lo que
explica por qué son odiados por los Gurúes de Shambalá. Vulgarmente, el Ritual
secreto es conocido también como “Pankamakâra” o “de las cinco M”,
porque con esa letra comienzan los cinco nombres de las “cosas prohibidas”: madya,
vino; mâmsa, carne; matsya, pescado; mudrâ,
cereales; maithuna, acto sexual. Según sus enemigos budistas, por
practicar este Ritual los kâulikas se sitúan en el vâmo mârga, o “Camino de la Izquierda ”, el sendero
de los Kshatriyas, que conduce a la
Guerra y no a la
Paz , a Agartha y no a Shambalá, a la unificación absoluta de
Sí-Mismo y no a la aniquilación nirvánica del Yo identificado con El Uno
Parabrahman. Lo cierto es que por medio de técnicas secretas de su Tantra
sexual, los kâulikas desarrollan increíble poder sobre la naturaleza animal del
cuerpo humano e, incluso, consiguen obtener la liberación espiritual.
Resumiendo, Von Sübermann, los kâulikas son
yoguis perfectos, Iniciados capaces de alcanzar en el éxtasis del acto sexual
el Infinito y la Eternidad
del Espíritu, y de situar su núcleo de conciencia más allá de Mâyâ, la Ilusión de las formas
materiales.
Del taoísmo primitivo poco ha quedado, aunque
formalmente, a fin de evitar persecuciones, los monjes se definen a sí mismos
como “taoístas”, Religión más potable para los Príncipes budistas e hinduístas
de los países vecinos. Pero en los shastras de Lao Tsé que se conservan en este
Monasterio la palabra “Tao” ha sido sustituida por “Vruna”, vale decir,
por Shakti,
el Espíritu Eterno e Infinito del hombre. No olvide, Von Sübermann, que aquí
estamos frente a una Sabiduría que proviene de una fuente distinta de Chang
Shambalá, y por eso la Shakti
significa “Espíritu Puro”, un concepto semejante a la “Gracia” de la teología
occidental.
Vruna es una antigua palabra indoaria que
significa “Espíritu Eterno, Infinito e Increado”: de ella derivan los signos
que representan tales sentidos, es decir, las Runas, reveladas a los
arios por Wothan; también el Dios Varuna registra la misma raíz. Empero, y de
acuerdo a las más remotas tradiciones de la Raza Blanca , la misma
“Vruna” procede a su vez de la palabra atlante Vril, que tenía idéntico
significado. Ya ve, Von Sübermann, que el “Vril” propuesto en Alemania como
ideal espiritual del Caballero Iniciado , es un estado representado aquí
por Vruna, el poder tántrico de situarse más allá de Kula y Akula, y como el
aunténtico Tao espiritual está más allá de Ying y Yang. Para el hombre espiritual, el
Vril como Vruna reviste siempre la forma de una Diosa Antigua, una Shakti
Divina, que no es otra más que la imagen olvidada de la Pareja del Origen.
Los kâulikas creen que una vez alcanzada la Vruna , lo que sólo se consigue luego de pasar por
la muerte ritual, el Espíritu libre se encuentra frente a la Verdad del Origen, se
reencuentra con su pareja original, y se consuman las Bodas del Espíritu, luego
de las cuales se recupera la
Eternidad. El kâulika, vivo o muerto, experimenta desde
entonces un Amor helado que no es de este Universo y queda reintegrado a una
Raza de Dioses Vrúnicos, Señores del Vril.
En síntesis, aquí los kâulikas siguen el
Sendero Kula, que comienza en la mujer de carne y termina en la Pareja Original ,
en lo profundo de Sí Mismo: al final de ese peligroso camino, el kâulika,
enfrentado definitivamente con la
Verdad , corridos los velos de todos los Misterios, es Shiva,
el Destructor de la Ilusión ,
el Guerrero por excelencia. Para nosotros, Von Sübermann, Shiva es Lúcifer, es
Caín, es Hermes, es Mercurio, es Wothan: para nosotros, Shiva es el prototipo
del Caballero d.
El Guru Visaraga y sus sadhakas continuaban
observándome con delectación. El extraordinario informe brindado por Karl Von
Grossen me acababa de revelar por qué había sido elegido para presidir aquella
operación: a sus dotes y conocimientos militares, el Standartenführer sumaba
una gran comprensión de las costumbres y creencias religiosas del Asia. Decidí
hacerle una pregunta concreta, sobre el objetivo principal de la misión.
–Mucho le agradezco sus valiosos datos –dije–
pero hay algo que me preocupa desde que arribamos. Entonces Ud. dijo: “creí que
no llegarían a tiempo”. ¿De qué tiempo disponemos, Herr Von Grossen?
–Poco, muy poco, Von Sübermann. Pero será
suficiente, si partimos cuanto antes y redoblamos la marcha, para alcanzar a
Schaeffer antes del lago Kyaring ¿Está Ud. enterado que allí será entregado a
una secta de fanáticos asesinos uno de los integrantes de la expedición, el
oficial Oskar Feil?
–Sí –respondí–. Fui informado en Berlín. Lo
que me intriga es cómo ha podido saberlo Ud., de qué medios se vale para
conocer en todo momento la ubicación de la expedición de Schaeffer.
–No es ningún secreto, ni se trata de ningún
procedimiento misterioso o sobrenatural: es espionaje liso y llano; el caso más
clásico de espionaje que ha estudiado en el Curso de Seguridad. Como Ud. ya
sabe, desde que la
Operación Altwesten se gestó en Alemania, fue
infiltrada por el S.D.: tenemos allí dos hombres del Servicio Secreto que no
han despertado sospecha alguna en el desconfiado Ernst Schaeffer. Sin embargo,
ellos nada hubiesen podido hacer si no contásemos a nuestro favor con el apoyo
del Círculo Kâula, cuyos tentáculos se extienden por todo el Tíbet. Son los
fieles kâulikas quienes transportan los mensajes de nuestros espías a través
del Himalaya y nos facilitan permanentemente la localización de la expedición.
Ya le dije, Von Sübermann, que en estos países los kâulikas son muy temidos, y
su fama favorece la colaboración de los supersticiosos pobladores. Fama que, en
este sentido, ellos no desmerecen en absoluto, pues más que ascetas son monjes
guerreros y los traidores pueden estar seguros de que tarde o temprano morirán
en sus manos. Así, pues, una vasta red de espionaje se ha tendido en torno de
nuestro objetivo.
Conviene que sepa, Von Sübermann, que el
Dharma Rajá, el Jefe espiritual de todo el país de Bután, es secreto partidario
del Círculo Kâula y por eso ha destinado el Palacio contiguo como Residencia de
Invierno. Odia intensamente a los ingleses, a los que considera “representantes
de los Demonios”, y ha ordenado que se nos preste la mayor ayuda posible
mientras permanezcamos en su País. El segundo hombre importante es el Deb Rajá,
a quien se ha encargado de la
Administración y los asuntos de Estado, por lo que debe
permanecer en Punakha y soportar a los ingleses, a los que odia tanto como el
Dharma Rajá. De todos modos, nosotros contamos con salvoconductos oficiales que
nos permitirán llegar al Tíbet y aún movernos en ese país, presentándonos como
funcionarios y comerciantes al servicio del Rajá.
–De acuerdo a lo dicho –prosiguió Von
Grossen– disponemos de muy poco tiempo. Deberíamos partir mañana mismo si fuese
posible. Ernst Schaeffer ha salido de Lhasa hace tres semanas, siguiendo la
ruta hacia Chamdo, pero su marcha es lenta pues no desea que algún malentendido
malogre su visita a Chang Shambalá: sabe que sus movimientos son
permanentemente vigilados desde la Torre Kampala. Su cautela se torna más
comprensible, también, si se considera que debió permanecer un año en Lhasa, en
el Palacio del Dalai Lama, hasta que recibió la autorización para acercarse a
Chang Shambalá: debe todavía atravesar el Cancel y persuadir a sus Guardianes
de que, en efecto, cuentan con el aval de los Maestros. Se comprende, entonces,
que trate de evitar errores y se aproxime lentamente a su infernal destino.
Por nuestra parte, debemos partir lo antes
posible pues se acerca el Invierno y pronto los pasos del Himalaya se
convertirán en glaciares. Empero, una vez en el Tíbet, nos apartaremos de la
ruta comercial tomada por Schaeffer y adelantaremos jornadas hasta darle
alcance.