LIBRO CUARTO - Capítulo V


Capítulo V


Acepté, pues, conceder a tío Kurt el tiempo suficiente para que leyese la carta, sin imaginar lo que derivaría de tal concesión. En primer lugar, sea porque efectuó su lectura concienzudamente, sea porque, muy probablemente, el idioma castellano le impidió captar con más rapidez los oscuros conceptos de Belicena Villca, o sea por el motivo que fuese, lo cierto es que recién concluyó a los diez días. Pero, en segundo lugar, lo más irritante del caso es que durante ese tiempo se encerró en su cuarto negándose a salir ni siquiera por un minuto del mismo. Delegó toda las tareas de la Finca en su capataz José Tolaba y ordenó que la comida le fuese servida en la habitación por la vieja Juana. Y en vano fue que Yo intentase quebrar esa determinación: mis notas no tuvieron respuesta, y no logré penetrar la lacónica lealtad de la vieja con mis preguntas. En síntesis: ¡que tuve que armarme de paciencia y aceptar la extraña conducta de mi tío! Y, para colmo de mi frustración, sin poder avanzar mucho en la lectura del libro Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea debido a la complejidad de los temas que trataba: se requería, cuando menos, un Diccionario Filosófico para comprender con profundidad la mayoría de los conceptos, que estaban empleados con mucha precisión, e ignoraba si tío poseía algún tipo de ejemplar, aunque de nada me serviría si estaba escrito en alemán. Naturalmente, no conseguí resolver el problema hasta que reapareció tío Kurt, y para entonces ya no sería necesario el Diccionario porque jamás terminaría de leer el libro de Nimrod: el relato de tío Kurt, y los sucesos que ocurrieron luego, me lo impidieron inevitablemente.



Ha de haber sido muy intenso el efecto psicológico que la carta produjo en tío Kurt pues, como efecto de la lectura, demostraba entonces un cambio físico muy notable, sin dudas un producto psicosomático de la impresión recibida. Con pocas palabras, por el aspecto que mi tío presentaba, aparentaba haber retrocedido varios años en esos diez días, estaba mucho más joven, mostraba un carácter positivo y comunicativo que antes no le conocía. Sospecho, y no creo equivocarme demasiado, que los treinta y tres años pasados en Santa María habían agriado su temperamento, normalmente jovial, y causado esa personalidad huraña y pesimista que advertí al llegar a la Finca. La personalidad de aquél que ya no confía demasiado en que se cumplirán los designios de los Dioses y espera resignado la resolución de la Muerte. Treinta y tres, son muchos años para aguardar en Catamarca, Yo lo comprendía mejor que nadie, y me parecía lógico que hubiesen erosionado su carácter. Y por eso entendía entonces que el cambio estaba justificado, incluso que era previsible, toda vez que la carta de Belicena Villca cubriese sus expectativas por tantos años postergadas. Pues estaba claro, ya que él mismo lo había confesado, que sus instrucciones para después de la guerra, “instrucciones de los Dioses”, lo obligaron a permanecer en aquel lugar, y que mi llegada portando la carta, y el presunto e inminente ataque de los Druidas, constituían pruebas de que esa espera casi había terminado.

–En verdad, neffe –fue lo primero que dijo tío Kurt, confirmando mis presunciones– no es la carta lo que me ha afectado hasta un extremo que no puedes imaginarte, sino el Misterio de Belicena Villca, lo que estaba oculto tras su existencia real y que ahora se descubre ante nosotros. De la carta, neffe, de su contenido, es posible asumir una participación meramente intelectual; pero del Misterio que la carta y que la muerte de Belicena plantean, del Misterio de la Casa de Tharsis, no es posible excluirse sin quedar fuera de la Estrategia de los Dioses.
El Misterio ha llegado a nosotros –aquí tío Kurt, decididamente, se incluía en mi aventura– y no podemos ni debemos intentar esquivarlo. Ahora, que el kairos lo permite, hay que llegar hasta el final, hasta la Orden Tirodal, hasta Nimrod de Rosario, hasta Noyo de Tharsis y la Espada Sabia, hasta la Batalla Final.
Asentí con un gesto, sorprendido aún por la firme y solidaria actitud de mi tío. Este continuó, asombrándome una vez más.
–Mira Arturo, he pensado en estos días más de lo que tú puedes suponer, evaluando los sucesos ocurridos y calculando cada paso que se debe realizar en el futuro. Por medio de ese análisis estratégico global, y teniendo en cuenta mi experiencia personal, que pronto tendrás ocasión de saber en qué consiste puesto que te narraré la historia de mi vida, he sacado algunas conclusiones que sería bueno tomaras en consideración. Ante todo, y tal como lo supuse desde un principio, he comprobado que tú no estás para nada preparado para enfrentar esta misión. –Quise protestar, pero tío Kurt alzó la mano en forma inapelable y decidí permitirle completar su exposición–. Atiende bien, neffe: no dije que no puedas llevarla a cabo sino que aún no estás preparado para emprender la misión. Pero lo estarás muy pronto si comprendes mis argumentos y sigues mis instrucciones al pie de la letra.
–Por consiguiente, lo primero que debes comprender es que jamás se inicia una misión como ésta sin un desprendimiento previo. Lo entiendo, y no necesitas explicármelo, que tal desapego es un estado de conciencia espiritual que tú experimentaste desde el momento en que te lanzaste a esta aventura: ahora mismo te sientes desconectado del mundo, liberado de las ataduras materiales. Mas, debo decirte con realismo, que semejante actitud es completamente subjetiva, ingenua, obstaculizante para conseguir el objetivo espiritual; una actitud que no toma en consideración a los enemigos que tratarán de impedir la concreción de la misión, enemigos dotados de unos poderes terribles y que gozan de una movilidad absoluta; una actitud, en fin, que es estratégicamente suicida. Porque ¿acaso está realmente “desconectado del mundo” quien se dispone a “cumplir una misión espiritual” aprovechando “el período de sus vacaciones”; quien depende “del dinero” para viajar, de un dinero que es limitado y que en algún momento puede terminarse; quien subestima al enemigo y deja tras de sí, fuera de sí, “puntos débiles” que pueden ser fácilmente atacados y destruidos, es decir, quien viaja sin renunciar previamente al amor por las “cosas del mundo”, sean éstas lo que fueren, la familia, las pro-piedades, los amigos, el contexto habitual donde se desarrolla la vida rutinaria, etc., todos posibles “blancos” de los golpes enemigos? No neffe; quien así se comporte es puro y simple, un buen hombre, pero no un buen guerrero: no llegará nunca a cumplir su misión; el Enemigo lo detendrá golpeando a sus espaldas, amenazando o destruyendo aquello “de afuera” que él ama, aquello a lo que él está realmente conectado, atado o apegado, aunque no lo admita o reconozca.
Comprendí perfectamente su punto de vista y le dí en el acto la razón: en verdad Yo permanecía aún atado a muchas cosas y mi viaje no podía haber sido más improvisado. No obstante, poco fue el tiempo del que dispuse para decidir mi Destino. Antes bien el Destino decidió por mí, sin darme tiempo a cambiar, a despertar, a “prepararme” como pretendía tío Kurt. ¡Todo había sucedido tan rápido! ¿Qué debía hacer ahora? Es lo que le preguntaría a tío Kurt:
–¿Qué más podía hacer dada las circunstancias, considerando como ocurrieron los hechos? –interrogé más para mí mismo que para tío Kurt, tratando de justificarme–. Es cierto, todavía conservo mi trabajo, pero es que no se me había ocurrido que podía no regresar. Y en cuanto al dinero: no soy rico y lo sabes; y realmente no sé cómo haré para conseguir lo que necesite si esta aventura se prolonga demasiado. Lo afectivo, por otra parte, el amor a mis familiares y amigos, supongo que no sabré hasta qué punto lo domino sino cuando sea sometido a una prueba: ¡con el corazón nunca se sabe, tío Kurt! Sí, son justos los reproches, pero deberás ser tú quien me oriente en este momento, pues de lo contrario no tendré más remedio que continuar del mismo modo “ingenuo” como comencé.
Tio Kurt me contemplaba con lástima, sin dudas admirado de ver la irresponsabilidad con que Yo tomaba las cosas. Según él, los Druidas eran feroces enemigos a los que no había que temer pero tampoco subestimar. Yo no temía, y eso era bueno; pero parecía evidente que Yo subestimaba al enemigo, que no advertía que podría ser destruido en cualquier momento, que me arrojaba a desafiar a un adversario poderoso “sin estar preparado para ello”. Ignoro si mi actitud de entonces alcanzaba tal grado de insensatez, pero tío Kurt así lo creía y eso lo desesperaba. De allí a que se dispusiese a considerarme un soldado inexperto, un soldado en instrucción de su ejército particular, y en lugar de sugerir y discutir conmigo lo que se debía hacer tornase a ordenar las medidas que a su juicio habrían de tomarse sin dilación.
–Enviarás de inmediato una serie de telegramas cancelando todos tus compromisos. Renuncia a tu trabajo, a tus estudios, a los clubes, bibliotecas o a cualquier organismo al que estés vinculado. Despídete de quien tengas que hacerlo comunicándole que emprendes un largo viaje: si desalientas sus expectativas de verte o despedirse, pronto te olvidarán. Si tienes alguna propiedad nombra un apoderado, alguien a quien no conozcas y que no te conozca, una firma de abogados por ejemplo, y ordena su liquidación. Procede del mismo modo con todo lo que te vincule a tu antigua vida: corta todos los lazos, borra todas las huellas, suprime todas las pistas. ¡No basta que hayas muerto para ti mismo; también debes morir para el Mundo!
El dinero no será problema por ahora: Yo te proveeré lo suficiente para llevar a cabo esta misión. He pasado más de treinta años reuniendo dinero y el día ha llegado de utilizarlo. Y es tanto tuyo como mío, neffe. (¿Sabes que había testado a nombre tuyo?). Por supuesto, mi dinero soluciona los problemas de momento, pero no es solución definitiva: trataré, en el futuro, de enseñarte las tácticas operativas para que siempre puedas conseguir el dinero o las cosas que necesites. Se trata de técnicas, métodos para valerse de sí mismo, técnicas que todo Iniciado Hiperbóreo debe saber aplicar.


Desde luego, hice todo lo que él me había ordenado. Lo fui llevando a cabo mientras duró mi convalescencia, durante los días en que tío Kurt me narraba su extraordinaria historia. Al fin, el día que tuvimos que partir, nada quedaba intacto en Salta, de mi vida anterior. Todo cuanto había hecho en años de esfuerzo y trabajo, ahora estaba deshecho: tarde o temprano, el Dr. Arturo Siegnagel sería sólo un recuerdo; y luego ni eso existiría, posibilidad que entusiasmaba a tío Kurt. No quería pensar en la impresión que aquellas medidas habrían causado a Papá y Mamá, a Katalina, porque se me “aflojaría el corazón” y temía que tío Kurt lo notara: frente a él, quería aparecer más fuerte de lo que era, quería tranquilizarlo sobre mi equilibrio y valor. Quería ponerme a su altura, a nivel de sus exigencias, porque, casi sin advertirlo, había comenzado a admirar a tío Kurt, a valorar sus grandes aptitudes, a apreciarlo y comprenderlo.