Capítulo XXV
Tal fue, más o menos, la historia que nos
contó el gurka. Creo que a Von Grossen, igual que a sus espías en la
expedición, le preocupaba más la Operación Altwesten que la
vida de Oskar Feil. De acuerdo a sus órdenes, órdenes que estaban suscriptas
por las más altas autoridades del Tercer Reich pero que Yo no ignoraba
provenían de los “cerebros grises” del régimen, entre los que se contaba Konrad
Tarstein, era prioridad absoluta “hacer contacto con la expedición de
Schaeffer”, “lograr que Kurt Von Sübermann se incorporase a ella”. Es decir,
que si hubiese sido por Von Grossen deberíamos haber abandonado a Oskar a su
suerte y concentrarnos en seguir las huellas de Schaeffer: ésa era la mejor
Estrategia para cumplir las órdenes. Pero a mí me importaba más la vida de
Oskar Feil que las benditas órdenes y no me movería de allí hasta no haber
conseguido su libertad.
Paradójicamente, la “clave” de la Operación Clave
Primera era Yo, mi colaboración voluntaria para desviar a la Operación Altwesten
de sus objetivos ocultos. Y mi colaboración exigía, ahora, la liberación previa
de Oskar Feil. Por lo tanto, haciendo gala de gran pragmatismo, Von Grossen
aceptó los hechos sin discutir y se dispuso a planificar el rescate.
Los cinco alemanes, los ocho monjes lopas, y
el monje gurka, acampamos en una angosta cañada, alejada del camino principal
pero situada a escasos cinco kilómetros del Ashram Jafran. Allí Von Grossen
interrogó durante horas al gurka sobre los detalles de la plaza enemiga,
elaborando finalmente un plan de operaciones en el que estuvimos todos de
acuerdo. Básicamente, la
Estrategia sería la siguiente: el rescate se efectuaría en medio
de un ataque por sorpresa.
De acuerdo a las tradiciones locales, lo
primero que adoró el hombre en ese lugar fue el islote donde más tarde se
levantó el Templo consagrado a Rigden Jyepo. Una leyenda popular aseguraba que
en remotísimas Epocas, Jagannath, el Rey del Mundo, el
Hogmin Dordji Chang, había salido de Shambalá a recorrer el Mundo bajo Su
Aspecto de Grulla. A su regreso, eligió aquel peñasco semihundido en el lago
Kyaring para descansar antes de emprender la última etapa de su viaje a Chang
Shambalá. Cuenta el mito que en la playa, que se unía a la isla por un delgado
pasillo de piedras, se encontraba un Santo lama llamado Dusk[1]
quien, compadecido de la exhausta ave, se aproximó para alimentarla con lo
único que tenía a mano: un saco con flores de kurkuma. Agradecido, el Bendito
Señor decidió premiar a Dusk haciéndolo padre de un pueblo de adoradores del
Rey del Mundo y concediéndoles, a todos los Iniciados que surgiesen de su
Estirpe, la custodia del Cancel de Shambalá, el cual comenzaba justamente en
aquella isla sagrada.
Otra versión de la leyenda, sin dudas más
antigua, afirmaba que la
Grulla Divina había amado al lama Dusk y deseaba darle
descendencia antes de partir. El problema residía en que la Grulla era un ejemplar
macho, del mismo sexo del lama, por lo que no habría fertilización posible.
Entonces la Grulla
de Shambalá, que en esta historia fuera alimentada por la sangre del lama,
recordó que sólo el ayuntamiento con una serpiente macho naga es capaz de
lograr el milagro de la procreación entre miembros del mismo sexo. Siempre en
el islote del lago Kyaring, la
Grulla activó mentalmente su Dorje de Poder, que se hallaba
en el Trono del Rey del Mundo, en Chang Shambalá, y transformó al lama en una
serpiente macho naga. A continuación se acoplaron con ardor quedando la Grulla Rigden Jyepo
encinta de la serpiente naga. Luego de aquel acto homosexual, antes de partir, la Grulla Divina puso
dos huevos color azafrán.
Incubados posteriormente por el lama Dusk,
bajo el Aspecto de Serpiente Naga, ambos huevos dieron origen a un par de
gemelos híbridos, –un tercio de Grulla, un tercio de hombre, y un tercio de
serpiente– quienes serían los Grandes Antepasados de los duskhas.
No debe extrañar, pues, que con semejante
creencia estos reivindicasen su parentesco con el Rey del Mundo y se
convirtiesen en sus más fanáticos adoradores, exigiendo a todo aquél que
intentase franquear el Cancel de Shambalá la ofrenda de dolor de una víctima
humana, grato regalo para quien ostenta los títulos de “Padre del Dolor
Humano”, “Señor de los Señores del Karma”, y “Supremo Maestro de la Kâlachakra ”.
Desde entonces, los duskhas, pueblo
descendiente del mítico Dusk, cuidaron celosamente la región y edificaron el
Templo a Rigden Jyepo sobre la “Isla Blanca”, denominada así en recuerdo de
Chang Swetadvipa, la “Isla Blanca del Norte”, invisible a los ojos humanos y
asiento de la Puerta
de Chang Shambalá, la Mansión
de los Bodhisatvas. Con el correr de los siglos, el pueblo de los duskhas
creció, así como el número de su comunidad de lamas, viéndose obligados a
levantar el enorme Gompa Ashram Jafran, al que rodearon de bellas Pagodas,
dedicadas al culto de diversas Deidades de la Fraternidad Blanca.
La isla con su Templo, se encontraba muy cerca de la orilla Oeste del lago;
frente a ella, se erigía en tierra firme el Monasterio con su anillo de
Pagodas; y más atrás, formando un amplio semicírculo que tapaba y a la vez
protegía al conjunto de edificios religiosos, estaba la aldea de los duskhas.
El Hoang-Ho, o Río Amarillo, siempre ha
constituido en esa región una triple frontera entre los Reinos del Tíbet, de
Mongolia y de la China.
Durante miles de años los ejércitos invasores, procedentes de
tal o cual Reino, pasaron frente al Ashram Jafran, respetando frecuentemente su
status de comunidad religiosa pero en algunas ocasiones intentando ocupar la
aldea o sometiéndola al saqueo. Esa realidad forzó a los duskhas a fortificar
la plaza, construyendo una elevada muralla de piedra en forma de “U”, que iba
de orilla a orilla del lago Kyaring: en la abertura de la “U”, frente al
espacio abierto en el lago entre los extremos de la muralla, estaba la Isla Blanca con el
Templo y el prisionero que procurábamos liberar.
Y en la base de la “U”, que era el frente de
la ciudad amurallada, se hallaba una enorme puerta de madera, enmarcada en dos
torres elevadas que hacían las veces de atalaya, ocupadas permanentemente por
vigías armados. En los dos ángulos de la “U” existían también sendas torres con
sus respectivos centinelas.
Bueno es aclarar que tales medidas de
seguridad habían surgido por la fuerza de las circunstancias, es decir, por la
necesidad de proteger los Templos y el Ashram ante posibles invasores, pues los
duskhas carecían en absoluto, pese a su ferocidad para el Sacrificio Ritual, de
vocación guerrera. Conformaban, eso sí, un pueblo de Sacerdotes natos, cuyos
miembros ingresaban desde temprana edad en la práctica del Culto y vivían
siempre ascéticamente, haciendo gala de un rigorismo ultramontano. No sólo no
eran guerreros, sino que la guerra les causaba un horror esencial, y la
imaginaban como un efecto del error humano, de la ceguera del hombre, que no
veía, como ellos, la Bondad
de los Dioses Creadores del Universo.
Sus armas de fuego se reducían a un escaso
centenar de fusiles Martini-Henry del siglo XIX y seis pequeñas piezas de
artillería fija, montadas en las torres de la muralla: carecían por completo de
armas de puño. En cambio la cuchillería era abundante y variada, y la manejaban
con regular destreza.
A estas deficiencias de material, se sumaba
la escasa visión estratégica de aquellos infelices, que habían acuartelado la
totalidad de su guarnición, unos cien efectivos, en dos barracas situadas a
ambos lados del portón principal. Evidentemente, todo el peso de su defensa se
basaba más en factores psicológicos que reales, vale decir, que confiaban en la
disuación de sus murallas, y el escaso botín que había tras de ellas, para
desalentar a los posibles atacantes. Las mismas piezas de artillería
representaban antes un objeto disuasivo que un peligro real para los
sitiadores, puesto que difícilmente funcionarían: y eso si se daban las
condiciones ideales de que hubiese pólvora seca, municiones y mecha, y se
colocasen estos elementos en la forma correcta.
En síntesis, como la región estaba tranquila
por el momento, y no tenían motivos para sospechar ningún ataque, la guardia
estaba reducida a su mínima expresión: un hombre en cada torre, es decir, seis
vigías; dos en la puerta principal y uno tras cada una de las otras cuatro
puertas laterales, o sea, seis guardias más; otros seis guardias en el Templo
de la Isla Blanca ,
dos afuera y cuatro adentro; y cuarenta efectivos durmiendo en cada una de las
barracas, pero prontos a salir ante la menor alarma.
Esa noche, Kâly haría realidad las plegarias
del gurka. No serían los golpes del Tridente de Shiva, ni el Fuego del Rayo de
Indra, ni la certeza de las flechas de Arjuna, pero la venganza de Bangi se
instrumentaría por medio de otros poderes semejantes: los golpes de las balas
de nuestros fusiles, el fuego de las granadas, y la certeza de las flechas de
los lopas.
Por el número de efectivos que contaba, la
formación que comandaba Von Grossen era apenas una escuadra; mas, por la moral
combativa y la conciencia de la propia fuerza, debía ser calificada de falange
o legión. Una legión, se diría, por su gran movilidad para la blitzkrieg. De
entrada, atacaríamos divididos: Von Grossen conduciría el grueso de la
escuadra, en tanto que una cuadrilla dirigida por mí operaría en el Templo. En
una segunda fase del plan, la escuadra se bifurcaría en dos pelotones, para
luego reunirnos todos, en un punto prefijado, y ejecutar la retirada.
Solamente los alemanes iríamos al asalto
provistos de armas de fuego: una pistola Luger y una metralleta Schmeisser por
cabeza, además de dos de los obsoletos fusiles Mauser 1914, que ya se verá para
qué iban a servir. En esos días, las Schmeisser de 9 mm . eran armas secretas, y
sólo a un cuerpo de Elite como el nuestro se le había permitido llevarlas fuera
de Alemania. Contábamos con cincuenta cargadores con treinta balas cada uno,
pero Yo sólo llevaría dos, quedando los restantes para mis Camaradas que
sostendrían el grueso del ataque. Naturalmente, todos portábamos la daga de
Caballero , con la leyenda “Blut und Ehre”
labrada en la hoja.
Los guerreros kâulikas, por su parte,
empleaban tres clases de armas: arco y flechas, cimitarra, y puñal. Como dije
antes, aquellos monjes eran expertos en artes marciales, y su habilidad para la
arquería no tenía rivales en el Tíbet, donde nadie dudaba en atribuir un poder
mágico a sus flechas y se afirmaba que, tanto podían dar en el blanco de día
como de noche, con los ojos abiertos o vendados, etc. Todos cargaban cincuenta
flechas, ni una más ni una menos, en un carcaj que dejaban suspender contra la
pierna derecha: cada flecha correspondía a uno de los cráneos del collar de
Kâly y por eso tenía grabada en su vara una de las letras del alfabeto sagrado
de los arios. La cimitarra era una espada corta, de unos 80 centímetros con
hoja de un solo filo, corva, tronchada de forma convexa y a contrapunta, y
ensanchada en ese extremo; el arriaz protegía el puño con dos gavilanes que
imitaban la uña del águila, y la empuñadura, de marfil negro, tenía un pomo
exquisitamente cincelado, que representaba el Rostro de Kâly como Mrtyu, la Muerte. La cimitarra,
envainada, pendía de un tahalí sobre el costado izquierdo. Y finalmente, en una
pequeña vaina trabada por la faja, iba el puñal de hoja flameada y empuñadura
de marfil, de tamaño semejante al Panzerbreher medieval o a su
contemporáneo “Misericordia”.
Los integrantes del Círculo Kâula denominaban
en su Tantra, “Rudra” a Shiva, palabra que surgía de la contracción y
aglutinación de Ru y Duskha, y que significaba “El
que destruye el Dolor”. Shiva era así el Enemigo del Dolor, o el
Enemigo de Dusk; y sus discípulos, por extensión, serían los Enemigos de los
duskhas. Esto lo aclaro, neffe, porque no podría dejar de considerar, en el
balance del armamento propio, al profundo odio que los kâulikas experimentaban
por los duskhas, como un importante elemento táctico a favor. Los kâulikas
tenían a los duskhas poco menos que como vampiros que vivían del dolor humano,
y estaban psicológicamente predispuestos a actuar con el máximo rigor contra
“la familia de Dusk”: Shiva Rudra aprobaría y premiaría la demostración de
valor de sus Kshatriyas kâulikas.
El Sol se ocultó tras la formidable
Cordillera Bayan Kara y la noche, impenetrable debido a la escasa luz lunar del
cuarto menguante, descendió sobre el lago Kyaring. A las cero horas dejamos los
caballos bien sujetos un kilómetro antes del Ashram Jafran y comenzamos a
avanzar a pie, cargando el material necesario para el ataque. Este se había
fijado para la una en punto, hora en que los dos grupos debían estar en sus
puestos.
El gurka, conocedor del trayecto hacia el
Templo, uno de los lopas, y Yo, nos encargaríamos de rescatar a Oskar, en el
momento exacto en que Von Grossen con los demás iniciarían el ataque frontal.
La sorpresa era el factor determinante del éxito de nuestra Estrategia y por
eso nos movíamos con extrema cautela.
A la una menos cuarto, y a unos trescientos
metros de la torre de vigilancia, entramos en el lago. Los tres éramos
Iniciados y sabíamos cómo liberar el calor de la energía ígnea Kundalini para
evitar la congelación, pero sin ninguna duda en ese medio acuático de alta montaña
los kâulikas me aventajaban: las prácticas de Hata yoga de la se concentraban principalmente en resistir con
el cuerpo desnudo las bajas y secas temperaturas de los Alpes bávaros. Así, Yo
tiritaba aún de frío, cuando arribamos a la Isla Blanca minutos
más tarde, sin que los duskhas nos oyesen.
En la parte posterior del Templo, los tres
invasores trepamos hasta la abertura estrellada por la que ingresara cuatro
días atrás el infortunado Gangi. Era casi la una de la madrugada. A partir de
entonces debíamos actuar con matemática precisión, pues cabía la posibilidad
que los guardias interiores tratasen de dar muerte a Oskar al recuperarse de la
sorpresa del ataque.
A la una y cinco segundos, con exactitud
germánica, una poderosa explosión exterior hizo vibrar el Templo y dejó
paralizados de terror a los custodios. En ese instante, mientras afuera se
desataba el Infierno, Yo salté desde la ventana, rodé por el piso en dirección
al altar, me paré bruscamente, y con una sola ráfaga de la Schmeisser acabé con
los cuatro guardias. Los cuatro recibieron las balas por la espalda y murieron
sin saber qué pasaba, remachados contra la puerta del Templo hacia la que
estaban vueltos. Una ofrenda más justa que Oskar Feil era la que ahora recibía
el horrible ídolo, tras el cual me había parapetado en prevención de que se
abriese la puerta e ingresasen otros guardias.
Los kâulikas, que llegaron segundos después
junto al altar, se ocuparon de cortar las ligaduras y quitar la mordaza que
impedía hablar a Oskar, a quien ya se le pasara el efecto del narcótico.
–¡Kurt! ¡Kurt Von Sübermann! –gritó
aturdido–. ¿Eres realmente tú o estoy soñando?
–¡Soy Yo, soy Yo! –afirmé con impaciencia–.
Prepárate pues tenemos que huir cuanto antes de aquí. Luego te explicaré todo.
El pobre Oskar no podía tenerse en pie.
Durante siete días lo mantuvieron maniatado
en el altar y sólo lo alimentaron lo indispensable para que llegase vivo al día
de su ejecución. El lopa y Yo pusimos cada uno un hombro bajo sus brazos y
retrocedimos al fondo del Templo alzándolo en vilo. Mientras, el gurka pegaba
su oído a la puerta y, al no advertir peligro alguno, se aseguraba con el puñal
que los guardias estuviesen bien muertos.
En verdad, podíamos haber salido por la
puerta del Templo, ya que los guardias exteriores corrieron hacia la aldea al
oír las explosiones; pero entonces no lo sabíamos y no queríamos arriesgarnos a
sostener un combate desigual. Lo que hicimos, en cambio, fue salir los cuatro
por la ventana: primero trepó el lopa; luego Oskar, parado sobre mis hombros,
recibió ayuda y pasó a la cornisa exterior; y, finalmente, subimos Bangi y Yo.
Rodeamos el Templo y comprobamos que el
frente estaba desguarnecido. Atravesamos, pues, el pasillo que unía la Isla Blanca con la
playa y nos ocultamos tras el murillo para observar, cincuenta metros adelante,
lo que sucedía en el Monasterio. ¡En los minutos siguientes nos
reencontraríamos con nuestros Camaradas!
[1] Dusk significa Dolor.
Los Duskhas constituían “la familia de Dusk”, es decir, los Hijos del Dolor.