Capítulo XXXIX
Veinte días después de partir de Shanghai,
desembarcamos en Hamburgo. Allí nos estaba esperando un oficial del S.D.
exterior al mando de un pelotón; sus órdenes: conducir a Karl Von Grossen, a
Oskar Feil, a Srivirya y a Bangi, en dos coches hacia Berlín. Yo debía
apartarme del grupo y abordar un tercer coche hasta el aeropuerto local, donde
un avión me transportaría igualmente a Berlín.
Ibamos a separarnos por primera vez en varios
meses y la experiencia resultaba dolorosa. Todos habíamos perdido Camaradas y
corrido juntos peligros mortales; las aventuras vividas nos hermanaban. Antes
de abandonarlos, Von Grossen quiso hablarme a solas.
–¡Lo sabía! –me dijo con tono preocupado–.
Von Sübermann: ¡Ud. era la clave primera de la Operación Clave
Primera! Y la
Thulegesellschaft sólo se ocupará de Ud. Nosotros, desde este
momento, quedaremos incomunicados, aislados del resto de la para evitar que hablemos. ¡Sabemos mucho,
Kurt, quizás más de lo que a los Iniciados de la Orden Negra les
conviene que alguien sepa! Presiento que tal vez no nos volvamos a ver
–concluyó lúgubremente.
–¡Ud. delira, mi Standartenführer ! –exclamé horrorizado– ¡Eso no
puede ser! Regresamos de cumplir una importante misión, creo que exitosamente,
y no hay motivo alguno para que en lugar de recibir la aprobación superior
alguien sea castigado. ¡Ud. está cansado, Von Grossen, se lo digo
respetuosamente! Verá como pronto nos reuniremos en una cervecería de la Friedrichstrasse
para festejar. Es natural que primero debamos brindar los informes
correspondientes a nuestras respectivas unidades, pero luego de esos lógicos
trámites dispondremos de tiempo para volvernos a ver.
Von Grossen sacudía la cabeza como negándose
a admitir que mis argumentos penetraran por sus oídos.
–¡No; no! Von Sübermann, una vez más Ud. no
comprende la situación. Escúcheme bien ahora porque la posibilidad de que nos separemos
definitivamente es real. Se lo digo muy consciente y basándome en toda mi
experiencia previa en operaciones secretas. No estoy tan cansado como para no
poder prevenir lo que puede ocurrir: seremos eliminados. Es decir, si Ud.
no nos salva, Kurt. Créame, viviremos sólo si Ud. asegura a sus Jefes que no
hablaremos a nadie sobre lo que hemos visto. Esa es la garantía que ellos
necesitan para dejarnos en libertad: ¡todo lo contrario de lo que Ud. supone!
Ja, ja, ja: ¡un informe! Ud. me hace reír, Von Sübermann: ¿a quién le interesa
que Yo haga un informe sobre lo que he visto en el Tíbet y lo que le he visto
hacer a Ud.? ¿piensa que los Iniciados de la Orden Negra permitirán
que exista un informe oficial sobre el vîmâna de Shambalá, o sobre los perros daivas,
o su Scrotra Krâm? No, Von Sübermann: por Ud. estamos condenados a muerte. Y
sólo Ud. nos puede salvar. Por el contrario de lo que ingenuamente ha sugerido:
¡asegure a sus Jefes que ni Oskar Feil, ni Yo, haremos ningún informe, y puede
ser que así conservemos la vida!
Lo tranquilicé lo mejor que pude,
reafirmándole mi lealtad: ¡jamás permitiría que a ellos les sucediese nada por
mi causa! Y partimos, separadamente, hacia Berlín.
En el aeropuerto de Berlín aguardaba un
Mercedes Benz de la
Cancillería con escolta de motos. Al verlo, pensé que se
encontraba a la espera de un Ministro o un General, pero mi sorpresa fue grande
al reconocer al Oberführer Papp parado al lado de la
puerta.
–¡Kurt Von Sübermann! –llamó, sonriendo
cariñosamente. No pude evitar recordar la primera vez que lo viera, en la
cabaña de Rudolph Hess, en el Obersalsberg de Berchtesgaden. El también lo
recordó, porque dijo, apenas me acerqué:
–Seis años, Kurt. ¿Mucho o poco? Seis años y
regresas de tu primera misión. Hemos temido por ti ¿sabes? Fue un alivio para
todos los que estaban al tanto de la operación el recibir noticias tuyas. ¡Pero
desde Shanghai! Ja. Nadie podía creerlo. Ya me contarás cómo hicieron para
atravesar China.
El coche cruzó el Spree por el Puente del
Castillo y comenzó a girar alrededor del Lustgarten. Miré a Edwin
sorprendido, pero no tuve tiempo de decir nada:
–Pensé que te gustaría dar una vuelta previa
por la ciudad, antes de llegar a la Cancillería ; ¡te reanimará, después de tantos
meses en el Asia!
Edwin Papp había interpretado correctamente
mis sentimientos. Era indescriptible la felicidad que sentía entonces por
hallarme nuevamente en la patria, de la que más de una vez en las últimas
semanas me despedí, suponiendo que no regresaría nunca. El Mercedes tomó hacia
el Oeste y dobló frente a la
Puerta de Brandenburgo, que estaba cubierta de banderas con
svástika y guirnaldas de las recientes fiestas. Ahora iba rumbo al Este, por la Unter der
Linden o Avenida de los Tilos: vi pasar la Plaza de París y la Estatua de Federico el
Grande. Al fin de la avenida, dimos la vuelta a la Plaza de la Opera , ámbito del Palacio
del Emperador, de la
Biblioteca Real , de la Opera de Berlín, de la iglesia
católica de Santa Eduvigis, de la Universidad , y de varios edificios militares.
Finalmente, desde los Tilos y la
Plaza de la
Opera , el coche se dirigió al barrio Friedrichstadt y empezó a
rodar por la Vilhelmstrasse ,
que es su límite Este. El paseo había terminado.
–¿Te imaginas quien me envió a buscarte al
aeropuerto, no? Tu patekind sufrió mucho cuando te creímos perdido y tiene
enorme impaciencia por saludarte y abrazarte. No quiso que nadie te desviara y
por eso mandó su coche a recibirte y me comisionó, bajo órdenes rigurosas,
–bromeó– para que te custodiara sano y salvo a su lado.
Minutos después arribamos al 77 de la Vilhelmstrasse. En
la Reichskanzlei [1],
en efecto, nos esperaba el Stellvertreter [2]
del Führer.
Una hora más tarde, luego de despedirme del Oberführer
Edwin Papp, dejaba la
Cancillería en compañía de Rudolph Hess. Se había emocionado
sobremanera al verme, y entonces comprendí cuánto me quería aquel antiguo
Camarada de Papá. Durante los seis años que se ocupó de mi destino en Alemania
no sólo fue como un padre, sino que me profesó idéntico afecto. Ahora ibamos rumbo
a la Gregorstrasse
239, a
visitar a Konrad Tarstein.
Era la primera vez que iríamos juntos y, como
Rudolph Hess podía ser fácilmente reconocido por el público y no quería llamar
la atención sobre el domicilio de Tarstein, había insistido en que Yo manejase
el Mercedes mientras él se mantenía discretamente sentado en el asiento
trasero. En verdad, no sólo con Rudolph Hess, sino con nadie más que Tarstein
estuve nunca en la misteriosa mansión. Incluso llegué a sospechar que los
Iniciados de la Orden
Negra se reunirían en otro sitio, pues jamás hubo nadie más
que nosotros dos durante los dos años que frecuenté la casa. Pero esa vez sería
diferente.
Como si fuera la repetición de un Ritual,
golpeé la mohosa argolla que giraba dentro del puño de bronce y la chillona voz
de Konrad Tarstein respondió desde algún indefinido lugar, detrás de la
desvencijada puerta.
–¿Si?
–Soy Kurt Von Sübermann –me presenté,
hablando en dirección a la diminuta mirilla donde los huidizos ojillos del Gran
Iniciado verificaban mi identidad.
Se abrió la puerta y la figura rechoncha y
pequeña de Konrad Tarstein apareció, con la mano cortésmente extendida para
saludarme.
–Kurt, Rudolph, me alegro de verlos –dijo,
rompiendo el Ritual.– Pasen: los estábamos esperando.
Corría el mes de Enero de 1939. El año nuevo
lo pasamos en alta mar, con Von Grossen y otros Camaradas. Pensé en ellos
mientras Tarstein me guiaba hacia una estancia en la que nunca había entrado,
situada en la planta alta. Pensé en ellos y recordé las noticias que traía: a mi
juicio, la expedición de Ernst Schaeffer había fracasado en su propósito de
sellar el pacto entre las “fuerzas sanas de Alemania” y la Fraternidad Blanca
de Chang Shambalá. Si no me equivocaba, la Puerta de Shambalá se había cerrado antes de
llegar a ningún acuerdo, y, por consiguiente, la destrucción del Tercer Reich y
la instauración universal de la
Sinarquía no estaban aseguradas para el Enemigo.
Corría Enero de 1939 y la Segunda Guerra
Mundial empezaría en Septiembre de ese año.
En derredor de una extraña mesa con forma de
media luna, se sentaban 16 Iniciados de la Orden Negra . Aparte de Tarstein y Rudolph
Hess, sólo reconocí a cuatro más como altas personalidades del Tercer Reich:
los diez restantes eran hasta entonces completamente desconocidos para mí.
Todos vestían de civil, pero supuse que varios serían militares, aunque otros
debían ser indudablemente ciudadanos, especialmente el asiático cuya presencia
me llenó de asombro.
Fui presentado por Tarstein, y los Iniciados
me saludaron amablemente, pero no dieron sus nombres en ningún momento.
Por el contrario, se identificaron con seudónimos tales como Aquilae,
Leo,
Serpens,
Draconis,
Corvus,
Pavo,
Cycnus,
etc. El asiático dijo llamarse Ave Fénix.
Me invitaron a sentarme frente a ellos, en un
sillón ubicado en la parte convexa de la media luna.
–Y bien, Lupus ¿que ocurrió con la Operación Altwesten
de Ernst Schaeffer y con los hombres que perdió la Operación Clave
Primera? –preguntó Tarstein, bautizándome de ese modo.
–Todos muertos o desaparecidos –afirmé–.
Tanto los integrantes de la Operación Altwesten como los nuestros. Pero
permítanme, Caballeros, que les relate paso a paso los hechos sucedidos desde
que partí de Alemania.
Nadie se inmutó cuando adelanté la suerte
corrida por los ausentes. Ni durante las horas siguientes, empleadas en la
narración, en la que me esmeré por brindar los principales detalles y presentar
la información lo más objetiva posible. Tarstein amenizó la extensa velada con
dos rondas de café, la última acompañada de exquisitas confituras. Y casi no
fui interrumpido, salvo para solicitar alguna aclaración concreta. Como
comprendería luego, aquellos hombres no necesitaban preguntar nada pues eran
todos extraordinarios clarividentes; poseían lo que denominaban en la Thulegesellschaft :
Facultad
de Anamnesia, vale decir, un poder propio de los Iniciados Hiperbóreos
que les permitía explorar los Registros Culturales Akashicos.
Desde allí, desde la Gregorstrasse 239,
ellos habían visto cuanto Yo les relatara de nuestras aventuras en el
Asia.
–No lo tome a mal, estimado Lupus, –dijo
Tarstein al fin– pero le vamos a rogar que aguarde abajo. Debemos sostener un
Consejo.
Una hora más duró la deliberación, hasta que
fui convocado nuevamente. Konrad Tarstein abrió el diálogo:
–Lo felicito, Lupus: unánimemente hemos
coincidido en que la
Operación Clave Primera ha sido un éxito. A pesar de las
pérdidas, que nada cuestan frente al beneficio espiritual de haber frustrado
los planes de los Demonios. Los tres caídos, Heinz, Hans y Kloster, serán condecorados,
así como también Von Krupp y sus hombres, pues no participaban de la
conspiración de Schaeffer.
–Permítame interrumpirlo, Kamerad Unicornis.
Está muy bien eso de condecorar a los muertos, pero ¿y qué me cuenta de los
vivos? ¿que va a pasar con Karl Von Grossen, Oskar Feil, y los dos tibetanos?
¿dónde están ahora?
–Incomunicados, por supuesto –confirmó
fatalmente Tarstein–. Mire, Lupus, solamente podríamos dejarlos libres, y aún
promoverlos, si Ud. se encarga de que no hablen fuera de lugar.
–¿Y cómo haría Yo para dar semejante crédito?
–Es simple, Lupus: sólo habría que formar un
cuerpo dirigido por Ud. Por ejemplo, Oskar Feil sería desde hoy su asistente; y
Ud. se encargaría de controlarle la lengua. Del mismo modo, Karl Von Grossen se
dedicaría a entrenar un equipo de Elite para apoyarlo en sus futuras misiones,
y estaría en permanente contacto con Ud. ¿Qué le parece?
–Estoy de acuerdo –afirmé aliviado–, y muy
complacido; porque esos hombres merecen el mejor trato: son valientes y
patriotas sin precio. Pero ahora, Señores, luego de aclarar ese asunto que me
preocupaba ¿podría hacer Yo algunas preguntas?
–Desde luego –aceptó Tarstein “Unicornius”.
–Bueno. El caso es que Uds. parecen saber qué
ocurrió en aquel valle del Tíbet. Podrían entonces, aclararme algunas dudas.
Por ejemplo ¿por qué fuimos atacados y por quién? Y también tengo un
interrogante, quizás no tan “serio” como los anteriores, pero que no me
avergüenza plantear aquí: es sobre el futuro del perro daiva. No puedo
negarles, Señores, que me ha causado gran contrariedad dejar a Vruna enjaulado
en Hamburgo, teniendo en cuenta que se trata de un ejemplar único en la Tierra y que está próximo a
dar a luz.
–¡Tiene Ud. razón, Lupus! –aceptó Tarstein–.
Mañana temprano enviaremos al mejor oficial veterinario de la , y su equipo de asistentes, con
la misión de cuidar y transportar sano y salvo a Berlin al perro daiva. No
tenga dudas, que valorizamos a ese animal en su justa medida y lo consideramos
un arma
secreta del Tercer Reich.
Y sobre lo que preguntó primero: –prosiguió
Tarstein– ¡fueron Uds. atacados por los Druidas!
–¿Por los Druidas? –repetí incrédulo– ¡Pero
si estábamos en el Tíbet!
–Sí, por los Druidas. ¿Recuerda lo que le
advertí el primer día que vino a esta casa?: “de entre los cazadores de la Sinarquía , los Druidas
están encargados de cobrar las piezas de su especie” ... de su especie, Von
Sübermann . Le sorprende que
ellos lo hayan emboscado en el Tíbet, pero debe tener presente que Ud. se fue a
meter en “La Puerta
de Bera y Birsa”, vale decir, la siniestra abertura por la que ingresan a
Shambalá los Sacerdotes de Melquisedec. En esa puerta en particular deseaba
llamar Ernst Schaeffer, porque de allí han provenido hace miles de años los
Archi-Sacerdotes y Archi-Druidas de las Ordenes europeas de la Fraternidad Blanca.
–¿Bera y Birsa? –pregunté desconcertado.
–Efectivamente, Bera y Birsa –replicó el
asiático, al que llamábamos “Ave Fénix”.
–Recuerde Lupus ¿no vio Ud. dos imágenes
majestuosas, una a cada lado de la
Puerta ?
–Supongo que se refiere a las figuras de los
bodhisatvas alados, que estaban tallados en las paredes de la garganta, o
dvara, o shen, es decir, en la abertura entre montañas al final de la cañada.
Las recuerdo perfectamente: en ambas paredes de la garganta de salida, y como
de una altura de 25 ó 30 mts., existían dos bajo relieves que representaban a
unos Seres de naturaleza Divina, una especie de “ángeles” o “bodhisatvas”
armados.
Quedé en silencio unos segundos, evocando
aquella inolvidable visión. Luego agregué:
–Tenían alas: los dos ángeles exhibían
desplegadas sendas alas de paloma. Y vestían túnicas blancas hasta los
tobillos: ¡sí, era un traje de Druida o de efod levita! Incluso ostentaban el trébol
de cuatro hojas en el pecho; y pequeñas estrellas, soles, medias lunas,
en las guardas. Y recuerdo también sus armas: cada uno tenía su mano derecha
cerrada sobre un mango, del que sobresalían a ambos lados dos globos. La escena
era muy sugestiva y por eso la recuerdo con tanta nitidez: Yo me hallaba parado
en la garganta de entrada, cuando ya se habían aclarado las cosas con Von
Krupp; entonces miré hacia el Oeste, al final de la cañada, y ví el vértice del
abra, o paso, flanqueado por aquellas colosales esculturas. Ambas señalaban con
el índice de su mano izquierda la salida, como invitando a pasar, gesto que asimismo
acompañaban con la expresión de sus diabólicos rostros ; empero, las manos derechas no cesaban de apuntar con
sus globos en dirección de todo posible visitante, es decir, hacia el
centro de la cañada. Creo que Yo miraba justamente la garganta del Oeste, y a
sus terribles guardianes, cuando surgió desde allí la bola de luz que los
tibetanos llamaban “el vîmâna de Shambalá”.
–No caben dudas, pues, que Ud. ha estado
frente a la Puerta
de Bera y Birsa –aseguró Ave Fénix–. Los misteriosos “ángeles” que ha descripto
no son tales, ni tampoco “bodhisatvas”, sino Demonios de la peor especie, a los
que se denomina comúnmente “Inmortales”: Bera y Birsa son dos Demonios
Inmortales que durante miles de años han actuado en Europa y Asia, y cuya
imagen Ud. ha tenido la suerte, o la desgracia, según se mire, de contemplar en
esa cañada del Tíbet. Su amo, Melquisedec, los destinó hace milenios para que
trabajasen en favor de la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido, ocupándose
especialmente de sostener la conspiración en el seno de los pueblos de linaje
indoeuropeo, indoiranio e indostánico. En el contexto europeo, Ellos han sido
los Archi-Druidas-Supremos que dirigían secretamente a la Orden druídica, y es por eso
que Unicornis y otros Iniciados los califican también de “Druidas” o “Golen”.
Pero Ellos son seres mucho más poderosos que los Druidas, a quienes mandan.
Por ejemplo, Ellos han sido distinguidos por
Rigden Jyepo, el Rey del Mundo, con el Poder del Dordje, el arma más terrible
del Sistema Solar. Dordjes: ¡esas eran las armas, semejantes a dos globos
unidos por un mango, que Ud. observó en los bajos relieves de los Inmortales!
Pero Ud. Lupus, no sólo percibió los Dordjes tallados en la piedra: Ud.
experimentó en carne propia su mortífero poder.
Lo miré boquiabierto. Y Ave Fénix aclaró aún
más lo que mis oídos se negaban a escuchar.
–Concretamente, Lupus: el zumbido de abejas
que sintió, y que causó la muerte de sus Camaradas, no es otra cosa más que la
manifestación acústica del Poder del Dordje, el cual actúa además en los otros
cuatro tattvas; con el Dordje es posible emitir el om
o el yod final, el monosílabo de la
disolución de las Formas Creadas, que es idéntico al bija del Principio de la Creación. Es muy
posible que haya sido el Demonio Bera quien aplicó el Poder del Dordje sobre su
corazón. En síntesis, tenga por cierto que ha estado frente a la Puerta de Bera y Birsa, en
un desfiladero del Tíbet conocido desde remotos tiempos como “La Brea ”. Desde luego, a
La Brea no es
fácil llegar, es decir, no es fácil alcanzar su garganta Este, pero
curiosamente en muchos mapas antiguos figura allí donde Uds. la encontraron,
junto a los montes Altyn Tagh.
–No puede ser –negué irracionalmente–. Yo vi
un vehículo volador, un navío extraterrestre; no sé que era, pero con seguridad
el zumbido brotaba de él.
–Pues así es, apreciado Lupus: el
fenómeno que Ud. vio era el Demonio Bera en todo su Poder. No se trataba de un
navío volador, ni de un vîmâna o avión desconocido, sino de una “unidad
absoluta de energía” del Universo animada por la infernal “Inteligencia” de
Bera, que es la Sefirah
Binah. Una “unidad absoluta de energía”, “un átomo
arquetípico”, adoptado por Bera para presentarse y desencadenar la Fuerza disolvente del
Dordje: eso es lo que Ud. presenció, aunque creyó ver otra cosa.
–No es posible –repetí turbado, resistiéndome
a aceptar que aquella Presencia Mortal fuese en verdad un Demonio, “Inmortal”,
y que ese Monstruo estuviese finalmente tras mis pasos. Comenzaba a comprender
lo que quería significar Tarstein al advertirme sobre “los cazadores de la Sinarquía ” que
procurarían cobrar piezas “de mi especie”.
Imperturbable, Ave Fénix continuó explicando:
–El átomo arquetípico es la Forma Primordial
por excelencia, el Huevo de Brahma, la mónada hecha a imagen y semejanza de El
Uno: todos los átomos reales y todas las formas atómicas, todas las unidades,
emanan de él y participan de su existencia ejemplar. ¿Y sabe por qué Bera
adoptó esa forma para manifestarse ante Ustedes y emplear el Poder del Dordje? Porque
el único modo que le resta a un Demonio como El, traidor al Espíritu del
Hombre, para resistir el Signo del Origen que Ud. exhibe, es encerrarse en la
unidad absoluta de la
Mónada Creada. Pero ya ha visto el resultado de esa
táctica, Camarada Lupus: no ha podido con Ud., con el Signo del
Origen que Ud. posee, y las Puertas de Shambalá se han cerrado para nuestros
enemigos.
–Oh, Yo no sería tan optimista, Camarada Ave
Fénix –sugerí, al tiempo que me estremecía agitado por antiguos y nuevos
terrores–. Le hago presente que si conservo la vida no es precisamente por
efecto del Signo sino gracias a la
intervención de esos guerreros increíbles que son los monjes kâulikas, y la
colaboración inestimable de los perros daivas que nos sacaron de la cañada de
Altyn Tagh.
–Ah, Camarada Lupus, me temo que Ud. no
comprende la situación.
Ave Fénix me hacía el mismo reproche que Karl
Von Grossen. Evidentemente Yo comprendía nada, o muy poco, de lo que ocurría a
mi alrededor. O todos pretendían comprender mejor que Yo lo que pasaba. O Yo me
estaba tornando extremadamente obstinado o estúpido. Mas, sea lo que fuere,
había algo que sí comprendía, y en lo que no me equivocaba: la causa de todos
mis males, que hasta ayer consideraba un maravilloso privilegio, era el
inaprensible Signo del Origen. ¿Distinción de los Dioses o Estigma? Frente a
mí, los hombres más importantes del Tercer Reich decían contar conmigo, y con
mi Signo, para llevar adelante los planes del Führer. Pero, y eso sí lo iba
comprendiendo ahora, las más terribles Fuerzas del Infierno, Fuerzas que Yo
había visto de cerca en el Tíbet, me consideraban a priori su enemigo mortal y
desarrollarían contra mí un ataque inimaginable.
Alegóricamente hablando, tal situación, la
única situación que tal vez comprendía, era que el Tercer Reich se aprestaba a
marchar sobre el Mundo, como una ciclópea falange, y que Yo desempeñaría
entonces la función de abanderado. Sí, sería el portaestandarte
del Tercer Reich, y la bandera que enarbolaría sería el Signo del Origen, el
Signo de Lúcifer, el Signo de Wothan, el Signo de Shiva, mi Signo. Y, como en todo
ejército en operaciones, el Enemigo trataría de conquistar las banderas, nuestros
estandartes, procurando abatir sin previo aviso al abanderado,
tratando de quitarle la
Insignia Sagrada del Espíritu, tratando de quitarle la vida,
tratando de quitarle el estandarte, tratando de quitarle mi vida, tratando de
quitarle mi Signo.
No protesté por el comentario de Ave Fénix, y
éste prosiguió:
–Estimado Lupus: Ud. no debe a nadie su
“salvación” más que a Sí Mismo. ¿Se olvida que si hubo Operación Clave Primera,
y perros daivas, ello ocurrió porque previamente existía un Iniciado Kurt
Von Sübermann, que portaba el Signo del Origen
? Los perros daivas, y Ud., son la misma cosa, porque sin Ud. no
habría perros daivas ni Signo del Origen, o de Shiva, ni nadie capaz
de colocar su Yo más allá de Kula y Akula. El Demonio Bera lo atacó con
la furia de un vîmâna y Ud. cree que se salvó “gracias” a los perros daivas:
¡pues sepa que es su propia inseguridad, su falta de fe en Sí Mismo, su
incomprensión de la situación, la causa de que aliente tan errónea
convicción! ¡Porque si fuese Ud. en realidad el Iniciado que debe ser, seguro
de Sí Mismo frente a la Muerte ,
y más allá de la Muerte ,
hasta el Origen, sabría sin dudar que su Signo lo ha tornado
invulnerable al ataque de cualquier Ser Creado, aún el Dios más poderoso! ¡si
se encontrase solo, frente a los Demonios Bera y Birsa, u otros semejantes, y
Ellos le aplicaran todo el Poder del Dordje sobre el corazón, Ud. quedaría
fácilmente fuera de su alcance situándose más allá de Kula y Akula, en el
Origen, o creando con un tulpamudra sus propios perros daivas, o “caballos
daivas” lungpa, o cualquier ilusión por el estilo !
–¡Está bien! ¡Está bien! ¡Me rindo! –propuse,
sonriendo tristemente; y antes de que los reclamos de los Iniciados de la Orden Negra se
volvieran incontestables–. Me esforzaré en comprender sus puntos de vista
–prometí–. ¿Verdaderamente creen que esos malditos Inmortales no sólo me
atacaron a muerte sino que cerraron la Puerta de su Guarida?
–Así es, Lupus –terció Tarstein–. Le diré lo
que ha sucedido, de acuerdo a la visión coincidente de todos los Iniciados aquí
presentes. En principio, y esto lo sorprenderá, tenemos motivos para pensar que
Ernst Schaeffer no murió en La
Brea. Y si hubiese muerto durante el ataque, estamos seguros
de que los Inmortales lo resucitarían. ¿Para qué? Para que regrese a Europa a
buscar su cabeza. Jamás, entiéndalo bien, Lupus, porque en esto le va
la vida, Ellos jamás van a permitir que exista alguien como Ud. en una sociedad
sinárquica. Por el contrario, estando Ud. de por medio no habrá pacto entre la Fraternidad Blanca
y las Sociedades Secretas de la
Sinarquía ; y por consiguiente, no habrá constitución de la Sinarquía. Sin
lugar a dudas, Ernst Schaeffer, u otro mentecato semejante, será delegado por
los Demonios para hacer oír sus condiciones en Occidente: y en esas nuevas condiciones se
exigirá la eliminación de Ud. y de todos los que como Ud. son portadores del
Signo del Origen que ellos no pueden soportar.
Y en cuanto a Ud., Lupus: demás está decirle
lo que representa para nosotros. Contar con Ud. significa disponer de ventaja
estratégica para la ejecución de los planes de la Orden Negra. En base
a esto deberíamos tratar de preservarlo de todo peligro; sería lo más lógico.
Sin embargo haremos todo lo contrario: no descuidaremos de su seguridad, pero
tampoco impediremos que Ud. cumpla su misión, la misión que le fue encomendada
por los Dioses cuando lo señalaron con el Signo del Origen . ¡Seguirá, pues, corriendo
riesgos! ¡Estudiaremos cuidadosamente sus futuras operaciones y lo enviaremos a
cerrar, con su Signo Divino, las Puertas del Infierno! Ahora sabemos que Ud. puede
hacerlo ¿lo hará?
Los dieciséis pares de ojos me taladraban el
cerebro. Miré a Rudolph Hess, casi un padre para mí ¿qué podía negarle a él? Y
a Konrad Tarstein, mi Instructor Hiperbóreo, el Sabio que me revelara tantos
secretos ¿qué no le daría Yo a él, que nada necesitaba ni pedía para sí? Y a los
restantes Iniciados, los Arquitectos Secretos de la Nueva Alemania , los
Jefes de la Orden Negra
: negarles algo a ellos era
negarse a servir a la patria. En ese momento, neffe Arturo, mi respuesta sólo
podía ser una:
–¡Heil Hitler! –grité, y levanté mi brazo
derecho para asentir inequívocamente. Mi respuesta, neffe, y eso lo
comprendieron todos, era un juramento, un voto de Caballero .
Cuando todos se retiraron, media hora
después, y sólo quedábamos el anfitrión, Rudolph Hess y Yo en la Gregors trasse 239, nos
despedimos de Tarstein y partimos en el Mercedes. Igual que antes, Yo manejaba
y Rudolph Hess permanecía en el asiento trasero. Ansiaba saludar a Ilse y
descarté que iríamos a la casa de Rudolph, pero éste me advirtió enseguida “Al
Hotel Kaiserhof”. Lo miré por el espejo retrovisor, sin comprender.
–¿No adivinas quién nos espera allí?
–preguntó, mientras sonreía burlonamente. Temblé al preguntar:
–¿Papá?
–Si, Kurt. Tu padre en persona. El Barón Von
Sübermann ha viajado especialmente desde Egipto para entrevistar a su
escurridizo hijo.
–Oh, qué alegría; qué alegría. No puedo
creerlo, todavía. ¿Tú le avisaste, no es cierto? ¿Dime la verdad, taufpate?
–Pues sí. Yo le notifiqué, cuando supimos que
estabas en alta mar, que podría venir 20 días después a Berlín. Y eso fue lo
que hizo sin perder un instante. ¿Qué mal había en ello? Es bueno que tu padre
te vea al menos una vez al año. O al término de una operación en la que por
poco pierdes la vida. Apruebas mi decisión, ¿verdad?
–Oh, sí, taufpate. Me has brindado el más
bello regalo que Yo podía esperar.
Aquella fue una de las mejores noches de mi
vida. Con Papá, Rudoph, Ilse y el pequeño Wolf Rüdiger[3],
en Berlín, en Enero de 1939, el Mundo parecía estar en nuestras manos. Aún
recuerdo que durante la cena, papá anunció que su hija se había casado con un
Ingeniero germano-argentino y que al poco tiempo partirían para radicarse en la Argentina , donde los
Siegnagel eran propietarios de una bodega. Y que Rudolph anunció también que Yo
sería promovido en los días siguientes, en la jerarquía de la , con el grado de Standartenführer,
saltando así el grado intermedio de Obersturmbannführer. Sería, dijo,
uno de los Stantartenführer o Coroneles más jovenes de la Waffen .