Capítulo XVII
Me prometí a mí mismo no interrumpir más a
tío Kurt. Su relato prosiguió así:
–De acuerdo a los papeles firmados y sellados
que contenía el sobre entregado por el Oberführer Papp ya era miembro de la Schutzstaffeln (Escalones
de Guardia o ) y marchaba a recibir
entrenamiento al Ordensburg de Crossinsee incorporado con el grado
de Obersturmführer [1].
A la d se ingresaba normalmente, para la carrera de
oficial, con el grado Untersturmführer [2]
pero los graduados del NAPOLA, por su preparación militar
previa, eran incorporados con un grado más. Por esta razón yo entraba como Obersturmführer de la legendaria
1a Panzer División Leibstandarte Adolf Hitler
y porque los Ostenführer del Cuerpo Selectivo de Estudios Orientales del NAPOLA
tenían su asiento natural en el Leibstandarte.
Los oficiales recibían instrucción en centros especialmente
preparados al efecto, en distintos lugares de Alemania. Eran los Ordensburg,
castillos-monasterios rodeados de bosques y parques, autosuficientes con
respecto al fin pedagógico para el que habían sido dispuestos. Tres Ordensburg
dependían del N.S.D.A.P. y uno, el castillo de Werwelsburg, pertenecía
exclusivamente a la Waffen .
Crossinsee en
Prusia Oriental se ocupaba del entrenamiento físico y mental y de completar la
instrucción puramente militar. Vogelsang en Renania impartía la
enseñanza política y mística y, por último, Sonthofen en Baviera, se
ocupaba de la formación superior de los oficiales en Política, Diplomacia o Artes Militares. A
estos tres burgos, Crossinsee, Vogelsang y Sonthofen, se concurría
en ese orden pudiendo permanecer uno o más años en cada uno de ellos de acuerdo
a la particular carrera seguida. Pero a Werwelsburg sólo ingresaba una
auténtica Elite, extraordinariamente seleccionada, que aspiraba a recibir la Iniciación al
Conocimiento Más Oculto de la
Orden Negra , cuyo Gran Maestre era el Reichführer
Heinrich Himmler.
En mi caso particular, existían órdenes
expresas, de Rudolph Hess, de acelerar la estadía en Crossinsee y Vogelsang
por lo que sólo asistí tres meses al primer burgo y tres meses al segundo. En Sonthofen
estuve seis meses y luego pasé tres meses en Bernau, cerca de Berlín,
un centro secreto del S.D.[3]
donde se impartía enseñanza en técnicas de contraespionaje. En total quince
largos y duros meses de estudio que culminaron a fines de 1938 cuando, con el
grado de Hauptsturmführer [4]
abandoné definitivamente las aulas y bibliotecas oficiales en calidad de
alumno.
Desde mi llegada a Alemania, en 1933, habían
pasado seis años durante los cuales recibí una educación de Elite, tan
específica y bien concebida para lo que se deseaba obtener de mí, que es
difícil imaginar cómo podría haberse mejorado.
En esa fecha –continuó tío Kurt– Alemania y
sus aliados iban a entrar en la
Guerra Total contra las Potencias de la Materia , guerra que fue
más terrible que la del Mahabarata, y, al agotarse los tiempos, tuve
oportunidad de actuar en bien de mi patria y de la Humanidad. En
efecto, neffe: antes de que estallase el conflicto recibí mi primera misión,
una empresa tan extraña que costaría encuadrarla dentro de las operaciones
militares, especialmente en la actualidad, cuando los ejércitos “profesionales”
son máquinas bien aceitadas y los soldados simples robots. Pero es que la Waffen no era una organización meramente militar sino
la expresión externa de la
Orden Negra , una Orden de Iniciados Hiperbóreos: existían,
pues, junto a las operaciones clásicamente militares, misiones de neto carácter
esotérico. Una de ellas era la Operación Altwesten que había emprendido en 1937
el Profesor Schaeffer, financiada y dirigida por la . Como lo había anticipado Rudolph
Hess, mi Destino estaba ligado a aquella expedición al Tíbet y nadie, ni el
traidor Schaeffer, podrían impedir que participase de ella. Sin embargo en 1937
el grupo ya había partido y sólo un año después me incorporé a ellos en el
Tíbet.
Las circunstancias previas no fueron menos
extrañas, pero te las narraré luego que hayamos cenado –dijo sorpresivamente
tío Kurt. Miró su reloj y se llevó la mano a la frente con asombro–. ¡Soy un
desconsiderado! Hace cinco horas que te entretengo sin contemplar que ésta es
la primera vez que dejas la cama en quince días. ¿Realmente estás bien? Dime la
verdad pues quizás sea mejor que te acuestes y te haga subir la cena.
–Estoy muy bien tío Kurt –dije– y si quieres
saber la verdad, lo que siento ahora es hambre. Así que ¡vayamos a cenar!
Reía gozoso tío Kurt mientras nos dirigíamos
al comedor. Una hora más tarde volvíamos a ubicarnos en los sillones luego de
haber tomado una cena fría y liviana, a base de fiambres y ensaladas, durante
la cual hablamos de diversos temas desvinculados completamente de la narración
interrumpida.
Al fin, mientras bebíamos una taza de café,
decidió tío Kurt continuar el relato.
–Es una hermosa noche de verano –dijo–. Cielo
despejado, temperatura agradable, silencio y fragancias del campo. ¡Te propongo
que nos sentemos bajo los sauces neffe! Verás que disfrutas la frescura de la
noche en tanto avanzamos con el relato.
–Oh no, –respondí–. Será mejor que retornemos
al living-room. Allí estaremos más cómodos.
Lamentaba estropear el entusiasmo de tío Kurt
pero no deseaba enfrentarme a los dogos. Sabía que tarde o temprano tendría que
hacerlo pero procuraría que fuera de día. ¿Los dogos nuevamente de noche? La
idea me llenaba de aprensión, pero tío Kurt no debió notarlo pues encogiéndose
de hombros se dirigió al living seguido por mí.
–Tres o cuatro semanas después de llegar a
Crossinsee retorné a Berlín –continuó narrando tío Kurt– para entrevistar a
Konrad Tarstein, mi contacto en la Thulegesellschaft.
Es probable que semejante lugar y sujeto
–pensé– tuviesen por objeto despistar a posibles espías o decepcionar a
inquietos aspirantes. Yo sufrí el segundo efecto al golpear una mohosa argolla
que giraba dentro de un puño de bronce dudosamente fijado a la destartalada
puerta.
–¿Sí? –preguntó una voz chillona que emergía
de algún lugar indefinido.
–Soy Kurt Von Sübermann –dije, dirigiéndome a
la diminuta mirilla que al fin había descubierto en uno de los paneles de la
puerta, desde donde un par de ojillos huidizos me observaban impacientes. –Me
envía Herr Rudolph Hess...
Se abrió la puerta y una figura rechoncha y
pequeña apareció, con la mano cortésmente extendida para saludar.
–Soy Konrad Tarstein –dijo–. Pase, lo estaba
esperando.
El interior no mejoraba para nada la
impresión inicial. Amueblada con manifiesto mal gusto, en una descuidada mezcla
de formas y estilos, unos minutos en la casa bastaban a cualquiera para
desalentarse de que allí hubiese o pudiese tratarse algo importante. Y sin
embargo yo esperaba mucho de la Thulegesellschaft en la que, según Rudolph Hess,
hallaría respuesta a todos mis interrogantes.
Sentado en un ridículo sillón Luis XV, que
nada parecía tener que hacer allí, frente a una mesa normanda y unas sillas
fraileras, observaba con sorpresa que Konrad Tarstein se aprestaba a llenar una
ficha. Era lo más alejado de una actividad espiritual que yo podía imaginar y
por eso titubeé al dar mis datos personales, actitud que Tarstein interpretó
erróneamente como producto del temor.
–No tema –dijo Tarstein– los libros de la Orden nunca podrían ser
hallados. Puedo asegurarle, Herr Von Sübermann, que jamás ha ocurrido una
filtración importante sobre detalles del Culto o la identidad de nuestros
miembros. Hemos sufrido deserciones y alguna traición menor, pero siempre en
los niveles superficiales de la
Orden , y por gente que no poseía un conocimiento muy preciso
de la organización interna.
–¿Recibe muchos aspirantes Señor Tarstein?
–pregunté.
Konrad Tarstein levantó la vista de la ficha
y me observó unos largos minutos con curiosidad. Al fin, como si cayera en la
cuenta de un olvido u omisión, se llevó una mano a la frente en tanto su rostro
se iluminaba con una sonrisa.
–¡La parquedad de Rudolph Hess! –dijo como si
pensara en voz alta–. Su eterna y tímida parquedad. Debí suponer que Ud. no
estaría avisado de que esta entrevista no forma parte de ninguna práctica
regular en la
Thulegesellschaft. Dígame Kurt Von Sübermann ¿Qué información
recibió de Rudolph Hess para llegar hasta aquí?
Le respondí en forma completa sobre todo
cuanto sabía acerca de la
Thulegesellschaft : lo que había dicho Rudolph Hess en nuestra
charla de la Cancillería ,
la noche de la graduación, y la referencia a un “contacto” en Berlín, Konrad
Tarstein, expuesta en su carta que llegó a mis manos por mediación del Oberführer Papp.
Mientras hablaba me asaltaba la duda de que
se hubiese producido un inesperado malentendido, a causa de algún error
cometido por mí en la interpretación de las instrucciones. Pero por más que
reflexionaba no encontraba ningún motivo que pudiese haber provocado la
sorpresa de Tarstein ante mi pregunta sobre la recepción de otros aspirantes a la Thulegesellschaft.
¿O es que, efectivamente, no venían jamás otros aspirantes a la Gregorstrasse 239?
Esto me lo confirmó, finalmente, Konrad Tarstein pocos minutos después. Aprobó
con un gesto de su calva cabeza todo cuanto dije y, luego de guardar la ficha
en un maletín de cuero, me invitó a pasar a un ambiente interior del enorme
caserón.
La sala donde estábamos se conectaba con la
puerta de calle por medio de un pasillo desde el pequeño hall. A la derecha se
veía una escalera de fina madera lustrada y alfombrada, que, mediante una curva
de noventa grados, conducía a la planta superior y se continuaba en la baranda,
la cual se extendía lateralmente a lo largo de un pasillo, perfectamente
visible desde abajo. Hacia el frente de la sala se abrían dos puertas de
grandes marcos de madera tallada. Tomando por la puerta de la derecha
accedimos, con Tarstein, a un patio abierto, rodeado de galerías con pequeñas
columnas bajo arcos normandos, en cada uno de los cuales se abrían sendas
puertas. Siguiendo la galería de la izquierda, recorrimos la distancia de un
lado del patio embaldosado y continuamos a través de una puerta cancel
transversal que nos condujo a otro patio, éste cerrado con una campana de vidrio,
en tanto la galería se extendía a lo largo de este patio para morir en la pared
del fondo.
Antes de llegar allí, entramos en la última
de las incontables puertas que daban a las galerías traspuestas. El sitio al
que habíamos arribado, luego de tan laberíntica excursión, era en verdad
sorprendente. Al cerrar la puerta que daba a la galería, diríase que entrábamos
a un moderno apartamento, más propio de estar en un rascacielos de la Bernaverstrasse
que allí, en el corazón de una decadente mansión del siglo XVIII.
–¿Le sorprende Sr. Kurt? –preguntó sonriendo
Konrad Tarstein–. Hice remodelar un ala de esta antigua casa para vivir con
cierta comodidad. Nada del otro mundo, más bien sencillo, pero cómodo para
quien ya tiene recorrido gran parte del camino final.
...Vea Kurt, ésta es la cocina, moderna y
bien instalada; éste, el comedor y living-room. Por aquí, por favor. Vea, éstos
son los dormitorios, hay dos porque suelo recibir a un matrimonio de viejos
amigos como huéspedes. Pase por aquí Kurt; vea, éste es el principal ambiente,
adonde paso gran parte del día y la noche.
Nos hallábamos ante un cuarto de grandes
dimensiones, con las cuatro paredes cubiertas de estanterías con libros. En el
centro, bajo una lámpara cuadrada y de altura regulable que colgaba del techo,
una mesa tapada de libros, algunos abiertos, otros apilados, y varios
manuscritos, dejaba adivinar el lugar de trabajo o estudio de Konrad Tarstein.
Algo abrumado por el particular espectáculo
que estaba presenciando y conteniendo los deseos de ir de inmediato a examinar
los lomos de los libros, que evidentemente eran muy antiguos, contuve mi
ansiedad y pregunté:
–¿Por qué aquí? ¿Por qué construir una casa
dentro de otra casa? ¿No era más factible adquirir otra propiedad más cómoda en
un barrio más respetable?
–Calma, calma, Kurt, –dijo Tarstein– esto ha
sido hecho así por una importante razón: No podemos abandonar esta propiedad
que es muy querida para nosotros. En ella han pasado cosas muy importantes para
la Alemania
y la Humanidad. Por
eso, aunque pocos son los que suelen visitarla, nosotros la mantenemos intacta,
sin cambiar nada de su antiguo y desconcertante mobiliario. Hace treinta años,
en 1908, funcionaba aquí una agrupación secreta cuyos miembros fundaron en 1912
la Germanenorden
que luego daría lugar a la
Thulegesellschaft y al N.S.D.A.P. ¿Entiende ahora por qué
debemos conservar esta casa?
–Porque aquí empezó todo, –dije con
admiración.
–Exacto, aquí empezó a escribirse la historia
del próximo milenio. ¡¡Aquí, solamente aquí, vinieron un día los Superiores
Desconocidos a sellar la fundación del Tercer Reich!! Antes caerá Berlín de sus
cimientos que pueda tocarse un alfiler en esta casa sagrada.
Cuando Konrad Tarstein hablaba en esta forma,
su chillona voz adquiría tonos proféticos y se tornaba magnética y atrayente,
haciendo olvidar por momentos el estrafalario aspecto de quien la emitía.
–Vamos a tomar una taza de té –propuso
Tarstein– y le impondré de algunas cosas que debe saber de la Thulegesellschaft
y del arreglo que hemos hecho con Rudolph Hess sobre su ingreso.
Le acompañé lamentando dejar aquella
fascinante biblioteca, hasta la flamante cocina. Abandonamos la biblioteca por
otra puerta, adyacente de la que habíamos entrado, y fuimos a dar nuevamente a
la galería y al patio. Comprendí, así, que la casa de Konrad Tarstein se
extendía en toda esa ala de la vetusta mansión, frente al segundo piso.
–¿De cuántos cuartos cuenta la casa?
–pregunté mientras azucaraba el aromático Té de Shanghai.
–Contando ambas plantas, unos... treinta o
treinta y dos ambientes –respondió enigmáticamente–. ¿Quién podría saberlo?
Me miró un largo instante, como dudando si
debía detenerse allí o completar la respuesta. Al fin algo en él pareció
relajarse, y optó por la segunda alternativa.
–Mire Kurt, Yo no sé si estará ya preparado
para aceptar ciertos hechos que escapan a la normal comprensión del hombre
corriente. De todos modos, puesto que pretendemos hacer de Ud. un Iniciado
Hiperbóreo, tarde o temprano tales hechos no le resultarán para nada
sorprendentes: es sólo cuestión de tiempo que los comprenda. Así que, le daré
una información que para cualquier mente racional sería lógicamente increíble,
pero no lo será para nosotros pues corresponde a la más rigurosa verdad,
perfectamente comprobable por todo Iniciado: en esta casa, hoy pueden haber 32
ambientes pero mañana, tal vez, hayan 35, 40 ó más; o tal vez menos, 20, 25,
30, ¿quién podría saberlo?
Naturalmente, neffe, aquella revelación me
produjo la incomprensión que preveía Tarstein. No olvides que sólo tenía 19
años y que aún me hallaba conmocionado por la recientemente adquirida facultad
de oír la Voz de
Kiev, el Señor de Venus. Sin embargo no me sobresalté y tomé sus palabras con
tranquilidad. Konrad Tarstein prosiguió, aparentemente satisfecho por el efecto
nulo que causaban sus datos.
–Esta no es una casa común, Kurt. No señor,
Ud. se encuentra dentro de lo que nosotros llamamos una plaza liberada, un oppidum,
es decir, un espacio ganado al Enemigo. Aunque Ud. vea
sólo paredes rodeando al área edificada, ellas sólo encubren a un cerco
estratégico denominado Arquémona o vallo obsesso, que separa
y aísla a la plaza del Valplads o territorio enemigo, vale
decir, del campus belli. Ud. no puede percibir el Arquémona porque aún no
está Iniciado y su Alma le bloquea la visión espiritual: solamente su Espíritu
Increado es apto para captar el cerco carismático del Arquémona.
Pero ya lo verá, Kurt, ya lo verá. ¡Y entonces comprenderá que es real lo que
parece imposible, y que la casa no es geométricamente estable porque
su estructura no participa exclusivamente de los Arquetipos Creados, como toda
casa, sino que en ella interviene un elemento increado, el Infinito Actual !
Luego de ese anuncio, Tarstein suspiró y
dijo:
–Aquí, Kurt, el Tiempo transcurre de otro
modo, desincronizado del Tiempo exterior, del Tiempo del Mundo. Por eso, en
este espacio liberado de la plaza, y con este tiempo propio, la construcción no
puede ser estable y no sólo sus sectores varían, sino que lo hacen en
sincronía con el Tiempo interior: siglos y milenios de distancia se podrían salvar al
atravesar una de estas puertas. Por una de tales aberturas del tiempo y
del espacio, llegaron alguna vez mis Antepasados, los Señores de Tharsis de la
rama germana, quienes pertenecían a una Orden medieval conocida históricamente
como Einherjar : debe saber Ud. que mi apellido Tarstein, significa “piedra
de Tharsis”, en memoria de una Casa legendaria que remonta sus orígenes
raciales a los Atlantes blancos, los sobrevivientes blancos de la Atlántida. Sé que ésto
le parecerá fantástico, pero Yo desciendo de una Estirpe que permaneció oculta
durante siglos debido a la tenaz persecución, persecución mortal, a que la
sometieron las Potencias de la
Materia , vale decir, esa Jerarquía Oculta dirigida por
tenebrosos seres extraterrestres radicados en Chang Shambalá.
Seré más claro: mi familia, la rama germana
de los Señores de Tharsis, era oriunda de Suabia, país donde se habían asentado
con el mayor secreto en el siglo XIII, huyendo de un legendario ataque de los
Demonios que casi extermina toda nuestra Estirpe. Allí se mantuvieron durante
cuatro siglos, conservando la Sabiduría Hiperbórea que había sido confiada en
tiempos remotos a nuestra Casa. En el siglo XVI, un Pontífice Hiperbóreo
procedente de Inglaterra, fundó en la corte del Emperador Rodolfo II, en Praga,
la Orden Einherjar ,
que tenía como objetivo desarrollar y aplicar en todo momento de la Historia un método exacto
para localizar el advenimiento del Señor de la Voluntad Absoluta ,
el Enviado del Señor de la
Guerra , es decir, el Führer de la Raza Blanca. En aquel
momento, el Pontífice decidió que la mejor Estrategia para el sostenimiento y
perdurabilidad de la Orden
exigía que sus miembros perteneciesen siempre a ocho linajes escogidos entre
las Estirpes de Sangre Más Pura de Europa. El caso fue que uno de los Príncipes
convocados por el Pontífice pertenecía a mi familia, en tanto que otro provenía
de la Casa de
Branderburgo, de un linaje colateral de los Hohenzollern. La Orden trabajó en secreto
durante los siglos siguientes, formando Iniciados Hiperbóreos y aguardando los
tiempos de la llegada del Gran Jefe de la Raza Blanca. Su base
de acción más importante la constituyó el margraviato de Branderburgo, que era
desde el siglo XII un principado hereditario enfeudado con el Emperador. Y
justamente, la presencia de la
Orden no es ajena al posterior ascenso de la Casa de Branderburgo por
sobre los restantes principados de Europa, hasta la obtención de la investidura
de Rey alcanzada por Federico Guillermo III en 1791. Nace entonces Prusia, el
Estado donde el principio rector nacional era el honor, donde la familia se
organizaba en torno a la figura autoritaria y ejemplar del padre, donde el
orden imperaba en todas las clases sociales, nobleza, burquesía y campesinado,
porque se afirmaba en las nociones fuertemente arraigadas del cumplimiento del
deber, del ahorro, de la incondicional obediencia de los subalternos, en la
entera subordinación de los funcionarios, y en la más rígida disciplina
militar.
Pero, por sobre todo, Prusia fue desde el
comienzo un Estado militar: dos tercios de su presupuesto se dedicaba al sostén
del poderoso ejército nacional que infrigió derrotas a Francia, Austria, Rusia,
etc., e impuso respeto y admiración por el austero y señorial “modo de vida”
prusiano. Y junto con el arte de la guerra, se cultivaba aquí la filosofía, la
literatura, la música. Mas nada de esta revolución ocurría por casualidad: la Orden estaba ensayando, en
una sociedad de Sangre Pura, el Nuevo Orden que el Führer, en su próxima
venida, aplicaría a Alemania entera y al Mundo. Es por eso que el Führer no ha
ocultado jamás su deuda con Prusia y ha hecho pública su simpatía por Federico
II de Prusia y por Bismarck, el Canciller de Hierro.
Pues bien, Kurt: la antigua Orden Einherjar
estaba tan fortalecida en el siglo XIX, que uno de sus Iniciados llegó a ser
coronado Rey de Prusia en 1840. Me refiero a Federico Guillermo IV, llamado
cortésmente “Damián de Branderburgo” por su amor a la Elocuencia y en
recuerdo del famoso retórico de Efeso. Fue el mismo Rey que hizo reconstruir
Marienburg, el castillo que sirviera de residencia en la Edad Media a los
Grandes Maestres de la
Orden Teutónica ; esta obra de restauración, como Ud. sabrá,
es proseguida en la actualidad por una división especial de la , cumpliendo órdenes directas del Reichführer
Himmler. Y fue ese mismo Rey quien, considerando que el antiguo peligro había
cedido, y que los Demonios no podrían impedir ya que el Nuevo Orden se
impusiese en el Mundo, autorizó la creación del apellido Tharstein o Tarstein,
contracción de Tharsisstein, acompañado del título nobiliario de Conde y el
derecho a exhibir en el Castillo de la
Casa el escudo de armas familiar. El Castillo de Tarstein se
encuentra muy cerca de aquí, Kurt, a unos 100 km . de Berlín, mas Yo no
lo frecuento desde hace muchos años pues me hallo totalmente entregado a
trabajar para la
Thulegesellschaft y la Orden Negra .
Venga Kurt; le mostraré algo muy secreto, y
relacionado con este tema.
A continuación, me condujo por el pasillo
exterior hasta un cuarto cercano, herméticamente clausurado con doble
cerradura. Una vez adentro, se reveló ante mi vista otra nutrida biblioteca: en
dos paredes debían estar depositados unos cuatro mil libros, muchos de ellos de
evidente antigüedad; en otra pared, una estantería rebosaba de documentos y
rollos.
–Todo este material tiene una característica
común: –explicó– se refiere a los “Druidas” y al “druidismo”. Varios de esos
documentos son muy secretos y han sido obtenidos a alto precio: proceden de
toda Europa y corresponden a todas las Epocas, hasta hoy. Es, con seguridad, la
más completa colección que nadie ha reunido jamás sobre los Druidas.
–Pero –exclamé sorprendido– ¿los Druidas no
fueron personajes históricos ya desaparecidos? ¡Habla Ud. como si aún
existiesen!
–Hace un momento le mencioné el hecho de que
mi familia, la Casa
de Tharsis, se vio obligada a huir hace siete siglos por causa de “un ataque de
los Demonios”; pues bien: esos “Demonios” eran Druidas, o “Golen”, como los
denominaban mis antepasados. Y a partir de entonces, que yo sepa, nunca ha
decrecido su poder. Por el contrario, se podría afirmar que hoy es más fuerte
que nunca. Pero tenga presente esto, Kurt: si la Estrategia del Führer triunfa,
y algún día el Tercer Reich acaba reinando sobre la Humanidad , una de
nuestras grandes batallas esotéricas deberemos librarla contra los Golen, que
en Europa se constituyen en pilar de la Sinarquía.
–Pero ¿quiénes son? ¿dónde están? –pregunté
atónito.
–En la Edad Media su centro de acción era la Iglesia Católica
–respondió pensativamente– donde, al parecer, fueron combatidos
encarnizadamente por miembros de mi familia. Luego del siglo XIV, más
concretamente luego de la destrucción de la Orden del Temple que obedecía a su inspiración,
se difundieron y fortalecieron en diversos estamentos de la sociedad europea.
Hoy en día apenas existe organización donde no estén infiltrados los Golen.
Sé que con esta respuesta no le aclaro mucho.
Pero más adelante le describiré la compleja estructura de la Sinarquía y entonces
podrá comprender funcionalmente el papel que desempeñan en la actualidad y
podrá identificarlos con facilidad. Si le he mostrado ahora esta biblioteca y
le he mencionado a los Golen, no es para responder a la natural curiosidad que
ello le despertaría, sino para hacerle una seria advertencia. ¿Ha oído hablar
de la caza por especies ?
–Pues, creo que sí. ¿No es la que consiste en
que cada cazador debe cobrar una pieza de una especie determinada? ¿Como un
juego, en el que un cazador debe cobrar, por ejemplo, una liebre, otro un
conejo, un tercero un faisán, el cuarto un pavo, etc.?
–Exactamente, Kurt –confirmó Tarstein–.
Escuche esto, entonces, y grábeselo bien en el cerebro: análogamente a la caza
por especies, de entre los cazadores de la Sinarquía , los Druidas están encargados de cobrar
las piezas de su especie.
Me quedé mirándolo sin comprender; o sin
querer comprender. El repitió:
–... de su especie, Kurt Von Sübermann.
No sabría decir qué me resultaba más
asombroso, si la historia que había narrado Tarstein, sin dudas verdadera, o el
saber que estaba frente a un Conde, un Noble de linaje antiquísimo: por su
apariencia ciudadana, por su trato humilde y caballeresco, por su indumentaria
de dudosa calidad, difícilmente lo hubiese sospechado. Yo también heredaba un
título nobiliario; sin embargo algo interno, una intuición inexplicable, me
decía que su Sangre era más Pura, que su Estirpe era más antigua, que su
nobleza era superior a la mía. De su advertencia, sobre el peligro de los
Druidas, por supuesto, no hice el menor caso.
Antes de salir tomó unas hojas
mecanografiadas de la estantería de documentos y me las alargó. “Son –me dijo–
la trascripción del artículo ‘Druidism’ de la Enciclopedia Británica :
leálo; le refrescará la memoria”. Echó llave a la biblioteca druídica y
regresamos a la cocina.
Bebía otra taza de té, aún confundido por las
revelaciones de Tarstein, cuando éste, que había salido un momento antes,
regresó.
–Fui hasta mi estudio para buscar este
manuscrito –me enseñó un libro, hábilmente encuadernado, y escrito a mano con
exquisitos caracteres góticos–. Su título es “Historia Secreta de la Thulegesellschaft ”.
Lo escribí empleando conocimientos que son del todo secretos y que en Alemania
sólo unos pocos Iniciados conocen en parte. Ud. lo podrá leer más adelante,
pero no lo deberá sacar de esta casa pues es el único ejemplar que existe y los
secretos allí contenidos podrían cambiar la organización política del Planeta
si cayesen en poder del Enemigo. Aquí se explica, por ejemplo, cómo hicieron
los Iniciados de la
Orden Einherjar para determinar que Adolf Hitler era al
Führer de la Raza Blanca
y cómo lo guiaron hacia el Poder; y las Ordenes intermedias que tuvieron que
fundar, como la
Germanenorden y la Thulegesellschaft ,
hasta llegar a la Orden
poseedora de la
Sabiduría Hiperbórea en el Más Alto Grado, es decir, la Orden Negra
Es de imaginar la avidez con que observé
aquel manuscrito, deseando tener la posibilidad de leerlo allí mismo. Las
palabras sonaban misteriosas en la boca de Tarstein, y esta impresión se
acentuaba debido a la irrealidad del lugar, en donde se atravesaban los siglos
con sólo recorrer unos metros de pasillo.
–A su taufpate Hess –continuó Tarstein,
cambiando de tema– lo conozco desde que apareció en Munich en 1919. Era un
joven estudiante de geopolítica cuando ingresó, ese año, a la Thulegesellschaft. Sin
embargo reconocimos en él a uno de los grandes Espíritus de Alemania, a
quien venía a ser el Escudero del Rey Arturo. Un Parsifal cuya misión no
sería esta vez, la búsqueda del Gral sino el sacrificio de sentarse en
el asiento
peligroso durante la crisis del Reino, ese puesto número
trece en la tabla redonda que sólo puede ocupar un Loco Puro, un Caballero
capaz de hacer una Locura de Amor para salvar el Reino. Por eso Rudolph ha estado
siempre cerca del Führer, aguardando su hora, como el fiel Caballero.
Y todos debemos desear que nunca llegue su
oportunidad, pues cuando Parsifal emprenda su misión ello querrá decir que el
Rey Arturo está herido, y que el Reino es terra gasta.
Asentí con un gesto ante la mirada
inquisidora de Tarstein, pero esta muda respuesta no lo impresionó en lo más
mínimo.
–No entiende completamente lo que le digo
¿No? Así debe ser, pues: ¿quién será capaz de comprender al loco puro?; su
misión no es terrena; la victoria, si triunfa, sólo se puede festejar en otros
Cielos. Pocos serán, sí, los que aplaudan al héroe anónimo que hay en Rudolph
Hess. Y, sin embargo, de él depende en gran medida el triunfo del Führer.
¡Cuánto significado tendrían estas palabras,
que Tarstein me decía en aquella primera visita a la Gregorstrasse 239,
cuatro años después, cuando en 1941 Rudolph se aprestase a enfrentar
valientemente a los elementalwesen !
Pero aquel sábado de 1937 la guerra, y todo el horror que vendría, aún estaban
lejanos, en un futuro que Yo no podía sospechar.
Por otra parte, los comentarios de Tarstein
me causaban un cierto orgullo, en su calidad de ahijado del ponderado Rudolph
Hess, y con una sensación placentera sonreía tontamente, sin profundizar el
sentido oculto que había tras la simbología de la leyenda artureana.
No me extenderé sobre esta primera visita
pues no fue mucho más lo que hablamos. Al cabo de una hora, según recuerdo,
partí de allí sumido en un mar de dudas pero con el firme propósito de
continuar hasta el final.
Rudolph Hess había interpuesto su influencia
para hacerme llegar hasta Konrad Tarstein, quien quiera que éste fuese, y no
estaba dispuesto a defraudarlo.
Una hora después, en el tren, leía el
artículo de la
Enciclopedia Británica : no era mucho lo que decían los
ingleses sobre los Druidas.
“Druidismo era
la fe de los habitantes Celtas de la
Galia hasta la época de la romanización de su país y de la
población Celta de las Islas Británicas hasta la romanización de la Gran Bretaña , o bien
en partes alejadas de la influencia romana hasta el período de la introducción
del Cristianismo”.
“Desde el punto de vista de las
fuentes disponibles, el tema presenta dos campos marcados para la investigación,
el primero de ellos Pre-Romano y Galo-Romano, y el segundo Pre-Cristiano y
cristiano primitivo Irlandés y de Pictland. De acuerdo a las condiciones
actuales de conocimiento es difícil evaluar la interrelación del paganismo
druídico”.
“Galia (Gaul):
la primera mención acerca de los Druidas la hace Diógenes Laercio (Vitae,
intro., I y 5) y fue encontrada en un trabajo perdido de un autor griego,
Sotión de Alejandría, escrito alrededor del 200 Antes de Jesús-Cristo, época en
que la mayor parte de la Galia
fue Celta por más de 200 años y en que las colonias griegas habían ocupado
durante un tiempo aún mayor la costa del Sur”.
“Los Druidas galos, que posteriormente
fueron descriptos por César, constituyeron una Orden antigua de oficiales
religiosos, pues cuando Sotión escribía Ellos ya poseían su reputación de
filósofos en el mundo exterior. De todas maneras, el relato de César es la
fuente principal de la presente información y es un documento especialmente
valioso ya que el amigo y consejero de César, el noble Audeano Divitiacus [5],
era Druida. La descripción que hace César de los Druidas (Commentarii de bello
Gallico, VI) enfatiza sus funciones judiciales y políticas”
“A pesar de que oficiaban en
Sacrificios y enseñaban la
Filo-sofí de su Religión, eran más que Sacerdotes: en la Asamblea anual de la Orden , que tenía lugar cerca
de Chartes, no era para rendir Sacrificios que la gente concurría desde lugares
remotos sino para presentar sus disputas en un juicio justo. Su poder era mayor
aún: no sólo decidían en las discusiones de menor importancia pues su función
incluía la investigación de las acusaciones criminales más graves, así como
también las disputas entre tribus”.
–¡Himmel!, exclamé, mientras suspendía un
momento la lectura: ¿será que me encuentro tan sugestionado por la Doctrina del Führer, que
veo judíos por todas partes? Pues ¡a qué negarlo! aquellos Sacerdotes-Jueces,
con su blanco efod, se me antojaban Levitas de pura Raza hebrea–. ¡No estás
equivocado! –afirmó en mi mente la
Voz de Kiev–. ¡Los Druidas son hebreos! ¡Algún día
conocerás la Verdad !
Seguí leyendo:
“Esto, y el hecho que reconocían un
Archidruida investido del poder supremo, nos demuestra que su sistema se
concebía en una base nacional y que además estaban habitualmente lejos de los
recelos entre las tribus; y si a esta ventaja política le agregamos su
influencia sobre la opinión pública, a la que formaban en su calidad de
principales instructores de los jóvenes, y, finalmente, la formidable sanción
religiosa detrás de sus decretos, es evidente que ante el choque con Roma los
Druidas deben haber controlado totalmente la administración civil de la Galia ”.
Este poder omnímodo, tanto en la paz como en
la guerra, esta intermediación entre el Cielo y la Tierra , esta capacidad de
“formar al pueblo” en todos sus estratos, esta potestad de legislar y juzgar,
¿no era análoga a la de un Aarón, un Josué, un Samuel, unos Levitas, es decir,
aquella tribu de Israel a quien Jehová encargó la misión de oficiar
el Culto de la Ley ?
Preguntas sin respuesta por ahora; pero preguntas que daban paso a muy
sugestivas intuiciones. Así seguía el artículo:
“Del druidismo en sí es poco lo que se
dice, excepto que los Druidas enseñaban la inmortalidad del alma humana,
sostenían que ésta pasaba a otros cuerpos después de la muerte. Esta creencia
fue identificada por otros autores posteriores, tales como Diodorus Siculus,
con la Doctrina
de Pitágoras, pero probablemente ello sea incorrecto ya que no existe evidencia
de que el sistema religioso druídico incluyese la noción de una cadena de vidas
sucesivas como forma de purificación ética, o de que estaba formada por una
doctrina de retribución moral, siendo la liberación del Alma la última
esperanza, y esto parece reducir el credo druídico al nivel de una especulación
religiosa común”.
Muy contradictorio, pensaba Yo en el tren. Es
bastante improbable que unos pueblos bárbaros, como eran los celtas, se
sometiesen por millones a la conducción religiosa, moral y judicial, de
Sacerdotes-Jueces, retirados en los bosques, que sólo sustentaban una “mera
especulación religiosa común”. Algo patente debían exhibir los Druidas, algo
superior a una mera especulación racional, algo que para los celtas era la Verdad.
“De
la Teología
del druidismo, César nos cuenta que los Galos, de acuerdo a la enseñanza
druídica, decían descender de un Dios que correspondía a Dis en el panteón
latino, y es posible que lo considerara como el Ser Supremo; también nos dice
que ellos adoraban a Mercurio, Apolo, Marte, Júpiter y Minerva, y que en cuanto
a estas deidades tenían las mismas creencias que el resto del mundo. En
resumen, los comentarios de César implican que aparte de la doctrina de la
inmortalidad, no había nada en el credo druídico que hiciese de su fe algo
extraordinario, por lo tanto podemos deducir que el druidismo profesaba todos
los dogmas conocidos de la antigua religión Celta y que los Dioses de los
Druidas eran las deidades múltiples y conocidas del panteón Celta”.
Aquí el autor inglés del artículo se pasaba
de la raya. En ninguna parte, antes de éste último párrafo, había dicho o
sugerido que los Druidas fuesen algo diferente de los celtas, salvo “que
formaban una Orden oficial de Sacerdotes”. Pero ahora, claramente, daba a
entender que en verdad ignoraba las creencias de los Druidas y suponía
que eran las mismas que sostenían los antiguos celtas. ¿Entonces quiénes eran
los Druidas, si no eran celtas? ¿Y por qué los celtas habrían cambiado su
Religión tras la, ahora muy probable, llegada de los Druidas? Preguntas sin
respuesta. Preguntas para Konrad Tarstein.
“La Filosofía del druidismo
no parece haber sobrevivido a la prueba de su contacto cultural con las
creencias romanas y era sin dudas una mezcla de Astrología y Cosmogonía mítica.
Cicerón (De Divin., i, xli, 90) dice que Divitiacus se jactaba de poseer un
gran conocimiento de physiología, pero Plinio decidió eventualmente (Natural
History, xxx, 13) que el saber de los Druidas no era más que un montón de
supersticiones. En cuanto a los Ritos religiosos, Plinio (N.H., xvi, 249) ha
hecho un impresionante relato de la ceremonia de recoger los muérdagos, y
Diodorus Siculus (Hist., v, 31, 2-5) describe sus adivinaciones por medio del
sacrificio de una víctima humana. César ya había mencionado que muchos hombres
eran quemados vivos en jaulas de mimbre. Es posible que estas víctimas hayan
sido malhechores y también que tales sacrificios fuesen expiaciones en masa
ocasionales, más que la práctica común de los Druidas”.
¿Me equivocaba, o la Enciclopedia trataba,
con un argumento subjetivo, de dejar bien parados a los asesinos Druidas?
Porque una cosa es ser verdugo, tarea desagradable pero socialmente necesaria,
y otra muy distinta ser Sacerdote sacrificador de víctimas humanas: a los
verdugos los puede justificar el hombre, pues el ajusticiado es culpable de
faltar a la ley; matar al que falta a la ley común es comúnmente comprensible:
simplemente se elimina a aquél que es incapaz de convivir en comunidad; mas los
Sacerdotes matan para aplacar a un Dios del cual ellos son sus representantes,
y propician un sacrificio humano que es comúnmente incomprensible; sólo Ellos
lo presentan como necesario y sólo El Dios los puede justificar. Me daba
cuenta, entonces, que se trataba de un gran favor el que le hacían los ingleses
al presentar los crímenes de tan siniestros Sacerdotes como naturales actos de
justicia.
“El advenimiento de los Romanos llevó
rápidamente a la caída de la
Orden druídica. La rebelión de Vercingetorix debe haber
terminado con su organización entre las tribus, pues, aunque algunas de ellas
se mantuvieron apartadas del conflicto, muchas se pusieron del lado de los
Romanos. Empero, más adelante, al comienzo de la Era Cristiana , sus
prácticas crueles fueron la causa de un conflicto directo con Roma, que llevó
finalmente a la supresión oficial del Druidismo”.
Y seguían las contradicciones. Un pueblo
juridicista como el romano ¿cómo no comprendía que los asesinatos rituales de
los Druidas eran positivos actos de justicia, según la convicción que el
articulista expresaba renglones más atrás? ¿O quizás el redactor, conocedor de la Historia , luchaba entre
su deber de exponer los hechos verdaderos y una orden de los Directivos de la Enciclopedia , o de
otras personas de singular influencia, por la que se lo obligaba a exaltar lo
bueno del druidismo, muy poco por cierto, y a ocultar lo malo, que era
demasiado, o a edulcorar lo inocultable ?
Como verás, neffe, ésta era la teoría de Konrad Tarstein.
“Al final del siglo I D. de J.C. su
status decayó hasta convertirlos en simples Magos, y en el siglo II ya no se
hace referencia a ellos. Un poema de Ausonius muestra que en el siglo IV
todavía había gente en la Galia
que alardeaba de su descendencia druídica”.
“Islas Británicas: en Gran Bretaña hay
una sola mención de los Druidas como contemporáneos del clero Gálico y es la
referencia que hace Tacitus (Annals, xv, 30), de donde se conoce que había
antepasados de ese nombre en Anglesey en 61 A . de J.C., pero no hay mención alguna de
los Druidas en toda la
Historia de la Inglaterra Romana , y se podría preguntar si
alguna vez hubo Druidas en las provincias del Este que hayan sido sometidos a
la influencia Germana, antes de la invasión Romana”.
“Por otro lado, seguramente habría
Druidas en Irlanda y Escocia, y no hay razón para dudar que la Orden pudiese por lo menos
remontarse al siglo I ó II A. de J.C.; la palabra drai (Druida) se encuentra
únicamente en los glosarios Irlandeses del siglo VIII D. de J.C., pero existe
una tradición firme en la
Historia Irlandesa actual de que los Druidas y su Ciencia
(druidecht) eran de un origen aborigen o Picto. Con respecto a Gales, aparte
de Druidas en Anglesey, es poco lo que se puede decir excepto que los primeros
vates (los Cynfeirdd) muy pocas veces se hacían llamar derwyddon”.
“El Druida Irlandés era una persona muy
notable, y figura en las primeras sagas como profeta, maestro y mago; no
poseía, sin embargo, los poderes judiciales atribuidos por César a los Druidas
Galos y tampoco parecía pertenecer a una colegiatura nacional con un
Archidruida a la cabeza”.
“Además en ningún texto se menciona
que los Druidas Irlandeses presidieran sacrificios, a pesar de que se dice que
ellos llevaban a cabo adoraciones idólatras, celebraban funerales y ritos
bautismales. Son mejor descriptos como adivinos, que en su mayoría eran sicofantas
(sic) de los príncipes”.
“Origen: se puede evitar una confusión
si se establece una distancia entre el origen de los Druidas y el origen del
druidismo; en cuanto a los oficiales, resulta posible que su Orden fuera
puramente Celta, y que se originase en Galia, tal vez como resultado del
contacto de la sociedad desarrollada de Grecia; pero el druidismo, por otro
lado, es probablemente en sus términos más simples la fe pre-Celta y aborigen
de Galia y las Islas Británicas que fue adoptada con pocas modificaciones por
los emigrantes Celtas. Es fácil entender que esta fe puede adquirir la especial
distinción de antigüedad en los distritos remotos, tales como Gran Bretaña, y
este punto de vista explicaría la creencia expresada por César de que la disciplina
del Druidismo sea de origen insular”.
“La etimología de la palabra Druida es
todavía dudosa, pero la vieja opinión ortodoxa que toma dru como prefijo
tonificante y vid con el significado de saber ha de dejarse de lado en favor de
una derivación más probable de la palabra roble. Otra derivación, de Plinio,
que hace proceder Druida del griego ( δευς ) es, de todos modos, muy improbable”.
“En
los Siglos XVIII y XIX tuvo lugar un gran resurgimiento del interés por los
Druidas, impulsado en su mayor parte por las teorías arqueológicas de Aubrey y
Stukeley, y en general por el Romanticismo. Uno de los resultados de este
interés fue la invención del “neo-druidismo”, una extravagante mezcla de
teología helioarcaica y bardismo Galés, y otro ha sido que más de una sociedad
ha clamado ser hereditaria de la fe y del conocimiento tradicional de los
primeros Druidas. La
Antigua Orden de Druidas Unidos, sin embargo, una sociedad
amistosa, fundada en el Siglo XVIII, no hace reclamos al respecto”.[1]
———————————————
[1] Trascripción literal del artículo de la Enciclopedia Británica :
DRUIDISM: was the faith of the Celtic
inhabitants of Gaul until the time of the Romanization of their country, and of
the Celtic population of the British Isles
either up to the time of the Romanization of Britain, or, in parts remote from
Roman influence, up to the period of the introduction of Christianity.
From
the standpoint of the available sources the subject presents two distinct
fields for inquiry, the first being pre-Roman and Roman Gaul, and the second
pre-Christian and early Christian Ireland and Pictland. In the present state of
knowledge it is difficult to assess the interrelation of druidic paganism.
Gaul.- The earliest mention of druids
is reported by Diogenes Laertius (Vitae,
intro., I and 5) and was found in a lost work by a Greek, Sotion of Alexandria,
written about 200 B.C., a date when the greater part of Gaul had been Celtic
for more than two centuries and the Greek colonies had been even longer
established on the south coast.
The
Gallic druids which were subsequently described by Caesar were an ancient order
of religious officials, for when Sotion wrote they already possessed a
reputation as philosophers in the outside world. Caesar's account, however, is
the mainspring of present information, and it is an especially valuable
document as Caesar's confidante and friend, the Aeduan noble Divitiacus, was
himself a druid. Caesar's description of the druids (Comentarii de bello
Gallico, vi) emphasizes their political and judicial functions.
Although
they officiated at sacrifices and taught the philosophy of their religion, they
were more than priests; thus at the annual assembly of the order near Chartres,
it was not to worship nor to sacrifice that the people came from afar, but to
present their disputes for lawful trial. Moreover, it was not only minor
quarrels that the druids decided, for their functions included the
investigation of the gravest criminal charges and even intertribal disputes.
This,
together with the fact thay they acknowledged the authority of an archdruid
invested with supreme power, shows that their system was conceived on a
national basis and was independent of ordinary intertribal jealousy; and if to
this political advantage is added their influence over educated public opinion
as the chief instructors of the young, and, finally, the formidable religious
sanction behind their decrees, it is evident that before the clash with Rome
the druids must very largely have controlled the civil administration of Gaul.
Of
druidism itself, little is said except that the druids taught the immortality
of the human soul, maintaining that it passed into other bodies after
death.This belief was identified by later the writers, such as Diodorus
Siculus, with the Pythagorean doctrine, but probably incorrectly, for there is
no evidence that the druidic belief included the notion of a chain of
successive lives as a means of ethical purification, or that it was governed by
a doctrine of moral retribution having the liberation of the soul as the
ultimate hope, and this seems to reduce the druidic creed to the level of
ordinary religious speculation.
Of
the theology of druidism, Caesar tells us that the Gauls, following the druidic
teaching, claimed descent from a god corresponding with Dis in the Latin
pantheon, and it is possible that they regarded him as a Supreme Being; he also
adds tath they worshipped Mercury, Apollo, Mars, Jupiter and Minerva, and had
much the same notion about these deities as the rest of the world. In short, Caesar's
remarks imply that there was nothing in the druidic creed, apart from the
doctriny of immortality, that made their faith extraordinary, so that it may be
assumed that druidism professed all the known tenets of ancient Celtic religion
and that the gods of the druids were the familiar and multifariours deities of
the Celtic pantheon.
The
philosophy of druidism does not seem to have survived the test of Roman
acquaintance, and was doubtless a mixture of astrology and mythical cosmogony.
Cicero (De Divin., i, xli, 90) says
that Divitiacus boasted a knowledge of physiologia,
but Pliny decided eventually (Natural
History, xxx, 13) that the lore of the druids was little else than a bundle
of superstitions. Of the religious rites themselves. Pliny (N.H., xvi, 249) has given and impressive
account of the ceremony of culling the mistletoe, and Diodorus Siculus (Hist., v, 31, 2-5) describes their
divinations by means of the slaughter of a human victim. Caesar having already
mentioned the burning alive of men in wicker cages. It is likely that these
victims were malefactors, and it is accordingly possible that such sacrifices
were rather occasional national purgings than the common practice of the
druids.
The
advent of the Romans quickly led to the downfall of the druidic order. The
rebelion of Vercingetorix must have
ended their intertribal organization, since some of the trives held aloof from
the conflict or took the Roman side; furthermore, at the beginning of the
Christian era their cruel practices brougth
the druids into direct conflict with Rome ,
and led, finally, to their official suppression.
At
the end of the 1st century their status had sunk to that of mere magicians, and
in the 2nd century there is no reference to them. A poem of Ausonius, however,
shows that in the 4th century there were still people in Gaul
who boasted of druidic descent.
British Isles - There is one mention of
druids in Great Britain as contemporaries of the Gallic clergy, and that is the
reference to them by Tacitus (Annals,
xiv, 30) from which it is learned that there were elders of that name in
Anglesey in A.D. 61; but there is no mention of the druids in the whole of the
history of Roman England, and it may be questions whether there ever were any
druids in the eastern provinces that had been subjected, before the Roman
invasion, to German influence.
On
the other hand, there were certainly druids in Ireland and Scotland, and there
is no reason to doubt that the order reaches back in antiquity at least to the
ist or 2nd century B.C.; the word drai
(druid) can only be traced to the 8th-century Irish glosses, but there is a
strong tradition current in Irish literature that the druids and their lore (druidecht) were either of an aboriginal
or Pictsih origin. As to Wales ,
apart from the existence of druids in Anglesey
there is little to be said except that the earliest of the bards (the
Cynfeirdd) very occasionally called themselves derwyddon.
The
Irish druid was a notable person, figuring in the earliest sagas as prophet
teacher and magician; he did not possess, nevertheless, the judicial powers
ascribed by Caesar to the Gallic druids, nor does he seem to have been a member
of a national college an archdruid at its head.
Further,
there is no mention in any of the texts of the Irish druids presiding at
sacrifices, though they are said to have conducted idolatrous worship and to
have celebrated funeral and baptismal rites. They are best described as seers
who were, for the most part, sycophants of princes.
Origin - Some confusion is avoided if a
distinction is made between the origin of the druids and the origin of
druidism. Of the officials themselves, it seems most likely that their order
was purely Celtic, and that it originated in Gaul, perhaps as a result of
contact with the developed society of Greece; but driudism, on the other hand,
is probably in its simplest terms the pre-Celtic and aboriginal faith of gaul
and the brithish Isles that was aposted with little midificacion by the
migrating Celts. It is easy to understand that this faith might acquire the
special distinction of antiquity in remote districts, such as Britain , and this view would
explain the belief expressed to Caesar that the disciplina of druidism was of insular origin.
The
etymology of the word druid is still doubtful, but the old orthodox view taking
dru as a strengthening prefix and uid as meaning “knowing”, whereby the
druid was a very learned man, has been abandoned in favour of a derivation from
an oak word. Pliny's derivation from Greek δρυς is, however, improbable.
A great revival of interest in the
druids, largely promulgated by the archaeological theroies of Aubrey and
Stukeley and by romanticism generally, took place in the 18th and 19th
centuries. One outcome of this interest was the invention of neodruidism, an
extravagant mixture of helio-arkite theology and Welsh bardilore, and another
result is that more than one society has professed itself as inheriting the
traditional knowledge and faith of the early druids. The United Ancient Order
of Druids, however, a friendly society founded in the 18th century, makes no
such claim).
Tío Kurt me había alcanzado un artículo de la Enciclopedia Británica ,
idéntico al que Tarstein le hiciera leer en Alemania, en 1937. Considerando lo
que había aprendido últimamente sobre los Druidas, desde que éstos asesinaran a
Belicena Villca, y luego de leer su carta y recibir las explicaciones
magistrales del Profesor Ramirez, es natural que compartiese el criterio de
Konrad Tarstein, en el sentido de que aquel artículo era sumamente resumido y
ambiguo para justificar su inclusión en una obra tan prestigiosa: la primera
edición de la
Enciclopedia Británica databa de 1771, por lo que cabía
esperarse que en 1930 hubiesen reunido suficiente material sobre los Druidas
como para componer un artículo más extenso y completo. Pero resultaba obvio que
los ingleses no deseaban profundizar sobre la historia de unos antiguos y
olvidados Sacerdotes, que podían matar hoy mismo con renovada eficacia.
–En la segunda visita que hice a Konrad
Tarstein –recordó tío Kurt– aprobó mis razonamientos y me aseguró que lo
ocurrido en el artículo era el hecho más común, y que deseaba alertarme sobre
ello; por eso me lo había dado: para ponerme sobre aviso de que una increíble
conspiración europea negaba la información o la distorsionaba, con la finalidad
de evitar que miradas indeseables pudiesen caer sobre un tema que las más
poderosas fuerzas sinárquicas estaban interesadas en ocultar. Y me volvió a
alertar sobre la, por entonces incomprensible, circunstancia de que Yo
constituía la presa que Ellos se propondrían cazar.
En fin, neffe; con respecto a la información
era fácil comprobar que Tarstein estaba en lo cierto y que no admitía una
explicación sencilla de la ocultación druídica que se efectuaba en Inglaterra.
Esto saltará a la vista si realizas una comparación esclarecedora. Por ejemplo,
lee el artículo “Druida” del Diccionario Enciclopédico de Montaner y Simón, el
cual está editado en Barcelona a fines del siglo XIX, y no te quedarán dudas de
que la publicación inglesa está afectada por un extraño raquitismo, aunque en
el ensayo español se advierte el mismo propósito de dejar bien parados a los
Druidas.
Acto seguido, tío Kurt puso en mis manos el
Tomo VII del Diccionario Enciclopédico, obra en 25 tomos que indudablemente
tenía menor envergadura que la Enciclopedia Británica.
Busqué el artículo aludido y leí:
DRUIDA
(del lat. druida; del címrico druiz o deruiz, de dervo,
encina): m. Sacerdote de los antiguos galos y britanos.
– Druida:
Hist. Mucho se ha discutido sobre la
etimología de la palabra druida. Los
etimólogos han acudido hasta a los diccionarios hebreos para ver si en ellos
hallaban algo que les diera alguna idea sobre ella. El nombre de druida es un
apelativo como la mayor parte de los sustantivos radicales de todas las
lenguas. En lengua gala draoi o druidas significa adivino, augur, mago,
y druidheatch adivinación y magia. Se
ha dicho también que esta palabra se deriva de la voz griega δρυς que significa encina, porque
habitaban y enseñaban sus doctrinas en los bosques, y porque, como dice Plinio
el Viejo, no hacían sus sacrificios sino al pie de una encina; pero esta
etimología, aunque tenga en su favor la razón de la antigüedad, puesto que es
de los tiempos de Plinio, no por eso deja de parecer puramente caprichosa, pues
no es muy natural que los druidas fueran a tomar su nombre de una voz
extranjera. Otros sostienen que la palabra druida
se deriva de la voz británica dru o drew, que también
significa encina, y que de ésta se deriva la voz griega δρυς. De las muchas etimologías orientales que se han presentado
parece la más aceptable la forma sánscrita druwidh,
que significa pobre indigente, porque
los druidas, como los sacerdotes de todas las naciones, debían hacer voto de
pobreza. Los argumentos en favor del origen oriental de los druidas son muy
dignos de ser atendidos, ya que no por otras razones, porque ha sido aceptado
por muchos escritores de la antigüedad. Diógenes Laercio y Aristóteles colocan
a los druidas y a los caldeos al lado de los magos persas y de los indios,
opinión que con ellos comparten gran número de escritores. La divinidad de los
brahmanes tiene una gran semejanza con la divinidad druídica. La importancia
que los druidas concedían a los bueyes es otra coincidencia singular; los
misterios druídicos tienen también gran analogía con los misterios de la India. En la vara mágica
de los druidas se ve el bastón sagrado de los brahmanes. Unos y otros tenían
los mismos objetos consagrados: usaban tiaras de tela, y el círculo simbólico
de Brahma, como la media luna, símbolo de Siva, eran ornamentos druídicos.
Grandes eran también las analogías entre la idea que tenían los druidas de un
Ser Supremo y la que se encuentra en las obras sagradas de la India ; así que no parece muy
aventurado suponer grandes relaciones entre druidas y sacerdotes indios y
pérsicos.
Hubo
druidas no solamente en la
Bretaña habitada por pueblos galos, sino también en la Galia cisalpina y en el
valle meridional del Danubio, habitado también por pueblos galos; pero no los
hubo en Germania, como sin ningún fundamento pretenden los que dicen que los
germanos son los hermanos de los galos y los denominan con el apelativo
imaginario de celtas; o más claro y terminante, los sacerdotes de los germanos
no llevaban el nombre de druidas.
Según
César, en su obra De Bello Gallico,
en cuyo libro VI se ocupa de los usos y costumbres de los galos y los germanos,
la ciencia druídica fue inventada en Bretaña y de allí pasó a la Galia. Aunque es
evidente que las Galias estuvieron habitadas antes que la Bretaña y la Irlanda , es, en rigor,
posible que la organización jerárquica del cuerpo de los druidas y el sistema
de su doctrina fuera inventado en Bretaña. Sin embargo, es más creíble que
hubiera varias escuelas de druidas en el Continente y en las islas, y que una o
algunas de la Bretaña
gozaran de mayor celebridad por ser más completa la instrucción que en ella o
en ellas se diera. En efecto, César no dice que todos los que querían entrar en
la clase de druidas estuvieran obligados a ir a estudiar a Bretaña, sino que
iban allí los que deseaban recibir una instrucción más completa. Una nueva
prueba de que la Bretaña
no era el centro principal de la organización de los druidas, es que sus
asambleas generales las celebraban en un bosque consagrado, en el país de los
carnutos, que estaba considerado como el centro de la Galia. Se ha creído que
este bosque estaba en los alrededores de Dreux, y que esta ciudad tomaba su
nombre de los druidas; pero esto no pasa de ser una suposición, puesto que el
nombre de Dreux (Duro-Cath o Caz) significa un fuerte cerca de un río.
En
la obra ya citada De Bello Gallico,
dice César que todos los hombres que pertenecían a las clases elevadas en la Galia , figuraban, ya entre
los nobles, ya entre los druidas. Estos eran los encargados de la dirección
religiosa del pueblo, así como también los principales intérpretes y
guardadores de las leyes. Tenían los druidas poder para imponer los más severos
castigos a aquellos que se negaban a someterse a sus decisiones.
De
entre las penas que podían imponer la más temida era la de expulsión de la
sociedad. Los druidas no formaban una casta hereditaria, estaban exentos del
servicio en el campo y del pago de tributos, y por estas excepciones y privilegios
todos los jóvenes de la Galia
aspiraban a ser admitidos en la
Orden. Las pruebas a que un novicio debía sujetarse duraban a
veces veinte años. Toda la instrucción o ciencia druídica se comunicaba
oralmente, mas para ciertas proposiciones tenían un lenguaje escrito, en el
cual usaban los caracteres griegos. El presidente de la Orden , cuyo cargo era
electivo y vitalicio, ejercía sobre todos los individuos que la formaban una
autoridad suprema. Enseñaban los druidas que el alma era inmortal. La Astrología , Geografía,
Teología y Ciencias físicas eran sus estudios favoritos. Los galos no hacían
sacrificios humanos sino en casos muy raros, y en ellos se sacrificaba a
grandes criminales. Todo lo que se sabe sobre las doctrinas religiosas
enseñadas por los druidas se reduce a algunos fragmentos que se encuentran en
varias obras de escritores de la antigüedad, y particularmente en César,
Diódoro de Sicilia, Valerio Máximo, Lucano, Cicerón, etc. De estos fragmentos
resulta que creían, como ya se ha dicho, en la inmortalidad del alma y su
existencia en otro mundo, no siendo la muerte más que el punto o momento de
separación de dos existencias. De esta creencia es natural que se derivara la
del premio y castigo en la otra vida, creencia que explica naturalmente el
valor indomable de los galos y su desprecio a la muerte. Enseñaban la posición
y el movimiento de los astros y la magnitud del Cielo y de la Tierra , es decir que se
dedicaban al estudio de la
Astronomía , y sin duda alguna al de la Astrología. Cicerón
dice que se consagraban también al estudio de los secretos de la naturaleza y
al de la Fisiología. De
esto nació su pretensión de poseer la ciencia de la Adivinación y de la Magia. Su estudio más
importante fue el estudio teológico, mas sobre él no se poseen datos ciertos,
siendo muy poco conocido su sistema teológico, porque los escritores griegos y
latinos, al hablar del nombre y las funciones y atributos de las divinidades
druídicas, los refirieron a su propia teogonía; así que sólo pueden hacerse
conjeturas a las cuales el estudio etimológico puede dar algunas
probabilidades. César dice que su divinidad principal era Mercurio, que
presidía las Artes, los viajes y el Comercio. Seguían después, por orden de
importancia, Apolo, Marte, Júpiter y Minerva. Lucano y otros escritores colocan
a la cabeza de los dioses a Teutates, y después de él a Hesos, Belenos, Taranos
y a Hércules Ogmios. Añade César que los druidas pretendían descender de Dis, nombre que traducía como
significando Plutón, y que a este origen se debía que contasen por noches y no
por días. Esta opinión es evidentemente errónea, y el error nació de que Dis o Día era entre los galos uno de los nombres del Ser Supremo, al cual
llamaban también Esar o el Eterno y Abais
o Aiboll, el infinito. Belenos o Beal o Beas, era uno de
los nombres del Sol, al cual llamaban también Ablis o Atheithin el
caluroso, y Granius o Grianu el luminoso. Teutates o Tuitheas era
el dios del fuego, de la muerte y de la destrucción.
Al
tratar de las creencias religiosas de la Galia es preciso citar la opinión del insigne
escritor Thirrey. Según él, las creencias religiosas de los galos se referían a
dos cuerpos de símbolos y de supersticiones, a dos religiones completamente
distintas: una muy antigua, fundada sobre un politeísmo derivado de la
adoración de los fenómenos naturales, y la otra el druidismo, introducido
últimamente por los inmigrantes de la raza címrica, fundada sobre un panteísmo
material metafísico y misterioso. Las principales divinidades de los pueblos
celtas eran las ya citadas y Ogmo Ognius,
dios de la ciencia de la elocuencia, representado bajo la figura de un viejo
armado de maza y arco, seguido de cautivos sujetos por las orejas con cadenas
de oro y ámbar que salían de la boca del dios. Además de las divinidades
principales tenían los druidas otras divinidades asimiladas ya a Marte, como Camul, Camulus, Segomon, Belaturcadus y Catuix, ya a Apolo, como Mogounus
y Granus, y también otras divinidades
que eran la deificación de los fenómenos naturales, como Tarann, Tarannis, el
trueno; Kerk Circius, viento
impetuoso del Nordeste, o deificación de montañas, bosques, ciudades, como Pennin, dios de los Alpes; Vosege, Vosegins, dios de los Vosgos, Ardaena,
Arduinna, asimiladas a Diana, diosa
del bosque de los Ardennes; Nemansus,
Vesontis, Luxovia, Nennerius, Bornonia, Damona, divinidades locales de Nimes, de Besancón, de Luxeui, de
Neris, de Borbón, Lancy. Epona era la
diosa protectora de los palafreneros y de los domadores de caballos.
Los
druidas eran muy venerados por el pueblo; llevaban una vida austera y alejada
del consorcio con los demás hombres; vestían de un modo singular; por lo común
usaban una túnica que les llegaba hasta más abajo de la rodilla. Dotados del
poder supremo imponían penas, declaraban la guerra y hacían la paz; podían
deponer a los magistrados y aún al rey, cuando sus acciones fueran contrarias a
las leyes del Estado; tenían el privilegio de nombrar a los magistrados que
anualmente gobernaban las ciudades, y no se elegía a los reyes sin su aprobación.
César dice que únicamente los nobles podían entrar en el orden druídico,
mientras que Porfirio sostiene que bastaba gozar del derecho de ciudadanía. Es,
sin embargo, difícil creer que un cuerpo tan poderoso como el druídico
admitiera en su seno a individuos que no pertenecieran a una casta determinada.
Formaban los druidas el primer orden de la nación; eran los jueces en la mayor
parte de las cuestiones públicas y privadas; conocían de todos los delitos, del
asesinato, de las cuestiones hereditarias, de las cuestiones sobre la
propiedad, y sus sentenciados a esta pena estaban considerados como infames e
impíos; se veían abandonados de todos, hasta de sus parientes; todo el mundo
huía de ellos, a fin de no verse manchados con su contacto, y perdían todos sus
derechos civiles y la protección de las leyes y de los Tribunales. La
veneración que se daba a los druidas era tan grande, que si se presentaban
entre dos ejércitos combatientes cesaba el combate inmediatamente, y los
combatientes se sometían a su arbitraje.
Como
antes se dijo, según opinión de los escritores de la antigüedad, la doctrina
druídica no estaba escrita, se transmitía oralmente, y los novicios estaban
obligados a estudiar durante veinte años para poseer la ciencia. Parece, sin
embargo, que este aserto es erróneo, y que el error proviene del cuidado con
que los druidas ocultaban su ciencia a los profanos. Con la edad se debilita la
memoria inevitablemente, y si nada hubieran escrito tendría que resultar,
forzosamente, que los jefes, es decir, los más ancianos, se encontrarían
inferiores a los más jóvenes en los detalles de su doctrina. Los druidas tenían
una escritura sagrada que, según la tradición, se llamó Ogham. Es, pues, probable
que tuvieran libros escritos con aquellos caracteres, que quizá fueran, como se
indicó más arriba, caracteres griegos, pero esto no quiere decir, como han
creído algunos, que escribieran en griego. Desgraciadamente no ha llegado hasta
la época presente ninguno de aquellos libros. Los que escaparon a los edictos
de los emperadores romanos en la
Galia y Bretaña fueron destruidos por los primeros
propagandistas cristianos, por San Patricio en Irlanda y San Colombán en
Escocia.
El cuerpo de los druidas se dividía en
varias clases: los druidas
propiamente dichos, los adivinos, los
saronidos, los semnoteos, los siloduros
y los bardos. Respecto a estos
últimos opinan algunos autores que no deben figurar entre los druidas, y otros
afirman que los bardos fueron una
corporación de ministros dedicados al culto religioso, que precedió al orden o
corporación de los druidas. Los bardos, lo mismo que los escaldos de los germanos, no eran sino poetas agregados a los
jefes, y que estaban encargados de cantar los grandes hechos de los héroes, de
improvisar alabanzas y elogios, oraciones fúnebres y cantos de guerra.
¿Celebraron también los misterios de su religión como hicieron los escaldos?
Pregunta es ésta a la que no es posible contestar, porque entre los cantos de
los bardos que se han conservado no hay ninguno que contenga nada relativo a
los dogmas ni a las ceremonias de religión alguna. La adivinación era el
atributo común de los druidas, todos eran adivinos, y no hay razón para
dividirlos en clases, bajo este aspecto, a no ser por el ejercicio de las
diferentes funciones que desempeñaban. Los semnoteos, palabra derivada de sainch (éxtasis) eran los extáticos o
contempladores; los siloduros eran
los instructores o institutores, y tomaban su nombre de la palabra realadh, que significa enseñanza, y por
último los saronidos no debieron formar una clase especial, sino que debió
llamarse así a los jefes, pues el nombre saronidos se deriba de sar-navidh o sar-nidh, que significa muy venerable; es, pues de creer que saronido fuera un título y no una clase
nueva en el orden druídico.
Hubo
también druidesas, ora fuesen las
mujeres o hijas de los druidas, ora simplemente agregadas a la corporación,
pues no es posible admitir que los druidas permitiesen el ejercicio de la
magia, adivinación y sacerdocio a mujeres que no pertenecieran al cuerpo
druídico y estuviesen sometidas a su disciplina. Y es indudable que las hubo,
pues la Historia
habla de vestales galas de la
Isla de Sen, adivinadoras y magas. Las que predijeron a
Aurelio y a Diocleciano que serían emperadores, y a Alejandro Severo su funesto
destino, eran druidesas. Una inscripción hallada en Metz da el nombre druidesa
a la sacerdotisa Avete (Druis antistisa).
Según
opinión de Thierry el druidismo estaba ya en decadencia antes de la época de
César. Desde hacía algún tiempo, los nobles por una parte y el pueblo por otra,
celosos del gran poder de los druidas, consiguieron ir reduciendo
paulatinamente su influencia política.
Reynaud,
uno de los escritores que mejor han ido estudiando el druidismo, sostiene que
los antiguos druidas fueron los primeros que enseñaron con gran claridad la
doctrina de la inmortalidad del alma, y que tenían una concepción tan perfecta
de la verdadera naturaleza de Dios, como los mismos judíos. Si después
transigieron con el culto a otras divinidades, fue con el objeto de conciliar
el druidismo con las ideas profesadas por las clases ineducadas más dispuestas
a creer en semidioses y divinidades que a concebir un solo Dios. Según el mismo
Reynaud, declinó y desapareció al fin el druidismo, porque le faltaba un
elemento de vida necesario en toda religión: el amor o la caridad. El
cristianismo dio ese elemento y desapareció el druidismo; pero desapareció
después de haber cumplido una misión importante: la conservación en una parte
de Europa de la idea de la unidad de Dios. Si esta teoría, apoyada en datos muy
incompletos, o en razonamientos más o menos acertados para probar entre los
galos de ciertas ideas sobre la verdadera naturaleza de Dios y su relaciones
con el hombre, que degeneraron después en grosera superstición, es o no cierta,
cuestión es que no debe ser discutida aquí.
[5] Divitiacus
es el mismo Druida “Viviciano” que mencionara el profesor Ramirez en el Libro
Tercero, Capítulo III.