LIBRO CUARTO - Capítulo XIII


Capítulo XIII


Efectivamente, un instante después entró la vieja trayendo en una bandeja un apetitoso puchero criollo. Chiquizuela, chorizo colorado, tocino, garbanzos, porotos, papas, zanahorias, puerro, cebolla y choclos, todo hervido y humeante, acompañado de aceite, vinagre y mostaza.
El último relato de tío Kurt me llenó de expectativas y curiosidad. Mientras untaba los choclos con la amarilla manteca casera no dejaba de pensar en las particulares experiencias vividas por tío Kurt en el Tercer Reich y en especial su predestinada relación con Rudolph Hess, extraño lugarteniente de Adolf Hitler. Ese período de la Historia reciente, que va de 1933 a 1945, a mí como a la mayoría de los que nacimos luego de la guerra, se me escapaba en su dinámica vital. Los aliados, vencedores en una guerra que es, sin exageración, la más grande que recuerda la Historia Universal, nos presenta una imagen pueril de las naciones perdedoras y de la Epoca anterior a la guerra. Los voceros de la alianza vencedora, imposibilitados moral e intelectualmente de rebatir con argumentos tan siquiera creíbles a las Grandes Ideologías Nacionalistas de la preguerra, recurren al irracional sistema de utilizar la mentira, la calumnia, la desinformación, etc. Con la aviesa intención de confundir y desvalorizar el significado de las palabras, se denomina, por ejemplo, “Fascista” a cualquier tiranuelo sudamericano, más cercano de un capo mafioso que de un estadista genial como el “Duce”. El Fascismo, el Nacionalsocialismo, el Tradicionalismo japonés, Sistemas completos de Filosofía Política, aparecen en la pluma de los Publicistas de la Revancha, desprovistos de su contenido místico, espiritual e intelectual, reducidos a burdos esquemas totalitarios, y los líderes de estos movimientos son presentados como casos patológicos.
Por estas razones el relato de tío Kurt tenía la doble virtud de iluminarme sobre un período oscuro de la Historia reciente, que él vivió intensamente y de permitirme verificar lo que Yo sospechaba desde que comencé a dudar de las “virtudes espirituales” de unas “Potencias aliadas” que han hundido al mundo en el materialismo y la decadencia. Esto es: que los Grandes Sistemas Nacionalistas mencionados, especialmente el Nacional-socialismo, ocultaban una corriente espiritual poderosa y secreta tras la fachada de sus respectivas organizaciones políticas. En un trasfondo esotérico, celosamente ocultado por los feroces vencedores, existía una luz espiritual, un fin no revelado que ahora se traslucía en el relato de tío Kurt. ¿Qué pretendieron hacer el Führer y demás líderes del Tercer Reich? ¿Qué intentaba realizar Rudolph Hess cuando voló a Inglaterra en Mayo de 1941? Muchas preguntas como éstas danzaron en mi cerebro durante todo el almuerzo y me estremecía de gozo al considerar la posibilidad de que tío Kurt tuviese las respuestas.
Por otra parte un pudoroso sentimiento de humildad me asaltaba cada vez que recordaba cómo había llegado hasta allí, persuadido de estar embarcado en una aventura única, de ser protagonista privilegiado en un drama cósmico. Pues lo que me había ocurrido a mí, sin subestimar el peligro real que entrañaba, era juego de niños a la luz de la experiencia vivida por mi tío . Y al pensar así, sentía que nuevas fuerzas acudían en mi auxilio para cumplir el pedido de Belicena Villca.

Desde unos días atrás venía deseando abandonar el lecho de enfermo pues ya me sentía bastante repuesto. Sin embargo algo inconsciente me bloqueaba la voluntad cuando decidía vestirme y bajar a las plantas inferiores de la casa. Al principio no sabía que era lo que me impedía hacerlo, pero luego fui descubriendo con estupor que simplemente me aterraba la idea de enfrentarme con los dogos que se paseaban libremente por el parque circundante de la casa. En más de una ocasión los había observado por la ventana y, pese a su descomunal tamaño y fiera estampa, no parecían ser realmente agresivos. Debería aceptar sin reservas la explicación de tío Kurt de que atacaron inducidos por él, pero una cosa es decirlo y otra enfrentarse a esos animales luego de tan desagradable experiencia previa.
Pero esta vez estaba firmemente decidido a abandonar el lecho de enfermo. Luego de vestirme, por primera vez en quince días, con ropa que tomé de mi equipaje, bajé lentamente la hermosa escalera de ónix que daba al amplio living-room, desconocido hasta ese momento para mí. No encontré a nadie a la vista y, sin muchos deseos de explorar la casa por mi cuenta, me acomodé en un sofá –era el mismo donde yací desvanecido la primera noche– frente a los amplios ventanales que daban al parque.
Suponía que tío Kurt todavía estaría almorzando, pero pronto salí de mi error al verlo llegar desde el exterior de la casa. Se sorprendió y alegró al mismo tiempo de verme levantado.
–¡Bueno, bueno, –dijo– veo que te sientes bien!
–Sí tío Kurt, creo que ya es hora de hacer una vida normal –di una palmada al brazo enyesado– por lo menos mientras espero que me quiten la escayola.
Sonreía, con expresión aprobadora.
–Si realmente te sientes a gusto aquí, nos quedaremos conversando toda la tarde, y luego cenaremos en el comedor.
Asentí con la cabeza. Estaba feliz, esperando un nuevo relato de mi tío y pensando que las cosas tendían finalmente a encarrilarse.
Tío Kurt se sentó frente a mí en un sillón individual y charló sobre un tema intrascendente para dar tiempo a que la vieja Juana nos sirviera dos humeantes tazas de café.
Finalmente dijo:
–En Agosto de 1937 regresé de Egipto y tomé contacto telefónico en Berlin con el  Oberführer Papp a quien había cobrado, luego de cuatro años de agradable trato, particular afecto.
–Hola Edwin –saludé, luego que la operadora me comunicó con Papp–. ¿Hay algo para mí?
–Sí Kurt. Debes venir a la Cancillería para recibir instrucciones ¿Dónde estás?
–En la Estación Central de Trenes. Dentro de treinta minutos puedo estar allí.
–Bien, dirígite a la Oficina de Seguridad e identifícate con el  Oberschrarführer [1] Kruger. El te conducirá hasta mí.


Deposité el equipaje en un cofre de la estación y partí al encuentro del  Oberführer Papp. No tomé alojamiento en un hotel pues quería cerciorarme sobre si no tendría que continuar viaje a alguna repartición militar (como efectivamente sucedió).
El  Oberschrarführer Kruger me condujo a través de una maraña de corredores y pasillos hasta la oficina desde donde se decidía todo lo concerniente a la seguridad del Führer en el ámbito de la Cancillería.
Era un pequeño mundo aparte que ocupaba un ala trasera del Palacio de la Cancillería, pasando un patio interior, y que reunía bajo el mando del  Oberführer Papp, varios sectores cuyas actividades específicas tan diferentes, convergían en el objetivo común de la Seguridad. Funcionaban allí una escuadra de la Gestapo, un equipo de Comunicaciones y Radiogoniometría, un pequeño grupo del Servicio Secreto de la , un laboratorio químico, una enfermería con médico de guardia permanente las 24 horas del día. Todo montado, equipado y atendido por la  con personal de la 1a Panzer División Leibstandarte Adolf Hitler.
–¡Hola Kurt! Me alegro de verte, muchacho. Sinceramente –dijo el  Oberführer Papp–. Siéntate, por favor.
Me ubiqué en una silla frente al escritorio ocupado por Papp. La oficina era una construcción reciente de hormigón armado por lo que el techo tan bajo contrastaba con la gran altura de los pasillos atravesados para llegar hasta allí. El  Oberführer Papp me observaba con visible simpatía, sentado en un sillón giratorio. Sobre su cabeza un cuadro mostraba al Führer mirando a la lejanía; a ambos lados sendos archivos metálicos flanqueaban el escritorio.
–Yo también me alegro de volverte a ver –respondí–. Estoy tremendamente feliz de estar nuevamente en Berlín.
–Pues no será por mucho tiempo –dijo Papp sonriendo–. Creo que partes enseguida para el Ordensburg Crossinsee. Por aquí tengo las órdenes para ti. Son dos sobres... –se puso a buscar en un archivo.
–Crossinsee queda en Prusia Oriental ¿no? –pregunté.
–Sí, en Pomerania. ¡Acá están tus órdenes!
Me alargó dos sobres de papel manila. Uno, más grande en el cual se leía en letras grandes “Crossinsee” contenía todos los papeles de incorporación al Ordensburg de la . En el otro una inscripción manual, en delicados caracteres góticos, ordenaba que el sobre debía ser abierto en presencia del  Oberführer Papp. Procedí a romper el sello y extraje del interior del sobre una carta de puño y letra de Rudolph Hess. Decía así:                    
           
Berlín - Agosto de 1937
Sr. Kurt Von Sübermann
Querido patekind:
                        He dispuesto lo necesario para que ingreses al Ordensburg de Crossinsee y luego, al recibir la instrucción mínima seas transferido a los otros Ordensburg. Debes partir de inmediato a Pomerania e incorporarte y adaptarte a la nueva vida. Recién cuando hayas cumplido esta parte, –deja pasar un mes por lo menos– te pondrás en comunicación con la Thulegesellschaft.
                                               Tu contacto en Berlín se llama Konrad Tarstein; lo hallarás en la Gregorstrasse 239. El ya está al tanto del ingreso a la Orden; sólo debes presentarte dando tu nombre. En principio te unirás a la Thulegesellschaft de Berlín por lo que deberás viajar desde Pomerania a Berlín los fines de semana, pero si debieras venir en algún otro momento puedes dirigirte al  Oberführer Papp para que gestione el permiso correspondiente.
                                               Suerte patekind; recuerda mi consejo: “avanza en círculos, restringiendo el círculo”.
                                               Rudolph Hess.

Nota:
Memoriza el nombre y la dirección de tu contacto y entrega esta carta al  Oberführer Papp, quien tiene la orden de destruirla. Nada debe haber escrito que pueda comprometerte, comprometernos o comprometer a la Thulegesellschaft.

Heil Hitler.

           
                                  
Leí dos veces la carta y luego se la entregué al  Oberführer Papp quien la destruyó ante mis ojos prendiéndole fuego con un encendedor.
–Rudolph Hess ¿está en Berlín? –pregunté.
–No. Se encuentra en Berchtesgaden con el Führer.
Inmediatamente recordé que para esa misma fecha, cuatro años antes, estuvimos con Papá y Rudolph Hess en Berchtesgaden. No había, pues, nada más por hacer en Berlín y, luego de despedirme del  Oberführer Papp, partí hacia la estación de trenes para emprender el viaje a Prusia Oriental lo más rápido posible.


[1] Oberschrarführer: Sargento de la