Capítulo IV
Oskar prometió obrar con lealtad –dijo tío
Kurt– y no tuvo ningún inconveniente en cumplir. El contenido del libro no era
desconocido para nosotros, aunque la novedad lo constituía el lenguaje
filosófico de alto nivel con el que estaba redactado: para un alemán-báltico
como Oskar, la lectura de aquel castellano puro fue una prueba extra, que sin
embargo superó con juvenil entusiasmo. De modo que al concluir la lectura,
meses despúes, se apresuró a solicitar el ingreso a la Orden de Caballeros Tirodal,
siéndole asignado un día semanal para reunirse en cierto lugar oculto con unos
pocos Camaradas de extrema confianza, que estaban estudiando la Segunda Parte
de los Fundamentos y preparándose para el kairos de la Iniciación. Y esta
etapa, al decir del propio Oskar, constituía uno de los acontecimientos más
felices de su vida. Empero, si había algo que aún disgustaba a Oskar, eso era
mi ausencia de la Orden.
Tal como me lo manifestara en aquella ocasión, en Tilcara, él
creía que mi presencia y la contribución de mis conocimientos sobre la Sabiduría Hiperbórea
eran imprescindibles para fortalecer carismáticamente a la Orden. Quería además
que leyese el libro, más no se atrevía a desobedecer al Pontífice, por lo que
me rogó hasta el cansancio que lo autorizara a presentar mi nombre para que
fuese chequeado “en la Tierra
y en el Cielo” y obtuviese el libro por la via correcta.
Finalmente acepté, más para complacerlo a él
que por verdadero interés, pues, como ya comprenderás, neffe, Yo dispongo desde
1945 de las instrucciones precisas para cumplir mi propia misión. Y
esas instrucciones proceden también de los Dioses, de los mismos Dioses de
Nimrod de Rosario que, seguramente, son asimismo los “Dioses Liberadores” que
guiaban a la Casa
de Tharsis.
La
siguiente vez que nos vimos, la última, fue en Córdoba, en Agosto del año
pasado. No voy a negarte, Arturo, que abrigaba el secreto deseo de conocer el
asombroso Iniciado de quien tanto me hablara Oskar. Y sin embargo ello no pudo
ser, pues el Pontífice se hallaba en un retiro secreto escribiendo un nuevo
libro. Pese a todo, Oskar se encontró con la significativa noticia de que en la Orden habia un libro para
mí: uno de los miembros antiguos me entregó el ejemplar que ahora tienes en las
manos y me transmitió el saludo de Nimrod: “el Pontífice, dijo con respeto, se
alegraba de ‘haberme conocido’ y me aseguraba un gran desempeño al servicio de
los Dioses del Espíritu”. Desde luego, aquella entrevista se realizó en un
hotel, pues nadie podía conocer las propiedades ni los lugares de reunión de la Orden antes de ser aceptado.
¿Te das cuenta, Arturo, lo cerca que estuve
de ingresar en la Orden
de Caballeros Tirodal? Estuve cerca, muy cerca, pero no conseguí concretar el
ingreso porque el único contacto que tenía con la Orden lo constituía Oskar y
éste falleció en Diciembre del 79. Por lo menos eso era lo que anunciaba el
telegrama enviado por su viuda en Enero, a mi Casilla de Correo de Salta. Otra
información más precisa no poseo, neffe. Compré los diarios de Córdoba de esos
días y comprobé que, en efecto, se había efectuado el sepelio de Domingo
Pietratesta, fallecido en su cama a causa de un síncope cardíaco. Luego de tan
infausta noticia, sin poder hacer otra cosa mas que aguardar el paso del
tiempo, he leído muchas veces el libro “Fundamentos”, llegando a la conclusión
de que su contenido expresa en el más profundo y riguroso sistema de conceptos
las antiguas y simples verdades de la Sabiduría Hiperbórea.
El porqué Nimrod concibió semejante obra para regular el acceso de los Elegidos
a su Orden creo que tiene que ver con una visión superrealista de la Epoca , de la Cultura actual, y con el typo
de Iniciado que él busca para llevar a cabo la misión propuesta por los Dioses.
Sea de ello lo que fuere, estimo que no causaré ningun daño a la Estrategia de Nimrod
permitiendo que tú lo leas ahora. Sólo contraeré una Deuda de Honor con la Orden , que algún día tendré
que saldar. De todos modos, tu ya has leído previamente una carta a la que
atribuyo tanto valor como a este libro, a pesar de que todavía no me has
permitido que de cuenta de ella.
Aquí sonrió tío Kurt, en tanto Yo me sentía
invadido por la vergüenza. No obstante la momentánea turbación, continué
riendo, como lo venía haciendo desde unos minutos atrás. Es que estaba
eufórico. Mi vida se había enredado de un modo harto significativo después del
asesinato de Belicena Villca, y aquella trama era evidente que no
podía ser casual: Alguien, los Dioses Liberadores, ya que no el “Angel de la Guarda ”, había dispuesto
uno como argumento real, uno como libreto del des-tino, para que Yo lo siguiera
“casualmente” y me enterara de estas cosas en el momento justo. En una palabra:
había sido guiado por los Dioses. Y este pensamiento, esta certeza, me
llenaba de íntimo gozo.
Tío Kurt, ya no me cabían dudas, poseía las
claves que buscaba. No me desalentaba el hecho de que la muerte de Oskar Feil
lo había desconectado de la
Orden. Con la información que ahora poseía, se me antojaba
tarea mucho más fácil la localización de Nimrod de Rosario y la Orden Tirodal : él
era el Señor de la
Orientación Absoluta y aquéllos eran los Constructores Sabios
de su Orden. Su búsqueda apuntaba, y tío Kurt no podía saberlo todavía porque
no había leído la carta, a encontar un Noyo o una Vraya, Iniciados capaces de
atravesar las Piedras de un Valle de dos Ríos y llegar hasta la Espada Sabia , junto a
Noyo de Tharsis, el hijo de Belicena Villca. Y era claro para mí que al
llevarle la carta de Belicena Villca, Nimrod no dudaría en ponerme en camino
hacia Noyo Villca, a quien le transmitiría el mensaje póstumo de su madre. Sin
dejar de sonreír por la alegría que me produjeron sus revelaciones, mi mente
trabajaba a gran velocidad, mientras en el rostro de tío Kurt se reflejaba la
sorpresa ante tal actitud incoherente. Pero es que Yo pensaba, pensaba sin
cesar, en la forma de obtener la dirección de Oskar Feil, o Domingo
Pietratesta, consciente de que mi tío jamás me la daría voluntariamente. Al fin
dí con la clave, sencilla, puesto que estuvo todo el tiempo frente a mis ojos:
¡los diarios! Eso era: buscaría en Córdoba los periódicos de Diciembre de 1979
y revisaría los avisos necrológicos. ¡Y allí descubriría el domicilio de su
familia!
Finalmente adopté una actitud más seria y
respondí a tío Kurt:
–Ciertamente que la última parte de tu
revelación no es del todo fausta –dije con pesar–. Lamento sinceramente la
muerte de tu Camarada; y más lamento aún, sabrás entenderlo, que su muerte te
haya desconectado de la
Orden Tirodal. No obstante, es tan extraordinario lo que me
has contado de dicha Orden, que podría repetir tus palabras de esta tarde:
“creo que me has traído algo que esperé mucho tiempo”. Tú lo decías por la
carta, que aún no has leído, pero Yo creo también que la información sobre la Orden , y quizás este libro
que aún no he leído, constituyen una respuesta concreta al verdadero motivo de mi
visita. Porque, si bien vine conscientemente a indagar sobre la
relación entre los . y los Druidas, es claro que tal
indagación está inserta en la cuestión mayor de la búsqueda del hijo de
Belicena Villca, el verdadero motivo, inconsciente pero efectivo, de todos
mis movimientos. Y esa búsqueda pasa inevitablemente por la Orden de Constructores
Sabios de Córdoba, de la que tú me has referido: ¿comprendes por qué en el
fondo estoy contento? Porque el descubrimiento de esa Orden representa lo más
necesario para mí, lo más importante, mucho más que obtener noticias sobre los
Druidas.
Sí, tío Kurt, –afirmé enfáticamente– es
imprescindible que leas cuanto antes esa carta. No te molestaré hasta que
acabes. Pero has hecho muy bien en anticiparme que tenías conocimiento de la Orden Tirodal : ello
me ha quitado un peso de encima y ahora podré aguardar con más tranquilidad lo
que tengas que decirme luego.