LIBRO CUARTO - Capítulo XXXVI


Capítulo XXXVI


Los comunistas y los nacionalistas del Kuomintang, nos explicaron los kâulikas de Sining, si bien luchaban unidos contra los japoneses, sostenían duros enfrentamientos entre sí en las regiones interiores de China. Japón controlaba toda la costa oriental, al sur de Cantón, y ocupaba ciudades tan importantes como Shanghai, Nankin, Hankou, Pekín, etc. Pero nunca ha sido fácil apoderarse de China: innumerables ciudades estaban dominadas por las tropas de Chiang Kai-Shek mientras que los comunistas eran notablemente fuertes en la campaña, donde contaban con la simpatía incondicional del campesinado chino; esto era el resultado de 20 años de proselitismo en el campo, contradiciendo los postulados del marxismo-leninismo que afirmaban la primacía revolucionaria del proletariado o clase obrera urbana: aquel acierto táctico político fue obra de Mao Tse Tung; y así un pequeño movimiento de guerrillas, que comenzó en las australes provincias de Kiangsi[1] y Fukien, y se extendió a la céntrica Szechwan tras la “larga marcha”, ahora era una poderosa fuerza militar irregular que tenía bajo su control a tres provincias más, en torno de Yenan: Shensi, Ningshia, y Kansu, la provincia en la que nos hallábamos.
Esto significaba que los comunistas imperaban en el campo y vigilaban los caminos de aquella región. Por otra parte, las fuerzas de Chiang Kai Shek, fuertes en las ciudades, también patrullaban los caminos, hostigándose a veces con los comunistas. Esta situación, suponía riesgos seguros para quien intentase desplazarse hacia el Este sin estar enrolados en algunos de los bandos en pugna. El Shivaguru de Sining nos propuso una forma de llegar a Shanghai:
–Puesto que no consideráis a los japoneses vuestros enemigos, os voy a sugerir la manera de llegar hasta ellos sin que antes os maten los comunistas o los nacionalistas. Unos meses atrás ello habría sido muy simple tomando los caminos del Noreste y aprovechando los tramos navegables del río Amarillo. Pero ahora ha ocurrido una terrible desgracia, que ha tornado intransitable esa región: el Tung Chih [2] Chiang Kai-Shek, que Kuan Yin se apiade de su apasionado corazón, acaba de volar los diques del río Hoang-Ho para detener el avance de los japoneses, pero tal acción ha costado un terrible sacrificio de vidas chinas inocentes.

En efecto, neffe: en 1938, Chiang inundó el valle del Río Amarillo y condenó a morir ahogada a la friolera de 880.000 personas. Sí, casi un millón de muertos por una sola orden: y no he sabido que nadie le promoviera un juicio por “crímenes contra la humanidad”, en 1945. Si ello no ha ocurrido habrá que admitir que fue absuelto de antemano, y que tal indulto le fue concedido en reconocimiento a su refinada calidad de cipayo.
–Tal como están las cosas –continuó el Shivaguru– os aconsejo viajar hasta Lan-Chen-Fu, ciudad situada 200 km. al Este. Desde allí es posible dirigirse a Shanghai de diferentes modos: ya os dirán cómo. Os recuerdo que en tiempos de paz, era factible recorrer los 200 km. que median a Shanghai empleando el ferrocarril. Ahora eso no se puede hacer pues el tramo que nos llevaba a Lan-Chen-Fu está interrumpido por la voladura del puente sobre el Río Amarillo; y desde Lan-Chen-Fu, sólo funciona un ramal que no llega más allá de Cheng Chou, en la provincia de Honan[3]. En fin, tendréis que salvar a caballo los 200 km., por un camino infestado de guerrilleros o “nacionalistas” y, posiblemente, deberéis matar a miembros de los dos bandos; pero no os preocupéis ¡matar es tarea común en estos días!
–Vosotros sois once: Os reforzaré con 25 hombres armados de fusil, parte de la tropa que protege nuestro barrio. Hablemos ahora de lo que haréis en Lan-Chen-Fu. ¿Habéis oído nombrar a la Banda Verde ?
–¿Se trata de la cofradía de bandidos? –preguntó Von Grossen, que evidentemente sabía algo del asunto. El Shivaguru sonrió con un gesto compasivo.
–No seais duro con nosotros. La Banda Verde es una Sociedad Secreta. Y las Sociedades Secretas son para China lo que las fragancias son para las flores. La Banda Verde es una Sociedad de Iniciados que comparten nuestro mismo Tântra y coinciden en idéntico Tao: muchos de sus miembros han sido o son monjes kâulikas. Sólo que ellos, por su particular idiosincracia, han elegido un camino que se interna mucho más en el Mundo de los hombres dormidos. Pero ellos, claro está, no podrían aceptar ni cumplir las leyes de ese Mundo sin acabar también aletargados. ¡Y no lo hacen! Ellos obran a su modo, según su propio código de Honor, y por eso son llamados “bandidos” por los hombres dormidos. Mas no los subestiméis pues se requiere mucho valor para ser el Señor de Sí Mismo en medio de los placeres y las tentaciones: sólo quien ha probado y dominado el deseo de las Cinco Cosas Prohibidas, dispone de voluntad suficiente para actuar en la Banda Verde.
Ese camino no es para cualquiera, lo repito. Yo, por ejemplo, prefiero la tranquilidad de nuestros Monasterios, la serenidad de los gimnasios de Artes Marciales, al permanentemente peligroso sendero de la Banda Verde. Sin embargo, todos nos necesitamos si hemos de marchar luchando hacia la misma meta. Es así que la Banda Verde ayuda al Círculo Kâula con lo que representa su fuerte: el dominio de los valores materiales. Y el Círculo Kâula auxilia a la banda Verde con lo que mejor sabe hacer: sha[4]. Naturalmente, para nosotros, como para Krishna, el hijo de Indra, matar no significa nada, si el Espíritu del asesino está más allá de Mâyâ, la Ilusión de la Vida; si cuando nuestra cimitarra siega la vida miserable, el Espiritu danza junto a Shiva el Baile de la Destrucción.

–Sé que no debo explicaros estas cosas a Vosotros, que estáis iluminados por Shiva, y que habéis realizado la maravillosa proeza de diezmar a los vampiros duskhas. Os pregunté por la Banda Verde, no para conocer Vuestra opinión, sino para informaros que serán ellos quienes os conducirán hasta Shanghai. En Lan-Chen-Fu os pondremos en contacto con la Banda Verde y a partir de entonces quedaréis en sus manos, que son de absoluta confianza. Si quisiérais, os podrían sacar de China por Hong Kong, mas si insistís en tratar con los japoneses podéis ir igualmente a Shanghai.

Antes de salir, el Shivaguru de Sining nos hizo una notable reflexión:
–Vosotros, los alemanes, os equivocáis al confiar en los japoneses: ¡ellos, tarde o temprano, os traicionarán! Nosotros los conocemos desde hace milenios y por eso podemos hablar con fundamento: en el fondo son miserables budistas, aunque hagan gala de su tradición samurai. Alguna vez fueron valientes guerreros, es cierto, pero de eso queda sólo el recuerdo; y de recuerdos viven los lisiados y los ancianos. Ellos han sido trabajados por los Sacerdotes budistas de la Fraternidad Blanca, han sido “moralizados”, es decir, ablandados, debilitados, amansados, pacificados. Hoy, bajo la aparente austeridad palpita el Dragón de la Envidia por el lujo y la Cultura occidental; bajo el disfraz de la humildad jadea el burgués deseoso de todos los placeres; bajo la máscara del guerrero consagrado a las penurias de la lucha, está el rostro pusilánime del que ama las comodidades de la paz; bajo el declamado honor se oculta la traición. Recordad mis palabras, Shivatulku, y repetidlas a vuestro Führer si podéis. ¡Vuestro aliado natural no es el Japón sino China: por aquí pasa el tao!

¡Ay, neffe Arturo, cuanta razón tenía aquel monje ­kâulika en 1938! Tal como el Führer me explicara aquella noche de la graduación, en la Cancillería, y tal como era de público conocimiento, él fue el primero que desnudó la armadura interna de la Sinarquía y expuso su médula judaica. En el centro estaba el sionismo, sostenido esotéricamente por los Sabios de Sión del Gran Sanhedrín; para dominar al Mundo, la Sinarquía disponía de dos alas tácticas, una derecha o judeoliberal, y otra izquierda o judeomarxista; el ala derecha estaba apoyada esotéricamente por la masonería y cientos de sectas afines; el marxismo contaba directamente con el control de los miembros del Pueblo Elegido, así que su fundamento esotérico sería simplemente rabínico. Según el Führer, el hombre políticamente más esclarecido de la historia, así funcionaba orgánicamente la Gran Conspiración Judía o Sinarquía Universal. Pero, una cosa era afirmarlo y otra demostrarlo. ¿Cómo conseguir que el enemigo, un enemigo lo suficientemente capaz de desarrollar una Estrategia durante siglos e involucrar en ella a pueblos, países y naciones, se desenmascare? ¿Cómo lograr que el Enemigo abandone toda cautela y deje al descubierto su tenebrosa alianza? ¿Cómo provocarlo para que se delate de ese modo?
El Führer halló la solución. “Si hay algo que jamás permitirán los Sabios de Sión, ni la Sinarquía, ni la Fraternidad Blanca, ni el mismísimo Creador, Jehová-Satanás, será que perezca el comunismo”, fue más o menos el genial razonamiento. En efecto, el comunismo, la más pura expresión política de la mentalidad judía, no podía perderse: semejante posibilidad, para la Sinarquía, era naturalmente inconcebible. Y desde tal punto de vista político “el comunismo”, ergo, era la Unión Soviética. En síntesis, un golpe táctico contra el comunismo soviético obligaría a todos los Estados partícipes de la Sinarquía a correr en auxilio de su aliado. Atacar a la Unión Soviética era, así, un objetivo estratégico de primer orden contra la Sinarquía Universal. El Führer lo sabía y obró conscientemente, previendo que la Guerra Total del Tercer Reich contra la Sinarquía sería una Guerra de Principios Supremos: el Espíritu Eterno contra las Potencias de la Materia. Durante la guerra anticipó lo que iba a venir, con su precisión habitual: “si ganamos la guerra, el poder judío mundial habrá desaparecido para siempre; si perdemos, su triunfo será de corta duración, pues su organización quedará definitivamente expuesta”.
¿Y qué hicieron los “Camaradas” japoneses para favorecer la Estrategia del Führer? Recordemos. Alemania invade a la Unión Soviética el 22 de Junio de 1941. Cualquiera pensaría que con un “aliado” como Japón ocupando China desde 1937, la Unión Soviética se vería entre dos fuegos. Pues quien tal pensara, se equivocaría por mucho, pues el 13 de Abril de 1941, “casualmente” dos meses antes de la Operación Barbarroja, Japón firmaba el “Pacto de neutralidad japonés-ruso soviético” que implicaba la desmilitarización de Manchuria y Mongolia. Es claro, neffe, que si Japón hubiese compartido realmente nuestra weltanschauung habría atacado a la Unión Soviética simultáneamente con los alemanes: con los ejércitos alemanes por el Oeste y las hordas japonesas por el Este el comunismo soviético se habría asfixiado en una mortífera pinza nacionalsocialista.
Lógicamente, después de 1945 he reflexionado mucho sobre las palabras del Shiva-guru de Sining y me resultó difícil no hallarles razón, toda vez que los hechos las confirmaron. Desde luego, frente a la actitud deshonesta del Japón, mas nos hubiera valido tener por aliados a los chinos: ellos en esos años deseaban destruir al comunismo soviético casi tanto como sacarse los japoneses de encima. ¿Se había equivocado el Führer al confiar en el Japón, ­error que le habría costado la Campaña de Rusia y el resultado de la Guerra Mundial? Yo creo que no hubo tal ­error y que la Estrategia del Führer era tan genial que iba a lograr el increíble efecto de descubrir la “mentalidad judaica” allí donde estuviera, aún entre los mismos “aliados” de Alemania. En una guerra de Principios Supremos como la que planteara el Führer no interesaba “ganar” o “perder” en la Tierra, en el plano material, sino imponer una weltanschauung espiritual cuyo valor estaba del todo fuera del plano material: si la weltanschauung, la concepción hiperbórea del Mundo, “nuestros estandartes”, eran comprendidos por el hombre de Honor, la guerra se ganaría, aunque se sufriese un traspié material; si la weltanschauung no se comprendiese, o fuese olvidada, la guerra se perdería, aún cuando nos favoreciese la suerte de las armas. En esa guerra de Principios Supremos, no interesaría una vida sin Honor: sería el momento histórico en el que cada pueblo demostraría su verdadero ser y lo que desearía ser. Un hombre extraordinario, quizás un Dios, uno a quien los kâulikas denominaban el Señor de la Voluntad Absoluta, había creado las circunstancias que obligarían a cada pueblo a manifestar su esencia, que pondría a la Sinarquía al descubierto, que maduraría la pus judaica y la haría brotar allí donde se estuviera incubando su cultivo corruptor. ¿Siendo así, se equivocó el Führer o acertó maravillosamente al conseguir que el Japón se desenmascarara ante el Mundo y la Historia y mostrara su faz oculta, que hoy causa la admiración de la Sinarquía?
En la historia no existen las sorpresas. Los hechos históricos registran causas que a veces se remontan siglos o milenios anteriores. El Japón es hoy un gigantesco kibutz, la “mentalidad judaica” se ha impuesto en todos los órdenes, de manera semejante a como ocurre en Inglaterra, y predomina un generalizado consenso para que el país permanezca alineado en la Sinarquía, pertenezca a la Comisión Trilateral, a la O.N.U., a la O.T.A.N., etc.; todo el mundo, allí, habla de yens, de paz, de consumo, de turismo, de hermandad, libertad, fraternidad, etc. Este “cambio”, aparentemente “sorpresivo” dada la vocación “guerrera” de los japoneses antes de la Segunda Guerra Mundial ¿es realmente un cambio, debido al escarmiento de Hiroshima y Nagasaki, o la exhibición de la verdadera naturaleza de los japoneses, quienes tal vez por una especie de trauma colectivo han querido durante siglos ser lo que no eran, esto es, Kshatriyas, Samurais, y habían terminado simulando, representando, el papel de guerreros? Porque todos los fenómenos históricos, como este supuesto “cambio” de los japoneses, tienen causas antiguas que lo justifican: nadie se torna judío de la noche a la mañana, ni así lo circunciden; para ser un buen hijo de Israel hacen falta muchas “virtudes”, como por ejemplo la usura y el amor al lucro, que requieren bastante tiempo desarrollar. Pero en tan poco tiempo los japoneses han demostrado ser tan buenos judíos como los israelitas y los ingleses ¿no significa eso que en el Japón la mentalidad judaica se hallaba larvada y que el calor de Hiroshima y Nagasaki solamente produjo su metamorfosis, el nacimiento de la crisálida sinárquica que hoy en día es ya una bella mariposa más en el enjambre de la Fraternidad Blanca?
Querido neffe: tú eres un joven idealista y conoces bien la Historia. Escucha este principio, comprobado por un viejo que ya ha vivido demasiado, y que sintetiza cuanto te he dicho sobre la actitud de los japoneses: ningún pueblo, jamás, pierde su Honor de golpe; no hay ejemplo alguno en la Historia que pruebe lo contrario. Los pueblos, como todo lo que vive, siguen las leyes de la naturaleza y entre ellos, como entre los habitantes de la selva, hay pueblos leones y pueblos borregos, pueblos cóndores y pueblos ratas; y, como entre los animales, ningún león se convierte de golpe en borrego, ningún cóndor se transforma súbitamente en rata: si tal “cambio” fuese en verdad posible, requeriría de una larga, milenaria, evolución. Claro que, como en las fábulas, los borregos pueden alguna vez disfrazarse de leones, las ratas vestirse de cóndores. He aquí lo que creo: la Estrategia del Führer ha marcado una hora histórica, análoga a la hora convenida en los bailes de disfraz cuando todo el mundo debe quitarse la máscara, en la que nos ha sido dado observar a los borregos y a las ratas, y a una infinidad de alimañas más, bajo los vistosos y engañosos trajes de león, cóndor, y otros depredadores.
Creo, neffe, que los japoneses ya eran antes de la Guerra Mundial lo que hoy son; que no “cambiaron” un ápice; que el Shivaguru tenía razón en sus temores, pero que no comprendía totalmente la Estrategia del Führer; que, efectivamente, nos traicionaron, pues sus corazones estaban con la Fraternidad Blanca, aunque sus labios desmintiesen los actos estratégicos opuestos a nuestra weltanschauung; y que ello era previsible, especialmente para los chinos, que desde hacía milenios sabían con la clase de bueyes que araban. Pero la traición no consistió solamente en el infame pacto, respetado escrupulosamente, que dejaba a los soviéticos las manos libres para ocuparse únicamente de Alemania. Recordemos también que el 7 de Diciembre de 1941, cuando los alemanes afrontaban el terrible Invierno ruso enfrentando sin tregua a los bolcheviques, los “Camaradas” japoneses atacaban Estados Unidos en Pearl Harbor, concediendo de ese modo la oportunidad a esa colosal y estúpida potencia sinárquica para intervenir directamente en la contienda mundial.
De acuerdo al modelo clásico de la Justicia judaica, el “pecado” de un pueblo hacia Jehová es redimible mediante el Sacrificio Ritual de una parte de sus miembros y del sometimiento del resto a la Ley. Si bien los japoneses no participaron directamente de las bondades de la cultura judaica, su aficción al budismo, y a toda forma de religión fundada en la Kâlachakra de Chang Shambalá, demostró que su apartamiento de la Ley no era tan grande: el pecado mayor consistía, sin dudas, en su reciente alianza con el nazismo y el fascismo. Pero ese pecadillo sólo requería un purgatorio, de Fuego, frente a la condena eterna que los Rabinos pretendían aplicar al nacionalsocialismo alemán.
¿Cómo purgar a todo un pueblo de un pecado que ofende al Creador? Mediante la lejía, responden los Rabinos; lavando el pecado de toda la Raza por medio de la lejía humana obtenida en el Sacrificio Uno, y reincorporando luego del purgatorio a toda la Raza al Paraíso de la Sinarquía Universal. No sería muy caro el precio a pagar: 250 a 300 mil hombres bastarían para fabricar la ceniza suficiente. Los Rabinos y los Sacerdotes japoneses de la Fraternidad Blanca arreglan el pacto, y es así como el 6 de Agosto de 1945 y el 9 de Agosto de 1945 caen las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki: ceniza de miles de hombres, sal de la Tierra y del Cielo, agua del Cielo y de la Tierra, lejía humana que lava el pecado del hombre contra Jehová Dios y contra la Ley de Dios.
Quien ordena el mini Holocausto de Fuego de los japoneses es el presidente hebreo de los Estados Unidos, Harry Salomón Truman, cuyo verdadero apellido es Shippe. Masón de grado 33 cuenta con el asesoramiento oculto del Gran Sahnedrín y judíos y masones de la talla de Dean Acherson, del General Marshall, Snyder, Rosenman, etc., quienes están desembozadamente apoyados por la banda judía de Baruch, Eleanor Roosvelt, Herbert Lehman, Haverell Harriman, Paul Hoffman, Walter Lipman, etc. Porque la verdadera obra sinárquica de Estados Unidos en la Segunda Guerra no fue desarrollada por Truman, quien sólo accedió al poder el 12 de Abril de 1945, luego de la repentina muerte del judío Roosvelt: éste fue el auténtico realizador de los planes judaicos. Descendiente de Klaes Martensen Rosenwelt, hebreo de pura cepa que inmigró a Nueva York en 1644, Franklin Delano Roosvelt registraba doble paternidad judía: tanto su padre, James Roosvelt, como su madre, Sarah Delano, pertenecían al Pueblo Elegido. También su esposa, Eleanor, hija de los judíos Elliot y Anna Hall. La mafia judía que desató la crisis de 1929 lo catapultó al poder: algunos de los colaboradores de esa época fueron judíos de extrema peligrosidad y maldad sin nombre, como Bernard Baruch, Herbert Lehman, Haverell Harriman, Sol Bloon, Samuel Rosenman, Henry Margenthan, Oscar Straus, Marios Davies, Truman, etc., todos de excepcional poder en la Casa Blanca.

Cumplido el Sacrificio, lavado el pecado japonés con lejía humana en Hiroshima y Nagasaki, vendría la recompensa que está a la vista: el Plan de reconstrucción del judío Marshall, el fin del “militarismo” japonés, la integración al sistema sinárquico internacional, el trueque de los samurais por los yens, la elevación de su stándard de vida, en fin, el descubrimiento del verdadero rostro del Japón, como adelantara sabiamente el Shiva-guru de Sining.

Por supuesto, estos cargos contra el Japón no pueden ser relativizados ni atenuados por el hecho cierto de que durante la Guerra muchos japoneses combatieron con heroísmo sin par, como por ejempo, los kamikazes. Hay que llamar a las cosas por su nombre y reconocer las excepciones a las reglas: así como en la Alemania leal existieron incontables traidores, en el Japón traidor se destacaron honrosamente muchísimos valientes guerreros leales.


[1] Ejemplo de nombre chino: Kiang : río; Si : oeste; Kiangsi : Río del Oeste.
[2] Tung Chih: Camarada.
[3] Ho : río; Nan : sur; Honan: Río del Sur.
[4] Sha: matar.