Capítulo XV
Cuando reaccionaba, luego de recibir uno de
estos “mensajes”, mi primer impulso era “preguntar” algo más a la Voz , interrogar sobre la
“interpretación” del mensaje, o sobre la misma Voz.
Pero era inútil pues la Voz desaparecía tan
misteriosamente como había aparecido y sólo obtenía el silencio por respuesta.
Sin embargo, cuando no pensaba en ello, y me encontraba meditando sobre alguna
cuestión del ámbito de la
Historia , la
Filosofía o la
Religión , aparecía el Comentario Fugaz, la Palabra Sabia y
Fulgurante, como una Chispa de Sabiduría.
Esa dificultad para “comunicarme” con la Voz lejos de decepcionarme
estimulaba mi curiosidad y me embarcó en una breve búsqueda de información
sobre tan extraño fenómeno.
El
oído interior se había abierto cuando fui presentado al Führer, debido al
poderoso influjo de su presencia, y luego partí con Papá hacia Egipto para
pasar unas vacaciones, como ya dije. Era durante esos días que intenté develar
el misterio de las apariciones furtivas de la Voz. Para ello comencé a
leer todo cuanto se refería a casos similares al mío, comprobando con horror
que hasta pocos años atrás cualquier persona que experimentaba la audición de
voces se hacía sospechosa del cargo de brujería o demonología. La imagen de
Juana de Arco, la “Doncella de Orleans”, ardiendo en la hoguera por seguir el
dictado de una Voz interior no resultaba un aliciente muy grato para
profundizar en el asunto.
Pero me alentaba el pensar que estábamos en
otro siglo, en una época abierta a la investigación y al conocimiento. A pesar
de que comprobaba a cada paso que en el terreno de la experiencia psíquica
abundaba la superstición o el escepticismo.
Leyendo las obras de Allan Kardec, el fundador
del Espiritismo moderno, comprobé que entre las múltiples formas de Mediumnidad
descriptas como “comunes a mucha gente dotada”, figuraba una Mediumnidad
Auditiva, la cual creí que podría equipararse con el fenómeno que venía
experimentando.
Según Allan Kardec un Médium es una persona que
puede ponerse en contacto con el “Mundo de los Espíritus”: “¿Qué es un Médium?
Es el ser, el individuo, que sirve de enlace a los Espíritus para que éstos
puedan comunicarse con los hombres. Sin Médium no hay comunicación posible, ya
sea ésta tangible, mental, escrita, física o de cualquier otra clase”. Y
también dice: “un Espíritu es un hombre sin cuerpo físico”.
Eso fue lo que Yo hice inútilmente en esos
días de Egipto, recorriendo diversos Centros Espíritas y entrevistándome con
numerosos Médiums.
La desilusión no podía ser mayor pues, en la
mayoría de los casos, el Médium era una persona de baja capacidad intelectual,
incapaz de explicar claramente la naturaleza de los prodigios por él
protagonizados, o por el contrario el Médium era un pícaro, demasiado avispado
para brindar explicaciones y más bien gustoso de rodearse de un halo de
“misterio”.
La conclusión que sacaba de esas
exploraciones se resumía en que cuando el sujeto era protagonista real de un
fenómeno Mediumnímico no podía ejercer ningún control sobre el mismo, siendo en
la generalidad de los casos un “mentecatto”. El Médium Escribiente no era
consciente de lo que escribía, situación abyecta que sin embargo llenaba de
alegría a los testigos quienes afirmaban que ello constituía la “prueba” de la
veracidad del prodigio. Lo mismo podía decirse sobre las otras clases de
Mediumnidad.
El Médium Parlante, totalmente “poseído” por
el Espíritu o “entidad desencarnada” –según la jerga espírita– hablaba, reía,
bramaba, o se contorsionaba ante el éxtasis contemplativo de los acólitos, tan
ignorantes como insensatos. Y el Médium Oyente, que despertaba mi particular
interés, oía, pero no una sino un concierto de voces. Y éstas lo invadían en
todo momento, ordenando, solicitando o suplicando determinadas acciones, muchas
veces deshonrosas o groseras. Algo deprimente que nada tenía en común con mi
superior experiencia.
Convencido de que por ese camino sólo
hallaría enfermos o fanáticos, hice lo más lógico que puede uno hacer en esos
casos: me aboqué a buscar una solución a mi problema valiéndome de mí mismo, de
mi propio análisis y experiencia.
De ese modo, repasando rigurosamente los
procesos psíquicos que culminaban con la aparición de la Voz , comprobé que la clave no
radicaba en la interrogación mental, en “preguntar” a la Voz esto o aquello. En mi
confusión, a la que contribuyó no poco el contacto y la observación de los
espiritistas, Yo creía que la Voz
respondía a interrogantes planteados en mi conciencia durante la meditación.
Tomando arbitrariamente esta creencia por una verdad concluía que sería posible
interrogar conscientemente a la
Voz , es decir, que Yo preguntaría y la Voz respondería: Craso
error... como verás enseguida.
La meditación de todo esto me permitió
comprender que la “interrogación” es una actitud intrínsecamente racional; es
decir, que sólo es posible interrogar a partir de esa ordenación que llamamos
razón. De todas las criaturas existentes sólo el hombre interroga y lo hace
para saber, para obtener conocimiento. Expresión de su miserable ineptitud y
del drama de su ignorancia, la interrogación, a partir de la razón, de su
lógica, le permite emitir inferencias, proposiciones, y establecer juicios.
Pero el conocimiento obtenido exclusivamente a partir de la razón, por la
interrogación a la realidad del mundo, entraña una violencia y una rebeldía
embozada. La interrogación lleva implícita la posibilidad de la respuesta y en
esta implicación hay algo soberbio y arrogante. Interroga el que orgullosamente
“sabe” que será saciado en su saber. Esta rebeldía, este orgullo, esta
arrogancia, en fin, esta violencia que subyace en la interrogación es, por
supuesto, totalmente inútil, toda vez que no facilita la liberación del hombre
de su encadenamiento a las formas ilusorias de la materia.
El error moral de la interrogación como
“medio para conocer” se evidencia en toda su absurda contradicción cuando el
hombre afirma el “derecho” a preguntar, es decir cuando establece que es
jurídica y moralmente lícito el obtener conocimiento por la interrogación.
Porque si es lícito y hasta aconsejable practicar la interrogación, sín límites
ni vallas morales hacia la cosa cuestionada (sin tabúes), no tardaremos en ver
al hombre fieramente plantado cara a cara con Dios interrogándole, posibilidad
absurda que conduce inevitablemente a la negación de Dios (ateísmo), a confesar
la imposibilidad de esta pregunta (agnosticismo) o a las más perturbadoras
hipótesis que son sólo eso, respuestas probables pero no verdaderas respuestas.
Existe entonces otra vía para “conocer” y,
aunque una conspiración oscurantista haya borrado de la Historia Oficial
a la Gnosis y
su Sabiduría Iniciática, fue a la manera “gnóstica” que hallé la solución para
comunicarme con la Voz.
Es que efectivamente hay una forma de obtener
conocimiento “más allá” de la razón, sin caer en la mecánica de la pregunta y
la respuesta, de la comparación y la conclusión, del análisis y la síntesis, en
fin, de la dialéctica. Y es sumamente sencilla. Consiste en disponer
el Espíritu para recordar, en forma análoga a la actitud asumida por la
conciencia cuando “busca” un recuerdo en la memoria.
En este caso no se trata de adoptar una
postura contemplativa, de “mente en blanco”, sino de una acción dinámica, que
“busca” sin “preguntar”.
La sabiduría de comprender esto estriba en
aceptar el hecho de que la conciencia es “orientable”, “direccionable” hacia
zonas de la mente.
Cuando deseamos recordar algo, la razón
puede interrogar o no, pero el recuerdo viene inexorablemente. Por ejemplo
¿qué corbata usé en la fiesta de Juan Pérez? y la respuesta viene
automáticamente –la corbata verde–. Pero seamos sinceros ¿es una verdadera
“respuesta” la obtenida? o cuando quisimos saber qué corbata usamos dispusimos
la mente a “buscar” el recuerdo de la fiesta en lo de Juan Pérez y este
recuerdo apareció en la conciencia como una imagen que fue prontamente
traducida por la razón en forma de proposición: la corbata verde.
Porque si en lugar de preguntar, simplemente
evocamos el recuerdo de la corbata usada, ésta “aparecerá” sin ser
necesariamente la respuesta a una pregunta ni tampoco una proposición.
Cuando comprobé esto y verifiqué
fehacientemente que al “recordar” la conciencia se “dirige” hacia el recuerdo,
dispuse análogamente mi Espíritu para “dirigirse” a la Voz.
Al principio no tuve éxito, principalmente
porque la razón interfería con dudas y escepticismo, pero cuando me concentré
bien y pude recrear en la mente los momentos fugaces en que la Voz irrumpió, entonces comencé
a progresar. La Voz
había aparecido y desaparecido en un instante, con una velocidad mayor que el
más veloz de mis pensamientos, al punto que, a veces, no solía distinguir
claramente sus palabras.
Por eso es que debía concentrarme mucho, y
evocar el recuerdo, sólo evocar, no interrogar, disponer la conciencia para que
sobrevenga el recuerdo y permanecer en total inmovilidad espiritual. El que
entienda comprenderá que no se trataba de una actitud contemplativa sino de una
actitud enérgica (de energía), similar a la del guerrero un instante antes de
descargar el brazo con la espada, plena de fuerza potencial. En la
contemplación hay paz (quietud), en la evocación energía expectante.
El procedimiento empleado con éxito puedo
explicarlo así: Recreaba en mi Espíritu el momento en que apareció la Voz. Trataba que este
recuerdo fuera lo más “exacto” posible, es decir, que me transportara
psicológicamente al clímax vivido durante la experiencia. Entonces se
presentaba la Voz ,
el recuerdo de la Voz ,
tan velozmente como “recordaba” que había aparecido. Pero entonces, utilizando
el recientemente descubierto poder “orientador” de la conciencia, “dirigía” a
ésta “hacia” la Voz
(repito: como quien recuerda) y lograba así “ampliar” imperceptiblemente el
Tiempo de manifestación de la
Voz. Surgía la voz en el recuerdo y Yo trataba de ceñir el
recuerdo en torno a ella, recortando lo accesorio, concentrándome sólo en ella,
tratando de convertir la fugacidad en permanencia, sin que por esto perdiera en
algo su dinámica vocal. Así iba logrando, cada vez más, “seguir” el mensaje de la Voz desde su aparición hasta
su extinción.
La aparición (comienzo) no me preocupaba,
pero sí la extinción, pues iba ampliando cada vez más el momento último de la Voz , hasta que llegué a “oír”
con total nitidez el tono final, el límite preciso entre la Voz y el Silencio. Llegado a
ese punto sentía en la conciencia –de tan dirigida hacia la Voz – como si hubiera una prominencia
cónica y aguda, como un embudo visto desde el lado en que se vuelca el
líquido.
Fui practicando esta suerte de evocación
selectiva cuando, al “examinar” (de algún modo hay que decirlo) el cono
psíquico, de pronto me ví precipitado en un túnel ligeramente espiralado y
vaporoso, como un vórtice de energía brillante y lechosa que pronto concluyó
con una imagen perfectamente definida y nítida. Podía verla y oírla a la vez
pues de ella era de quien brotaba la
Voz.
Siguiendo la Voz en su extinción, como un eco, había arribado
a su fuente de origen y ésta era deslumbrante y cegadora. Provisto ahora no
sólo de un oído interior sino también de una visión interior participaba
absorto de una excelsa imagen ígnea. Porque aquel maravilloso y sabio Verbo no
era emitido por garganta alguna, ni provenía de una entidad humana o tan
siquiera antropomorfa.
Simplemente brotaba de una lengua de fuego
que titilaba rítmicamente acompañando el devenir del Verbo.
–¡Oh fuego helado y rutilante, Dios es
testigo que en ti he reconocido la
Divinidad del Espíritu Hiperbóreo!
De frente a esa Presencia Divina, hecha de
Fuego, Voz y Sabiduría, no cometí la necedad de interrogar, ni tuve sorpresa o
deseo de saber o comprender.
Una salvaje alegría, un gozo primordial me
fue invadiendo mientras el logos ígneo resplandecía bajo la mirada interior. Y
ese júbilo inefable obedecia a una certeza: había recobrado algo perdido hacía
mucho tiempo, no sabia decir cuándo ni dónde. Pero con seguridad de eso se
trataba pues la flamígera Presencia no me era desconocida aunque de algún modo
misterioso Yo la había olvidado hasta ese momento. Y la alegría del reencuentro
colmaba mi Espíritu de un placer indescriptible.
Ignoro cuánto duró aquel primer éxtasis, pero
recuerdo claramente el conocimiento que “quedó” en mi conciencia como un
estrato sedimentario al fin de la experiencia. Digo “conocimiento” porque al
conectarme telepáticamente con la misteriosa Voz, accedí a un Torrente de
Sabiduría –no sabría llamarlo de otro modo– que al penetrar en el Espíritu
disolvía toda duda, tornaba inútil cualquier interrogante y reunía y
sintetizaba los opuestos. Esto sucedía así porque la Voz –auténtico Logos– cuya
substancia la constituía el Fuego y el Verbo, transmitía Su Palabra por el sólo
hecho de entrar en contacto con ella.
¿Y qué decía la Voz en aquella ocasión? Sería
una torpe pretensión intentar describir con palabras semejante experiencia
trascendente pero correré este riesgo y breve e imperfectamente resumiré las
partes esenciales del mensaje:
–“Yo soy un Ser perteneciente a la Antigua Raza que
llegó a la Tierra
con Lúcifer hace millones de años. Me han llamado Angel, pero ésa es una
denominación ambigua. He sido uno de los Grandes Guías Hiperbóreos y como tal
me has conocido tú en un pasado remoto que, sin embargo, es siempre presente en
el Misterio de la Sangre
Pura. Por mi nombre Hiperbóreo debes llamarme: Kiev; pues así
me ‘conocerá’ nuevamente la
Humanidad al final de la Edad Oscura o Kaly
Yuga. Estás unido a mí, como otros innumerables Espíritus encadenados por el
Símbolo del Origen, el lazo que vincula a lo Creado con lo Increado: tú, y
cualquiera de ellos, puede llegar hasta mí y hasta el Origen de la Raza del Espíritu,
resolviendo el Misterio del Laberinto, atravesando la Ilusión de la Formas Creadas ,
remontando el Sendero de la
Sangre Pura , como has hecho ahora sin comprenderlo. Allí, en
el Origen, existen otros Seres como Yo, pertenecientes a la Raza del Espíritu, a quienes
también han llamado Angeles. Pero, en verdad, todos procedemos de Venus, de la Puerta de Venus.
–Puedes comunicarte cuando quieras conmigo
ahora que sabes regresar al Origen siguiendo el Sendero de la Sangre Pura , pero
no debes hacerlo en tanto no hayas conseguido comprender el Misterio
del Laberinto y seas dueño del Espacio y del Tiempo. En caso contrario mi
presencia actuará como una droga que adormecerá tu incipiente conciencia
espiritual. Eres víctima del Gran Engaño. Crees ser y casi no existes más allá
del capricho de Jehová Satanás. Mientras no regreses conscientemente al
Origen, allí donde ahora estás sin saberlo, no debes venir a mí pues podrías
extraviar el camino. Primero debes ser lo que ya eres, debes retornar al
Principio desde donde nunca has partido, recuperar el Paraíso que jamás
perdiste. Cuando resuelvas este Misterio, marchando por el camino del Laberinto
y llegando a la salida, recién podrás decir Yo Soy. Pero no temas, no estarás
abandonado, serás guiado carismáticamente hasta el fin. Sigue los Círculos
Cerrados de la Orden
de Thule pero no te detengas en ninguno; avanza siempre, hasta llegar al
Penúltimo Círculo; allí nos volveremos a ver. Y finalmente, trata de
interpretar con sabiduría éste, mi consejo y guía: en el orden planetario primero el
Führer; en el orden individual primero Rudolph Hess. Por lo tanto,
sigue a Rudolph Hess, inspírate en Rudolph Hess”.
Había conseguido resolver el Misterio de la Voz , llegando hasta su oculta
fuente, el Divino Kiev, pero inmediatamente de lograda esta maravillosa hazaña
psíquica se me prohibió restablecer el contacto ocasionándome una rara
sensación de tristeza. Respetuosamente autoimpedido de contemplar la
centelleante esfinge de Kiev a causa –lo aceptaba tácitamente– de mi
imperfección, sólo deseaba salvar los obstáculos que me separaban del Penúltimo
Círculo de la
Thulegesellschaft donde sería autorizado a restablecer el
vínculo telepático con el Origen.
En todo esto pensaba mientras el tren me
llevaba velozmente a Pomerania, lamentando no haber hallado a Rudolph Hess en
Berlín para confiarle lo acontecido y consultarle sobre el Divino Hiperbóreo
Kiev.