LIBRO CUARTO - Capítulo XXVIII


Capítulo XXVIII


Quiero advertir al lector que Yo no dispuse de suerte parecida a la suya, pues la narración de tío Kurt, refiriendo la operación de rescate de su Camarada Oskar Feil, demandó varios días. Sin hacer mención a esas interrupciones, he trascripto las partes principales en forma correlativa para no causar impaciencia, una impaciencia parecida a la que, como es de suponer, me aconteció a mí en esos días.
Sólo agregaré que, como seguramente le ocurrirá al lector, aquella hazaña en la que participó tío Kurt, me trajo de inmediato a la memoria la “Hazaña de Nimrod”, relatada por Belicena Villca. Indudablemente, la aventura del Tíbet tenía un sello de heroísmo mágico, un estilo de “intrepidez sin límites”, que la asemejaba a la historia del Rey Kassita. Por lo demás, el Enemigo era el mismo: el Enemigo del Espíritu Eterno, el Enemigo de la Sabiduría Hiperbórea, el Enemigo de “nuestros Estandartes”, como lo denominaba tío Kurt, es decir, la Fraternidad Blanca de Chang Shambalá y sus agentes terrestres.


Del mismo modo, acopiaré en los capítulos sucesivos los relatos más interesantes de tío Kurt sin intervenir. Naturalmente, emplearé tal criterio hasta donde sea posible, es decir, hasta el Epílogo ¿Epílogo?, que fue cuando el relato de tío Kurt, y todo relato, hubo de ser interrumpido. Yo, por mi parte, ya me hallaba bien de salud a esa altura, y sólo aguardaba la culminación de la historia para cumplir la solicitud de Belicena Villca: cada día que pasaba crecía mi determinación, pues, a cada instante, las cosas se iban aclarando irreversiblemente en torno de la Sabiduría Hiperbórea.
           
Según recuerdo, así prosiguió tío Kurt una mañana: