LIBRO SEGUNDO - DIA 11


Decimoprimer Día


Así, estimado Dr. Siegnagel, desapareció para siempre el Reino de Tartessos. El General Barca representó nuevamente el Mito del Perseo argivo, al cortar la Cabeza de Medusa, y también el de Heracles Melkarth, al vencer al pueblo triple de los Geriones. No obstante, aunque de Tartessos no quedó piedra sobre piedra, el Bosque Sagrado se redujo a cenizas, y la escultura de Pyrena fue demolida por orden de Amílcar Barca, la profecía Golen no se cumplió puesto que la Piedra de Venus, el Ojo único de las Vrayas, no pudo ser robado por Bera y Birsa. Eso demuestra que aunque sea cierto que los argumentos míticos pueden desarrollarse muchas veces sobre la Tierra, su repetición no siempre es idéntica y hasta pueden deparar más de una sorpresa a quienes los hayan propiciado. En esta ocasión no sólo falló la profecía, al quedar a salvo la Espada Sabia, sino que la sentencia de exterminio que pesaba sobre la Casa de Tharsis tampoco pudo ser cumplida.
En el Mito argivo, cuando Perseo clava la hoz en el cuello de Medusa, de la herida surgen dos seres extraordinarios: Crisaor y Pegaso. De acuerdo con el Mito, sólo Poseidón, el Rey de la Atlántida y Dios del Mar Occidental, se atrevió a amar a Medusa, en la que engendró dos hijos, Crisaor y Pegaso, los que nacerían de la herida infrigida por Perseo. Crisaor sería un gigante destinado a desposar a Calirroe (Kâlibur), una “Hija del Mar”, de cuya unión nacería el Gigante triple Geriones. Creo, Dr. Siegnagel, que la última manifestación del Mito, concretada en el drama de Tartessos, determinaría su repetición hasta en los menores detalles, a pesar de no cumplir, felizmente, con la profecía de los Golen. Creo, por ejemplo, que efectivamente del cuello seccionado de Medusa, de las ruinas de Tartessos, nació Crisaor, el gigante Hijo de Poseidón: éste fue, sin dudas, Lito de Tharsis, que, como verá más adelante, desposó a una Hija del Mar, a una princesa de América, “la otra orilla del Mar Occidental”; Crisaor nacería armado con una Espada de Oro, igual que Lito de Tharsis, quien partiría hacia América portando la Espada Sabia de los Reyes iberos. Y creo también que como Pegaso es mi hijo Noyo, quien ha nacido con alas para volar hasta las Moradas de los Dioses Liberadores y, como él, tiene el poder de abrir las Fuentes con sus golpes, sólo que en su caso se trata de las Fuentes de la Sabiduría.


                       
Los sobrevivientes de la Casa de Tharsis, curiosamente dieciocho en total, se hallaban reunidos cerca de la Caverna Secreta, en una estrecha terraza protegida naturalmente con enormes rocas que permitían una cierta defensa y desde la cual se podía dominar la ladera de la sierra. Cuenta la saga familiar que, un momento antes, los Hombres de Piedra, únicos que sabían ingresar en ella, habían sostenido un consejo en la Caverna Secreta: frente al desastre que se abatía contra la Casa de Tharsis, juraron dedicar todos los esfuerzos para dar cumplimiento a la misión familiar y para salvar a la Espada Sabia. Era preciso que la Estirpe continuase existiendo a cualquier costo; en cuanto a la Espada Sabia, decidieron que, tras la muerte de la última Vraya, quedase perpetuamente depositada en la Caverna Secreta, por lo menos hasta el día en que otros Hombres de Piedra, descendientes de la Casa de Tharsis, observasen en ella la Señal Lítica de K'Taagar y supiesen que deberían partir: hasta esa ocasión la Espada Sabia no volvería a ver la luz del día.
Al salir, comunicaron estas determinaciones a sus parientes y requirieron noticias sobre el Reino. Pero las noticias que llegaban al improvisado refugio eran extrañas y contradictorias. Se debería descartar una pronta ayuda de los romanos pues los Golen habían sublevado contra ellos a todos los pueblos de las Galias, cortándoles el camino hacia España: el acudir en socorro de Tartessos exigía ahora una expedición muy numerosa, que dejaría desguarnecida a la misma Roma. Por otra parte, en Tartessos, la victoria cartaginesa había sido aplastante: toda la tartéside estaba en poder del General Barca, lo que completaba la ocupación total del Sur de España. A los Señores de Tharsis sólo les quedaban sus vidas y un batallón de fieles y aguerridos guardias reales. Sin embargo, algo extraño y contradictorio ocurrió.
Amílcar Barca, es cierto, hizo arrasar Tartessos hasta convertirla en escombros. En esta acción tanto él, como el ejército mercenario, actuaron movidos por una furia homicida que superaba todo razonamiento, por una fuerza indominable que se apoderó de ellos y no los abandonó hasta no haber destruido completamente la ciudad ya ocupada. Fue como si el odio experimentado durante siglos por los Golen contra la Casa de Tharsis se hubiese acumulado en algún oscuro recipiente, quizás en el Mito de Perseo, para descargarse todo junto en el Alma de los cartagineses. Empero, luego de consumarse la irracional destrucción, el General Barca y los Jefes militares que lo acompañaban recobraron bruscamente la lucidez, no siendo ajeno a ese fenómeno la muerte de los veinte Golen y la partida de Bera y Birsa. Momentáneamente, algo se había interrumpido, algo que impulsaba al General Barca a desear la aniquilación de la Casa de Tharsis; y no quedaban más Golen en la tartéside para reiniciarlo. Entonces, libre por el momento de la pasión destructiva del Perseo argivo, Amílcar Barca obró con la sensatez de un auténtico cartaginés, es decir, pensó en sus intereses personales. Para Amílcar Barca el enemigo no estaba solamente en Roma; allí, en todo caso, estaba el enemigo de Cartago; pero en Cartago también estaban los enemigos de Amílcar Barca, los que envidiaban su carrera de General exitoso y desconfiaban de su poder; los que lo habían enviado ocho años antes a conquistar aquel país inhóspito y no tenían intenciones de hacerlo regresar.          
Pero Amílcar Barca les pagaría con la misma moneda, demostraría hacia el Gobierno de Cartago la misma indiferencia y usufructuaría en provecho propio y de su familia el inmenso territorio conquistado: ¡España sería la Hacienda particular de los Barca! Mas, para eso, habría que contar con la imprescindible colaboración de la población nativa, que había manejado hasta entonces al país y conocía todos los resortes de su funcionamiento. Y aquellos pueblos belicosos, que fueron libres por siglos, no se someterían fácilmente a la esclavitud, esto lo advertían claramente los Bárcidas, a menos que sus propios Reyes y Señores los convenciesen de que era mejor no resistir la ocupación. La solución no sería imposible pues, según la particular filosofía de los cartagineses, “sólo debería ser destruido aquel que no pudiese ser comprado”.
La extraña y contradictoria noticia llegó así al refugio de los Señores de Tharsis: Amílcar Barca les ofrecía salvar sus vidas si renunciaban a todo derecho sobre la tartéside y aceptaban entrar a su servicio para gobernar el país; en caso contrario, serían exterminados como reclamaban los Golen. Con mucho dolor, pero sin alternativas posibles, los Señores de Tharsis tuvieron que acceder a tan deshonrosa oferta: lo hacían por un interés superior, por la misión familiar y la Espada Sabia.
Una vez arreglada la rendición, los de Tharsis pasaron a servir a los Bárcidas y se ocuparon de pacificar la tartéside y reorganizar la producción agrícola e industrial. Por la buena disposición demostrada se los recompensó con una granja situada muy cerca del emplazamiento de la desaparecida Tartessos, adonde viviría en adelante la “familia Tharsis”, salvo los miembros que desempeñaban funciones en las ciudades o acompañaban a los Bárcidas en los viajes de inspección. Mientras duró la ocupación cartaginesa, no obstante la protección asegurada por los Bárcidas, la tranquilidad fue escasa debido a las constantes acechanzas de los Golen, que exploraron palmo a palmo la región buscando la Espada Sabia y habían sumado ahora la muerte de veinte de los suyos a la lista de cargos a saldar por la Casa de Tharsis.
A la muerte de Amílcar Barca, en el 228 A.J.C., le sucede su hijo Asdrúbal Barca, pero, tras ser asesinado en el 220 A.J.C., asume el mando del ejército cartaginés el hijo de éste, Aníbal Barca. El nieto de Amílcar invade la colonia griega de Sagunto en el año 219 A.J.C., que estaba bajo la protección de Roma, e inicia con esa acción la segunda guerra púnica, que finalizaría en el 201 A.J.C., con la rendición incondicional de Cartago. ¡Treinta años después de la destrucción de Tartessos, España se veía libre para siempre del invasor cartaginés! Pero ya era tarde para Tartessos: el nuevo ocupante romano no abandonaría la península hasta la desmembración de su propio imperio, seiscientos años más tarde.


 La España del Alto Imperio Romano


Con los romanos la Casa de Tharsis tuvo un relativo buen pasar pues se la consideró como una nobleza nativa aliada y se les restituyeron las funciones de gobierno de la región, ahora provincia romana, sujetos a la ley de la República y a la autoridad de un procónsul o propretor. La región de la antigua Tartessos, entre los ríos Tinto y Odiel, quedó comprendida en la provincia de “Bética”, denominada así por el río Betis, hoy Guadalquivir, que se extendía hasta el río Anas, hoy  Guadiana, frontera de la Lucitanía; los romanos dieron a los tartesios el nombre de “turdetanos” y a la tartéside el de “turdetanía”: en pocas décadas la turdetanía se romanizó, el uso del latín se popularizó, y se constituyeron grandes latifundios rurales, propiedad de los gobernadores de provincia, magistrados, o Jefes de ejército.
Hacia el siglo I A.J.C. la Casa de Tharsis se había emparentado con la nobleza romana y era bastante poderosa en la Bética, una provincia que contaba con 175 ciudades, muchas de ellas ricas y pujantes como Córduba (Córdoba), Gades (Cádiz), Hispalís (Sevilla) o Malaca (Málaga). Sobre la base de la hacienda cedida por los cartagineses y las restituciones hechas por los romanos, los Señores de Tharsis desarrollaron una Villa romana rústica, edificando una Residencia Señorial y ensanchándola con la adquisición de grandes extensiones de campos para cultivo; cereales, olivos, y vides, integraban la principal producción, además de algunos minerales que aún se explotaban en la sierra Catochar. Cabe aclarar que los romanos la catastraron como “Villa de Turdes” y que sus moradores fueron llamados “Señores de Turdes” mientras gobernó el Imperio Romano, aunque yo los seguiré mencionando Señores de Tharsis para mantener la continuidad del relato.
Como todas las familias de terratenientes hispano romanos poseían una vivienda en la Ciudad donde permanecían la mayor parte del año; sin embargo, siempre que podían, preferían retirarse a la finca campestre pues su mayor interés era estar cerca de la Caverna Secreta.
Los Golen no tenían ninguna posibilidad de influir sobre la población romana y su poder sólo se conservaba intacto en la Lusitanía, en algunas regiones de la Galia, en Britania e Hibernia. Después de las campañas de Julio César, este poder pareció decrecer completamente y, durante un tiempo, se creyó que la amenaza estaba definitivamente conjurada. Esto, como se vio luego, era un error de apreciación, una nueva subestimación sobre la capacidad de los Golen para llevar a cabo sus planes.
Con respecto al Culto del Fuego Frío, los Señores de Tharsis no tuvieron problemas en reimplantarlo pues los romanos eran notablemente tolerantes en materia religiosa y, además, ellos también adoraban el Fuego desde Epocas remotas. En la Villa de Tharsis construyeron un lararium dedicado a Vesta, la Diosa romana del Fuego del Hogar: allí frente a la estatua de la Diosa Vesta-Pyrena, ardía la Lámpara Perenne del Hogar, la flamma lar que no debía apagarse nunca. A pesar de tratarse ahora de un Culto privado, la Casa de Tharsis no había perdido su fama de familia de místicos y taumaturgos, y pronto su Villa se convirtió en otro lugar de peregrinación para los buscadores del Espíritu, sin alcanzar, naturalmente, las proporciones de la Epoca de Tartessos. La familia dio a Roma buenos funcionarios y militares, aparte de contribuir con su producción de alimentos y minerales, pero también la proveyó de Arúspices, Augures y Vestales.