Trigesimosexto
Día
A partir de los conceptos precedentes,
inculcados a Felipe IV por los instructores Domini Canis, se va delineando su
futura Estrategia: ante todo, deberá restaurar la Función Regia ; para
ello, procurará separar a la
Iglesia del Estado; y tal separación será fundamentada por
precisos argumentos jurídicos del Derecho Romano. Mas, la participación de la Iglesia , se manifestaba en
los tres poderes principales del Estado: en el legislativo, por la supremacía del Derecho Canónico sobre el fuero
civil; en el judicial, por la
supremacía de los Tribunales eclesiásticos para juzgar todo caso,
independientemente y por encima de la justicia civil; y en el administrativo, por la absorción de
grandes rentas procedentes del Reino, sin que el Estado pudiese ejercer ningún
control sobre ellas. Las medidas que Felipe
IV adoptará para cambiar este
último punto, serán las que provocarán la reacción más violenta de la Iglesia Golen.
Cuando Felipe IV accede al Trono, la Iglesia era política y
económicamente poderosa, y se hallaba imbricada en el Estado. Su padre, Felipe III, había comprometido al Reino en una
Cruzada contra Aragón que ya había costado una terrible derrota a las armas
francesas. La monarquía era débil frente a la nobleza terrateniente: los
Señores feudales, al caer en el Pacto Cultural, fueron otorgando un valor
superlativo a la propiedad de la
tierra, abandonando u olvidando el antiguo concepto estratégico de la ocupación que sustentaban los pueblos
del Pacto de Sangre; por lo tanto, en tiempos de Felipe IV, se aceptaba que una absurda relación existía entre la
nobleza de un linaje y la superficie de las tierras de su propiedad, de suerte
tal que el Señor que más tierras tenía, pretendía ser el más Noble y poderoso,
llegando a disputar la soberanía al mismo Rey. Antes de Felipe Augusto
(1180-1223), por ejemplo, el Duque de Guyena, el Conde de Tolosa, o el Duque de
Normandía, poseían individualmente más tierras que la Casa reinante de los Capetos.
El Rey de Inglaterra, teóricamente, era vasallo del Rey de Francia, pero en más
de una ocasión su dominio territorial lo convertía en un peligroso rival; eso
se vio claramente durante el reinado de Enrique II Plantagenet,
quien, además de Rey de Inglaterra, era también soberano de gran parte de
Francia: Normandía, Maine, Anjou, Turena, Aquitanía, Auvernía, Annis,
Saintonge, Angoumois, Marche y Perigord. Sólo cuando Juan Sin Tierra cometió
los errores que son conocidos, el Rey Felipe Augusto recuperó para su Casa la Normandía , el Anjou, el
Maine, la Turena
y el Poitou. Sin embargo, Luis IX,
compañero de Cruzada de Eduardo I, devolvería a este Rey inglés los feudos
franceses.
Desde el desmembramiento del Imperio
de Carlomagno, y hasta Felipe III,
pues, no existía nada parecido a la conciencia
nacional en los Reyes de Francia sino una ambición de dominio territorial
que apuntaba a respaldar el poder feudal: la nobleza era entonces puramente cultural, se fundaba en los títulos de propiedad y no en la sangre como correspondería a una
auténtica Aristocracia del Espíritu.
De manera que las expansiones territoriales de los antecesores de Felipe IV
no tenían otro objetivo que la obtención de poder y prestigio en la sociedad
feudal: de ningún modo esas posesiones hubiesen conducido a la unidad política
de Francia, a la monarquía absoluta, a la administración centralizada y
racional, y a la conciencia nacional. Tales resultados fueron obra exclusiva de
la Estrategia
de Felipe IV.
Pero una “Estrategia Hiperbórea” no es
un mero conjunto de medidas sino la estructura dinámica de una acción
finalmente eficaz. La
Estrategia de Felipe IV,
se basaba en el siguiente concepto de la Sabiduría Hiperbórea :
si un pueblo se organiza de acuerdo al
Pacto de Sangre, entonces la
Función Regia exige el modo de vida estratégico. Vale
decir, que el Rey del Pacto de Sangre deberá conducir a su pueblo aplicando los
principios estratégicos de la
Ocupación , del Cerco, y de la Muralla Estratégica ; complementados con el
principio del Cultivo Mágico, o sea,
con la herencia Atlante blanca de la Agricultura y la Ganadería. A este
concepto, del que ya hablé en el Tercer Día, hay que remitirse para comprender
estructuralmente el cambio de la política francesa tras el advenimiento de
Felipe el Hermoso.
En términos prácticos, la Estrategia que Felipe IV
se proponía implementar consistía en la ejecución de los tres principios
mencionados mediante tres hechos políticos correspondientes. Explicaré ahora,
por orden, el modo cómo Felipe IV entendía tales principios, vinculados a
la Función Regia ,
y luego mostraré cómo sus actos políticos respondían fielmente a la estrategia
Hiperbórea de los Domini Canis.
Primero: Ocupación del espacio real. Este principio admite varios grados de
comprensión; obviamente, en el caso de la Función Regia , la ocupación ha de incluir esencialmente
el territorio del Reino. Mas ¿quiénes debían ocupar las tierras del Reino? El
Rey de la Sangre
y la Casa
reinante, en nombre de la comunidad
racial, es decir, del Espíritu, que eso es un pueblo del Pacto de Sangre.
Porque el Rey es, según se dijo, “la
Voz del pueblo”, “su Voluntad individualizada”; el Rey debe ocupar el territorio del Reino
para que se concrete la soberanía popular. El sistema feudal patrimonial,
producto del Pacto Cultural, atentaba contra la Función Regia pues
mantenía al Rey separado del pueblo: el pueblo medieval, en efecto, debía
obediencia directa a los Señores Territoriales, y estos al Rey; y el Rey sólo
podía dirigirse al pueblo a través de los Señores feudales. Por eso Felipe IV
sancionaría una ley que obligaba, a todo el pueblo de Francia, a jurar
fidelidad directamente al Rey, sin intermediarios de ninguna clase: “nada material puede interponerse entre el
Rey de la Sangre
y el Pueblo”. En síntesis, la Ocupación del Reino, por el Rey, “es” la Soberanía.
Segundo: aplicar el principio del Cerco en el espacio real ocupado. En el
grado más superficial del significado, se refiere también al área territorial:
el área propia debe aislarse estratégicamente del dominio enemigo por medio del
principio del Cerco; esto supone, en todo caso, la definición de una frontera
estatal. Pero este segundo paso estratégico, es el que concede realidad al
concepto de “Nación”: de acuerdo al Pacto de Sangre, un pueblo, de Origen, Sangre y Raza común, organizado como Estado
Soberano, y ocupando y cercando las tierras de su Reino, constituye una Nación.
Dentro del cerco está la Nación ;
fuera, el Enemigo. Sin embargo, tal separación ideal puede ser alterada por
diversos factores y no es sin lucha que se llega a concretar la aplicación del
principio del Cerco y a dar nacimiento a la nacionalidad: puede ocurrir, como
se verá enseguida, que el área del Cerco exceda, en ciertos estratos del
espacio real, al área territorial, e invada el espacio de otras naciones; pero
puede suceder, también, que el Enemigo exterior penetre en el área estatal
propia y amenace interiormente a la Nación. Esto último no es difícil por la
naturaleza cultural del Enemigo,
vale decir, procedente del Pacto Cultural: el
“Enemigo Exterior” es también el “Enemigo Interior” porque el Enemigo es Uno,
es El Uno y sus representantes, es decir, el Enemigo carece de nacionalidad o,
más bien, es “internacional”; el Enemigo desconoce el principio del cerco y no
respeta fronteras de ninguna especie pues todo el mundo es para él su campus
belli: y en ese campo de guerra universal, donde intenta imponer su
voluntad, están incluidas las Naciones y los pueblos, las ciudades y los
claustros, las Culturas que dan sentido al hombre, y el fértil campo de su Alma.
Se comprende, entonces, que el principio del Cerco es un concepto más extenso
que lo sugerido a primera vista y que sólo su exacta definición y aplicación
permiten descubrir al Enemigo.
El principio se refiere, en verdad, a
un Cerco estratégico, cuya existencia depende solamente de la Voluntad de quienes lo
apliquen y sostengan. Por eso el Cerco abarca múltiples campos, aparte del
meramente territorial: un área ocupada
puede ser efectivamente cercada, pero tal área geográfica es nada más que la “aplicación” del principio del Cerco; no es el Cerco
estratégico en sí. El Cerco estratégico no describe jamás un área geográfica,
ni siquiera geométrica, sino carismática. Esto se comprueba claramente en
el caso de la Nación. Los
miembros de una Nación, admiten muchas fronteras nacionales además de las
geográficas: los límites territoriales de Babilonia quizá estuvieron señalados
por los ríos Tigris y Eufrates, pero las fronteras del temor que inspiraba su ejército nacional se extendía a todo el
Mundo Antiguo; y el mismo principio puede emplearse para señalar cualquier otro
aspecto de la Cultura
de una Nación, el cual presentará siempre un área de influencia nacional
diferente del espacio geográfico estatal. Pero, y esto es lo importante: sólo los miembros de una Nación saben dónde
empiezan y terminan sus límites; quienes son ajenos a ella podrán intuir las
regiones en las que se manifiesta lo nacional, pero la definición precisa la
conocen únicamente aquellos que pertenecen a la Nación. Y esta percepción,
que no es racional ni irracional, se dice que es carismática.
Y ahora se comprenderá mejor Dr.
Siegnagel, el carácter carismático de la Función Regia : de
acuerdo con la
Sabiduría Hiperbórea , si
el Centro de una Mística nacional se corporiza en un hombre, éste, sin ninguna
duda, es el Rey de la
Sangre Pura , Líder racial, Jefe carismático, etc., de ese
pueblo. El Rey de la Sangre
constituye, pues, el Centro fundamental
de la Mística
del Reino, que es el mismo centro que radica simultáneamente en todos sus
súbditos: “de manera que nada material
puede interponerse entre el Rey de la
Sangre y el pueblo”, pues entre ellos existe la Vinculación Carismática
en el Origen común de la
Sangre Pura.
Al aplicar el principio del Cerco a su
Reino, Felipe IV percibe la Mística de la Nación francesa y observa
también, como por contraste, al Enemigo, externo e interno. ¿Quién es el
Enemigo? Hay que considerar varios grados. En primer lugar, el Enemigo es todo
aquel que se opone al establecimiento del Cerco estratégico: quien reconoce una
frontera nacional pero no la acepta; quien presiona contra alguna de las
fronteras nacionales. En este caso está, por ejemplo, otra Nación, vecina o no,
pero que ejerce el poder incuestionable de expandir su cerco nacional, basado
en el Derecho Divino del Espíritu a Reinar sobre pueblos racialmente inferiores
y a ocupar su territorio: la polémica la decidirá la guerra, el medio por el
cual se determina inequívocamente qué Nación posee la mejor Estrategia
Hiperbórea y, por consiguiente, cuál es el pueblo de Sangre más Pura y quién es
el Rey de la Sangre
más espiritual. Pero éste es un Enemigo digno, puesto que reconoce la
existencia de la Nación
adversaria aunque no respeta los límites de su Cerco: con un Enemigo tal,
siempre es posible pactar un acuerdo de coexistencia nacional, que no
significa, desde luego, la paz definitiva, ya que no es posible suspender el
efecto carismático de la
Aristocracia de la Sangre Pura : tanto en una como en otra Nación,
irán surgiendo líderes que intentarán dirimir la cuestión. La paz permanente no
se concibe en la Estrategia
nacional de los pueblos del Pacto de Sangre sino un concepto del todo
diferente, conocido como Mística nacional,
y que se alcanzará por ambos pueblos al final de la Guerra : el objetivo primero
de la guerra nacional no es, así, la mera ocupación del territorio enemigo, ni
la imposición de una Cultura ajena, ni la aniquilación del pueblo enfrentado;
todos estos objetivos, puestos en primer término, obedecen a las desviaciones
estratégicas introducidas por los Sacerdotes del Pacto Cultural; el objetivo
principal es la incorporación de la
Nación enemiga a la Mística nacional propia, la Vinculación Carismática
entre ambos pueblos y la coincidencia con el Rey de la Sangre , cualquiera sea
éste; y si ello supone la destrucción de una Casa real, la extinción de una Voz
del pueblo, la Mística
triunfante se manifestará, para todos los sujetos estratégicos en pugna, en
otra Voz del Pueblo de carácter carismático superior, que los expresará a todos
por igual.
Pero, en segundo grado, hay que
considerar al Enemigo que no admite siquiera el derecho de existir a las
Naciones Místicas. Con este Enemigo no es posible conciliaciones de ninguna
clase. Claro que él tampoco las solicita, puesto que jamás declara abiertamente
la guerra, a la que dice repudiar, y prefiere operar secretamente, desde adentro del Cerco estratégico. Se
propone así corromper y destruir las bases carismáticas
del Estado místico y causar el debilitamiento y eventual supresión de los
límites del Cerco nacional, es decir, causar la deformación y desintegración de
la forma mística. Ese Enemigo, al que hay que calificar de sinárquico, cuenta en todas las Naciones, y en todos los estamentos
de las estructuras estatales, con organizaciones de agentes adoctrinados en los
objetivos del Pacto Cultural: tales internacionales
satánicas conspiran contra la existencia misma de la Nación mística; y, por ende
contra la aplicación del principio del Cerco y la Vinculación Carismática
entre el Rey y el pueblo, que pone a la Nación fuera de su Control, es decir, fuera del
Control de la
Fraternidad Blanca , que es quien alienta, nutre y vivifica, a
los internacionalismos sinárquicos. Los planes de la Fraternidad Blanca ,
ya expliqué sobradamente, apuntan a establecer la Sinarquía Universal
del Pueblo Elegido.
Por eso aquellas internacionales,
coincidían todas en sustentar los principios del Pacto Cultural, dirigidos
arteramente a debilitar los fundamentos estratégicos hiperbóreos de los Pueblos
del Pacto de Sangre: Para quitar base ética a la realidad de la Aristocracia del
Espíritu, fundada sobre la herencia racial del Símbolo del Origen en los
pueblos de Sangre Pura, afirmaban la
igualdad de todos los hombres frente al Creador Jehová Satanás. Para
demostrar que el Cerco estratégico, y la Nación definida por él, era sólo una idea
mezquina, elaborada por hombres mediocres, estrechos y egoístas, que jamás
aceptarían el “Alto Ideal del Universalismo”, empleaban al cristianismo como
instrumento para igualar culturalmente a los pueblos y los condicionaban para
identificar el Principio Universal de Poder con el Papa de Roma, quien
indudablemente empuñaba la
Espada sacerdotal que dominaba a las Espadas temporales de
los Reyes: el Papa era un verdadero Soberano Universal, que imperaba sobre los
pueblos y Naciones; frente a su “Grandeza y Poder”, la obra de los Reyes de la Sangre habría de aparecer a
los hombres dormidos evidentemente desprovista de carácter místico; y la Aristocracia del
Espíritu y la Sangre ,
sería, para aquellos igualitaristas fanáticos, una creación artificial de la Nobleza , un producto de
los privilegios de la sociedad feudal.
Y para desprestigiar a la guerra como
medio de afirmar la Mística
nacional, proponían la utopía de la paz: una paz perpetua que se obtendría en
todo caso si la humanidad entraba en la etapa del universalismo religioso, si
todos los poderes seglares, las Espadas temporales, se doblegaban ante la Espada sacerdotal del Sumo
Pontífice católico; entonces se acabarían las guerras y los cristianos vivirían
siempre en paz, lejos de las armas y los campos de batalla, y del capricho de
los Señores, entregados al trabajo y a la oración, protegidos por la justicia
absoluta de los Representantes de Dios y de su Ley; un solo Gobierno Mundial
retendría el Poder, y hasta sería posible que las Dos Espadas estuviesen en
manos de un Papa imperial; y la paz traería riqueza para todos por igual; pero
esa riqueza sería administrada justa y equitativamente por una Banca única,
producto de una concentración bancaria, o Sinarquía
financiera, dependiente exclusivamente del Sumo Sacerdote que detentaría el
Poder Universal. El pueblo cristiano, pues, no debía dudar sobre quién
representaba realmente sus intereses y a quién se debía conceder sin chistar la Soberanía Universal :
el ocupante del Trono de San Pedro, el propulsor de la universalis pax, el regente de la Paloma de Israel.
Contra esa civilización cristiana de
Amor y Paz, de cultura igualitaria, se oponían las fronteras nacionales y los
Reyes de la Sangre ;
y la civilización pagana del Odio y la Guerra , que invariablemente se producía dentro de
los cercos místicos; y la
Aristocracia del Espíritu; y los sujetos estratégicos que
carismáticamente percibían y conocían los límites de las fronteras nacionales:
contra ellos lucharía sin declarar la guerra, subversivamente, el Enemigo
interno, y externo, de la
Nación , apoyado en sus fuerzas de quinta columna, en sus
organizaciones internacionales, que apuntaban, todas, al establecimiento del
Gobierno Mundial y la
Sinarquía Universal del Pueblo
Elegido.
¿Y quién era, pues, el Enemigo de la Nación francesa? Con el
asesoramiento de los Domini Canis,
Felipe IV determina rigurosamente la identidad del Enemigo, quien se
despliega en varias alas tácticas. Por orden de peligrosidad, las distintas
líneas de acción eran llevadas adelante por las siguientes organizaciones: I) la Iglesia Golen.
Hacía siglos, ya, que los Golen controlaban la elección papal y, desde Roma,
dirigían el mundo cristiano. Si bien el principal enemigo propiamente dicho
eran los Golen, éstos se opondrían a Felipe
IV como Enemigo externo a
través del Papa y como Enemigo interno por medio de sus Ordenes monásticas,
guerreras y financieras. II) Las
Ordenes Golen benedictinas: la
Congregación de Cluny, la Orden Cisterciense ,
y la Orden Templaria ,
que empleaban el Reino de Francia como base de operaciones. III) El Pueblo Elegido, con su permanente
tarea corruptora y desestabilizadora. IV)
La Banca
lombarda, propiedad de las Casas güelfas de Italia. V) La Casa
real inglesa, controlada por los Golen anglosajones y propietaria de grandes
feudos en el Reino de Francia. VI)
Ciertos Señores feudales vasallos del Rey de Francia, tales como el Conde de
Flandes, que traicionaban al Rey en favor de la Casa real inglesa, motivados por intereses
comerciales y financieros, a los que no eran ajenos los numerosos y ricos
miembros del Pueblo Elegido que infectaban las ciudades flamencas e inglesas, y
por la influencia antifrancesa de los Golen anglosajones.
Tercero: construir la
Muralla Estratégica. Ocioso es aclarar que Felipe IV no llegó a
cumplir el tercer objetivo del modo de vida estratégico pues, si tal cosa
hubiese ocurrido, la historia de la Humanidad habría tomado un rumbo totalmente
opuesto y no se encontraría hoy, nuevamente, en los momentos precedentes a la
instauración del Gobierno Mundial y la Sinarquía del Pueblo Elegido. La aplicación del
Principio del Cerco, cumplida brillantemente por Felipe el Hermoso, le costó la
vida a manos del Enemigo interno, pero sirvió para señalar el fracaso total de
los planes de la
Fraternidad Blanca para esa Epoca. Y los Hombres de Piedra y
Pontífices Hiperbóreos, que dentro del Circulus Domini Canis aguardaban la ocasión de aplicar la Sabiduría Lítica
para
construir las Murallas Estratégicas, tuvieron que suspender el proyecto
debido a la carencia de aptitudes iniciáticas de los Reyes posteriores, que
sumieron al Reino, ya convertido en Nación Soberana, en múltiples dificultades,
una sola de las cuales fue la
Guerra de los Cien Años.