LIBRO SEGUNDO - DIA 60


Sexagésimo Día


Cuando el Señor de Venus apareció por el ángulo recto del altar de piedra, los doce Atumurunas y la Princesa Quilla lo vieron simultáneamente.
¡Gracia y Honor, Sangre de Skiold! –saludó el Señor de Venus, expresando con su mano derecha el Bala Mudra.
¡Sieg Heil! –contestaron a coro los Hombres de Piedra.
–¡Sangre de Skiold: os traigo el saludo de Wothan, el Señor de la Guerra! ¡Y también os traigo Su Palabra! ¡Prestad atención, abrid bien vuestros sentidos, porque la presente es oportunidad única, tal vez irrepetible antes de la Batalla Final! Dos veces se ha intentado destruir vuestra Estirpe: una en Skioldland y otra en la Isla del Sol. Sabéis pues que el Enemigo es implacable. Ahora os anuncio un nuevo peligro de destrucción. Pero no se trata del que a vosotros os preocupa: la extinción de la Estirpe por la falta de descendencia. Será una vez más el puñal del Sacrificador Uno quien intentará derramar la Sangre Pura de Skiold. ¡Sí, Atumurunas; el Gran Sacrificador ha abierto una Puerta por la que los hombres dormidos se arrojarán sobre vuestras gargantas! Malas y buenas noticias os traigo. Las malas consisten en que el Imperio inga de Cuzco, dividido por la mezquindad y locura de sus Reyes, será prontamente destruido por los hombres dormidos que llegarán en hordas incontenibles. Vosotros deberéis huir de Koaty para siempre: sólo actuando con decisión y rapidez, a último momento, evitaréis un tercero y definitivo intento de aniquilación de la Estirpe.
Y he aquí las buenas nuevas: si obedecéis eficazmente mis órdenes, no sólo salvaréis la Estirpe de Skiold sino que el Señor de la Guerra os tomará en consideración para participar destacadamente en la Batalla Final. Y éstas son mis órdenes: desde ahora no intervendréis jamás en los pleitos del Imperio, ni aún viendo cómo el Enemigo lo desintegra sin piedad. Conservaréis la calma hasta último momento. Entonces llegarán unos Enviados del Señor de la Guerra. Los reconoceréis porque traerán una Piedra semejante a la de la Corona del Rey Kollman. Con Ellos vendrá una Princesa de la Sangre más Pura de la Tierra: Ella os será confiada para que la desposéis con un Príncipe de la Casa de Skiold; su descendencia preservará la Estirpe y constituirá la raíz de un pueblo poderoso al Final de los Tiempos. Pero en retribución, Atumurunas, conservaréis Virgen a la Princesa Quilla y se la entregaréis a Ellos, para que su propia Estirpe se prolongue en la Sangre Pura de Skiold.
Ellos vienen de un país muy lejano, aunque no tanto como aquél del que vosotros procedéis. Estarán guiados por Nosotros y tarde o temprano se aproximarán al Camino de los Dioses. Daréis instrucciones, pues, a los Amautas del Bonete Negro, para que se distribuyan en los confines del Camino y los aguarden y conduzcan a Koaty. Los Amautas deberán dar parte a los Scyris de los pueblos locales de que serán castigados con las penas más severas si causan algún daño a los Extranjeros portadores de la Piedra: ¡Hacedles saber que Ellos, al igual que vosotros, son Señores de la Muerte, Huancaquilli Huañuy!
Estaréis preparados para evacuar Koaty apenas lleguen los Huancaquilli y hayáis intercambiado las Princesas. Vosotros iréis al Valle Grande Kâlibur, al sitio que habéis visto en la Piedra de la Corona. Allí atravesaréis la puerta secreta que conduce a un valle protegido por las Runas de Wothan, adonde forjaréis, un terrible pueblo guerrero que regresará a este Mundo en los días de la Batalla Final. Pero los Huancaquilli deben viajar más al Sur, a la Fortaleza o Pucará de Tharsy, o Thafy, donde se encuentra el Gran Meñir de Tharsy plantado por los Atlantes blancos hace miles de años. ¡Sí, Atumurunas; cuando nosotros fundamos una Estirpe, siempre plantamos Su Meñir! Y sólo con el correr de las generaciones, sólo si la Sangre se conserva Pura, los Miembros de la Estirpe se reencuentran con Su Meñir. Ello ocurre al concretarse la Misión Familiar: por eso vosotros hallaréis vuestro Meñir en el Valle Grande y los Huancaquilli encontrarán el suyo en el Valle Thafy. Y el Enemigo no podrá penetrar en las Murallas Estratégicas de los Grandes Cromlech que rodean y aíslan los Meñires Fundamentales de la Raza.
Los Antepasados blancos, los Atlantes blancos, dejaron un pueblo al cuidado del Meñir de Tharsy, en el Tucumán: Ellos celebraban el Culto al Señor de la Guerra, al que llamaban Vultan o Voltan, en una Apacheta, o altar, junto al Meñir; purihuaca Voltan guanancha unanchan huañuy. Aquellos guardianes hace miles de años que fueron exterminados por los indios diaguitas, miembros del “Pueblo Elegido” por el Dios Creador de este Infierno, quienes todavía habitan en la región. Brindaréis, pues, una escolta a los Huancaquilli para que arriben sin peligros al antiguo Pucará del Valle Thafy, adonde habitarán también hasta los Días de la Batalla Final.
Atumurunas de la Casa de Skiold: he dicho cuanto tenía que decir y no conviene, por motivos estratégicos, agregar nada más. Os reitero el saludo de Wothan y me despido hasta la Batalla Final. O hasta que vosotros coincidáis conmigo en otro kairos. ¡Gracia y Honor, Sangre de Skiold! –les deseó el Señor de Venus, en tanto levantaba el brazo derecho para expresar el Bala Mudra.
¡Sieg Heil, Gott Küv! –respondieron los Atumurunas, efectuando igualmente el bala mudra que, era el antiguo saludo secreto de la Casa de Skiold.


Los Atumurunas cumplieron al pie de la letra las directivas del Señor de Venus. Desde ese momento, un aceitado mecanismo destinado a detectar a los viajeros se montó en el extremo Norte del Imperio ingaico. Y fue su funcionamiento, tal como relaté, lo que permitió a los Señores de Tharsis zafar el sitio muisca, que constituía una segura trampa mortal. Con la llegada de los Señores de Tharsis a Koaty, haciendo realidad los anuncios del Señor de Venus, concluía el relato de Tatainga. A continuación, Lito de Tharsis narró lo mejor que pudo la historia de la Casa de Tharsis, despertando mucho interés en los Atumurunas el conocimiento de las maniobras asesinas de los Inmortales Bera y Birsa, y la identidad y misión de Quiblón. Deberían ahora partir juntos hacia el Sur, y marchar hasta una fortaleza o Pucará, llamada Humahuaca, en la que se separarían: no se verían más en esa vida, pero se reencontrarían durante la Batalla Final, cuando el Señor de la Guerra convocase a los Hombres de Honor para luchar contra las Potencias de la Materia.
La Princesa Quilla tenía cabellos rubios y ojos celestes, en tanto que Violante contrastaba con su cabello negro y ojos verdes; pero ambas exhibían una piel tan blanca como la nieve. Quilla ya estaba preparada para convertirse en esposa de uno de los Señores de Tharsis, pero la noticia de que tendría que abandonarlos por disposición de los Dioses sorprendió y entristeció a Violante de Tharsis. Sin embargo no renegó de su misión, aunque expuso claramente su descontento. De allí que los dos frailes domínicos decidiesen quedarse junto a ella y ligar su suerte a la Estirpe de Skiold: con la compañía de sus parientes, Violante podría sobrellevar mejor la separación. Pero además, Lito ordenó a los cuatro catalanes que siguiesen a su Ama y jamás la abandonasen; les dijo sin rodeos que nunca regresarían a España si cumplían tales órdenes, pero que de obedecerlas, serían tratados como integrantes de la Nobleza por el Pueblo de la Luna. Los Atumurunas deseaban llevar consigo a los catalanes y les ofrecían, por esa única vez, la posibilidad de tomar esposas de entre las Vírgenes de la Luna. A todo se avinieron los recios soldados españoles, a quienes entusiasmaba la perspectiva de convertirse en Señores de aquel pueblo misterioso y velar por la seguridad de su Reina, Violante de Tharsis.
Llegados a un mutuo acuerdo, sólo faltaba ponerse en marcha y evacuar Koaty, dando así cumplimiento a las directivas del Dios Küv. En tales preparativos estaban, cuando los espías que permanentemente les informaban sobre la situación en el Imperio, transmitieron una noticia que los obligó a apurar la partida: el Capitán Diego de Almagro acababa de salir de Cuzco al mando de 500 hombres con dirección al Sur. Entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro había surgido una agria disputa sobre los límites que a cada uno correspondía en el reparto del Imperio ingaico: Diego de Almagro pretendía que la Ciudad de Cuzco se encontraba comprendida en sus dominios. El astuto Pizarro consiguió dilatar la definición del conflicto persuadiendo a su socio de que existía hacia el Sur un país aún más rico que el Reino de los Ingas, un botín que tornaría carente de sentido la discusión sobre el Cuzco. Fue así que el iluso Almagro armó aquel poderoso ejército y marchó hacia el Sur dispuesto a conquistar la Ciudad de los Césares, Trapalanda o Elelín.
El mismo pesar, acompañado de heroica resolución, que los Señores de Tharsis experimentaran al abandonar la península ibérica en el barco de los Welser, cuando la mente volaba hacia Huelva y revivía los días de gloria de la Casa de Tharsis, debían sentir entonces los Atumurunas al atravesar el lago Titicaca rumbo al puerto de Copacabana, dejando atrás la Isla Koaty donde vivieron tantos años y alcanzaron la Más Alta Sabiduría Hiperbórea. La Casa de Skiold había sido poderosa siglos antes en Tiahuanaco, hasta que la demencial venganza de la Orden de Melkisedec casi extinguiera su Estirpe: entonces, al abandonar la región para siempre, los corazones de los Atumurunas se estremecían por efecto de sentimientos encontrados. El Alma, creada y apegada a la historia y al suelo, al Tiempo y al Espacio, se desgarraba de dolor por el alejamiento definitivo del solar natal; pero el Espíritu Increado, que descubre y sostiene en la Sangre del Iniciado el Recuerdo del Origen, desbordaba cada instante anímico de dolor con la nostalgia infinita del Regreso a la Patria Primordial, a la Hiperbórea Original; y frente a la nostalgia de Hiperbórea, al deseo de abandonarlo todo y partir hacia el Origen del Espíritu, nada pueden las garras del dolor, ningún efecto tienen los apegos sentimentales a las regiones infernales y a los objetos materiales de la Tierra.
Almagro sale de Cuzco en 1535 y a fines de Agosto, después de atravesar las hostiles altiplanicies del Sur, arriba a la meseta del Titicaca. Va pisando los talones a los Atumurunas y al Pueblo de la Luna, que a duras penas logran adelantarse a la vanguardia de los aguerridos españoles. Los fugitivos pasan por el poblado de Chuquiabo, hoy La Paz, casi sin detenerse, y sólo hacen un alto de tres días en Sucre, o ciudad de la Plata, antes de descender a los valles de la Gran Quebrada de Humahuaca. A todo esto, Almagro, que recogía a su paso la sorprendente nueva de que todo un pueblo se desplazaba en su misma dirección, apuraba las jornadas con la intención de darles alcance y conocer su destino, quizás el rico país del Sur, la Ciudad de los Césares. Lo afirmaba en esta idea el hecho de que aquel pueblo iba, según coincidían todos sus informantes, guiados por hombres blancos y barbados, semejantes a los españoles, pero magníficamente vestidos con la indumentaria de los Reyes inga. Para Almagro, era altamente probable que aquel pueblo procediese de la Ciudad del Oro y la Plata, y que hacia ella se dirigían.
Sin embargo, jamás lograría alcanzarlos. La caravana llegó al poblado de Humahuaca con treinta días de adelanto sobre Almagro. Allí los Hombres de Piedra vertieron una terrible amenaza sobre los nativos, apoyada por demostraciones de magia de los Atumurunas, con el fin de que diesen una falsa pista a la expedición de Almagro sobre la dirección tomada por ellos: debían desviar a los españoles hacia Chile, asegurándoles que allí se encontraba la ciudad de sus sueños. Ellos, mientras tanto, tomarían por rumbos muy distintos: los Atumurunas hacia el Este, hacia el Valle Grande del Cerro Kâlibur, cerca de El Ramal jujeño; los Señores de Tharsis continuarían hacia el Sur, hacia el Pucará de Tilcara, desde donde, por oposición estratégica, podrían orientarse hacia el Pucará de Andalgalá y, desde éste, hasta el Pucará de Tharsy, su objetivo.
En Humahuaca, pues, se separaron “para siempre” los Señores de Tharsis y los Atumurunas: volverían a encontrarse durante la Batalla Final, cuando todos regresasen al frente de sus pueblos para ajustar las cuentas a los representantes de las Potencias de la Materia, a los discípulos de la Fraternidad Blanca, al Pueblo Elegido; de la Fraternidad Blanca y de los Dioses Traidores, naturalmente, se ocuparían los Dioses Leales al Espíritu del Hombre, quizás el mismo Lúcifer en Persona. Violante y los dos frailes se confundieron en expresivos abrazos y se prodigaron de besos con Lito, Roque y Guillermo: ninguno pudo evitar que las lágrimas surcaran sus duros rostros, aunque simultáneamente reían con salvaje alegría; las órdenes de los Dioses se cumplían y eso era lo importante. Por escena semejante pasaban los Atumurunas, que debían despedir a su única pariente, la Princesa Quilla; pero ella era una ruda vikinga y no requirió la compañía de nadie; por el contrario, exigió que todos sus familiares se trasladasen cuanto antes al Externsteine del Valle Magno. Con los Señores de Tharsis, para custodiarlos y guardar el Pucará de Tharsy, irían  en cambio 50 familias del Pueblo de la Luna. Una semana después de haber llegado, y en momentos en que Almagro se hallaba en Tarija, los viajeros retomaron la marcha.

Todo sucedió según lo deseaban los Señores de Tharsis. Almagro fue despistado por los Indios y perdió el rastro de los fugitivos. Luego de una infructuosa búsqueda en territorio argentino pasó a Chile, tras diez meses de penosa marcha, comprobando que en ninguna parte aparecía el rico Imperio descripto por Pizarro. En setiembre de 1536 regresó, por fin, a Cuzco, con sus tropas diezmadas y cansadas de tan inútiles travesías. Se consumaba entonces una insurrección general que había puesto sitio a Cuzco y amenazaba con reducir a desastre la conquista española. La presencia de Diego de Almagro puso en fuga a miles de indios y salvó de una muerte segura a Francisco y Hernando Pizarro, lo que no impidió que este último le aplicase el garrote en 1538, luego que perdiese la batalla de las Salinas.

La custodia de los Señores de Tharsis y la Princesa Quilla se componía de 5 Amautas del Bonete Negro y 45 Quillarunas, con sus familias. Los Amautas gozaban de gran autoridad en el Imperio ingaico y por eso no hubo inconvenientes para que las guarniciones de los Pucará cumpliesen sus órdenes: todos recibieron la consigna de abandonar sus puestos y regresar a Cuzco, evitando cruzarse por el camino con los españoles ya que éstos los reducirían a la esclavitud. Y los españoles, carentes de la Sabiduría Hiperbórea, nada podrían hacer con aquellas fortalezas cuya construcción se basaba en el principio del Cerco y la Muralla Estratégica; de hecho, aunque las ocupasen militarmente, jamás podrían advertir los meñires exteriores, las piedras referenciales, que permanecerían invisibles aún cuando estuviesen parados junto a ellas. Lito de Tharsis, siempre guiado por los Amautas, dejó atrás el Pucará de Andalgalá y soportó con los suyos las heladas inclemencias de los Nevados del Aconquija: del otro lado de esa sierra se abre el Valle de Thafy. Al aproximarse al Pucará, una mirada en torno le bastó para confirmar que aquél era el lugar buscado, la imagen Lítica que la Piedra de Venus le mostrase en la Caverna Secreta de Huelva. Claramente se divisaba la fortaleza, de forma Vrúnica, y fuera de ella el cromlech, o castro, en cuyo interior se elevaba el poderoso meñir de Tharsy; al fondo, el hilo de agua de un pequeño río regaba las estériles piedras del Valle, procedente de un abra entre las montañas lejanas.


El Pucará del Tilcara, en la Provincia de Jujuy, Argentina.

Los recién llegados ocuparon la plaza y se abocaron a preparar una eventual Defensa Mágica: proyectarían sobre la muralla de piedra el principio del Cerco y, sobre él, plasmarían una de las Vrunas de Navután; obtendrían así la Muralla Estratégica, invulnerable frente a la Estrategia espacial y temporal de los españoles dormidos; luego realizarían la oposición estratégica contra la piedra referencial, contra el meñir de Tharsy, y toda el área se tornaría culturalmente invisible: entonces nunca podrían ser descubiertos por los hombres dormidos. ¿Cómo conseguir que tal protección fuese permanente?: practicando la Agricultura Mágica, herencia de los Atlantes blancos, en el área exterior de la Muralla Estratégica. Al germinar, crecer y madurar, las semillas cuya información genética ha sido alterada por el poder trasmutador del Espíritu Increado, no responden a su fin arquetípico, al modelo que se encuentra en el Cielo actual, sino a un Paradigma propio de otro Cielo, a un molde de otro Mundo: y ese Cielo desconocido es el que rige luego el Microclima de la Plaza Liberada, sosteniéndola fuera del alcance visual o físico del Enemigo.
Tales precauciones no estaban de más pues, si bien Diego de Almagro no representó peligro alguno, y obtuvo el triste fin que mencioné, ocho años más tarde se presentaría otro Enemigo, quien venía con la intención manifiesta de localizar el refugio de los Señores de Tharsis. En 1543, en efecto, el Gobernador del Perú, Cristóbal Vaca de Castro, sabedor de la infructuosa persecución llevada a cabo por Almagro, decide intentar mejor suerte mediante una nueva expedición. Oficialmente, se intentará explorar y ocupar el territorio del Tucumán, pero secretamente el objetivo principal consistirá en la búsqueda de los “otros blancos” y de la Ciudad de los Césares. El hombre de confianza de Vaca de Castro es el Capitán Diego de Rojas, español de Burgos que participara en la conquista de Nicaragua y que entonces se encontraba, a la sazón, en La Plata, o Sucre. Desde 1542 hasta 1543 se prepara la expedición, que al final sólo contaría con 200 hombres, aunque bien pertrechados, y se recogen datos sobre los pueblos de la Quebrada de Humahuaca y el país del Tucumán. Rojas, al igual que Vaca de Castro, sospecha que Almagro fue engañado por los indios y que “el Rey Blanco” huyó hacia el Sur, en dirección al Tucumán. Por eso, a pesar de que, siempre “oficialmente”, envía una flota desde el Perú a aguardarlo en Chile frente al puerto de Arauco, Diego de Rojas se propone adentrarse lo más posible hacia el Sur, siguiendo el rastro de los fugitivos. Asciende así hasta la meseta del Titicaca y baja a la Quebrada de Humahuaca, debiendo sostener permanentes combates contra los indios, que han sido alertados por los Amautas del Bonete Negro sobre las intenciones conquistadoras de los españoles: los ocloyas, humahuacas, pulares, jujuyes, etc., los atacaron sin cesar durante toda la travesía de la puna jujeña. Sin embargo, consiguieron llegar a Chicoana, hoy Molinos, y allí quiso la suerte que descubriesen unas gallinas de Castilla en poder de los indios Quilmes, gallinas que habían sido obsequiadas por la Princesa Quilla, lo que determinó que el rumbo de los expedicionarios se aproximase peligrosamente al Pucará Tharsy. La presencia de las gallinas convenció a Diego de Rojas de que en aquella región habitaban “otros blancos”, tal cual lo creyera Almagro, y lo impulsó a atravesar el Valle Calchaquí a lo largo, es decir, de Norte a Sur, hasta Tolombón y luego, por Fuerte Quemado, hasta Punta de Balasto, cruzando entonces los Nevados del Aconquija para salir a la altura de Concepción del Valle Thafy. Afortunadamente, aquella ruta llevó a los españoles demasiado al Sur y no hubo necesidad de poner a prueba las defensas mágicas del Pucará de Tharsy, ahora convertido en residencia permanente de los Señores de Tharsis.
Diego de Rojas se enfrentó valientemente a los juríes del Tucumán, sin conseguir noticia alguna sobre el “Rey Blanco”, y continuó luego su marcha errónea hacia el Sur, explorando tierras que fueron denominadas por la Raza de sus habitantes: “juríes” o Santiago del Estero; “diaguitas” o Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, y Noroeste de Córdoba; y “comechingones” o Córdoba. A su regreso de estos estériles recorridos, a la altura de Salavina, en Santiago del Estero, el valeroso Diego de Rojas halló la muerte a causa de la ponzoña que una flecha diaguita depositó en su pierna. Tres años después de su partida, regresó aquella expedición a Perú, al mando de Nicolás de Heredia, quien no obstante la pérdida de Rojas hubo de pasar un año recorriendo el Valle de Thafy en busca de la Ciudad de los Césares.

Círculos de Piedra en el Tafí del Valle, en la Provincia del Tucumán, Argentina.
(Arriba, los Círculos se esconden entre la vegetación. Abajo, otros círculos aparecen en medio de una gran hoyada, custodiados por el Cerro Ñuñorco)


Pronto se realiza otro intento, en 1549, cuando Juan Núñez del Prado se dirige a Tucumán con setenta hombres, algunos de ellos Golen, entusiasmado por los relatos de varios miembros de la expedición de Rojas: tampoco hallarían la Ciudad de los Césares o el Pucará de Tharsis. Durante veinte años, desde la excursión de Diego de Rojas hasta la venida a Tucumán de Francisco de Aguirre, se realizan en vano intentos semejantes que, sin embargo, tienen la virtud de ir sembrando la región de poblados y ciudades españolas. San Miguel de Tucumán es fundada el 29 de Septiembre de 1565 por Diego de Villarroel, sobrino de Francisco Aguirre. Al igual que El Barco, hoy Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán cambió su asentamiento original, en 1680, por obra del Gobernador Fernando Mendoza Mate de Luna y con autorización del Rey Carlos II. El progreso económico de la provincia, no basado en el oro y la plata que buscaban los primitivos exploradores sino en la explotación de la tierra y en la esclavitud de los indios, hizo olvidar muy pronto las historias de la Ciudad de los Césares y la existencia del Rey Blanco. En torno al Pucará de Tharsy surgió un poblado habitado por los descendientes de los Quillaruna, pero la fortaleza jamás fue descubierta por los españoles ni por los posteriores gobernantes criollos. En su sitio se estableció una enorme chacra, o estancia, que contenía al invisible Pucará, y que fue finalmente legalizada por los nietos de Lito de Tharsis, quienes se infiltraron en la Gobernación y compraron las capitulaciones con el buen oro inga que conservaban de su paso por Koaty. Y en el interior del cromlech, junto al meñir de Tharsy, sobre la antiquísima Apacheta de Voltan, purihuaca Voltan, descansaba la Espada Sabia aguardando la Señal Lítica de la Batalla Final.