Sexagésimo
Día
Cuando el Señor de Venus apareció por
el ángulo recto del altar de piedra, los doce Atumurunas y la Princesa Quilla lo
vieron simultáneamente.
–¡Gracia
y Honor, Sangre de Skiold! –saludó el Señor de Venus, expresando con su
mano derecha el Bala Mudra.
–¡Sieg
Heil! –contestaron a coro los Hombres de Piedra.
–¡Sangre de Skiold: os traigo el saludo de Wothan, el Señor de la Guerra ! ¡Y también os
traigo Su Palabra! ¡Prestad atención, abrid bien vuestros sentidos, porque la
presente es oportunidad única, tal vez irrepetible antes de la Batalla Final ! Dos
veces se ha intentado destruir vuestra Estirpe: una en Skioldland y otra en la Isla del Sol. Sabéis pues que
el Enemigo es implacable. Ahora os anuncio un nuevo peligro de destrucción.
Pero no se trata del que a vosotros os preocupa: la extinción de la Estirpe por la falta de
descendencia. Será una vez más el puñal del Sacrificador Uno quien intentará
derramar la Sangre Pura
de Skiold. ¡Sí, Atumurunas; el Gran Sacrificador ha abierto una Puerta por la
que los hombres dormidos se arrojarán sobre vuestras gargantas! Malas y buenas
noticias os traigo. Las malas consisten en que el Imperio inga de Cuzco,
dividido por la mezquindad y locura de sus Reyes, será prontamente destruido
por los hombres dormidos que llegarán en hordas incontenibles. Vosotros
deberéis huir de Koaty para siempre: sólo actuando con decisión y rapidez, a
último momento, evitaréis un tercero y definitivo intento de aniquilación de la Estirpe.
Y
he aquí las buenas nuevas: si obedecéis eficazmente mis órdenes, no sólo
salvaréis la Estirpe
de Skiold sino que el Señor de la
Guerra os tomará en consideración para participar
destacadamente en la
Batalla Final. Y éstas son mis órdenes: desde ahora no
intervendréis jamás en los pleitos del Imperio, ni aún viendo cómo el Enemigo
lo desintegra sin piedad. Conservaréis la calma hasta último momento. Entonces
llegarán unos Enviados del Señor de la Guerra. Los reconoceréis porque traerán una
Piedra semejante a la de la
Corona del Rey Kollman. Con Ellos vendrá una Princesa de la Sangre más Pura de la Tierra : Ella os será
confiada para que la desposéis con un Príncipe de la Casa de Skiold; su
descendencia preservará la
Estirpe y constituirá la raíz de un pueblo poderoso al Final
de los Tiempos. Pero en retribución, Atumurunas, conservaréis Virgen a la Princesa Quilla y
se la entregaréis a Ellos, para que su propia Estirpe se prolongue en la Sangre Pura de Skiold.
Ellos
vienen de un país muy lejano, aunque no tanto como aquél del que vosotros
procedéis. Estarán guiados por Nosotros y tarde o temprano se aproximarán al
Camino de los Dioses. Daréis instrucciones, pues, a los Amautas del Bonete
Negro, para que se distribuyan en los confines del Camino y los aguarden y
conduzcan a Koaty. Los Amautas deberán dar parte a los Scyris de los pueblos
locales de que serán castigados con las penas más severas si causan algún daño
a los Extranjeros portadores de la
Piedra : ¡Hacedles saber que Ellos, al igual que vosotros, son
Señores de la Muerte ,
Huancaquilli Huañuy!
Estaréis
preparados para evacuar Koaty apenas lleguen los Huancaquilli y hayáis
intercambiado las Princesas. Vosotros iréis al Valle Grande Kâlibur, al sitio
que habéis visto en la Piedra
de la Corona. Allí
atravesaréis la puerta secreta que conduce a un valle protegido por las Runas
de Wothan, adonde forjaréis, un terrible pueblo guerrero que regresará a este
Mundo en los días de la
Batalla Final. Pero los Huancaquilli deben viajar más al Sur,
a la Fortaleza
o Pucará de Tharsy, o Thafy, donde se encuentra el Gran Meñir de Tharsy plantado
por los Atlantes blancos hace miles de años. ¡Sí, Atumurunas; cuando nosotros
fundamos una Estirpe, siempre plantamos Su Meñir! Y sólo con el correr de las
generaciones, sólo si la Sangre
se conserva Pura, los Miembros de la
Estirpe se reencuentran con Su Meñir. Ello ocurre al
concretarse la Misión
Familiar : por eso vosotros hallaréis vuestro Meñir en el
Valle Grande y los Huancaquilli encontrarán el suyo en el Valle Thafy. Y el
Enemigo no podrá penetrar en las Murallas Estratégicas de los Grandes Cromlech
que rodean y aíslan los Meñires Fundamentales de la Raza.
Los
Antepasados blancos, los Atlantes blancos, dejaron un pueblo al cuidado del
Meñir de Tharsy, en el Tucumán: Ellos celebraban el Culto al Señor de la Guerra , al que llamaban
Vultan o Voltan, en una Apacheta, o altar, junto al Meñir; purihuaca Voltan guanancha unanchan
huañuy. Aquellos guardianes hace miles
de años que fueron exterminados por los indios diaguitas, miembros del “Pueblo
Elegido” por el Dios Creador de este Infierno, quienes todavía habitan en la
región. Brindaréis, pues, una escolta a los Huancaquilli para que arriben sin
peligros al antiguo Pucará del Valle Thafy, adonde habitarán también hasta los
Días de la Batalla
Final.
Atumurunas
de la Casa de
Skiold: he dicho cuanto tenía que decir y no conviene, por motivos
estratégicos, agregar nada más. Os reitero el saludo de Wothan y me despido
hasta la Batalla Final.
O hasta que vosotros coincidáis conmigo en otro kairos. ¡Gracia y Honor, Sangre de Skiold! –les deseó el Señor de Venus,
en tanto levantaba el brazo derecho para expresar el Bala Mudra.
–¡Sieg
Heil, Gott Küv! –respondieron los Atumurunas, efectuando igualmente el bala mudra que, era el antiguo saludo
secreto de la Casa
de Skiold.
Los Atumurunas cumplieron al pie de la
letra las directivas del Señor de Venus. Desde ese momento, un aceitado
mecanismo destinado a detectar a los viajeros se montó en el extremo Norte del
Imperio ingaico. Y fue su funcionamiento, tal como relaté, lo que permitió a
los Señores de Tharsis zafar el sitio muisca, que constituía una segura trampa
mortal. Con la llegada de los Señores de Tharsis a Koaty, haciendo realidad los
anuncios del Señor de Venus, concluía el relato de Tatainga. A continuación,
Lito de Tharsis narró lo mejor que pudo la historia de la Casa de Tharsis, despertando
mucho interés en los Atumurunas el conocimiento de las maniobras asesinas de
los Inmortales Bera y Birsa, y la identidad y misión de Quiblón. Deberían ahora
partir juntos hacia el Sur, y marchar hasta una fortaleza o Pucará, llamada Humahuaca, en la que se separarían: no
se verían más en esa vida, pero se reencontrarían durante la Batalla Final ,
cuando el Señor de la Guerra
convocase a los Hombres de Honor para luchar contra las Potencias de la Materia.
Llegados a un mutuo acuerdo, sólo
faltaba ponerse en marcha y evacuar Koaty, dando así cumplimiento a las
directivas del Dios Küv. En tales preparativos estaban, cuando los espías que
permanentemente les informaban sobre la situación en el Imperio, transmitieron
una noticia que los obligó a apurar la partida: el Capitán Diego de Almagro
acababa de salir de Cuzco al mando de 500 hombres con dirección al Sur. Entre
Francisco Pizarro y Diego de Almagro había surgido una agria disputa sobre los
límites que a cada uno correspondía en el reparto del Imperio ingaico: Diego de
Almagro pretendía que la Ciudad
de Cuzco se encontraba comprendida en sus dominios. El astuto Pizarro consiguió
dilatar la definición del conflicto persuadiendo a su socio de que existía hacia
el Sur un país aún más rico que el Reino de los Ingas, un botín que tornaría
carente de sentido la discusión sobre el Cuzco. Fue así que el iluso Almagro
armó aquel poderoso ejército y marchó hacia el Sur dispuesto a conquistar la Ciudad de los Césares,
Trapalanda o Elelín.
El mismo pesar, acompañado de heroica
resolución, que los Señores de Tharsis experimentaran al abandonar la península
ibérica en el barco de los Welser, cuando la mente volaba hacia Huelva y
revivía los días de gloria de la
Casa de Tharsis, debían sentir entonces los Atumurunas al
atravesar el lago Titicaca rumbo al puerto de Copacabana, dejando atrás la Isla Koaty donde
vivieron tantos años y alcanzaron la Más Alta Sabiduría Hiperbórea. La Casa de Skiold había sido
poderosa siglos antes en Tiahuanaco, hasta que la demencial venganza de la Orden de Melkisedec casi
extinguiera su Estirpe: entonces, al abandonar la región para siempre, los
corazones de los Atumurunas se estremecían por efecto de sentimientos
encontrados. El Alma, creada y apegada a la historia y al suelo, al Tiempo y al
Espacio, se desgarraba de dolor por el alejamiento definitivo del solar natal;
pero el Espíritu Increado, que descubre y sostiene en la Sangre del Iniciado el
Recuerdo del Origen, desbordaba cada instante anímico de dolor con la nostalgia
infinita del Regreso a la
Patria Primordial , a la Hiperbórea Original ;
y frente a la nostalgia de Hiperbórea, al deseo de abandonarlo todo y partir
hacia el Origen del Espíritu, nada pueden las garras del dolor, ningún efecto
tienen los apegos sentimentales a las regiones infernales y a los objetos
materiales de la Tierra.
Almagro sale de Cuzco en 1535 y a
fines de Agosto, después de atravesar las hostiles altiplanicies del Sur,
arriba a la meseta del Titicaca. Va pisando los talones a los Atumurunas y al
Pueblo de la Luna ,
que a duras penas logran adelantarse a la vanguardia de los aguerridos
españoles. Los fugitivos pasan por el poblado de Chuquiabo, hoy La Paz , casi sin detenerse, y
sólo hacen un alto de tres días en Sucre, o ciudad de la Plata , antes de descender a
los valles de la Gran
Quebrada de Humahuaca. A todo esto, Almagro, que recogía a su
paso la sorprendente nueva de que todo un pueblo se desplazaba en su misma
dirección, apuraba las jornadas con la intención de darles alcance y conocer su
destino, quizás el rico país del Sur, la Ciudad de los Césares. Lo afirmaba en esta idea
el hecho de que aquel pueblo iba, según coincidían todos sus informantes,
guiados por hombres blancos y barbados, semejantes a los españoles, pero
magníficamente vestidos con la indumentaria de los Reyes inga. Para Almagro,
era altamente probable que aquel pueblo procediese de la Ciudad del Oro y la Plata , y que hacia ella se
dirigían.
Sin embargo, jamás lograría
alcanzarlos. La caravana llegó al poblado de Humahuaca con treinta días de
adelanto sobre Almagro. Allí los Hombres de Piedra vertieron una terrible
amenaza sobre los nativos, apoyada por demostraciones de magia de los
Atumurunas, con el fin de que diesen una falsa pista a la expedición de Almagro
sobre la dirección tomada por ellos: debían desviar a los españoles hacia
Chile, asegurándoles que allí se encontraba la ciudad de sus sueños. Ellos,
mientras tanto, tomarían por rumbos muy distintos: los Atumurunas hacia el
Este, hacia el Valle Grande del Cerro Kâlibur, cerca de El Ramal jujeño; los
Señores de Tharsis continuarían hacia el Sur, hacia el Pucará de Tilcara, desde
donde, por oposición estratégica, podrían orientarse hacia el Pucará de
Andalgalá y, desde éste, hasta el Pucará de Tharsy, su objetivo.
En Humahuaca, pues, se separaron “para
siempre” los Señores de Tharsis y los Atumurunas: volverían a encontrarse
durante la Batalla Final ,
cuando todos regresasen al frente de sus pueblos para ajustar las cuentas a los
representantes de las Potencias de la Materia , a los discípulos de la Fraternidad Blanca ,
al Pueblo Elegido; de la
Fraternidad Blanca y de los Dioses Traidores, naturalmente,
se ocuparían los Dioses Leales al Espíritu del Hombre, quizás el mismo Lúcifer
en Persona. Violante y los dos frailes se confundieron en expresivos abrazos y
se prodigaron de besos con Lito, Roque y Guillermo: ninguno pudo evitar que las
lágrimas surcaran sus duros rostros, aunque simultáneamente reían con salvaje
alegría; las órdenes de los Dioses se cumplían y eso era lo importante. Por
escena semejante pasaban los Atumurunas, que debían despedir a su única
pariente, la Princesa
Quilla ; pero ella era una ruda vikinga y no requirió la
compañía de nadie; por el contrario, exigió que todos sus familiares se
trasladasen cuanto antes al Externsteine del Valle Magno. Con los Señores de
Tharsis, para custodiarlos y guardar el Pucará de Tharsy, irían en cambio 50 familias del Pueblo de la Luna. Una semana después
de haber llegado, y en momentos en que Almagro se hallaba en Tarija, los
viajeros retomaron la marcha.
Todo sucedió según lo deseaban los
Señores de Tharsis. Almagro fue despistado por los Indios y perdió el rastro de
los fugitivos. Luego de una infructuosa búsqueda en territorio argentino pasó a
Chile, tras diez meses de penosa marcha, comprobando que en ninguna parte
aparecía el rico Imperio descripto por Pizarro. En setiembre de 1536 regresó,
por fin, a Cuzco, con sus tropas diezmadas y cansadas de tan inútiles
travesías. Se consumaba entonces una insurrección general que había puesto
sitio a Cuzco y amenazaba con reducir a desastre la conquista española. La
presencia de Diego de Almagro puso en fuga a miles de indios y salvó de una
muerte segura a Francisco y Hernando Pizarro, lo que no impidió que este último
le aplicase el garrote en 1538, luego que perdiese la batalla de las Salinas.
La custodia de los Señores de Tharsis
y la Princesa Quilla
se componía de 5 Amautas del Bonete Negro y 45 Quillarunas, con sus familias.
Los Amautas gozaban de gran autoridad en el Imperio ingaico y por eso no hubo
inconvenientes para que las guarniciones de los Pucará cumpliesen sus órdenes:
todos recibieron la consigna de abandonar sus puestos y regresar a Cuzco,
evitando cruzarse por el camino con los españoles ya que éstos los reducirían a
la esclavitud. Y los españoles, carentes de la Sabiduría Hiperbórea ,
nada podrían hacer con aquellas fortalezas cuya construcción se basaba en el
principio del Cerco y la
Muralla Estratégica ; de hecho, aunque las ocupasen militarmente,
jamás podrían advertir los meñires exteriores, las piedras referenciales, que permanecerían invisibles aún cuando
estuviesen parados junto a ellas. Lito de Tharsis, siempre guiado por los
Amautas, dejó atrás el Pucará de Andalgalá y soportó con los suyos las heladas
inclemencias de los Nevados del Aconquija: del otro lado de esa sierra se abre
el Valle de Thafy. Al aproximarse al Pucará, una mirada en torno le bastó para
confirmar que aquél era el lugar buscado, la
imagen Lítica que la Piedra
de Venus le mostrase en la
Caverna Secreta de Huelva. Claramente se divisaba la
fortaleza, de forma Vrúnica, y fuera de ella el cromlech, o castro, en cuyo
interior se elevaba el poderoso meñir de Tharsy; al fondo, el hilo de agua de
un pequeño río regaba las estériles piedras del Valle, procedente de un abra
entre las montañas lejanas.
Los recién llegados ocuparon la plaza
y se abocaron a preparar una eventual Defensa
Mágica: proyectarían sobre la muralla de piedra el principio del Cerco y, sobre
él, plasmarían una de las Vrunas de Navután; obtendrían así la Muralla Estratégica ,
invulnerable frente a la
Estrategia espacial y temporal de los españoles dormidos;
luego realizarían la oposición estratégica contra la piedra referencial, contra
el meñir de Tharsy, y toda el área se tornaría culturalmente invisible: entonces nunca podrían ser descubiertos
por los hombres dormidos. ¿Cómo conseguir que tal protección fuese
permanente?: practicando la Agricultura Mágica , herencia de los Atlantes blancos, en el área exterior de la Muralla Estratégica.
Al germinar, crecer y madurar, las semillas cuya información genética ha sido
alterada por el poder trasmutador del Espíritu Increado, no responden a su fin
arquetípico, al modelo que se encuentra en el Cielo actual, sino a un Paradigma
propio de otro Cielo, a un molde de otro Mundo: y ese Cielo desconocido es el
que rige luego el Microclima de la Plaza Liberada , sosteniéndola fuera del alcance
visual o físico del Enemigo.
Tales precauciones no estaban de más
pues, si bien Diego de Almagro no representó peligro alguno, y obtuvo el triste
fin que mencioné, ocho años más tarde se presentaría otro Enemigo, quien venía
con la intención manifiesta de localizar el refugio de los Señores de Tharsis.
En 1543, en efecto, el Gobernador del Perú, Cristóbal Vaca de Castro, sabedor
de la infructuosa persecución llevada a cabo por Almagro, decide intentar mejor
suerte mediante una nueva expedición. Oficialmente, se intentará explorar y
ocupar el territorio del Tucumán, pero secretamente el objetivo principal
consistirá en la búsqueda de los “otros blancos” y de la Ciudad de los Césares. El
hombre de confianza de Vaca de Castro es el Capitán Diego de Rojas, español de
Burgos que participara en la conquista de Nicaragua y que entonces se
encontraba, a la sazón, en La
Plata , o Sucre. Desde 1542 hasta 1543 se prepara la
expedición, que al final sólo contaría con 200 hombres, aunque bien
pertrechados, y se recogen datos sobre los pueblos de la Quebrada de Humahuaca y
el país del Tucumán. Rojas, al igual que Vaca de Castro, sospecha que Almagro
fue engañado por los indios y que “el Rey Blanco” huyó hacia el Sur, en
dirección al Tucumán. Por eso, a pesar de que, siempre “oficialmente”, envía
una flota desde el Perú a aguardarlo en Chile frente al puerto de Arauco, Diego
de Rojas se propone adentrarse lo más posible hacia el Sur, siguiendo el rastro
de los fugitivos. Asciende así hasta la meseta del Titicaca y baja a la Quebrada de Humahuaca,
debiendo sostener permanentes combates contra los indios, que han sido
alertados por los Amautas del Bonete Negro sobre las intenciones conquistadoras
de los españoles: los ocloyas, humahuacas, pulares, jujuyes, etc., los atacaron
sin cesar durante toda la travesía de la puna jujeña. Sin embargo, consiguieron
llegar a Chicoana, hoy Molinos, y allí quiso la suerte que descubriesen unas gallinas de Castilla en poder de los
indios Quilmes, gallinas que habían sido obsequiadas por la Princesa Quilla ,
lo que determinó que el rumbo de los expedicionarios se aproximase
peligrosamente al Pucará Tharsy. La presencia de las gallinas convenció a Diego
de Rojas de que en aquella región habitaban “otros blancos”, tal cual lo
creyera Almagro, y lo impulsó a atravesar el Valle Calchaquí a lo largo, es
decir, de Norte a Sur, hasta Tolombón y luego, por Fuerte Quemado, hasta Punta de Balasto, cruzando entonces los
Nevados del Aconquija para salir a la altura de Concepción del Valle Thafy.
Afortunadamente, aquella ruta llevó a los españoles demasiado al Sur y no hubo
necesidad de poner a prueba las defensas mágicas del Pucará de Tharsy, ahora
convertido en residencia permanente de los Señores de Tharsis.
Diego de Rojas se enfrentó
valientemente a los juríes del Tucumán, sin conseguir noticia alguna sobre el
“Rey Blanco”, y continuó luego su marcha errónea hacia el Sur, explorando
tierras que fueron denominadas por la
Raza de sus habitantes: “juríes” o Santiago del Estero;
“diaguitas” o Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja , San Juan, y Noroeste de Córdoba; y
“comechingones” o Córdoba. A su regreso de estos estériles recorridos, a la
altura de Salavina, en Santiago del Estero, el valeroso Diego de Rojas halló la
muerte a causa de la ponzoña que una flecha diaguita depositó en su pierna.
Tres años después de su partida, regresó aquella expedición a Perú, al mando de
Nicolás de Heredia, quien no obstante la pérdida de Rojas hubo de pasar un año recorriendo
el Valle de Thafy en busca de la
Ciudad de los Césares.
Círculos de Piedra en el Tafí del
Valle, en la Provincia
del Tucumán, Argentina.
(Arriba, los Círculos se esconden entre la vegetación. Abajo, otros círculos aparecen en medio de una gran hoyada, custodiados por el Cerro Ñuñorco)
(Arriba, los Círculos se esconden entre la vegetación. Abajo, otros círculos aparecen en medio de una gran hoyada, custodiados por el Cerro Ñuñorco)
Pronto se realiza otro intento, en
1549, cuando Juan Núñez del Prado se dirige a Tucumán con setenta hombres,
algunos de ellos Golen, entusiasmado por los relatos de varios miembros de la
expedición de Rojas: tampoco hallarían la Ciudad de los Césares o el Pucará de Tharsis.
Durante veinte años, desde la excursión de Diego de Rojas hasta la venida a
Tucumán de Francisco de Aguirre, se realizan en vano intentos semejantes que,
sin embargo, tienen la virtud de ir sembrando la región de poblados y ciudades
españolas. San Miguel de Tucumán es fundada el 29 de Septiembre de 1565 por
Diego de Villarroel, sobrino de Francisco Aguirre. Al igual que El Barco, hoy
Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán cambió su asentamiento original, en
1680, por obra del Gobernador Fernando Mendoza Mate de Luna y con autorización
del Rey Carlos II. El progreso
económico de la provincia, no basado en el oro y la plata que buscaban los
primitivos exploradores sino en la explotación de la tierra y en la esclavitud
de los indios, hizo olvidar muy pronto las historias de la Ciudad de los Césares y la
existencia del Rey Blanco. En torno al Pucará de Tharsy surgió un poblado
habitado por los descendientes de los Quillaruna, pero la fortaleza jamás fue
descubierta por los españoles ni por los posteriores gobernantes criollos. En
su sitio se estableció una enorme chacra, o estancia, que contenía al invisible
Pucará, y que fue finalmente legalizada por los nietos de Lito de Tharsis,
quienes se infiltraron en la
Gobernación y compraron las capitulaciones con el buen oro
inga que conservaban de su paso por Koaty. Y
en el interior del cromlech, junto al meñir de Tharsy, sobre la antiquísima
Apacheta de Voltan, purihuaca Voltan,
descansaba la Espada
Sabia aguardando la Señal Lítica de la Batalla Final.