Quincuagesimonoveno
Día
La historia del pueblo de los
Atumurunas era notablemente parecida a la de la Casa de Tharsis. El anciano Tatainga se la
refirió a los Hombres de Piedra con mucho detalle; pero Yo, Dr. Siegnagel,
trataré de resumirla aquí con pocas palabras.
Los antepasados de los Atumurunas, y
la lengua que aquellos hablaban, procedían de la región de Schleswig, en el Sur de Dinamarca. En el siglo X existía allí el Reino de Skioldland, que tenía ocho siglos de
antigüedad y había resistido a las huestes cristianizadoras de Carlomagno
ciento cincuenta años antes. Su población, de Sangre Pura, conservaba la
religión de Odín, o Navután, y había logrado preservar la Piedra de Venus, herencia
de los Atlantes blancos. Por tales “herejías”, los Golen habían decretado la
pena de exterminio para toda la
Casa real. Contrariamente a los Señores de Tharsis, los
bravos vikingos no ocultaron la
Piedra de Venus, sino que la engarzaron en la Corona de sus Reyes,
situación que los obligaba, cuando menos, a exhibirla en cada ceremonia de
coronación de Rey, o a presentar la
Corona frente a cada nuevo Señor Territorial con el cual
estaban enfeudados. No obstante tal comportamiento imprudente, los skioldanos
consiguieron mantenerse libres hasta los tiempos del Rey de Alemania Enrique I,
el Pajarero. En el siglo X, este
Rey, que era también Iniciado Hiperbóreo, derrotó al Rey de Dinamarca,
Germondo, y conquistó el Schleswig; según su costumbre, estableció una marca
fronteriza en la región y para tal fin nombró Margrave al Rey de Skioldland,
sin importarle si sus súbditos eran o no cristianos. Pero el Reino alemán sí lo
era y los Golen no tardaron en iniciar una campaña de agitación para forzar la
conversión en masa de los vikingos y obligar a su Rey a entregar “los
instrumentos del Culto pagano”, entre ellos la Corona con la Piedra de Venus. Sin
embargo, nada consiguieron en vida de Enrique I.
Muerto el Rey en el año 936, le sucede
su hijo Otón, quien, a pesar de descender del legendario Vitikind por parte de su madre Matilde,
tenía el cerebro lavado por obra de sus instructores Golen benedictinos. Otón I deseaba en un todo imitar a Carlomagno
y comienza por hacerse coronar Rey en Aquisgrán, por el Arzobispo de Maguncia,
a lo que seguirían luego varias expediciones a Italia para conocer a los Papas,
y su investidura imperial en Roma, en el 962. La fortísima liga entre la Iglesia alemana y el
Imperio, que durará hasta el exterminio de los Hohenstaufen en 1250, puede
afirmarse que comienza con las extraordinarias concesiones de Otón I. Es
comprensible, pues, que con semejante Emperador la suerte del pequeño Reino de
Skioldland estuviese echada. En el 965, las intrigas de los Golen surten efecto
y una expedición marcha sobre el Schleswig: la componen tropas imperiales al
mando del General Zähringer y llevan la misión de convertir al Reino pagano al
cristianismo o destruirlo, y, de cualquier modo, secuestrar la Corona real. Esta vez no
hay salvación para los vikingos y es así que su Rey, Kollman, les propone
abandonar ese país que pronto caerá en poder de los Demonios: –¡Odín guió a
nuestros abuelos y les entregó estas tierras; y El nos manda ahora partir hacia
otro Reino allende los mares!
El setenta por ciento de la población
aceptó la oferta y se hizo a la vela en 220 drakkares, pero quienes se quedaron fueron pasados a cuchillo por
los enfurecidos evangelizadores. La numerosa flota cruzó el Mar Tenebroso y
llegó hasta el Golfo de México. Allí, florecía la civilización de los toltecas,
quienes recibieron a los vikingos como “hijos de los Dioses”, es decir, como
descendientes de los Atlantes blancos.
A pesar de haberse impuesto sin
problemas a los toltecas y de contribuir profundamente a mejorar su
civilización, diez años después el pueblo de Kollman continuó viaje hacia el
Sur, quedándose con los toltecas aquellos que habían cometido el “pecado
racial” de aparearse con ellos. Navegarían hasta Venezuela. Marcharían luego en
dirección al Oeste, atravesando Venezuela, Colombia y Ecuador, y llegarían
hasta Quito, desde donde navegarían nuevamente con rumbo al Sur. Desembarcarían
en Tacna, y subirían las montañas del Este, hasta ganar la meseta de Tiahuanaco
y el lago Titicaca. Era ése el lugar que indicaba la Piedra de Venus.
En Tiahuanaco los skioldanos
encontraron una ciclópea ciudad de piedra a medio construir, una especie de
obrador de los Atlantes blancos. Junto a las ruinas, edificaron una población
que sería cabeza de un Imperio. Y en la
Isla del Sol, levantaron un Templo a la Deidad local, ya que ellos
mismos se habían presentado a los collas, aimaraes y otros indios, como “Hijos
del Sol”. El Imperio vikingo de Tiahuanaco prosperó y se expandió hasta el
siglo XIV, hasta que se desató la
segunda parte del drama racial de la
Casa de Skiold. En aquel siglo, en efecto, los skioldanos, a
quienes ya se denominaba “Atumurunas” por su piel blanca y su predilección por la Luna Fría , habían
dominado a todos los pueblos de indios que habitaban en las cercanías. Uno solo
se resistía, y no por sus propios méritos sino porque los Atumurunas dudaban
entre saberlos libres y lejos, o someterlos a vasallaje y tener que tratar con
ellos. Ese pueblo era el de los Diaguitas,
y la aprehensión de los vikingos procedía de un rechazo casi epidérmico,
esencial a las costumbres y cultura de aquéllos. El caso era que, si bien la
masa de indios pertenecía efectivamente a las etnias americanas, la casta noble
y sacerdotal que los regía tenía origen mediterráneo o, con más precisión,
provenía de Medio Oriente: en los museos de Santiago del Estero, Catamarca,
Salta, Tucumán, o Tilcara, pueden verse hoy día cientos de cerámicas y torteros
escritos en arameo y hebreo, que aseveran esta afirmación.
Así es, Dr. Siegnagel. La nobleza
diaguita ostentaba la más rancia prosapia hebrea y, sus Sacerdotes, se
consideraban como los más celosos defensores del Pacto Cultural y del
Sacrificio Uno. Profesaban un odio mortal contra los vikingos y vivían
permanentemente hostilizando las fronteras del Imperio. Pero siempre se los
había controlado; por lo menos hasta el fatídico año 1315. Ese año, un alzamiento
generalizado de tribus diaguitas se produjo desde la Quebrada de Humauaca
hasta Atacama, en Chile, sin que hubiese un motivo justificable por parte del
Imperio. Las noticias que llegaban indicaban que el Gran Cacique Cari había recibido la visita de dos Enviados del Dios
Uno, Berhaj y Birchaj, quienes los incitaron a la guerra contra Tiahuanaco;
Ellos le aseguraron el Triunfo porque los Diaguitas, decían, pertenecían al
Pueblo Elegido por El, y no podían perder. Motivados de esa forma, los
feroces indígenas avanzaron irresistiblemente tras los límites del Imperio, y
sitiaron Tiahuanaco. Los vikingos, finalmente, buscaron refugio en la Isla del Sol, mientras que
los Atumurunas Iniciados, es decir, los Hombres de Piedra, se introducían en la Caverna Secreta
Atlante de la Isla
de la Luna , Koaty.
Los vikingos nada pudieron hacer
contra la Alta
Estrategia aplicada por los Demonios Berhaj y Birchaj, que
guiaban a los Diaguitas y acabaron cayendo en el cerco que el Enemigo cerró en
torno de la Isla
del Sol. Tomados prisioneros por miles, los skioldanos fueron pacientemente
degollados uno por uno a manos de los Sacerdotes hebreos-diaguitas. Al llegar a
esta parte del relato, el Atumuruna Tatainga señaló un relieve rúnico en la
pared y preguntó:
El Pucará de Sayagmarca, situado sobre el filo de un cerro, a
El Puca Pucará, emplazado en un pequeño valle en las
proximidades de Cuzco, Perú
–¿“Molay”,
“Quiblón”? ¿Significan algo esas
palabras para Ustedes? Porque los Sacerdotes Diaguitas, cada vez que degollaban
un prisionero de oreja a oreja,
procurando que la sangre cayese en el lago, gritaban: –¡Por Molay! ¡Por Quiblón! Nuestros antepasados escribieron con
runas esos nombres, que para ellos no tenían sentido, pues deseaban que algún
día sus descendientes aclarasen el enigma.
Los Hombres de Piedra quedaron mudos,
clavados en su sitio. Pero pensaban: ¡Qué terrible es la Ilusión del Gran Engaño!
¡Qué diferente es la misma realidad vista desde otra perspectiva! Aquél, de
1315, había sido un buen año para la
Casa de Tharsis: se presentó el Sr. de Venus y aprobó todo lo
actuado contra los planes de la Fraternidad Blanca ; la acción de la Casa de Tharsis, y del Circulus Domini Canis, causó la
destrucción de la Orden
del Temple; y con ellos, con la hoguera de Jacques de Molay, desapareció por el
momento el peligro de la
Sinarquía Universal del Pueblo Elegido. También la venida de
Quiblón se retrasaría 180 años. Y en ese año los Valentininos se radicaron en
Turdes. Sí; 1315 fue un año fasto que aún recordaban con simpatía los Señores
de Tharsis: inclusive se llegó a decir que era uno de los mejores años en la
historia de la Casa
de Tharsis. ¡Y ahora comprendían que para sus hermanos skioldanos aquél fue un
año nefasto, el peor de su historia! El Enemigo tomó entonces contra ellos una
venganza atroz: ¡intentó extinguir su Estirpe en represalia por la destrucción
de la Orden del
Temple! De allí que dijeran, tras cada ejecución “–¡Por Molay, por Quiblón!–”,
remedando a Charles de Tharsis, cuando decía a los Golen que iban a morir en
las hogueras de Senz: “–¡Por Navután y la Sangre de Tharsis!–” ¡Malditos Golen; malditos
miembros del Pueblo Elegido; malditos Bera y Birsa: una nueva cuenta para
saldar en la Batalla
Final !
Continuaré con el relato resumido, Dr.
Siegnagel. Sólo agregaré que, desde entonces, 1315 sería considerado año de
luto para la Casa
de Tharsis.
Los Hombres de Piedra del linaje de
Skiold permanecieron refugiados en la
Isla de la Luna
durante treinta y cinco años, antes de atreverse a realizar una nueva acción estratégica.
En ese lapso, la vigilancia de los indios hebreos fue constante sobre el lago
Titicaca, pues numerosas leyendas locales hablaban de las cavernas y túneles
que los Atlantes blancos construyeran miles de años atrás: ellos sospechaban
que algunos Atumurunas podrían haberse ocultado allí. Sin embargo, las Vrunas
de Navután constituían un obstáculo insalvable, aún para los poderes de los
Demonios Berhaj y Birchaj, seres carentes de Espíritu Increado; y casi nadie
que no fuese un Iniciado Hiperbóreo volvería a ver jamás a los Atumurunas. En
verdad, los sobrevivientes eran muy pocos, aunque los acompañaban un número
mayor de miembros de la Raza
mestiza a la que pertenecían los Amautas del Bonete Negro: esa Raza se había
formado por la mezcla de la sangre vikinga y los indios que habitaban en
Tiahuanaco a la llegada del Rey Kollman. Empero, no obstante el mestizaje
mencionado, los vikingos trataron siempre de conservar la Sangre Pura e
impusieron una ley por la cual sólo eran Nobles aquellos que descendiesen del
linaje de Skiold. De ese modo, la pertenencia a la Nobleza exigía el
casamiento entre integrantes de la
Raza conquistadora: los mestizos, aunque eran parientes de
los vikingos, quedaban excluidos de la Nobleza pero no así del derecho a participar del
Misterio de la Sangre
Pura. Vale decir, que los mestizos podían acceder a la Iniciación Hiperbórea ,
facultad que acabó dividiéndolos a su vez en Iniciados, es decir, Amautas del
Bonete Negro, y Quillarunas, o sea Hombres Lunares o Pueblo de la Luna.
Los sobreviventes de la matanza
diaguita se componían de una docena de Atumurunas y un centenar de Quillarunas.
Cuando creen disminuido el peligro, treinta y cinco años después, los
Atumurunas deciden ocupar el Camino de los Dioses, una antiquísima ruta del Imperio
Atlante que iba desde Tiahuanaco hasta el Mar Caribe. En una primera etapa, se
expanden por el Camino secreto hasta la altura de Cuzco, donde existía una
salida lateral hacia aquella ciudad. Es entonces que deciden enviar a dos
Iniciados Atumurunas para que formen una nueva Estirpe real en los pueblos de
la región de Cuzco, quienes habían sido vasallos de los vikingos de Tiahuanaco
durante siglos. Uno de los Iniciados era el inga Manco Kapac, y el otro, su
pareja hiperbórea, su Esposa y Hermana, Mama Ocllo. Ambos realizaron su misión
y fundaron una casta que duró hasta el fin del Imperio inga, y a la cual
pertenecía el Emperador Atahualpa, el inga asesinado por Pizarro. Empero, pese
a los esfuerzos efectuados, pese a que los descendientes de Manco Kapac sólo se
casaban entre ellos, nada pudieron hacer los ingas de Cuzco para evitar la
degradación de la Sangre
Pura. En un siglo ya no surgían Iniciados de la familia real
y los ingas dependían de los Amautas del Bonete Negro para cualquier oficio
esotérico. Mas no concluyó allí la caída de los cuzqueños: la expansión
territorial del Imperio los puso en contacto con pueblos del Pacto Cultural y
sufrieron la influencia de Sacerdotes que transformaron el Misterio de
Viracocha, o Navután, en un mero Culto al Dios Creador. Hubo entonces “otros”
Amautas, es decir, Sacerdotes que usurparon la función de los Iniciados
Hiperbóreos.
El mayor daño, en este sentido, lo
produjo la llegada en el siglo XIV de
un conjunto de misioneros católicos procedentes del Brasil, adonde habían
desembarcado luego de cruzar el Atlántico. Los guiaba un Sacerdote de fuerte
personalidad al que los indios paraguayos dieron el nombre de Pay Zumé o Pay
Tumé, nombre legendario que los posteriores jesuitas de las “Misiones”
identificaron con el Apóstol Santo Tomás o Santo Tomé. Los ingas, en cambio,
aceptaron su prédica y la equipararon con su Dios Tunupa, uno de los Aspectos
de Viracocha. Las certeras medidas que tomó para destruir la religión de los
Atumurunas indican que no había arribado al Cuzco por mero azar sino que era un
Enviado de la
Fraternidad Blanca. Aquel Sacerdote logró imponer el culto a la Cruz , al Crucificado, a la Madre de Dios y a la Trinidad de Dios,
creencias que aún se mantenían más o menos deformadas en los tiempos de la conquista
española. Esto fue sin dudas nefasto para la vitalidad espiritual de los ingas,
pero el mal más grande provino de la introducción del sacrificio ritual y del cambio de significado de la Apacheta.
En la Epoca del Imperio de Tiahuanaco, un Atumuruna
llamado Sinchiruca enseñó a los indios una variante del Culto del Fuego Frío.
En tal Culto las piedras de la
Apacheta representaban a los Grandes Antepasados, Achachila Apacheta, mientras que un
peñasco especial era la
Piedra Fría , la
Piedra poseedora del Signo Huañuy o Signo de la Muerte. La Rumi Huañuy estaba también en el
Corazón del hombre, en su Alma, y a ella permanecía encadenado el Espíritu
Increado: por eso en la
Ceremonia Tocanca ,
al escupir el acuyico de coca sobre el Rumi Huañuy, se expresaba el deseo de
separación de lo anímico y lo espiritual, la transferencia de lo anímico a la Piedra. Pero , por
sobre todo, la Apacheta
era un altar, un “lugar alto”, consagrado a la Madre de Navután, la Diosa Ama , la Virgen de Agartha, la Diosa que entregó la Semilla del Cereal a los
hombres, es decir, la Diosa
que los indios conocían como Pachamama.
Cuando el indio transitaba por un sendero, y llegaba a un cruce o encrucijada
de caminos, depositaba una piedra en la Apacheta y dejaba su acuyico de coca, o simplemente
colocaba un guijarro mojado con su saliva: la Pachamama , entonces, “mataba” su cansancio, “destruía” su
fatiga, “quitaba” el dolor, aquello que es propio de la condición humana, vale
decir, “liberaba” al Espíritu de la naturaleza anímica o animal; y “orientaba”
al viajero en el Laberinto de Ilusión que reflejaba la encrucijada. Pero cuando
el indio escuchaba las Vrunas de
Navután, la Voz
de Viracocha, en cualquier lugar que fuese, caía como fulminado y se decía que
estaba apunado: entonces era el momento
de levantar un altar a la
Pachamama y allí mismo se depositaban las piedras de la Apacheta.
Como dije, la Doctrina de Pay Zumé
alteró el significado estratégico de la Apacheta , coincidiendo en esto con los Diaguitas
hebreos, que habían introducido modificaciones semejantes en los territorios
conquistados a los Atumurunas. El cambio consistió en transformar el Culto del
Fuego Frío en Culto del Fuego Caliente y en identificar a la Pachamama con la Gran Madre Binah. Se
convirtió de ese modo, al estilo de la decadencia romana, la Apacheta en un altar de
Dioses Lares, o de un Dios Supremo, Creador del Mundo, representado por el
Fuego Caliente, el Fuego Creador que nunca se extingue, el Logos Solar, el Sol.
Y sobre la Apacheta
reinaba ahora una Pachamama-Binah, Madre Tierra, Shakty, Matriz Creadora de las
cosas; Diosa del Amor a la que convenía sacrificar para que interviniese ante
su Esposo, el Creador Uno. La
Apacheta perdió desde entonces su carácter estratégico y
orientador hacia el Origen y fue, para los ingas de Cuzco, un objeto del Pacto
Cultural, un instrumento de idolatría de los Sacerdotes de la Fraternidad Blanca ,
los nuevos “Amautas”.
Tal proceso de decadencia espiritual
resultó catastrófico para los Atumurunas del lago Titicaca, que igualmente no
lograban preservar la
Sangre Pura y se enfrentaban día a día con el peligro de la
extinción racial. Su presencia se reducía ahora al ámbito del Camino de los
Dioses, al que terminaron ocupando casi por completo, y a la “Ciudad de la Luna ”, en la caverna secreta
de la Isla de la Luna. Rara vez se
hacían ver por los pobladores del Imperio de Cuzco, como no fuese para
transmitir alguna información esotérica a los ingas, mas sus apariciones eran
temidas, pues se los consideraba como “anunciadores de males”, “presagiadores
de desastres”, etc. Sus “enviados” eran los Amautas del Bonete Negro, quienes
tampoco se hacían ver demasiado e inspiraban idéntico temor.
Conviene aclarar, Dr. Siegnagel, que
una vez ocupado el Camino de los
Dioses, sólo fue utilizado para desplazarse por los Amautas del Bonete Negro: los Atumurunas empleaban en cambio un
sendero subterráneo que atravesaba la Cordillera de los Andes de extremo a extremo, y
tenía el mismo trazado que el Camino de los Dioses, es decir, que se extendía
por debajo de éste. Existían entradas secretas verticales que comunicaban el
Camino de los Dioses con el túnel cordillerano, por las cuales “aparecían” los
misteriosos Atumurunas. Y, según afirmaban las leyendas ingas, aquel túnel,
construido por los Atlantes blancos, poseía vehículos de piedra que permitían
viajar a velocidades fantásticas.
Finalmente, dos años antes de la
llegada de Francisco Pizarro a Cajamarca, la situación de los Atumurunas se
tornó desesperada: sólo disponían de la Princesa Quilla
para mantener la sucesión matrilineal de la Estirpe , pero no acertaban a determinar su
matrimonio pues los doce Atumurunas vivientes eran todos parientes demasiado
cercanos y cuyos padres y abuelos habían sido también primos y hermanos entre
sí; cualquier enlace con ellos degradaría con seguridad la Sangre Pura , causaría
la degeneración de los descendientes. Fue en esas circunstancias que los Noyos
observaron “una Señal Lítica en la Piedra de Venus” y
recibieron la visita “del Dios Küv”.