LIBRO SEGUNDO - DIA 18


Decimoctavo Día


En el año 1118, al fin, los nueve Golen hallaron la Clave del Templo de Salomón con la aprobación de la Fraternidad Blanca: son tres Sacerdotes Iniciados, encargados de localizar las Tablas de la Ley, y seis Caballeros de custodia. Uno de los Iniciados es el Conde Hugo de Champaña, en cuyas tierras se ha instalado el Cister, quien es pariente del Rey Balduino de Jerusalén y allana sin dificultades la ocupación del sitio solicitado: es el emplazamiento tradicional del Templo de Salomón. Su residencia por varios años en ese lugar les significaría el nombre de Caballeros del Temple que adoptaron después, aunque ellos preferían llamarse Unicos Guardianes del Templo de Salomón. Finalmente, tras mucho buscar, meditar, reflexionar, y comprender la naturaleza del Secreto, y contar también con la ayuda de los “Angeles” de la Fraternidad Blanca, los Templarios estuvieron en condiciones de encontrar el Arca. Y cuando el Secreto llegó a sus manos, y se preparaban para escoltarla a Europa, se les unieron Bera y Birsa, los mismos Inmortales que asesinaron a las Vrayas de la Casa de Tharsis. Desde Chang Shambalá, la Fraternidad Blanca enviaba a Bera y Birsa para acompañar el transporte del Arca hasta Claraval y asegurarse de que ésta llegase sin problemas; una vez allí, intentarían apoderarse de la Espada Sabia y ajustar las cuentas pendientes con la Casa de Tharsis. Suspenderé por un momento, el relato de las consecuencias que esa nueva aparición de los Inmortales tendría para los Señores de Tharsis.
Lo más importante ahora es destacar que en el año 1128, el Arca está instalada en Claraval, en poder de los más altos dignatarios de la Sinagoga y de la Iglesia Golen, en el Corazón del Colegio de los Constructores de Templos. De esta manera se desarrolló el segundo movimiento.
El resultado triunfal de ambos movimientos motivó a los Golen para actuar de inmediato con el tercero. Se encuentran en la Champaña los seis Caballeros que han transportado el Arca, junto a Bera y Birsa que aún permanecen en Claraval instruyendo al Colegio de Constructores, y se conviene en constituirlos en Orden de Caballería. Con ese secreto fin, San Bernardo convoca en 1128 un Concilio en Troyes, en la región de Champaña, a la que asisten en su totalidad clérigos benedictinos y cistercienses: Obispos, Abades y Priores de todos los monasterios de la Orden, que vienen conscientes de la importancia del evento y desean observar de cerca a los terribles Inmortales Bera y Birsa que también estarán presentes. En el Concilio de Troyes se aprueba la formación de la Orden del Temple y se encomienda a San Bernardo la redacción de su Regla. Será ésta una Regla monástica, básicamente cisterciense pero completada con normas y disposiciones que regulan la vida militar: al frente de la Orden estará un Gran Maestre, que dependerá sólo del Papa; la misión de la Orden consistirá en formar un ejército de Caballeros para luchar en Oriente y en España contra los sarracenos; en Occidente, la Orden poseerá propiedades aptas para practicar la vida monástica y ofrecer instrucción militar; la Orden del Temple estará autorizada para recibir toda clase de donaciones, pero los Caballeros deberán observar el voto de pobreza, etc.
Durante el resto del siglo XII, la Orden crece en todo sentido y se constituye en el siglo XIII, en un verdadero poder económico y militar sujeto sólo, y hasta cierto punto, a la autoridad de la Iglesia. Puesto que el objetivo oculto de las cruzadas era conseguir el Arca de la Alianza de Jehová Satanás con el Pueblo Elegido, y tal objetivo ya se había logrado, es evidente que el mantenimiento de la Guerra Santa no tenía otro fin más que fortalecer a la Orden del Temple y a la Iglesia: las siguientes Cruzadas, en efecto, permitían a los Papas demostrar su poder sobre los Reyes y Nobles, y al Orden del Temple acrecentar sus riquezas. Así, el papado alcanzaba su más alto grado de prestigio y podía convocar a los Reyes de Francia, Inglaterra o Alemania, para “cruzarse” por Cristo, Nuestro Señor, y, con suerte, hasta lograba eliminar algún potencial enemigo de sus planes de hegemonía europea, por ejemplo como el Emperador Federico Barbarroja, que jamás regresó de la Tercera Cruzada. Y, mientras continuaba la guerra y el ejército de Oriente se perfeccionaba profesionalmente y se tornaba indispensable en todas las operaciones, la Orden iba construyendo una formidable infraestructura económica y financiera: se decía que aquel poder servía para sostener la Cruzada de los Caballeros Templarios, pero, en realidad, se estaba asistiendo a la fundación de la Sinarquía financiera. La Orden pronto desarrolló, sobre la base de sus incontables propiedades en Francia, España, Italia, Flandes, etc., una red bancaria que operaba con el novísimo sistema de las “letras de cambio”, inventado por los banqueros judíos de Venecia, y tenía su sede central en la Casa del Temple de París, verdadero Banco, provisto de Tesoro y Cámara de Seguridad. Naturalmente, practicaban el préstamo a interés a Nobles y Reyes, cuyos “pagarés”, y otros documentos avanzadísimos para la Epoca, se guardaban en las cajas fuertes de la Orden. Entre otras responsabilidades, se les había confiado la administración de los fondos de la Iglesia y la recaudación de impuestos para la corona de Francia.
                       
Los Templarios ocuparon en España varias plazas, entre las cuales se contaba la Fortaleza de Monzón, la que luego de la muerte de Alfonso I, el Batallador, les fue otorgada en propiedad: desde allí, “luchaban contra el infiel”, según la Regla de la Orden. Aquella fortaleza se encontraba en Huesca, a orillas del río Cinca, entonces Reino de Aragón: y hacia allí se dirigieron Bera y Birsa, luego del Concilio de Troyes, acompañados por un importante séquito de monjes cistercienses. Los Inmortales, iban a realizar un “Concilio Secreto Golen” en el que dejarían establecidas las directivas para los próximos cien años, fecha en la que regresarían a pedir cuentas sobre lo hecho. En ese Concilio, aparte de los detalles del plan Golen que ya he descripto, los Inmortales plantearon, en nombre de la Fraternidad Blanca, dos cuestiones que debían ser resueltas cuanto antes; se trataba de dos Sentencias de Exterminio: una, contra la Casa de Tharsis, aún estaba pendiente desde antiguo; la otra, contra los Cátaros y Albigenses del Languedoc aragonés, era reciente y tenía que ejecutarse sin demora.
Sobre la Casa de Tharsis, los Inmortales admitieron que se trataba de un Caso difícil pues no se podía concretar el exterminio sin haber hallado antes la Piedra de Venus, que aquéllos tenían oculta en una Caverna Secreta. Con el Fin de conseguir la confesión de la Clave para encontrar la entrada secreta, Bera y Birsa decidieron atacar esta vez a los miembros de la familia que habitaban la cercana ciudad de Zaragosa; se trataba de tres personas: el Obispo de Zaragosa, Lupo de Tharsis; su hermana viuda, ya madura, que vivía junto a él en el Obispado y se encargaba de los asuntos domésticos, Lamia de Tharsis; y el hijo de ésta, un joven novicio de quince años llamado Rabaz. Los tres fueron secuestrados y conducidos a Monzón, donde se los encerró en una mazmorra mientras se preparaban los instrumentos de tortura. Comenzaron por el anciano Lupo, al que atormentaron salvajemente sin conseguir que soltase una palabra sobre la Caverna Secreta; finalmente, y aunque tenía la mayoría de los huesos quebrados, Lupo de Tharsis expiró como el Señor que era: riendo con sorna frente a la impotencia de sus asesinos. Con la mujer y su hijo, los Golen emplearon otra táctica: considerando que estos ya estarían bastante atemorizados por los gritos del Obispo, prepararon un escenario conveniente para extorsionar al joven Rabaz con la amenaza de someter a su madre al mismo tormento degradante que había cortado la vida de Lupo de Tharsis.
Extendieron, pues, a Lamia sobre la mesa de tortura y comenzaron a estirar sus miembros, arrancándole aterradores gritos de dolor. En ese momento hicieron entrar a Rabaz, quien venía con las manos atadas a la espalda y escoltado por dos Golen cistercienses, el cual quedó helado de espanto al escuchar los lamentos de Lamia y descubrirla atada a la mesa mortal: y al verlo paralizado de horror, una sonrisa triunfal se dibujó en el rostro de los Golen, que ya contaban por anticipado con la confesión. Pero con lo que no contaban, tampoco entonces, era con la locura mística de los Señores de Tharsis. ¡Oh la locura de los Señores de Tharsis, que los había tornado impredecibles durante cientos de años de persecuciones, y que se manifestaba como el Valor Absoluto de la Sangre Pura, un Valor tan elevado que resultaba inconcebible cualquier debilidad frente al Enemigo! Sin que pudiesen impedirlo, el joven Rabaz, impulsado por una locura mística, dio dos saltos y se situó junto a su madre, que lo observaba con la mirada brillante; y entonces, de una sola dentellada, le destrozó la vena yugular izquierda, causándole una rápida muerte por desangración. Ahora los Golen no reían cuando arrastraban enfurecidos a Rabaz; y sin embargo alguien rió: antes de morir, con el último aliento que se quebraba en un espasmo de agónica gracia, Lamia alcanzó a emitir una irónica carcajada, cuyos ecos permanecieron varios segundos reverberando en los meandros de aquella lóbrega prisión. Y Rabaz, que acababa de asesinarla y tenía el rostro cubierto de sangre, sonreía aliviado al comprobar que Lamia ya no existía.
No; los Golen ya no reían: más bien estaban pálidos de odio. Era evidente que la Voluntad de Rabaz no podía ser doblegada por ningún medio, pero no por eso dejarían de torturarlo hasta causarle la muerte: lo harían aunque más no fuese para desahogar el rencor que experimentaban hacia los Señores de Tharsis.
           
Bera y Birsa nada lograron con aquella matanza y por eso dejaron a los cistercienses una misión específica para ser cumplida en los siguientes años por la Orden del Temple: no importaba el costo, aún si ello implicaba comprometerse en lucha permanente contra el Taifa de Sevilla, pero se debía construir un Castillo en Aracena, a pocos kilómetros de la Villa de Turdes. El lugar exacto sería el conocido desde la Antigüedad como “Cueva de Odiel”, hoy llamada “Cueva de las Maravillas”, cuyo nombre significaba, evidentemente, Cueva de Odín o de Wothan, pero que también era denominada “Cueva Dédalo” por la deformación “Cueva D'odal”: naturalmente, Dédalo, el Constructor de Laberintos, era otro de los Nombres de Navután. La entrada de la Cueva de Odiel se hallaba al ras del suelo, en la cumbre de una colina de Aracena. El plan consistía en edificar un Castillo Templario que ocultase la Cueva de Odiel: la entrada, desde entonces, sólo sería accesible desde adentro del Castillo. ¿Para qué querrían eso? Para llegar hasta la Caverna Secreta de los Señores de Tharsis; porque, según creían Bera y Birsa, desde la Cueva de Odiel sería posible aproximarse a la Caverna Secreta empleando ciertas técnicas que ellos pondrían en práctica a su regreso de Chang Shambalá.