Cuadragesimotercer
Día
Síntesis General de la Sabiduría Hiperbórea :
La posibilidad de instaurar la Sinarquía Universal
en la Edad Media
se había esfumado en las Hogueras de la Inquisición. El
Enemigo tardaría setecientos años antes de acertar, en la Epoca actual, con otra
posibilidad semejante. Aquí sería, pues, el momento de abandonar el tema de la Sinarquía Medieval
y continuar con la historia de la
Casa de Tharsis que, como adelanté reiteradas veces, se
trasladaría en parte a América y fundaría el linaje del cual desciendo. Sin
embargo, Estimado y atento Dr. Siegnagel, es mi deseo que consiga Ud.
comprender con la mayor profundidad posible la Sabiduría Hiperbórea ,
porque ella es la causa verdadera del drama de la Casa de Tharsis. Sé que en
muchas partes la narración de la historia de la Casa de Tharsis ha quedado oscurecida por la
ausencia de detalles, por lo desconocida que resulta al profano la Sabiduría Hiperbórea.
Por eso, antes de continuar con el relato, me
tomaré unos Días para exponer una “Síntesis General” de lo ya visto sobre la Sabiduría Hiperbórea :
fundamentalmente, procuraré aclarar las principales ideas mencionadas o
referidas hasta ahora. Creo que la mejor manera de lograr este objetivo será
describir cuatro conceptos de la Sabiduría Hiperbórea
y definirlos mediante un lenguaje accesible para Ud. Tales conceptos son: “La Cultura es un arma estratégica enemiga”, “El Yo, en el Hombre Creado, es un producto
del Espíritu Increado”, “La Alegoría del Yo
prisionero”, y “La Estrategia Odal de
los Dioses Liberadores”. Mientras dure la exposición de estos temas
subtitularé los Días: “Síntesis General de la Sabiduría Hiperbórea ”.
Desde luego, que tal síntesis causará
la natural interrupción del relato sobre la historia de la Casa de Tharsis. Es por eso
que, si está muy interesado en continuar con la narración básica, le sugiero
saltearse al día 49. En ese día prosigue la historia y su expectativa quedará
satisfecha, pero le advierto que es indispensable que al final lea los días pasados por alto, para completar su
conocimiento general de la Sabiduría Hiperbórea.
En la carta que escribí el Tercer Día,
expliqué que “el principio para
establecer la filiación de un pueblo aliado de los Atlantes consiste en la
oposición entre el Culto y la
Sabiduría : el sostenimiento de un Culto a las Potencias de la Materia , a Dioses que se
sitúan por arriba del hombre y aprueban su miserable existencia terrenal, a
Dioses Creadores o Determinadores del Destino del hombre, coloca
automáticamente a sus cultores en el marco del Pacto Cultural, estén o no los
Sacerdotes a la vista”. El primer concepto es fácil de comprender como
consecuencia de esta definición. Para el Enemigo del Pacto de Sangre, es decir,
los miembros del Pacto Cultural, “la Cultura es un arma
estratégica”. A lo largo de toda mi carta, ya mostré sobradamente esa
verdad en los múltiples ejemplos en los que se vio a los miembros del Pacto
Cultural ir dominando las sociedades humanas mediante el control de las
principales variables sociales. Sin embargo, la Sabiduría Hiperbórea
afirma que el objetivo enemigo es más sutil y que su Estrategia apunta a
controlar el Espíritu del Hombre, en el hombre, vale decir, se propone
controlar su Yo.
Cuando se realiza la crítica de la
moderna cultura urbana del “Occidente cristiano” suelen detallarse los “males”
que ésta provoca en algunos individuos: la alienación; la deshumanización; la
esclavitud al consumo; la neurosis depresiva y su reacción: la dependencia a
diversos vicios, desde la narcosis hasta la perversión del sexo; la competencia
despiadada, motivada por oscuros sentimientos de codicia y ambición de poder;
etc. La lista es interminable, pero todos los cargos omiten, deliberadamente,
lo esencial, haciendo hincapié, en males “externos” al Alma del hombre,
originados en “imperfecciones de la sociedad”. Como complemento de esta falacia
se argumenta que la solución, el remedio para todos los males, es “el
perfeccionamiento de la sociedad”, su “evolución” hacia formas de organización
más justas, más humanas, etc. La omisión radica en que el mal, el único mal, no es externo al hombre, no proviene
del mundo sino que radica en su interior, en la estructura de una mente
condicionada por la preeminencia de las premisas culturales que sustentan el
raciocinio y que le deforman su visión de la realidad. La sociedad actual, por
otra parte, ha logrado judaizar de tal modo al hombre corriente que le ha transformado
–milagro que no puede ni soñar la biología-genética– a su vez en un miserable
judío, ávido de lucro, contento de aplicar el interés compuesto y feliz de
habitar un Mundo que glorifica la usura. Ni qué decir que esta sociedad, con
sus millones de judíos biológicos y psicológicos, es para la Sabiduría Hiperbórea
sólo una mala pesadilla, la cual será definitivamente barrida al fin del Kaly
Yuga por el Wildes Heer.
En las tradiciones germánicas se
denomina Wildes Heer al “Ejército Furioso” de Wothan. De acuerdo a la Sabiduría Hiperbórea ,
el Ejército de Navután se hará presente durante la Batalla Final , junto
al Gran Jefe de la Raza
Blanca.
Es conveniente resumir, ahora, varios
conceptos complementarios de la Sabiduría Hiperbórea , algunos de ellos ya explicados.
Para la Sabiduría
Hiperbórea , el animal-hombre, creado por El Uno, es un ser
compuesto de cuerpo físico y Alma. Como producto de una Traición Original,
perpetrada por los Dioses Traidores, el Espíritu Increado, perteneciente a una
Raza extracósmica, ha quedado encadenado a la Materia y extraviado sobre
su verdadero Origen. El encadenamiento espiritual al animal hombre causa la
aparición histórica del Yo, un principio de Voluntad inteligente: carente de Espíritu eterno, el animal hombre
sólo poseía un sujeto anímico que le
permitía adquirir cierta conciencia y efectuar primitivos actos psicológicos
mecánicos, debido al contenido puramente arquetípico de tales actos mentales.
Pero de pronto en la Historia ,
por causa de la
Traición Original , aparece
el Yo en medio del sujeto anímico, sumido
en él. Así, el Yo, expresión del Espíritu, surge hundido en la entraña del Alma
sin disponer de ninguna posibilidad de orientarse hacia el Origen, puesto que él ignora que se encuentra en
tal situación, que hay un regreso posible hacia la Patria del Espíritu: el Yo
está normalmente extraviado sin
saber que lo está; y busca el Origen sin saber qué busca. Los Dioses Traidores
lo encadenaron al Alma del animal hombre para que la fuerza volitiva de su
búsqueda inútil sea aprovechada por el Alma para evolucionar hacia la Perfección Final. Sumido en el sujeto anímico, el Yo es incapaz de adquirir el control
del microcosmos, salvo que pase por la Iniciación Hiperbórea ,
la que produce el efecto de aislar al Yo, del Alma, por medio de las
Vrunas Increadas, reveladas al hombre por Navután. Por eso la Sabiduría Hiperbórea
distingue entre dos clases de Yo: el Yo
despierto, propio del Iniciado Hiperbóreo u Hombre de Piedra; y el Yo dormido, característico del hombre
dormido u hombre “normal”, común y corriente, de nuestro días.
Refiriéndose al hombre normal, se
puede decir que el sujeto anímico, con su Yo perdido incorporado, se enseñorea
de la esfera psíquica, a la que puede considerarse, grosso modo, como compuesta de dos regiones claramente
diferenciables y distinguibles: la esfera
de sombra y la esfera de luz;
ambas regiones están separadas por una barrera llamada umbral de conciencia. La esfera de sombra guarda estrecha relación
conceptual con la región de la psique denominada Inconsciente que define la Psicología Analítica del Dr. C. G. Jung. La esfera de luz, es básicamente, la esfera de
conciencia, donde discurre la actividad del sujeto anímico consciente durante
la vigilia. El Yo, que es esencialmente una fuerza volitiva, nada tiene que ver con la naturaleza temporal del
sujeto anímico, pese a lo cual permanece sumido en éste, confundido en su
historia, artificialmente temporalizado,
en una palabra, dormido. Por eso la Sabiduría Hiperbórea
distingue claramente entre dos formas del Yo: el Yo perdido y el Yo despierto.
El Yo perdido es característico del hombre
dormido, del hombre extraviado en el Laberinto de Ilusión del Gran Engaño:
el hombre dormido es aquel animal hombre en cuya Alma está
encadenado, sin saberlo, un Espíritu
Increado.
El Yo despierto, es propio del hombre despierto, es decir, del animal
hombre cuyo Espíritu encadenado ha descubierto el Engaño y procura encontrar el
camino hacia el Origen, la salida del Laberinto. El hombre despierto, el
Iniciado Hiperbóreo es aquél capaz de actuar según el “modo de vida
estratégico” que exige el Pacto de Sangre. Es decir, aquél capaz de aplicar los
principios estratégicos de la
Ocupación , del Cerco, y de la Muralla Estratégica. Con respecto al segundo
principio, en lo que toca a la
Función Regia , dije el Día Decimosexto: Felipe IV
deberá “aplicar el principio del cerco
en el espacio real ocupado”. Según esto, parecería que el principio del
Cerco radicase exclusivamente en el hombre despierto, quien debería “aplicar” o “proyectar” tal principio en el área ocupada; empero, de acuerdo al
principio hermético: “El microcosmos
refleja al macrocosmos”, principio que, tal como se vio en la exposición de
Bera y Birsa, es también cabalístico: Adam
Harishón es el reflejo de Adam Kadmón; ¿quiere decir esto que el principio
del Cerco ha de estar también presente en el macrocosmos, por ejemplo como una ley de la naturaleza? Si ocurriese así,
tal vez se podría, al menos en teoría, detectar en algún fenómeno
característico una cierta función cerco,
que nos revelase por otra vía, esta vez externa, el principio estratégico
mencionado. Aunque puedo adelantar que el resultado será negativo, es
conveniente examinar tal posibilidad de búsqueda externa pues su análisis
permitirá comprender diversos aspectos gnoseológicos y culturales que afectan
al hombre.
Si aceptamos el principio hermético de
equivalencia entre macrocosmos y microcosmos nos resultará evidente que todas las leyes del macrocosmos se
reflejan en leyes análogas del microcosmos. Pero tal correspondencia dista de
ser un mero reflejo pasivo entre estructuras. El hombre, al descubrir y formular leyes,
desequilibra esa relación y asume un papel destacado. Como consecuencia de esa
actitud dominante aparece ahora, separando al Yo del macrocosmos, un modelo
cultural elaborado por un sujeto
cultural en base a principios y conceptos de una estructura cultural. En la Sabiduría Hiperbórea ,
Dr. Siegnagel, se definen y estudian estos tres elementos; sintéticamente, le
diré que el “sujeto cultural” es sólo el
sujeto anímico al actuar dinámicamente sobre una “estructura cultural”
constituida en la “esfera de sombra” de la psique; asimismo, cuando el sujeto
anímico actúa en la “esfera racional”, se lo demonina “sujeto racional”; y si
se manifiesta en la “esfera de conciencia”, “sujeto consciente”; pero siempre,
el Yo se encuentra sumido en el sujeto anímico o Alma, sea racional, cultural o
consciente su campo de acción.
Así, es el “modelo cultural” el principal responsable de la visión deformada
que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, dado que se interpone entre el macrocosmos y el microcosmos. El modelo cultural
es un contenido de la estructura cultural de carácter colectivo o
sociocultural; por lo tanto, consiste en un conjunto sistemático de conceptos,
propuestos por el sujeto cultural y traducido a uno o dos lenguajes habituales,
por ejemplo, matemático y lingüístico. En resumen, el modelo cultural se
compone, normalmente, de principios matemáticos y premisas culturales. El Yo
del hombre cuando se encuentra confundido con el sujeto consciente, acepta
solidariamente como representaciones de los entes externos, como su verdad, los
objetos culturales que proceden del modelo cultural intermediario, objetos
culturales cuyo significado ha sido propuesto por el sujeto cultural como
premisa en lenguaje habitual.
Examinemos ahora qué entiende el
hombre por “ley de la naturaleza”. Sin entrar en complicaciones se puede
afirmar que una ley de la naturaleza es la cuantificación matemática de una
relación significativa entre aspectos o magnitudes de un fenómeno. Aclaramos
esta definición. Dado un fenómeno es posible que por la observación y por la
experimentación empírica se llegue a diferenciar ciertos “aspectos” del mismo.
Si de entre los varios aspectos que se destacan, algunos de ellos resultan como
“relacionados significativamente entre sí”, y si esa relación posee
probabilidad estadística, es decir, se repite un número grande de veces o es
permanente, entonces puede enunciarse una “ley de la naturaleza”. Para ello
hace falta que los “aspectos” del fenómeno puedan reducirse a magnitudes de tal
modo que la “relación significativa” se reduzca a “relación entre magnitudes” o
sea, a función matemática. Las “Leyes” de la física se han deducido de manera
semejante.
El concepto de “ley de la naturaleza”
que he expuesto es moderno y apunta a “controlar” el fenómeno antes que a
explicarlo, siguiendo la tendencia actual que subordina lo científico a lo
tecnológico. Se tienen así fenómenos “regidos” por leyes eminentes a las que no sólo se aceptan como determinantes sino que
se las incorpora indisolublemente al propio fenómeno, olvidando, o simplemente
ignorando, que se trata de cuantificaciones racionales. Es lo que pasa, por
ejemplo, cuando se advierte el fenómeno de un objeto que cae y se afirma que
tal cosa ha ocurrido por que “actuó la ley de gravedad”. Aquí la “ley de
gravedad” es eminente, y aunque “se sabe que existen otras leyes” las que
“intervienen también pero con menor intensidad”, se cree ciegamente que el
objeto en su caída obedece a la ley
de Newton y que esta “ley de la naturaleza” ha sido la causa de su desplazamiento. Sin embargo el hecho concreto es que el
fenómeno no obedece a ley eminente
alguna. El fenómeno simplemente ocurre y nada hay en él que apunte intencionalmente
hacia una ley de la naturaleza, y menos aún una ley eminente. El fenómeno es
parte inseparable de una totalidad que se llama “la realidad”, o “el mundo”, y
que incluye, en ese carácter, a todos
los fenómenos, los que ya han ocurrido y los que habrán de ocurrir. Por eso en
la realidad los fenómenos simplemente ocurren,
sucediendo, quizá, a algunos que ya han ocurrido, o simultáneamente con otros
semejantes a él. El fenómeno es sólo una parte de esa “realidad fenoménica” que
jamás pierde su carácter de totalidad: de una realidad que no se expresa en términos de causa y efecto para sostener el
fenómeno; en fin, de una realidad en la cual el fenómeno acontece independientemente de que su ocurrencia sea o no
significativa para un observador y cumpla o no con leyes eminentes.
Antes de abordar el problema de la
“preeminencia de las premisas culturales” en la evaluación racional de un
fenómeno, conviene despojar a éste de cualquier posibilidad que lo aparte de la
pura determinación mecánica o evolutiva, según el “orden natural”. Para ello
estableceré, luego de un breve análisis, la diferencia entre fenómeno de
“primer” o de “segundo” grado de determinación, aclaración indispensable dado
que las leyes eminentes, corresponden siempre a fenómenos de primer grado.
Para el gnóstico “el mundo” que nos
rodea no es más que la ordenación de la materia efectuada por el Dios Creador,
El Uno, en un principio, y a la cual percibimos en su actualidad temporal. La Sabiduría Hiperbórea ,
madre del pensamiento gnóstico va más lejos al afirmar que el espacio, y todo
cuanto él contenga, se halla constituido por asociaciones múltiples de un único
elemento denominado “quantum
arquetípico de energía”, el cual constituye un término físico de la mónada arquetípica, es decir, de la unidad
formativa absoluta del plano arquetípico.
Estos quantum, que son verdaderos átomos arquetípicos, no conformadores o estructuradores de
formas, poseen, cada uno, un punto
indiscernible mediante el cual se realiza la difusión panteísta del
Creador. Es decir que, merced a un sistema puntual de contacto polidimensional,
se hace efectiva la presencia del Demiurgo en toda porción ponderable de
materia, cualquiera que sea su calidad. Esta penetración universal, al ser
comprobada por personas en distinto grado de confusión, ha llevado a la errónea
creencia de que “la materia” es la propia substancia de El Uno. Tal las
concepciones vulgares de los sistemas panteístas o de aquellos que aluden a un
“Espíritu del Mundo” o “Anima Mundi”,
etc. En realidad la materia ha sido “ordenada” por el Creador e “impulsada”
hacia un desenvolvimiento legal en el
tiempo de cuya fuerza evolutiva no escapa ni la más mínima partícula (y de
la cual participa, por supuesto, el “cuerpo humano”).
He hecho esta exposición sintética de
la “Física Hiperbórea” porque es necesario distinguir dos grados de
determinismo. El mundo, tal cual lo describí recién, se desenvuelve,
mecánicamente, orientado hacia una finalidad; éste es el primer grado del determinismo. Con otras palabras: existe un Plan a
cuyas pautas se ajusta, y a cuyos designios tiende, el “orden” del mundo; la
materia librada a la mecánica de dicho “orden” se halla determinada en primer grado. Pero, como dicho plan, se halla
sostenido por la Voluntad
del Creador, y Su Presencia es efectiva en cada porción de materia, según
vimos, podría ocurrir que El, anormalmente,
influyese de otra manera sobre
alguna porción de realidad, ya sea para modificar
teleológicamente su Plan o para expresar semióticamente su intención, o por motivos estratégicos; en ese caso estamos ante el segundo grado del determinismo.
Por “motivos estratégicos” se entiende
lo siguiente: cuando el hombre despierto emprende el Regreso al Origen en el
marco de una Estrategia Hiperbórea emplea técnicas secretas que permiten
oponerse efectivamente al Plan. En estas circunstancias el Creador, anormalmente, interviene con todo Su
Poder para castigar al intrépido.
Podemos ahora distinguir entre un fenómeno de primer grado y un fenómeno de segundo grado, atendiendo
al grado de determinación que involucra su manifestación. Debe comprenderse
bien que en esta distinción el acento se pone sobre las diferentes maneras con que el Demiurgo puede actuar sobre un mismo fenómeno. Por ejemplo, en el
fenómeno de una maceta cayendo desde un balcón a la vereda, no podemos ver otra
cosa que una determinación de primer grado; decimos: “actuó la ley de
gravedad”. Pero, si dicha maceta cayó sobre la cabeza del hombre despierto,
podemos suponer una segunda determinación o, con rigor, una “segunda
intención”; decimos: “actuó la
Voluntad del Creador”.
Al primer y segundo grado de
determinación de un fenómeno se lo denomina también, desde otro punto de vista,
Primera y Segunda intención del Creador.
En general, todo fenómeno es susceptible
de manifestarse en primer y segundo grado de determinación. Atendiendo a esta
posibilidad convendremos lo siguiente: cuando no se indique lo contrario, por
“fenómeno”, se entenderá aquél cuya determinación es puramente mecánica, es
decir, de primer grado; en caso contrario se aclarará, “de segundo grado” .
Sólo falta, ahora que distinguimos
entre “los dos grados del fenómeno”, aclarar la afirmación que hice al comienzo
de este análisis de que toda ley de la naturaleza, inclusive aquellas
eminentes, describen el comportamiento causal de fenómenos de primer grado de
determinación. Es fácil comprender y aceptar esto ya que cuando en un fenómeno
interviene una determinación de segundo grado, el sentido natural del
encadenamiento mecánico ha sido enajenado temporalmente en favor de una
Voluntad irresistible. En ese caso el fenómeno ya no será “natural” aunque
aparente serlo, sino que estará dotado de una intencionalidad superpuesta de
neto carácter maligno para el
hombre.
Por otra parte, el fenómeno de primer
grado, se manifiesta siempre completo en
su funcionalidad, la cual es expresión directa de su esencia, y a la que
siempre será posible reducir matemáticamente a un número infinito de “leyes de
la naturaleza”. Cuando el fenómeno de primer grado es apreciado especialmente
por una ley de la naturaleza, la
cual es eminente para uno pues destaca
cierto aspecto interesante, es evidente que no se está tratando con el
fenómeno completo sino con dicho
“aspecto” del mismo. En tal caso debe aceptarse el triste hecho de que del
fenómeno sólo será percibida una Ilusión. Mutilado sensorialmente, deformado
gnoseológicamente, enmascarado epistemológicamente, no debe extrañar que los
indoarios calificaran de maya,
Ilusión, a la percepción corriente de un fenómeno de primer grado.
Plantearé ahora un interrogante, cuya
respuesta permitirá encarar el problema de la “preeminencia de las premisas
culturales”, basado en las últimas conclusiones: “si todo fenómeno de primer
grado aparece necesariamente completo (por ejemplo: a las 6 A .M. ‘sale el sol’)”, ¿cuál
es el motivo específico de que su aprehensión por intermedio del “modelo
científico o cultural” impide tratar con el fenómeno en su integridad, y
circunscribe en torno de aspectos parciales del mismo? (por ejemplo cuando decimos:
“la rotación terrestre es la causa
que ha producido el efecto de que a
las 6 A .M.
el sol se haya hecho visible en el horizonte Este”). En este último ejemplo es
evidente que al explicar el fenómeno por una “ley eminente” no se hace más que
referir a ciertos aspectos parciales (la “rotación terrestre”) dejando de lado
–no viéndolo– al fenómeno mismo (“el Sol”). La respuesta a la pregunta
planteada lleva a tocar un principio fundamental de la teoría epistemológica
estructural: la relación que se advierte
entre aspectos de un fenómeno, cuantificable matemáticamente como “ley de la
naturaleza”, se origina en la preeminencia de premisas culturales a partir de
las cuales la razón modifica la percepción del fenómeno en sí.
Demás está decir que esto ocurre por
el efecto “enmascaramiento” que la razón causa en toda imagen reflexionada por
el sujeto consciente: la razón “responde a la interrogación”, es decir, a las
flexiones del sujeto consciente, en el
cual se halla sumido el Yo perdido. Como si se tratase de una fantasía, la
razón interpreta y conforma un esquema racional de la representación del ente
fenoménico, esquema cuya imagen se superpone a la representación y la
enmascara, dotándola del significado proposicional que determinan las premisas
culturales preeminentes.
Cuando se efectúa una observación
“científica” de un fenómeno las funciones racionales se tornan preeminentes a
cualquier percepción, “destacando” con eminencia aquellos aspectos interesantes
o útiles y “desluciendo” el resto (del fenómeno). De este modo la razón opera
como si enmascarara al fenómeno, previamente arrancado de la totalidad de lo
real, y presentara de él una apariencia “razonable” y siempre comprensible en
el ámbito de la cultura humana. Por supuesto que a nadie le importa que los
fenómenos queden, a partir de allí, ocultos tras su apariencia razonable; no si
es posible servirse de ellos, controlarlos, aprovechar su energía y dirigir sus
fuerzas. Al fin y al cabo una civilización científicotecnológica se edifica sobre los fenómenos y aún contra ellos; ¿qué importa si una
visión racional del mundo recorta los fenómenos percibidos y nos enfrenta con
una realidad cultural, tanto más
artificial cuanto más ciegos estemos? ¿qué importa, repito, cuando tal ceguera
gnoseológica es el precio que se debe pagar para disfrutar de las infinitas
variantes que, en términos de goce y confort, ofrece la civilización
científica? ¿Acaso acecha algún peligro que no podemos conjurar técnicamente,
nosotros que hemos eliminado muchas y antiguas enfermedades, que hemos
prolongado la vida humana y creado un hábitat urbano con un lujo nunca visto?
El peligro existe, es real, y amenaza
a todos aquellos miembros de la humanidad que poseen ancestros hiperbóreos; la Sabiduría Hiperbórea
lo denomina fagocitación psíquica.
Es un peligro de género psíquico y de orden trascendente que consiste en la
aniquilación metafísica de la conciencia, posibilidad que puede concretarse en
este o en otro Mundo, y en cualquier tiempo. La destrucción de la conciencia
sucede por fagocitación satánica, es
decir, por asimilación del sujeto
anímico a la substancia de Jehová Satanás. Cuando tal catástrofe ocurre se
pierde completamente toda posibilidad de trasmutación y regreso al Origen.
Sin embargo, conviene repetir que es
la confusión el principal impedimento para la trasmutación del hombre dormido
en Hombre de Piedra. Y, a la confusión permanente, contribuye la ceguera
gnoseológica que mencionaba antes, producto de la moderna mentalidad
racionalista. Se vive según las pautas de la “Cultura” occidental, la cual es
materialista, racionalista, cientificotecnológica y amoral; el pensamiento
parte de premisas culturales preeminentes y condiciona la visión del mundo
tornándola pura apariencia, sin que se note o se tenga idea de ello. La Cultura , entonces,
mantiene en la confusión e impide orientarse y marchar hacia el centro de la
reintegración psíquica, trasmutando al hombre dormido en Hombre de Piedra. ¿Es
por casualidad que tal cosa sucede? Lo he dicho muchas veces: la Cultura es un arma estratégica,
hábilmente empleada por quienes desean la perdición de la Herencia Hiperbórea.
Se
comprueba, así, que el “modelo cultural intermediario”, entre el Yo y el
macrocosmos, dificulta enormemente la posibilidad de encontrar el principio del
cerco en el mundo, como ley de la naturaleza.