Cuadragesimoprimer
Día
La forma en que murió Bonifacio VIII, y la certeza de que el Rey Carlos II permaneció indiferente frente a su
caída, causó gran temor entre los Cardenales güelfos. Como nadie quería correr
su misma suerte, o aún peor, nueve días después el Sacro Colegio se pone de
acuerdo en la identidad del nuevo Papa: el 22 de Octubre de 1303 eligen al
Cardenal Nicolás Boccasini, que toma el nombre de Benedicto XI
y era General de los domínicos. El flamante Pontífice, que aunque no era Domini Canis estaba fuertemente
influenciado por los Iniciados de su Orden, intenta llevar adelante una
política conciliadora con el Rey de Francia e iniciar la reforma de las
escandalosas costumbres Golen que reinaban en el alto clero, pero es envenenado
con unos higos antes de cumplir el año. Como en el caso de Celestino V,
el difunto había sido una solución de conveniencia entre los irreconciliables
partidos eclesiásticos: ambos bandos confiaban íntimamente con dominar al Papa.
Su muerte sumirá a los Cardenales en una larga discusión de 10 meses bajo la
presión, ahora inevitable, de Felipe el Hermoso.
El Rey de Francia ofrece oro, y
protección contra la venganza de los Golen, y va consiguiendo que muchos
Cardenales güelfos vendan su voto. Finalmente, se llega a un arreglo: será
investido un clérigo no perteneciente al Sacro Colegio. Felipe el Hermoso se
reúne con Bertrand de Got, Arzobispo de Burdeos, en Saint Jean d'Angely. El
Arzobispo es un Señor del Perro y el Rey de Francia solicita su colaboración:
quiere que acepte la investidura papal y tome ocho medidas que asegurarán la Estrategia del Reino;
no le oculta que la misión será peligrosa en extremo pues los Golen intentarán
asesinarlo por cualquier medio. Sin embargo, Bertrand de Got acepta. También
cumplirá lo prometido: prueba de ello son las incontables calumnias que los
historiadores sinárquicos han afirmado sobre su memoria; empero, como en el
caso de Felipe el Hermoso, todas las calumnias pierden consistencia y se
desintegran cuando se conoce la
Estrategia que regía y daba sentido a sus actos. Sea como
fuera, el Arzobispo conviene en cumplir con la misión que le propone el Rey:
primero, condenar la obra de Bonifacio VIII; segundo, levantar la excomunión de
Felipe IV; tercero, que la
Iglesia no perciba durante cinco años, de gracia, sus rentas
de Francia, a fin de sanear la economía del Reino; cuarto, rehabilitar a los
Cardenales Colonna y a su familia; quinto, nombrar Cardenales a ciertos Domini Canis que oportunamente se le
indicarían; sexto, aprobar las determinaciones que el Reino adopte contra el
Pueblo Elegido; séptimo, incautar el oro acumulado clandestinamente por las
Ordenes benedictinas cluniacense y cisterciense; octavo, contribuir eficazmente
para lograr la extinción de la
Orden del Temple y el desmembramiento de su infraestructura
financiera.
El 5 de Junio de 1305, los Cardenales
eligen a Bertrand de Got, quien toma el Nombre de Clemente V.
Inmediatamente solicita ser coronado en Lyon, capital del Condado de Provenza.
¿Por qué allí? Es otra larga historia, Dr. Siegnagel, que no podré narrar aquí;
pero le daré una respuesta sintética. Lyon, es una ciudad edificada en un sitio
conocido en la Antigüedad
como Lugdunum, que en galocelta
quería decir colina de Lug; el
nombre se originó porque en aquella colina existía un Templo dedicado al Culto
del Dios Lug. Ahora bien: tal Culto era, en verdad, antiquísimo, del tiempo de
los Atlantes morenos, pero se mantuvo activo aún miles de años después que los
Atlantes hubieron abandonado Europa; ¿cómo?: porque sus descendientes viajaban
desde Egipto para que jamás faltasen Sacerdotes en la Colina de Lug o de Lyg, es
decir, en Lyon. Cuando los Golen vinieron acompañando a la invasión celta del
siglo V A.J.C., decidieron hacer de Lyon su santuario principal. Allí
permanecieron en adelante, durante la dominación romana, borgoñona y franca,
hasta los días de Felipe el Hermoso. Entonces, los Golen prácticamente ocupaban
la región desde cientos de monasterios benedictinos, cluniacenses, y
cistercienses, y extensas encomiendas Templarias: el Culto, desde luego, no
había desaparecido sino que formaba parte de los ritos secretos Templarios,
pues los Caballeros eran quienes custodiaban el sitio exacto del antiguo
Templo. Para aportar sólo un ejemplo esclarecedor, diré que no fue casual que
el papa Golen Inocencio IV convocase el XIII Concilio Ecuménico en la Ciudad de Lyon, en Junio de 1245: el mismo tenía
por objeto decretar la excomunión del Emperador Federico II, lo que se
concretó luego del violento discurso del Papa que versaba sobre “las cinco
llagas de la Cristiandad ”,
de las cuales, la quinta, era el Emperador. Vale decir, que, para condenar a
quien representaba al Emperador Universal del Pacto de Sangre, los Golen se
habían situado en el Templo más sagrado del Pacto Cultural.
Así, pues, el coronamiento de Clemente V tenía
el carácter de un desafío planteado en el corazón mismo del Enemigo. Y el
Enemigo no dejó pasar tan imprudente acción: un sabotaje en un tablado cargado
de gente, en los momentos en que pasaba la comitiva real, causó un
desmoronamiento; Felipe IV y Clemente V salvaron la vida
por Voluntad de los Dioses, pero igual suerte no tuvieron doce príncipes que
murieron en el acto, en tanto que muchos otros quedaron gravemente heridos,
entre ellos Carlos de Valois, hermano del Rey; días después moría asesinado
Gaillard de Got, hermano del Papa. Felipe IV juró entonces obtener Lyon para su
Casa, cosa que efectivamente logró en 1307, y purgarla de Golen. Clemente V,
por su parte, anunció que se dirigiría a Burdeos para poner en orden y entregar
el Arzobispado, pero cayó por sorpresa en Cluny, adonde procedió a incautarse
del oro; para evaluar el dolor, que aquella fulminante venganza habría causado
a los Golen, basta pensar que la recolección del oro demandó cinco días debido
a su extraordinaria cantidad. Pese a todo, Clemente V no huyó de Lyon
sino que regresó y fijó allí su residencia, adonde permaneció hasta 1309, año
en que se trasladó al palacio amurallado de Aviñón, propiedad de la Iglesia.
En conclusión, Dr. Siegnagel, la Sabiduría Hiperbórea
sugiere prestar atención a Lyon, especialmente en nuestros días, pues, así como
el Pueblo Elegido se ha propuesto hacer
oír su voz desde Jerusalén, cuando la obra nefasta de la Sinarquía esté
consumada, así también los Golen se han propuesto hacer oír su voz desde Lyon en ese momento.
Lógicamente, Clemente V tuvo
que simular algún tipo de independencia inicial del Rey de Francia para evitar
una reacción desesperada por parte de los Golen. Con ese fin aparentó ser
afecto a los lujos y placeres mundanos y hasta se amancebó con la Condesa de Perigord, hija
del Conde de Foix, quien no era más que una Iniciada Cátara que hacía de enlace
con los Domini Canis de Tolosa. La
exhibición de tales supuestas debilidades tranquilizó, hasta que fue demasiado
tarde, a los Golen. Sin embargo, la fidelidad de Clemente V al
Círculus Domini Canis, y su Honor inquebrantable, pueden comprobarse
observando, no su conducta personal, sino la forma en que cumplió con la
misión. Para mencionar algunos de sus decretos más notables comencemos
recordando, por ejemplo, que en el año 1306 confirmó la ley de Felipe IV
por la cual, en un mismo día, fueron expropiados todos los bienes de los judíos
y conminados estos, sopena de ejecución, a abandonar Francia en un tiempo
brevísimo. Según una bula, los Colonna volvían a ser católicos y se les debían
restituir sus títulos y propiedades; según otra, la Iglesia se comprometía a
no percibir ni un luis del Reino de Francia durante los años siguientes. A
solicitud de Felipe el Hermoso sus legistas gestionaron un proceso eclesiástico
post mortem a Bonifacio VIII,
el que contó con la aprobación de Clemente V; a su término, el Papa emitió la bula Rex Gloriae, en Abril de 1311, donde se
resumen las conclusiones: en esa bula, res
visenda, se ordena que todas las bulas de Bonifacio VIII contra Felipe IV
fuesen quemadas públicamente; Felipe IV era inocente y “católico fidelísimo”;
como también serían inocentes del atentado de Anagni Nogaret, Sciarra, y
Charles; Bonifacio VIII, por otra parte, no fue declarado
hereje sino culpable de obstinatio
extrema. Y agreguemos que en el curso de su pontificado acabó apoderándose
de la mayor parte del oro acumulado por las Ordenes benedictinas, fingiendo
siempre una insaciable ambición, y que hizo oídos sordos a los reclamos de los
banqueros lombardos, víctimas de una ley de expropiación que confiscaba sus
propiedades en Francia.
Es evidente, pues, que Clemente V llevó
a cabo todas las metas de su misión o dispuso los medios jurídicos para que las
mismas se concretasen. Justamente en una entrevista celebrada en Poitiers, en
1306, con Felipe el Hermoso, los dos Iniciados acordaron el modo de disolver la Orden del Temple: para
Clemente V, Señor del Perro, aquello representaba el octavo objetivo de
la misión y constituiría el acto estratégico más importante de su pontificado;
para Felipe IV, significaba la neutralización de la “II línea táctica” del Enemigo, tal como expliqué el Día
Trigésimo. Naturalmente, no se comprenderá el por qué un Rey poderoso como
Felipe IV, y un Papa que era el Superior General de la Orden , debían efectuar una
planificación secreta para extinguirla, si no se realiza el esfuerzo de
imaginar en qué consistía efectivamente la Orden del Temple en el siglo XIV, la magnitud de su potencia
económica, financiera y militar. Mas, si se repara en ello, resultará claro que
la Orden estaba
en condiciones de presentar varios tipos de respuestas, militares o económicas,
que podrían poner en serias dificultades a Felipe IV. Hay que tener
presente que los planes de la Fraternidad Blanca se apoyaban, en gran medida,
en esta Orden, y que la
Estrategia del Circulus
Domini Canis exigía su destrucción
para asegurar el fracaso de esos planes: el golpe, entonces, tendría que ser
contundente y sorpresivo.
Mas no se trataba sólo de impuestos:
los Templarios, desde el advenimiento de Felipe IV, venían desarrollando un plan destinado a quebrar la
economía del Reino mediante el empobrecimiento de la nobleza feudal y el
despoblamiento del campo. Sus productos alimenticios, ofrecidos en las ciudades
a precios de dumping o simplemente
regalados en los monasterios, tornaban inútil cualquier intento de
planificación económica estatal o explotación racional de los recursos
nacionales; en consecuencia, los Señores Feudales, que sólo tenían la tierra como fuente de ingresos, se empobrecían cada
vez más a causa de la desvalorización de los frutos del campo mientras
aceptaban como una solución que los campesinos, agobiados de impuestos y a
quienes ya no podían alimentar, emigrasen a las ciudades. Por supuesto que
semejante tarea subversiva estaba acorde con la Estrategia Golen :
ésta requería la destrucción de la nobleza y el debilitamiento de la monarquía
como paso previo a la instauración del Gobierno Mundial teocrático, el cual
sería aún una etapa anterior a la
Sinarquía del Pueblo Elegido. Ante la actitud gibelina de
Felipe IV, la Orden
del Temple no había hecho más que intensificar una política que estaba en la
entraña de su razón de existir. Empero, según vemos, esa política iba a tener
sorpresivo fin.
Cabe agregar que la economía
antinacional de los Templarios se complementaba en su capacidad destructiva con
la ofensiva comercial lanzada sobre Francia por las ciudades italianas. Pero
esto tiene otra explicación. Cuando Felipe IV recibió el Reino, era casi una aventura
internarse en los caminos de Francia para practicar el comercio; el peligro
radicaba en que el trayecto, por lo general, atravesaba numerosos feudos cuyos
Señores, empobrecidos por las causas apuntadas, solían gravar con pesados y
arbitrarios tributos a las mercaderías en tránsito: eso en el mejor de los
casos, pues la más de las veces algún Señor, demasiado celoso de sus derechos,
procedía a despojar a los mercaderes de la totalidad de su carga. Mas si esto
no ocurría, el negocio era igualmente riesgoso debido a la acumulación de
gravámenes que se sumaban al final del camino. Demás está decir que los Señores
feudales, aparte de controlar los caminos, disponían de ejércitos propios con
los que guerreaban entre ellos e imponían en cada región su propia ley. Felipe IV,
al constituir la Nación
Mística , se propuso solucionar este problema de entrada. En
su nombre, Enguerrand de Marigny dio la solución: el Rey no debería recurrir
jamás, salvo en caso de Guerra exterior, a las tropas de los Señores. Surgía
así, de la Escuela
de legistas seglares Domini Canis,
el concepto de la seguridad interior,
definido prácticamente en base a la hipótesis del conflicto interior. La solución de Marigny consistía en crear una
especie de cuerpo de policía real, la milicia del Rey, encargada de patrullar
todos los caminos y hacer cumplir las leyes del Reino: junto a ellos irían,
luego, los recaudadores de impuestos. Las tropas reales, habitualmente
mercenarias, pronto hicieron entrar en razón a los Señores y en poco tiempo los
caminos, no sólo se habían tornado seguros para el comercio, sino que se cobraba
un único impuesto en cualquier región del Reino.
Fue esa situación de seguridad y orden
lo que atrajo la codicia de los comerciantes extranjeros. Las ciudades
italianas, en particular, disponían de flotas que recorrían el mundo
adquiriendo los artículos más variados y exóticos, frente a los cuales no había
posibilidad de plantear competencia alguna. Las ciudades francesas se vieron
así inundadas de productos importados que contribuían día a día a destruir aún
más la economía del Reino: mientras los comerciantes y mercaderes extranjeros
se enriquecían, a menudo vendiendo mercadería de contrabando, el Reino debía
afrontar el enorme gasto que representaba garantizar militarmente aquella
seguridad interior. Por eso la moneda se envilecía y surgía la inflación; y los
gremios de artesanos, incapaces de competir con los productos extranjeros,
caían en la miseria y arrastraban a la industria nacional en la peor depresión.
Aparte del dumping Templario, un
riguroso análisis de los Domini Canis,
demostró a Felipe IV quiénes eran los culpables ocultos de
aquella situación: los banqueros lombardos y los miembros del Pueblo Elegido.
Los banqueros lombardos financiaban a las compañías italianas que operaban en
Francia, cosa que también hacía la Banca Templaria. Y los miembros del Pueblo
Elegido se contaban entre los principales apoyos interiores de las compañías y
capitales extranjeros: muchos de ellos tenían lazos de parentesco con los
banqueros judíos de Venecia o Milán, o con los dueños de grandes compañías,
mientras que otros traicionaban a la
Nación francesa por mero amor al lucro. Felipe IV
sería inflexible con tales alimañas: a unos, sólo los expropió, pues radicaban
en otros países; pero a otros los expropió y expulsó del Reino, ya que carecían
de las virtudes éticas necesarias para merecer el derecho de residencia.
Regresando a los Templarios, espero
que ahora, a la luz de su desmesurado patrimonio territorial y productivo, se
tenga una visión más realista sobre el por qué el Rey de Francia y Clemente V debían
avenirse a tratar con mucha cautela sobre el problema de la Orden del Temple. Aquellas
90.000 encomiendas, por seguir con el ejemplo, estaban atendidas por 30.000
monjes, tres mil Caballeros, y 270 mil laicos, lo que representaba una eventual
fuerza guerrera muy superior al ejército nacional
de Felipe el Hermoso: una reacción militar templaria difícilmente sería
contenida en Francia a otro precio que el de grandes bajas en el ejército
nacional, hecho que podría determinar el fin de la Estrategia Hiperbórea
de la Nación Mística
y el resurgimiento de la teocracia papal; podrían entonces, pese a todo,
triunfar los planes de la Fraternidad Blanca. Por otra parte, baste
recordar lo dicho el Día Decimoctavo sobre el poderío financiero de la Orden para comprender que si
en cada una de las 90.000 encomiendas se podía obtener dinero a préstamo,
depositarlo, o girarlo a cualquiera de las otras, se estaba en presencia de la
más formidable red bancaria del mundo, sólo equiparable, pero no superada en
volumen de infraestructura, a las modernas corporaciones financieras hebreas de
Roquefeller, Rotschild, Kuhn-Loeb, u otros benefactores de la Humanidad. Será
fácil deducir que tal organización debía contar con una afinada red de espías,
dedicados a obtener la información económica y política necesaria para dirigir
la marcha de los negocios. Se entenderá, así, que la más pequeña filtración de
los proyectos diseñados por Felipe el Hermoso y Clemente V podría llegar
rápidamente a oídos del Gran Maestre y de la Plana Mayor Golen y
causar la consiguiente alarma. Mejor Estrategia sería exponer como temas de la
entrevista otras preocupaciones diferentes: una discusión por la cuestión de
las rentas eclesiásticas, por ejemplo; o la situación de la Cristiandad en
Oriente; o la actitud del Rey de Inglaterra, etc. Pero el verdadero y secreto
motivo de la entrevista de Poitiers, como la Historia se encargó de
demostrarlo, fue proyectar la
Estrategia que haría posible extinguir a la Orden del Temple y
desmantelar su gigantesca infraestructura.