LIBRO SEGUNDO - DIA 56


Quincuagesimosexto Día


El terrible Inquisidor que fue Ricardo de Tharsis estaba casado con una dulce Dama que era nieta del Conde de Tarseval, es decir, que era su sobrina segunda. De esa unión, nació en 1502 Lito de Tharsis, a quien el padre pensaba reservar como su sucesor en la tarea de exterminar a los judíos y Golen españoles. Con ese fin, desde pequeño lo sometió a una instrucción rigurosa en varios Conventos domínicos y en la Facultad de Teología en la Universidad de Salamanca. Allí se recibió de Bachiller y Doctor en Leyes, egresando a los diecisiete años e incorporándose de inmediato al Tribunal de la Inquisición. Durante su paso por la Universidad, el joven Lito había dado muestras de una preclara inteligencia que lo conducía incluso a superar a sus propios profesores, mas, como además era noble y humilde, tal virtud lejos de causar el resentimiento de sus pares y superiores producía general admiración. Lo que más asombraba a todos era su prodigiosa capacidad para asimilar las lenguas más dispares: aparte del latín y del griego, y de los dialectos españoles tales como el castellano, el catalán y el vasko, hablaba fluidamente en árabe, portugués, francés y alemán.
En  1522, comprendiendo Ricardo que aquella predisposición para el conocimiento debía ser encaminada, lo envió a Turdes para que los Hombres de Piedra lo iniciasen en la Sabiduría Hiperbórea. Los Noyos habían restituido la Virgen de la Gruta en la Capilla Privada de la Casa Señorial, aunque el Niño de Piedra carecía ahora de la mano derecha, extrañamente mutilada la Noche de la Lejía. Lito de Tharsis, que al decir de los Hombres de Piedra estaba experimentando la trasmutación más profunda de que se tuviera memoria en la Casa de Tharsis, solía pasar todo su tiempo libre en la Capilla, penetrando como nadie en el Misterio de la Vida Increada y de la Muerte Kâlibur de Pyrena. Cuando recibió la Iniciación Hiperbórea, ahora con el concurso del Signo Vrúnico Tirodinguiburr, advirtió a los Hombres de Piedra que además de depositar la Semilla del Niño de Piedra en su Corazón, la Virgen le había revelado una Estrella Interior, un Astro verde al que podría arribar siempre que quisiera: tomando por un íntimo camino espiritual y situando su Yo en aquella Estrella, la antigua Ciencia Lítica de los Atlantes Blancos no tenía Secretos para él. Era, decía, como ascender a la cima de una montaña y contemplar un vasto paisaje contextual que descubría el significado estratégico de las construcciones megalíticas. Y junto con la Sabiduría perdida, en el Astro interior, había reencontrado a su Amada del Origen, quien le aguardaba desde su Extravío y Caída, más allá del Infierno y del Paraíso, para regresar con él a la Patria del Espíritu Increado.
Indudablemente, Lito de Tharsis poseía entonces el segundo grado de la Iniciación Hiperbórea, vale decir, era un Pontífice Hiperbóreo, un Constructor de Piedra capaz de tender un puente entre lo Creado y lo Increado. En la Casa de Tharsis comenzó a fundarse la sospecha de que estaban en presencia del Iniciado anunciado por el Capitán Kiev, aquél que vería la Señal Lítica de K'Taagar en la Piedra de Venus. Esa presunción comenzó a afirmarse cuando Lito manifestó su vocación por el Noyvrayado y decidió tomar la Guardia de la Espada Sabia: en 1525, sin dificultad alguna, ingresó en la Caverna Secreta  y permaneció allí por el término de cinco años, en Compañía de dos Noyos que custodiaban la Espada desde varios años antes.
Las facultades iniciáticas del Noyo Lito se fueron desarrollando intensamente durante los años que duró su retiro, proceso que se aceleró aún más cuando la imagen comenzó a surgir de la Piedra, es decir, hacia el cuarto año de Guardia. Inicialmente borrosa, meses después la estampa de una escena megalítica aparecía sobre la Piedra de Venus, a punto tal que los otros Noyos también la percibían, aunque sin detalles. Al Noyo Lito, en cambio, luego de ser clara con sólo posar la vista sobre la Piedra de Venus, la imagen le comunicó también en varias ocasiones unas palabras que todo su poder filológico no conseguía interpretar, a pesar de que era evidente la presencia de numerosas raíces indoeuropeas. Las palabras eran:

           –¡Apachicoj Atumuruna!
           –¡Apachicoj Atumuruna!
–¡Purihuaca Voltan guanancha unanchan huañuy!                       ¡Pucara Tharsy!
                       
Y he aquí lo que representaba la imagen. Como fondo, se apreciaba una cadena de montañas o sierras carentes de vegetación; de ellas, dos se destacaban porque sus laderas formaban una profunda abra en medio de la figura, de donde se veía surgir un hilo de agua que regaba un igualmente árido valle. Pero estos elementos constituían el fondo; lo que realmente dominaba la escena era una loma de suave declive, sobre cuya aplanada cumbre se erigía un enorme meñir color negro, rodeado por un círculo de ocho meñires de menor tamaño. Y eso era todo, salvo los detalles menores: el cielo celeste, sólo empañado por algunas níveas nubes, y el suelo donde se asentaban los meñires, compuesto por una tierra marrón rojiza de la que brotaban ralos algunos pastos bajos y espinosos.
El misterio de aquella inmutable visión se fue aclarando con el correr del tiempo y hacia fines de 1529 Lito de Tharsis ya se había formado una idea general de su significado; sueños y mensajes telepáticos le aportaron la información complementaria que necesitaba. Según su convicción, la Piedra de Venus estaba revelando aquel lugar situado “en un país lejano y desconocido” que mencionara el Capitán Kiev; un país que existía “más allá del Mar Occidental”, agregaban ahora los Mensajes de los Dioses, y que no podía quedar más que en la recientemente descubierta América. Los meñires habían sido puestos por los Atlantes blancos mediante una técnica especial que tornaba el área invulnerable frente a los posibles ataques de los agentes de la Fraternidad Blanca: en aquella plaza liberada, como en la Caverna Secreta, los Hombres de Piedra podrían resistir indefinidamente la presión de las Potencias de la Materia. Justamente, la siguiente tarea de Lito de Tharsis, y los Hombres de Piedra valentininos, sería la de hallar ese rastro y refugiarse junto a sus meñires hasta los días de la Batalla Final, única manera de sobrevivir para entonces, puesto que los Demonios los buscarían por todo el Mundo con ahínco creciente a medida que tales días se aproximaran.
De acuerdo a lo que advertían los Dioses en sus Mensajes, el peligro no sería despreciable pues la persecución se iniciaría en el mismo momento en que extrajesen la Espada Sabia de la Caverna Secreta, y posiblemente fuera llevada a cabo por Bera y Birsa en persona. La Fraternidad Blanca, aseguraban los Dioses Liberadores, había concedido fundamental importancia al “descubrimiento” de América para sus futuros planes sinárquicos y no estaba dispuesta a arriesgarlos nuevamente; cuando la Espada Sabia saliese a la Luz del Sol, Yod, el Ojo de Jehová Satanás Que Todo lo Ve, observaría en el acto a sus portadores y la Fraternidad Blanca sabría de inmediato que aún quedaban Señores de Tharsis con vida en este Mundo: la reacción de los Demonios sería previsible; Ellos, que habían propiciado el “descubrimiento”, cultural, de América por medio de sus agentes, el judío Cristóbal Colón y cientos de judíos marranos al servicio de los Golen, harían todo lo posible para detenerlos y robar la Piedra de Venus; el Circulus Domini Canis, por el excesivo celo puesto en reprimir la acción judaica y Golen, en España y Europa, se dejó sobrepasar estratégicamente y descuidó la cuestión del Nuevo Mundo: ahora ocurría que la Orden de Predicadores estaba infiltrada por cientos de domínicos marranos que sólo ambicionaban dirigirse a América en compañía de miles de sus hermanos de Raza, a quienes se permitía abandonar las cárceles y sus lóbregos guetos para participar de la “conquista”. Ante esta realidad, el juicio de los Dioses sugería obrar con extrema cautela en todas las etapas de la operación. ¿Cómo irían a América? Los Dioses lo habían previsto, pronto lo comprobarían.

Lito de Tharsis y uno de los Noyos, de nombre Roque, se reunieron en Turdes con Ricardo de Tharsis y los restantes Hombres de Piedra de la familia de Valentina. Todos estuvieron de acuerdo en que se había cumplido la profecía del Señor de Venus y que el ansiado momento de partir se hallaba próximo: a Lito de Tharsis le correspondería el Alto Honor de transportar la Espada Sabia al sitio dispuesto por los Dioses. Pero no todos podrían partir; Ricardo de Tharsis estaba viejo para emprender semejante viaje, y en situación análoga se encontraban otros dos Caballeros y dos Damas; una Dama más joven, sin embargo, podría acompañarlos pero sólo hasta algún poblado, porque sería difícil que se le permitiese integrar una expedición militar. Y aparte de los tres Noyos, también estaban en condiciones de ir dos frailes domínicos, que oficiaban de inquisidores junto a Ricardo de Tharsis. Si todo salía bien, los viajeros mandarían a buscar a los que se quedaban; en caso contrario, éstos se unirían a la Estrategia de la rama alemana de la familia.
El problema del viaje, como dije, se resolvió fácilmente gracias a la providencia de los Dioses, pues un joven explorador alemán, al servicio de la Casa Welser, era un pariente lejano de los Señores de Tharsis. Nicolaus de Federmann, en efecto, ostentaba el linaje de los Señores de Tharsis austríacos por la línea materna y estaba entonces en América. El Rey Carlos I, y Emperador Carlos V de Alemania, contrajo una deuda de 150.000 ducados con la Casa Welser de Augsburgo firmando, como una suerte de garantía real, una capitulación en Burgos por la que se autorizaba a dicha Banca a establecerse y explotar una región de América. Tal región era la comprendida por el actual territorio de Venezuela, desde el Cabo de la Vela hasta Maracapana, y la Compañía se imponía la obligación de fundar dos ciudades y tres fortalezas, en las que podría nombrar un Gobernador o Adelantado con la anuencia real. En el año 1527 Juan Ampúes fundó allí la ciudad de la Vela de Santa Ana de Coro, donde se instaló en 1528 Ambrosius de Alfinger, el primer Gobernador nombrado por los Welser, quien llevó como lugarteniente a Nicolaus Federmann. En 1530, luego de aquella reunión de Lito de Tharsis con los Hombres de Piedra para decidir el viaje a América, descubren por medio de noticias provenientes de la rama vrunaldina la existencia de aquel pariente, y se ponen en contacto con él a través de la lenta correspondencia que los domínicos mantenían con los frailes misioneros. Se procuraba, en todo caso, no arriesgar información de ese modo y por eso las misivas sólo se referían a la necesidad de sostener una entrevista personal con el explorador “por motivos vitales que entonces se aclararían”. Algo difícil de concretar en esos días debido a que Federmann concurría en peligrosísima exploración al corazón de la selva venezolana en busca del oro de los indios.
De todos modos, los Señores de Tharsis se trasladaron al puerto de Sevilla y comenzaron a preparar su propia expedición, descontando la ayuda de Federmann. En este caso la suerte sonrió a los Señores de Tarsis en 1532, aunque no así a Ambrosius de Alfinger, al que una flecha con curare envió a mejor vida. Porque fue la muerte del Gobernador lo que trajo a Nicolaus de Federmann a Europa, con el propósito de reclamar para sí aquel puesto que justamente había ganado. Los Welser, sin embargo, otorgaron el cargo a Georg de Spira, un hombre de prestigio que contaba con notables influencias y amigos poderosos, nombrando en compensación a Federmann Teniente General del Gobernador. Y fue en 1533, mientras el alemán se ocupaba de equipar la flota de los Welser, que todos se juntaron en Sevilla.
Nicolaus de Federmann no era Iniciado ni tenía conocimientos de magia o esoterismo, pero llevaba en sus venas la Sangre de Tharsis. Enseguida comprendió que la misteriosa causa que llevaba a sus parientes a América debía ser apoyada y accedió en todos sus puntos a efectuar el plan que éstos le proponían; un secreto instinto le decía que no se equivocaba, que algo superior al oro, por el cual estaba dispuesto a morir, guiaba a aquellos aventureros: lo podía percibir en el aire cuando estaba en su presencia; y por si fuera poco, ellos también pagaban con oro: con buen oro español, pues sus parientes resultaban ser muy ricos. Sí, Nicolaus de Federmann se jugaría por los Señores de Tharsis. El plan parecía simple: habría que transportar a seis de ellos; tres eran Caballeros y sería fácil contratarlos; otros dos, frailes domínicos, ya disponían de la dispensa eclesiástica, y además, para satisfacción de los Welser, eran expertos mineros y especialistas en metales finos, un arte altamente apreciado en esos días en que se requería fundir las insólitas aleaciones de los objetos indígenas para rescatar el oro y la plata que contenían; el único problema lo representaba la Dama, quien tendría que aguardar en Coro hasta el regreso de sus hermanos y tíos; y los de Tharsis ofrecían sufragar, asimismo, los gastos de diez soldados catalanes de su propia tropa de infantería, lo que no ofrecía inconveniente alguno ya que en cada expedición americana se requerían ingentes cantidades de efectivos militares. Ya en América, Nicolaus trataría de orientarlos en la búsqueda de una extraña construcción de piedra que ellos aseguraban existía “hacia el Sur”. Cómo lo sabían era cosa que pronto desistió de averiguar debido al cerrado hermetismo de los españoles. Pero otra cosa era segura: a éstos no interesaba el oro, piedras preciosas o perlas, que pudiesen hallar en esa búsqueda; cualquier objeto de valor le pertenecería puesto que ellos sólo querían encontrar aquel lugar.

La primera Nao enviada por Francisco Pizarro con una muestra del rescate de Atahualpa llegó a Sevilla el 5 de Diciembre de 1533 y la segunda, con Hernando Pizarro a bordo, el 9 de Enero de 1534; transportaban 100.000 castellanos de oro, unos 450 kilogramos, que sólo constituía una tercera parte de lo que le correspondía al Rey: en el Perú, Francisco Pizarro se había apoderado para ese entonces de nueve toneladas (9.000 kg.) de oro puro y cincuenta (50.000 kg.) de plata. Tales hechos pusieron en estado frenético a los ávidos Welser, que pretendían obtener un rédito semejante de su colonia americana, y aceleraron la partida de  Georg de Spira y Nicolaus de Federmann. A fines de Enero de 1534 zarpaba del Guadalquivir de Sevilla la flota que traía a América a Lito de Tharsis y a los cinco Hombres de Piedra que lo secundaban.
Los Señores de Tharsis se habían aprovisionado de abundantes víveres, ropa y equipo militar, además de veinte caballos, tres perros dogos españoles y tres docenas de pollos de Castilla. Una semana antes de partir, Lito de Tharsis retiró la Espada Sabia de la Caverna Secreta, cubrió la Piedra de Venus con una cinta de moño cruzada en el arriaz, y ciñéndosela en la cintura, emprendió el sendero sin regreso hacia el puerto de Sevilla y América: por primera vez en 1.800 años, desde la caída de Tharsis a manos de los fenicios y Golen, la antigua Espada de los Reyes iberos abandonaba la Caverna Secreta. Tres Noyos la custodiarían ahora en aquel incierto viaje, uno de ellos el Hombre de Piedra más perfecto que jamás produjera la Casa de Tharsis. Mas ¿alcanzaría su Sabiduría para librarlos de los diabólicos poderes de Bera y Birsa, quienes saldrían inmediatamente en su persecución? Sólo en el futuro cercano comprobarían la respuesta afirmativa.


Ni bien la proa de la fragata de los Welser ingresó en el Océano Atlántico, la mirada de los Hombres de Piedra se dirigió hacia la Costa de la Luz, que dejaban atrás: setenta kilómetros al N.E. se hallaba Onuba, uno de los antiguos puertos del Imperio Tartesio, y también Rus Baal, la Peña de Saturno, donde Quiblón recibiera la Shekhinah. Los seis estaban apoyados sobre una barandilla de la amurada de estribor, pero sus mentes viajaban hacia Onuba, en la confluencia de los Ríos Tinto y Odiel; y luego subían por el Odiel, hasta Turdes, y se detenían en la ciudadela de Tharshish, ahora nuevamente viva y poderosa en el escenario de la imaginación; veían a sus antepasados, los Reyes iberos Señores de Tharsis, sostener con el compromiso de sus vidas las pautas del Pacto de Sangre; en soledad, aquella Estirpe se había enfrentado a Todo y a todos para cumplir con la misión encomendada por los fundadores Atlantes blancos, para mantener la lealtad a los Dioses Liberadores; una soledad que es el precio a pagar por quienes son en verdad Extranjeros en el Universo, por aquellos que exhiben la Intrepidez de Nimrod y el Valor de sus guerreros kassitas, por quienes poseen o buscan la Sangre de Tharsis: la Soledad Absoluta, que en la Tierra deben padecer los Guerreros Sabios, los Iniciados Hiperbóreos, los Hombres de Piedra, los Espíritus Increados; y la mente se dirigía entonces al Cerro Char, frente al Rostro de Piedra de Pyrena, en la Epoca en que el Misterio del Fuego Frío se oficiaba libremente y los Elegidos concurrían de todas partes del Mundo para morir o encontrar la Verdad Desnuda de Sí Mismo; la Fraternidad Blanca, la Orden de Melquisedec, los Atlantes morenos, los Sacerdotes de todos los Cultos, los Golen, los Inmortales Bera y Birsa, los Templarios, los miembros del Pueblo Elegido, los partidarios de la Sinarquía Universal, Siervos de las Potencias de la Materia, Adoradores de Jehová Satanás, Enemigos Terribles de la Casa de Tharsis: Ellos los persiguieron durante milenios, causaron la destrucción de Tharshish y la desaparición pública del Misterio del Fuego Frío, procuraron extinguir la Estirpe de Tharsis y ocultar la Sabiduría Hiperbórea, e intentaron por todos los medios apoderarse de la Espada Sabia y su Piedra de Venus; y la mente volaba en el acto a la Caverna Secreta, y apreciaba con orgullo el silencioso sacrificio de decenas de Noyos y Vrayas custodiando la Espada Sabia, purificando la Sangre  y aguardando con la paciencia del cazador la Señal Lítica de K'Taagar, la llamada racial que autorizaba a dirigirse hacia la Morada de los Dioses Leales al Espíritu del Hombre; ahora los Señores de Tharsis podrían realizar el milenariamente ansiado viaje si lo deseaban: un Noyo, el Más Grande de Todos, Lito de Tharsis, había visto la Señal y conocía el Secreto del Regreso; pero los Señores de Tharsis no partirían aún; aguardarían todavía un tiempo más, un instante de la Historia, hasta la Batalla Final; el Capitán Kiev, un Señor de Venus, les comunicó que Navután, el Señor de la Guerra, consideraba a su Mundo como el más Real de todos los Mundos posibles: y en ese Mundo, en este Mundo, ellos habrían de contribuir a protagonizar la última Batalla de la Guerra Esencial, junto a Su Enviado, el Gran Jefe Blanco, el Señor de la Voluntad y el Valor Absolutos; y hacia allí iban los Señores de Tharsis, hacia una plaza liberada megalíticamente por la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos, un lugar donde resistirían con la Espada Sabia hasta los días de la Batalla Final; y la mente regresaba así, nutrida de Determinación y Valor, hasta los Hombres de Piedra que se alejaban de la costa española en una fragata de la flota de los Welser.