LIBRO SEGUNDO - DIA 44


Cuadragesimocuarto Día


Síntesis General de la Sabiduría Hiperbórea:
Los conceptos complementarios precedentes, han puesto de manifiesto el hecho de que una “ley de la naturaleza” se origina en ciertas relaciones que el juicio racional establece entre aspectos significativos. Mi propósito es dejar en claro que aunque dichos aspectos pertenecen verdaderamente al fenómeno, la relación que dio lugar a la ley eminente ha sido creada por la razón y de ningún modo puede atribuirse al fenómeno mismo. La razón, apoyada en premisas culturales preeminentes, utiliza al mundo como modelo proyectivo o de representación de modo tal que un fenómeno cualquiera exprese correspondencia con una concepción intelectual equivalente. De este modo el hombre se sirve de conceptos racionales del fenómeno que guardan una débil vinculación con el fenómeno en sí, con su verdad.
Al efectuar razonamientos y análisis sobre la base de tales conceptos se suma el error y el resultado no puede ser otro que la paulatina inmersión en la irrealidad y la confusión. Este efecto es buscado por el Enemigo, lo he dicho. Se verá luego cuál es el modo de evitarlo que enseña la Sabiduría Hiperbórea.
Al mencionar, anteriormente, el principio hermético dije que todas las leyes del macrocosmos se reflejan en leyes equivalentes del microcosmos. Pero “las leyes de la naturaleza” del macrocosmos no son sino representaciones de un modelo matemático originado en la mente humana, es decir, en el microcosmos, según he analizado. En el proceso que da lugar a la “idea científica” de un fenómeno concurren elementos de dos fuentes principales: los “principios matemáticos” y las “premisas culturales preeminentes”. Los “principios matemáticos” son arquetípicos, provienen de estructuras psicológicas hereditarias: cuando “aprendemos matemática”, por ejemplo, sólo actualizamos conscientemente un número finito de sistemas formales que pertenecen al ámbito de la Cultura, pero los “principios matemáticos” no son en verdad “aprendidos” sino “descubiertos” pues constituyen matrices básicas de la estructura del cerebro. Las “premisas culturales preeminentes” surgen de la totalidad de los elementos culturales, aprendidos a lo largo de la vida, que obran como contenido de los sistemas de la estructura cultural y a los cuales acude el sujeto cultural para formular los juicios.
La distinción que he hecho entre “principios matemáticos” y “premisas culturales preeminentes”, como dos fuentes principales que intervienen en el acto mental de formular una “ley de la naturaleza”, va a permitir exponer una de las tácticas más efectivas que emplea el Creador para mantener a los hombres en la confusión y el modo cómo los Dioses Leales la contrarrestan, induciendo carismáticamente a estos a descubrir y aplicar la “ley del cerco”. Por eso he insistido tanto en el análisis: porque nos hallamos ante uno de los principios más importantes de la Sabiduría Hiperbórea y, también, uno de los secretos mejor guardados por el Enemigo.
Cuando se conoce el principio que dice “para la Sinarquía, la Cultura es un arma estratégica” suele pensarse que el mismo se refiere a la “Cultura” como algo “externo”, propio de la conducta del hombre en la sociedad y de la influencia que ésta ejerce sobre él. Este error proviene de una incorrecta comprensión de la Sinarquía, a la cual se supone sea una mera “organización política”, y del papel que ella juega en el Plan del Demiurgo terrestre Jehová Satanás. La verdad es que el hombre procura orientarse hacia el Origen y no lo consigue por el estado de confusión en que se halla; a mantenerlo en ese estado contribuye la Cultura como arma estratégica enemiga; pero si este ataque proviniera solamente de lo exterior, es decir, de la sociedad, bastaría con alejarse de ella, con hacerse ermitaño, para neutralizar sus efectos. Sin embargo está suficientemente comprobado que la soledad no basta para evitar la confusión y que, por el contrario, ésta suele aumentar en el retiro más hermético, siendo muy problable que por ese camino se pierda la razón mucho antes de encontrar el Origen. Son los elementos culturales interiores los que confunden, desvían, y acompañan al hombre en todo momento. Es por eso que el Yo despierto debe liberarse previamente del obstáculo que imponen los elementos culturales si pretende salvar la distancia que lo separa del Origen.
Un Yo despojado de toda moral, de todo dogma, indiferente a los engaños del mundo pero abierto a la memoria de sangre, podrá marchar gallardamente hacia el Origen y no habrá fuerza en el universo capaz de detenerlo.
Es una bella imagen la del hombre que avanza intrépidamente, envuelto en el furor guerrero, sin que los Demonios consigan detenerlo. Siempre la presentaremos; pero, se preguntará: ¿cómo es posible adquirir tal grado de pureza? Porque el estado normal del hombre, en esta etapa del Kaly Yuga, es la confusión. Explicaré ahora, en respuesta a tan sensata pregunta, la táctica de los Dioses Leales para orientar a los hombres espirituales y neutralizar el efecto de la Cultura sinárquica.
En el hombre dormido el Yo se halla sujeto a la razón. Ella es el timón que guía el rumbo de sus pensamientos del que por nada del mundo se apartaría; fuera de la razón están el miedo y la locura. Pero la razón opera a partir de elementos culturales; ya se vio de qué manera las “premisas culturales preeminentes” participan en la formulación de una “ley de la naturaleza”. De modo que el yugo que el Enemigo ha ceñido en torno al Yo es formidable. Se podría decir, en sentido figurado, que el Yo se encuentra prisionero de la razón y sus aliados, las premisas culturales; y todos comprenderían el sentido de esta figura. Ello se debe a que existe una clara correspondencia analógica entre el Yo, en el hombre dormido, y el concepto de “cautiverio”. Por esta razón desarrollaré a continuación una alegoría, en la cual se hará evidente la correspondencia apuntada, lo que permitirá luego, comprender la estrategia secreta que los Dioses Leales practican para contrarrestar el arma cultural de la Sinarquía.

Comenzaré a presentar la alegoría fijando la atención en un hombre, a quien han tomado prisionero y condenado, de manera inapelable, a reclusión perpetua. El desconoce esta sentencia, así como cualquier información posterior a su captura procedente del mundo exterior, pues se ha decidido mantenerlo indefinidamente incomunicado. Para ello ha sido encerrado en una torre inaccesible la cual se halla rodeada de murallas, abismos y fosos, y donde resulta aparentemente imposible todo intento de fuga. Una guarnición de soldados enemigos, a los cuales no es posible dirigirse sin recibir algún castigo, se encargan de vigilar permanentemente la torre; son despiadados y crueles, pero terriblemente eficientes y leales: ni pensar en comprarlos o engañarlos. En estas condiciones no parecen existir muchas esperanzas de que el prisionero recobre alguna vez la libertad. Y, sin embargo, la situación real es muy otra. Si bien hacia afuera de la Torre la salida está cortada por murallas, fosos y soldados, desde adentro es posible salir directamente al exterior, sin tropezar con ningún obstáculo. ¿Cómo? Por medio de una salida secreta cuyo acceso se encuentra hábilmente disimulado en el piso de la celda. Naturalmente, el prisionero ignora la existencia de este pasadizo como tampoco lo conocen sus carceleros.
Supongamos ahora que, sea porque se le ha convencido de que es imposible escapar, sea porque desconoce su calidad de cautivo, o por cualquier otro motivo, el prisionero no muestra predisposición para la fuga: no manifiesta ni valor ni arrojo y, por supuesto, no busca la salida secreta; simplemente se ha resignado a su precaria situación. Indudablemente es su propia actitud negativa el peor enemigo ya que, de mantener vivo el deseo de escapar, o aún, si experimentase la nostalgia por la libertad perdida, se revolvería en su celda donde existe, al menos, una posibilidad en un millón de dar con la salida secreta por casualidad. Pero no es así y el prisionero, en su confusión, ha adoptado una conducta apacible que, a medida que transcurren los meses y los años, se torna cada vez más pusilánime e idiota.
Habiéndose entregado a su suerte, sólo cabría esperar para el cautivo una ayuda exterior, la cual sólo puede consistir en la revelación de la salida secreta. Pero no es tan simple de exponer el problema ya que el prisionero no lo desea o no sabe que puede huir, según he dicho. Se deben, pues, cumplir dos cosas: 1ro lograr que asuma su condición de prisionero, de persona a quien han quitado la libertad, y, en lo posible, que recuerde los días dorados cuando no existían celdas ni cadenas. Es necesario que tome conciencia de su miserable situación y desee ardientemente salir, previamente a: 2do revelarle la existencia de la única posibilidad de huir. Porque bastaría, ahora que el prisionero desea huir, sólo con que sepa de la existencia de la salida secreta; a ésta la buscará y hallará por sí mismo.
Planteado así, el problema parece muy difícil de resolver: es necesario despabilarlo, despertarlo de su letargo, orientarlo, y luego revelarle el secreto. Por eso es hora ya de preguntarse: ¿hay alguien dispuesto a ayudar al miserable prisionero? Y si lo hubiese ¿cómo se las arreglaría para cumplir las dos condiciones del problema?
Debo declarar que, afortunadamente, hay otras personas que aman y procuran ayudar al prisionero. Son aquellos que participan de su etnia y habitan un país muy, pero muy, lejano, el cual se encuentra en guerra con la Nación que lo aprisionó. Pero no pueden intentar ninguna acción militar para liberarlo debido a las represalias que el Enemigo podría tomar sobre los incontables cautivos que, además del de la torre, mantienen en sus terribles prisiones. Se trata pues de dirigir la ayuda de la manera prevista: despertarlo, orientarlo y revelarle el secreto.
Para ello es preciso llegar hasta él, pero ¿cómo hacerlo si ha sido encerrado en el corazón de una ciudadela fortificada, saturada de enemigos en permanente alerta? Hay que descartar la posibilidad de infiltrar un espía debido a las diferencias étnicas insuperables: un alemán no podría infiltrarse como espía en el ejército chino del mismo modo que un chino no podría espiar en el cuartel de las  Sin poder entrar en la prisión y sin posibilidad de comprar o engañar a los guardianes sólo queda el recurso de hacer llegar un mensaje al prisionero.
Sin embargo enviar un mensaje parece ser tan difícil como introducir un espía. En efecto; en el improbable caso de que una gestión diplomática consiguiese la autorización para presentar el mensaje y la promesa de que éste sería entregado al prisionero, ello no serviría de nada porque el solo hecho de que tenga que atravesar siete niveles de seguridad, en donde sería censurado y mutilado, torna completamente inútil a esta posibilidad. Además, por tal vía legal (previa autorización), se impondría la condición de que el mensaje fuese escrito en un lenguaje claro y accesible al Enemigo, quien luego censuraría parte de su contenido y traspondría los términos para evitar un posible segundo mensaje cifrado. Y no nos olvidemos que el secreto de la salida oculta tanto interesa que lo conozca el prisionero, como que lo ignore el Enemigo. Y lo primero: ¿qué decir en un mero mensaje para lograr que el prisionero despierte, se oriente, comprenda que debe escapar? Por mucho que lo pensemos se hará evidente al final que el mensaje debe ser clandestino y que el mismo no puede ser escrito. Tampoco puede ser óptico debido a que el pequeño ventanuco de su celda permite observar solamente uno de los patios interiores, hasta donde no suelen llegar señales desde el exterior de la prisión.

En las condiciones que he expuesto, no resulta evidente, sin duda, de qué manera pueden sus Kameraden dar solución al problema y ayudar al prisionero a escapar. Tal vez se haga la luz si se tiene presente que, pese a todas las precauciones tomadas por el Enemigo para mantener al cautivo desconectado del mundo exterior, no lograron aislarlo acústicamente. (Para ello hubiesen debido tenerlo, como a Kaspar Hauser, en una celda a prueba de sonidos).
Mostraré ahora, como epílogo, el modo elegido por los Kameraden para brindar efectiva ayuda; una ayuda tal que 1ro: despierte y 2do: revele el secreto, al prisionero, orientándolo hacia la libertad.

Al decidirse por una vía acústica para hacer llegar el mensaje los Kameraden comprendieron que contaban con una gran ventaja: el Enemigo ignora la lengua original del prisionero. Es posible entonces transmitir el mensaje simplemente, sin doble sentido, aprovechando que el mismo no será comprendido por el Enemigo. Con esta convicción los Kameraden hicieron lo siguiente: varios de ellos treparon a una montaña cercana y, munidos de una enorme caracola, la cual permite amplificar muchísimo el sonido de la voz, comenzaron a emitir el mensaje. Lo hicieron ininterrumpidamente, durante años, pues se habían juramentado a no abandonar el intento mientras el prisionero no estuviese nuevamente libre. Y el mensaje descendió de la montaña, cruzó los campos y los ríos, atravesó las murallas e invadió hasta el último rincón de la prisión. Los enemigos al principio se sorprendieron, pero, como ese lenguaje para ellos no significaba nada, tomaron el musical sonido por el canto de algún ave fabulosa y lejana, y al final acabaron por acostumbrarse a él y le olvidaron. Pero, ¿qué decía el mensaje?
Constaba de dos partes. Primero los Kameraden cantaban una canción infantil. Era una canción que el prisionero había oído muchas veces durante su niñez, allá, en la patria dorada, cuando estaban aún lejanos los días negros de la guerra y el cautiverio perpetuo sólo podía ser una pesadilla imposible de soñar. ¡Oh, qué dulces recuerdos evocaba aquella melodía! ¿qué Espíritu, por más dormido que estuviese, no despertaría, sintiéndose eternamente joven, al oír nuevamente las canciones primordiales, aquellas que escuchara embelesado en los días felices de la infancia, y que, sin saber cómo, se transformaron en un sueño antiguo y misterioso? Sí; el prisionero, por muy dormido que estuviese su Espíritu, por más que el olvido hubiese cerrado sus sentidos, ¡acabaría por despertar y recordar! Sentiría la nostalgia de la patria lejana, comprobaría su situación humillante, y comprendería que sólo quien cuente con un valor infinito, con una intrepidez sin límites, podría realizar la hazaña de la fuga.
Si tal fuera el sentir del prisionero, entonces la segunda parte del mensaje le dará la clave para hallar la salida secreta.
Observe que he dicho la clave y no la salida secreta. Porque sucede que mediante la clave el prisionero deberá buscar la salida secreta, tarea que no ha de ser tan difícil considerando las reducidas dimensiones de la celda. Pero, luego que la encuentre, habrá de completar su hazaña descendiendo hasta profundidades increíbles, atravesando corredores sumidos en tinieblas impenetrables y subiendo, finalmente, a cumbres remotas: tal el complicado trayecto de la enigmática salida secreta. Sin embargo ya está salvado, en el mismo momento que inicia el regreso, y nada ni nadie logrará detenerlo.
Sólo nos falta, para completar el epílogo de la alegoría, decir una palabra sobre la segunda parte del mensaje acústico, esa que tenía la clave del secreto. Era también una canción. Una curiosa canción que narraba la historia de un amor prohibido y sublime entre un Caballero y una Dama ya desposada. Consumido por una pasión sin esperanza el Caballero había emprendido un largo y peligroso viaje por países lejanos y desconocidos, durante el cual, se fue haciendo diestro en el Arte de la Guerra. Al principio trató de olvidar a su amada, pero pasados muchos años, y habiendo comprobado que el recuerdo se mantenía siempre vivo en su corazón, comprendió que debería vivir eternamente esclavo del amor imposible. Entonces se hizo una promesa: no importarían las aventuras que tuviese que correr en su largo camino, ni las alegrías e infortunios que ellas implicaran; interiormente él se mantendría fiel a su amor sin esperanzas con religiosa devoción, y ninguna circunstancia lograría apartarlo de su firme determinación.
Y así terminaba la canción: recordando que en algún lugar de la Tierra, convertido ahora en un monje guerrero, marcha el Caballero valeroso, provisto de poderosa espada y brioso corcel, pero llevando colgada del cuello una bolsa que contiene la prueba de su drama, la clave de su secreto de amor: el Anillo de Bodas que jamás será lucido por su Dama.
  Contrariamente a la canción infantil de la primera parte del mensaje, ésta no producía una inmediata nostalgia sino un sentimiento de pudorosa curiosidad en el prisionero. Al escuchar, viniendo quién sabe de dónde, en su antigua lengua natal, la historia del galante Caballero, tan fuerte y valeroso, tan completo en la batalla, y sin embargo tan dulce y melancólico, tan desgarrado interiormente por el Recuerdo de A-mort, se sentía el cautivo presa de esa curiosidad pudorosa que experimentan los niños cuando presienten las promesas del sexo o intuyen los misterios del amor. ¡Podemos imaginar al prisionero cavilando, perplejo por el enigma de la canción evocadora! Y podemos suponer, también, que finalmente hallará una clave en aquel Anillo de Bodas... que según la canción jamás sería usado en boda alguna. Por inducción, la idea del anillo, le llevará a buscar y encontrar la salida secreta.
Hasta aquí la alegoría. Debemos ahora destacar las relaciones analógicas que ligan al prisionero con el Yo del hombre dormido.