Quinto
Día
Ahora, que ya le comuniqué estos
antecedentes imprescindibles, entraré
de lleno en la historia de mi familia, Dr. Siegnagel. La misma, según
adelanté, desciende directamente de los Atlantes blancos y, desde luego, de los
Antiguos Divinos Hiperbóreos. Hace miles de años, los iberos fueron víctima
también de esa Fatiga de Guerra que iba causando una amnesia generalizada en
los descendientes de los Atlantes blancos. Primero se fue flexibilizando la
austeridad de las costumbres y se permitió que los hábitos urbanos de los
pueblos del Pacto Cultural se confundiesen con el modo de vida estratégico:
aquella penetración cultural tuvo incidencia decisiva en la desmoralización del
pueblo, en la pérdida de su alerta guerrero. Luego se sellaron las alianzas de
sangre que, conforme al engaño que padecían los últimos Guerreros Sabios,
concretarían las ilusiones de la paz, la riqueza, la comodidad, el progreso,
etc. Lógicamente, junto con los Príncipes y Princesas de los pueblos del Pacto
Cultural, vinieron los Sacerdotes a imponer sus Cultos a los Dioses Traidores y
a las Potencias de la
Materia. Los guerreros perdieron así su espiritualidad,
conocieron el temor y especularon con el valor de la vida: aún serían capaces
de luchar, pero sólo hasta los límites del miedo, como los animales; y, por
supuesto, se harían “temerosos de los Dioses”, respetuosos de sus Voluntades
Supremas a las que nadie osaría desafiar; ya no levantarían, pues, la vista de la Tierra , ni buscarían el
Origen. En adelante sólo los Héroes
protagonizarían las hazañas que los guerreros ahora no se atrevían a realizar:
triste lugar de excepción el reservado a los Héroes, cuando en los días de los
Atlantes blancos toda la Raza
era una comunidad de Héroes.
El triunfo del Culto causó el olvido
de la Sabiduría. El
Espíritu se fue adormeciendo en la Sangre Pura y sólo aquellos Guerreros Sabios que
todavía conservaban un resto de lucidez atinaron al recurso desesperado de
plasmar la “misión familiar”. En el caso de nuestra Estirpe, Dr. Siegnagel, la
locura de reunir en una sola mano el Culto y la Sabiduría condujo a mis
antepasados a una demencial propuesta: establecieron como pauta la perfección del Culto. Es decir que
la cosa a perfeccionar no sería para nosotros una mera cualidad, tal como el
color o el sonido, sino el propio Culto impuesto por los Sacerdotes, el Culto a
una Deidad revelada por los Atlantes morenos. Y me refiero precisamente a Belisana, la Diosa del Fuego. Pero, todo Culto es la descripción de un
Arquetipo: la misión familiar exigía, pues, el demencial objetivo de
perfeccionar el Culto hasta ajustarlo a su Arquetipo, el que tan luego era una
Diosa, vale decir, una Faz del Dios Creador; y, como culminación se ordenaba re-crear en el Espíritu a ese
Arquetipo, a esa Diosa, y comprenderlo con el Símbolo Increado del Origen:
¡ello era como pretender que el Espíritu de un miembro descendiente del linaje
familiar abarcase un día al Dios Creador, y al Universo entero, para
comprenderlo luego con el Símbolo del Origen!, con otras palabras, ¡ello era
como exigir, al final, la Más
Alta Sabiduría, el cumplimiento del mandato de los Atlantes
blancos: comprender a la serpiente, con
el Símbolo del Origen!
No podría asegurarle si esta
alucinante propuesta fue el producto de la locura de mis antepasados u obedeció
a una inspiración superior, a una solicitud que los Dioses Liberadores hacían a
la Estirpe :
quizá Ellos sabían desde el principio que uno de los nuestros llegaría a
cumplir la misión familiar y despertaría, como Guerrero Sabio, en el momento
justo en que se librase, sobre la
Tierra , la
Batalla Final. Porque, si descartamos un acto de locura de
los Guerreros Sabios y aceptamos que obraron con plena conciencia de lo que
suponían conseguir, no se explica la extrema dificultad de semejante misión a
menos que su cumplimiento contribuyese a la Estrategia de la Guerra Esencial y
se confiase en la ayuda y la guía invisible de los Dioses Liberadores. Tal vez,
entonces, los Dioses Liberadores quisieron contar durante la Batalla Final con
Iniciados capaces de enfrentarse con
ellos cara a Cara, y hubiesen decidido dotar a ciertos linajes, como el
mío, del instrumento adecuado para ello, esto es, de la comprensión del Arquetipo de los Dioses. Esta necesidad se
entiende por medio de una antigua idea que los Atlantes blancos transmitieron a
los Guerreros Sabios de mi pueblo: de acuerdo a esa revelación, los Dioses
Liberadores eran Espíritus Increados que existían libremente fuera de toda
determinación material; pero los Espíritus encadenados en la Materia , en el animal
hombre, habían perdido el Origen y, con ello, la capacidad de percibir lo
Increado: sólo podían relacionarse con lo creado, con las formas arquetípicas;
por eso los Dioses Liberadores solían emplear “como ropaje” algunos Arquetipos
de Dioses para manifestarse a los hombres: naturalmente, tales manifestaciones
sólo tendrían lugar frente a los Iniciados Hiperbóreos, porque sólo los
Iniciados serían capaces de trascender “los ropajes”, las formas de los
Arquetipos creados, y resistir “cara a Cara” las Presencias Terribles de los
Dioses Liberadores. Siendo así, tal vez Ellos habrían querido que un Iniciado
de mi Estirpe llegase algún día, presumiblemente durante la Batalla Final , a
ponerse en contacto con la
Diosa Hiperbórea que suele manifestarse a través de Belisana,
la que los Atlantes blancos llamaban Frya
y los Antiguos Hiperbóreos Lillith.
Cualquiera fuese el caso, por locura o
inspiración Divina, lo cierto es que la pauta de aquella misión determinó que
nuestra familia se consagrase con ardor a la perfección del Culto a la Diosa Belisana.
Seguramente esa dedicación tan especial a la práctica de un Culto haya sido
salvadora pues, durante muchas generaciones, se creyó que el nuestro era un
linaje de Sacerdotes: en verdad, los primeros descendientes en la misión
familiar no se debían diferenciar mucho de los más fanáticos Sacerdotes
adoradores del Fuego. Sin embargo, con el correr de las generaciones, fueron
surgiendo miembros que penetraron más y más en la esencia de lo ígneo.
Fue entonces cuando adoptaron el Barbo Unicornio como símbolo de la Casa de Tharsis. Al principio
representaban aquel pez mítico en sus escudos o en primitivos blasones, pero en
la Edad Media ,
como se verá, fue incorporado heráldicamente al escudo de armas familiar. El
barbo caballero, barbus eques, es el
más común en los ríos de España, especialmente el Odiel que circulaba a escasos
metros de Tharsis; recibe el pez tal nombre debido a cuatro barbillas que tiene
en la madíbula inferior, la cual es muy saliente. Empero, el barbo al que se
referían los Señores de Tharsis era un
pez provisto de un cuerno frontal y cinco barbillas. El mito que
justificaba al símbolo afirmaba que el barbo, desplazándose por el río Odiel,
era semejante al Alma transitando por el Tiempo trascendente de la Vida : una representación del
animal hombre. Pero los descendientes de los Atlantes blancos no eran como el
animal hombre pues poseían un Espíritu Increado encadenado en el Alma creada:
entonces el barbo no los representaba concretamente. De allí la adición del
cuerno espiralado, que correspondía al instrumento empleado por los Dioses
Traidores para encadenar al Espíritu Increado, vale decir, a la Llave Kâlachakra ; naturalmente, el Espíritu
Increado era irrepresentable, y por eso se lo insinuaba dejando sin terminar,
en las representaciones del barbo unicornio, la punta del cuerno: más allá del
cuerno, a una distancia infinita, se hallaba el Espíritu Increado, absurdamente
relacionado con la
Materia Creada. Y la barba del barbo, desde luego,
significaba la herencia de Navután, el número de Venus.
Naturalmente, los Señores de Tharsis
prosiguieron practicando el Culto a Belisana pues, hasta Lito de Tharsis, no
hubo ninguno que comprendiese la misión familiar y, además, porque ello estaba
establecido y sancionado por las leyes de mi pueblo. Mas, el objetivo secreto
de la misión familiar impulsaba inexorablemente a sus partícipes a recrear
espiritualmente el Arquetipo ígneo, y eso los marcó con una señal
inconfundible: adquirieron fama de ser una familia de místicos y de
aventureros, cuando no de locos peligrosos. Y algo de verdad había en tales
fábulas pues aquel Fuego en la sangre, al principio descontrolado, causaba los
extremos más intensos de la violencia y la pasión: existieron quienes experimentaron
en sus vidas el odio más terrible y el amor más sublime que humanamente se
puedan concebir; y toda esa experiencia se condensaba y sintetizaba en el Arbol
de la Sangre y
se transmitía genéticamente a los herederos de la Estirpe. Con el
tiempo, las tendencias extremas se fueron separando y surgían periódicamente
Señores que eran puro Amor o puro Valor, es decir, grandes “Místicos” y grandes
“Guerreros”. Entre los primeros, estaban los que aseguraban que la Antigua Diosa “se
había instalado en el corazón” y que su Flama “los encendía en un éxtasis de
Amor”; entre los segundos, los que, contrariamente, afirmaban que “Ella les
había Helado el corazón”, les había infundido tal Valor que ahora eran tan
duros “como las rocas de Tharsis”. También las Damas intervenían en esta
selección: ellas sentían el Fuego de la Sangre como un Dios, al que identificaban como
Beleno,”el esposo de Belisana”, en realidad este Beleno, Dios del Fuego al que
los griegos conocían como Apolo, el Hiperbóreo, era un Arquetipo ígneo empleado
desde los días de la
Atlántida por el más poderoso de los Dioses Liberadores como
“ropaje” para manifestarse a los hombres: me refiero al Gran Jefe de los
Espíritus Hiperbóreos, Lúcifer, “el que desafía con el Poder de la Sabiduría al Poder de la Ilusión del Dios Creador”,
el Enviado del Dios Incognoscible, el verdadero Kristos de Luz Increada.
Faltaba, pues, que de la Estirpe de los Señores de
Tharsis brotase el retoño que habría de cumplir la misión familiar, el que
recrease en el Espíritu el Fuego de los Dioses y lo comprendiese con el Símbolo
del Origen. Le anticipo, Dr. Siegnagel, que sólo hubo dos que tuvieron esa posibilidad en grado eminente: Lito de
Tharsis, en el siglo XVI, y mi hijo
Noyo en la actualidad. Pero, vayamos hacia esto paso a paso.