LIBRO SEGUNDO - DIA 12


Decimosegundo Día


El emperador Constantino, con el edicto de Milán del año 313, legaliza al Cristianismo y le concede derechos equivalentes a los de los Cultos paganos oficiales. Hacia el final del siglo IV, en el año 381, y por obra del emperador Teodosio I, se declara al Cristianismo “religión oficial del Estado” y se prohíben los Cultos paganos; en 386 se ordena, mediante un decreto imperial, “el cierre de todos los templos paganos”; y en 392, por ley imperial, “se considera y castiga el Culto pagano como crimen de lesa majestad”, es decir, sancionado con la pena de muerte. Estas medidas no afectaron a los Señores de Tharsis pues años antes ya habían adoptado el Cristianismo como religión familiar. El Culto de Jesús Cristo provenía del país de Canaán, la patria de los Golen, y tal origen resultó, como es lógico, sospechoso de entrada; pero además estaba el pretendido fundamento cultural del drama de Jesús: las profecías registradas en un conjunto de libros canónicos de los hebreos, quienes afirmaban ser “el Pueblo Elegido del Dios Creador”. Nada de esto convencía a los Señores de Tharsis y, por el contrario, cuanto más observaban aquel nuevo Culto oriental, más se persuadían de que tras él se ocultaba una colosal conspiración urdida por la Fraternidad Blanca. ¿Cómo fue, entonces, que adoptaron el Cristianismo como religión familiar? Porque, por sobre la procedencia del Culto y la filiación de sus cultores, existía un hecho incuestionable: que la historia narrada en los evangelios era en parte verdadera. Esto lo podían asegurar los Señores de Tharsis sin ningún género de dudas pues ellos la conocían desde miles de años atrás, mucho tiempo antes de que Jesús viviese en Palestina. Pues aquélla era, indudablemente, una nueva versión de la historia de Navután.
Para conocer la historia en toda su pureza habría que remontarse miles de años en el pasado, hasta la Epoca de los Atlantes blancos, Padres de todos los pueblos blancos del Pacto de Sangre. Ellos aseguraban estar guiados por Navután, el Gran Jefe Blanco que había descubierto el secreto del encadenamiento espiritual y les había revelado el modo en que el Espíritu podría abandonar la materia y ser libre y eterno más allá de las estrellas, es decir, más allá de las Moradas de los Dioses y de las Potencias de la Materia. De acuerdo con los relatos de los Atlantes blancos, Navután era un Dios que existía, libre y eterno como todos los Espíritus Hiperbóreos, allende las estrellas. El Dios Incognoscible, de quien nada puede afirmarse desde más acá del Origen, Navután, y otros Dioses, estaban furiosos porque un sector de la Raza del Espíritu se hallaba detenida en el Universo de la Materia: y la ira no iba dirigida solamente contra las Potencias de la Materia que retenían a los Espíritus, sino también contra el Espíritu débil, contra el Espíritu carente de Voluntad Graciosa para quebrar la Ilusión del Gran Engaño y liberarse por Sí Mismo. En la Tierra, el Espíritu había sido encadenado al animal hombre para que su fuerza volitiva acelerase la evolución de la estructura psíquica de éste: y tan férreo era el encadenamiento, tan sumido estaba el Espíritu en la naturaleza anímica del animal hombre, que había olvidado su Origen y creía ser un producto de la Naturaleza y de las Potencias de la Materia, una creación de los Dioses. En otras ocasiones, desde que el Espíritu permanecía en la Tierra, los Dioses Liberadores, sus Espíritus Hermanos, acudieron en su ayuda y muchos fueron liberados y regresaron con Ellos: por esa causa, se libraron terribles Batallas contra las Potencias de la Materia. Ultimamente, por ejemplo, había atravesado el Origen, y se había presentado ante los hombres de la Atlántida, el Gran Jefe de Toda la Raza Hiperbórea prisionera, el Señor de la Belleza de las Formas Increadas, el Señor del Valor Absoluto, el Señor de la Luz Increada, el Enviado del Dios Incognoscible para Liberar al Espíritu, es decir, el Kristos de Luz Increada, Kristos Luz, Luci Bel, Lúcifer, o Kristos Lúcifer. Pero la manifestación de Kristos Lúcifer en la Atlántida causó la destrucción de su civilización materialista: la Batalla de la Atlántida culminó con el hundimiento del continente, mucho después de que Aquél hubiese regresado al Origen.
En esas circunstancias, frente a la catástrofe inminente de la Atlántida, se desarrolla la historia de Navután. Los hombres amarillos, los hombres rojos, los hombres negros, todos perecerán en un cataclismo peor que el que se avecina en la Atlántida: el que preocupa a los Dioses Liberadores es el cataclismo espiritual, el abismo en el que se sumergirán aún aquellos que sobrevivan al hundimiento de la Atlántida; y ese resultado parece inevitable debido a la insistencia y tenacidad con que la Fraternidad Blanca mantiene el encadenamiento espiritual, pero, más que nada, debido a la imposibilidad demostrada por el Espíritu para evitar la Ilusión y despertar del Gran Engaño; esas Razas, estratégicamente confundidas, seguirán ciegamente a los Sacerdotes Atlantes, quienes las conducirán con derechura hacia su definitiva decadencia espiritual. La Raza blanca es la única, en ese momento, que dispone de una posibilidad de liberación, posibilidad que los Dioses no van a ignorar. Pero el hombre blanco se halla muy dormido, con el Espíritu muy sumergido en la Ilusión de la Materia, muy proyectado en el Mundo Exterior: no será capaz de comprender la Revelación Interior del Espíritu, no podrá liberarse por Sí Mismo. Se hace necesaria una Revelación Exterior del Espíritu apta para la Raza blanca, mostrar desde afuera al hombre blanco una vía de liberación que conduzca a la Sabiduría Hiperbórea: para eso desciende Navután al Infierno. Navután, “Dios libre y eterno”, acepta bajar al Infierno, venir al Mundo de la Materia, y nacer como hombre blanco. Y como hombre blanco, realizar la hazaña de liberar por Sí Mismo su Espíritu encadenado: demostrará así a los hombres, con el ejemplo de Su Voluntad, el camino a seguir, la Orientación hacia el Origen.
Resumiendo, la historia que los Atlantes blancos trasmitieron en forma de Mito a los pueblos nativos, sería la siguiente. Vivía en la Atlántida una Virgen Blanca Muy Santa, consagrada al servicio del Dios Incognoscible y entregada a la contemplación de la Luz Increada. Afligida por la terrible hambruna que azotaba a su pueblo, aquella Virgen pidió auxilio al Incognoscible; y este Dios Supremo, cuya Voluntad es la Gracia, le enseñó un camino hacia el Planeta Venus. Ya allí, la Virgen recibió del Enviado del Incognoscible varios ejemplares de la Planta del Trigo, con la que se saciaría el hambre material de los hombres, una Vara, que serviría para medir la Traición Blanca, y la semilla de un Niño de Piedra, que algún día sería hombre, se pondría a la cabeza de la Raza Blanca, y saciaría su hambre espiritual. Al regresar de Venus, la Virgen Blanca, que no había tenido jamás un contacto carnal con ningún hombre, estaba encinta de Navután. Los Dioses Liberadores le habían anunciado ya que sería madre y daría a luz un niño cuya Sabiduría espiritual libraría a la Raza blanca de la esclavitud material. Una serpiente intenta impedir que la Virgen cumpla su cometido pero Ella la mata aplastándole la cabeza con su pie derecho. Pasado el plazo, la Virgen alumbra a Navután y lo educa como Guerrero Constructor, contando con la ayuda de los Guardianes de la Sabiduría Lítica.
Existía en la Atlántida un sendero que conducía hasta un Jardín Encantado, el cual había sido construido por el Dios de la Ilusión. Crecía allí un Antiguo Arbol Granado, conocido como el Arbol de la Vida y también como el Arbol del Terror, cuyas raíces se extendían por toda la Tierra y cuyas ramas se elevaban hasta las Moradas Celestes del Dios de la Ilusión. Cerca de ese Granado Hechizado se hallaba un Arbol Manzano, tan Antiguo como Aquél, al que se llamaba el Arbol del Bien y del Mal o el Arbol de la Muerte. Era creencia corriente entre los Atlantes que el hombre, en un Principio, había sido inmortal: la causa de que el hombre tuviese que morir se debía a que los Grandes Antepasados habían comido del Fruto de este Arbol y la Muerte se había trasmitido a los descendientes como una Enfermedad. En verdad, la sangre del Arbol, su Savia Maldita, se había mezclado con la Sangre Inmortal del Hombre Original y regulaba desde adentro la Vida y la Muerte. Y nadie conocía el Remedio para esa Enfermedad. Navután, que carecía de padre humano, había nacido inmortal como los Hombres Originales, pero su inmortalidad era, por eso mismo, esencial, propia de su especial naturaleza espiritual; en consecuencia, su inmortalidad era incomunicable a los restantes hombres blancos, no servía para que ellos recuperasen la inmortalidad perdida. Por eso Navután, con el apoyo de su Divina Madre, la Virgen Ama, decide hacerse mortal y descubrir para los hombres el secreto de la inmortalidad.
Desde que los Grandes Antepasados comieran el Fruto del Arbol de la Muerte, nadie se atrevía a acercarse a él por temor a la Muerte. Pero Navután era inmortal como los Grandes Antepasados y pudo, como Ellos, aproximarse sin problemas. Una vez junto al Arbol, Navután cortó y comió el Fruto prohibido, quedando inmediatamente hechizado por la Ilusión de la Vida: ahora sólo le faltaba descubrir el secreto de la Muerte sin morir, puesto que si perecía en el intento jamás podría comunicar la Sabiduría a los hombres blancos. Es entonces cuando Navután se auto-crucifica en el Arbol del Terror, para vencer a la Muerte, y pende nueve noches de su tronco. Empero, mientras el tiempo transcurría, la Muerte se avecinaba sin que Navután consiguiese comprender su secreto. Al fin, ya agonizante, el Gran Jefe Blanco cerró su único ojo, que mantenía fijo en la Ilusión del Mundo, y miró hacia el Fondo de Sí Mismo, en una última y desesperada reacción para salvar la vida que se apagaba sin remedio. Y en la cima de Sí Mismo, en medio de la Negrura Infinita de la Muerte insinuada, vio surgir una Figura Resplandeciente, un Ser que era Pura Gracia: se trataba de Frya, la Alegría del Espíritu, su Divina Esposa del Origen que acudía en su auxilio.
Cuando Navután abre nuevamente su ojo, Frya sale por él y se interna en el Mundo del Gran Engaño: va a buscar el secreto de la Muerte para salvar a su Esposo agonizante. Sin embargo no logra conseguirlo y el tiempo se acaba inexorablemente. Al fin, sin desesperar, Frya se dirige a Hiperbórea para consultar a los Dioses Liberadores; Ellos le aconsejan buscar a un Gigante bicéfalo que habita en un Mundo situado bajo las raíces del Arbol del Terror y que ejerce el oficio de clavero: a ese Gigante debe robarle la Llave Kâlachakra, pues en ella los Dioses Traidores han grabado el secreto de la Muerte. El Mito de los Atlantes blancos es aquí muy complejo y sólo conviene mencionar que Frya, transformada en Cuervo, desciende al Mundo del Gigante bifronte y le roba la Llave Kâlachakra: mas, para conseguirla, ha tenido que convertirse en asesina y prostituta; Frya, en efecto, quiebra con un golpe de su hacha la Llave Kâlachakra, pero el paletón, al caer, se transforma en siete gigantes de siete cabezas cada uno, quienes “duermen para que las Razas raíces vivan por ellos”; acto seguido, y sin alternativas pues está urgida por el tiempo, Frya se viste con el Velo de la Muerte que aquellos gigantes tienen sujeto con un lazo en cada cuello: luego los despierta sucesivamente y se entrega a ellos como amante, pero inexorablemente los va decapitando en la culminación del orgasmo; y las cabezas de los Gigantes, ensartadas en una cuerda o sutrâtma, forman el collar de Frya Kâlibur, en el que cada cráneo representa un Signo del Alfabeto Sagrado de la Raza Blanca. Por fin el Velo de la Muerte queda suelto y Frya, nuevamente transformada en cuervo, regresa velozmente junto a Navután.
Pero ya es tarde: justo en el momento de llegar, Navután exhala el último suspiro y su ojo se está cerrando para siempre. Frya comprende que será imposible revelarle a Navután el secreto de la Muerte pues acaba de morir y ya no podrá leer la Llave Kâlachakra. Y es así como, sin perder un instante, Frya toma la decisión que salvará a Navután y a la Raza blanca: se transforma en Perdiz y penetra nuevamente en Navután. La Llave Kâlachakra debe dejarla afuera, puesto que sólo Ella puede existir en el Fondo de Sí Mismo. Frya debe revelar a Navután el Secreto de la Muerte, no sólo para lograr su resurrección, sino también para que su Esposo lo comunique a los hombres; de otra manera su inmolación habría sido en vano. Mas ¿cómo exponer a Navután el Secreto de la Muerte sin la Llave Kâlachakra, sin mostrarle ese instrumento del encadenamiento espiritual, para su comprensión? Y Frya lo decide en ese instante: como perdiz, danzará el Secreto de la Vida y de la Muerte. Expresará, con la danza, la Más Alta Sabiduría que le sea posible comprender al hombre mortal desde Afuera de Sí Mismo.
Y Frya, danzando en el Fondo de Sí Mismo, revela a Navután el Secreto procedente de Afuera de Sí Mismo. Y Navután lo comprende, se corta el hechizo causado por el Fruto del Arbol de la Vida y de la Muerte, y resucita nuevamente como inmortal. Y al bajar de su crucifixión en el Arbol, repara que su cuerpo se ha trasmutado y ahora es de Piedra Pura; y que puede comprender y expresar la Lengua de los Pájaros. Entonces Navután enseña a los Atlantes blancos las trece más tres Vrunas mediante la Lengua de los Pájaros y los encamina a comprender el Signo del Origen, “con lo que obtendrán la Más Alta Sabiduría, serán inmortales mientras el Espíritu permanece encadenado al animal hombre, y conquistarán la Eternidad cuando ganen la Batalla contra las Potencias de la Materia y sean libres en el Origen”.
Hasta aquí resumí, Dr. Siegnagel, la historia de Navután, de acuerdo al relato mítico de los Atlantes blancos. Es fácil advertir que tenía muchos puntos comunes con la historia evangélica de Jesús Cristo: ambas historias tratan de un Dios hecho hombre; ambos Dioses nacen de una Virgen; ambos mueren por crucifixión voluntaria; ambos resucitan; ambos dejan el testamento de su Sabiduría; ambos forman discípulos a los que revelan la “buena nueva”, que estos deberán comunicar a sus semejantes; ambos afirman que “el Reino no es de este Mundo”; etc. Pero es evidente que existen, también, diferencias fundamentales entre ambas doctrinas. Quizá las más acentuadas sean las siguientes: Navután viene para liberar al Espíritu del Hombre de su prisión en el Mundo del Dios Creador; el Espíritu es Increado, es decir, no Creado por el Dios Creador y, por lo tanto, nada de lo que aquí acontece puede mancillarlo esencialmente y mucho menos afectarlo éticamente; el Espíritu es Inocente y puro en la Eternidad del Origen; de allí que Navután afirme que el Espíritu Hiperbóreo, perteneciente a una Raza Guerrera, sólo puede manifestar una actitud de hostilidad esencial hacia el Mundo del Dios Creador, sólo puede rebelarse ante el Orden Material, sólo puede dudar de la Realidad del Mundo que constituye el Gran Engaño, sólo puede rechazar como Falso o Enemigo a todo aquello que no sea producto de Sí Mismo, es decir, del Espíritu, y sólo puede alentar un único propósito con Sabiduría: abandonar el Mundo del Dios Creador, donde es esclavo, y regresar al Mundo del Incognoscible, donde será nuevamente un Dios. Contrariamente, Jesús Cristo viene para salvar al Alma del Hombre del Pecado, de la Falta a la Ley del Dios Creador; el Alma es Creada por el Dios Creador y debe obedecer ciegamente a la Ley de su Padre; todo cuanto aquí acontece afecta éticamente al Alma y puede aumentar su cuota de Pecado; el Alma no es inocente ni pura pues el hombre se halla en este Mundo como castigo por un Pecado Original cometido por los Padres del Género Humano y hereda, por consiguiente, el Pecado Original; de allí que Jesús Cristo afirme que el Alma del Hombre, la creatura más perfecta del Dios Creador, sólo debe manifestar una actitud de amor esencial hacia el Mundo del Dios Creador, sólo debe aceptar con resignación su puesto en el Orden Material, sólo debe creer en la Realidad del Mundo, sólo debe aceptar como Verdadero y Amigo a aquello que prueba venir en Nombre del Dios Creador, y sólo debe alentar un único propósito con Sabiduría: permanecer en el Mundo del Dios Creador como oveja y ser pastoreada por Jesús Cristo o los Sacerdotes que lo representen. Ser Dios o ser oveja, ésa es la cuestión, Dr. Siegnagel.

Según anticipé, cuando la ley imperial del año 392 amenazó considerar “crimen de lesa majestad” la práctica de los Cultos paganos, hacía tiempo que la Casa de Tharsis había aceptado el Cristianismo como su religión familiar. Lógicamente, los Señores de Tharsis veían claramente la marcha de los tiempos, y su única prioridad, desde la destrucción de Tartessos, era dar cumplimiento a la misión familiar y preservar la Espada Sabia. Esta prioridad familiar determinaba una Estrategia para la supervivencia de la Estirpe, supervivencia que podía verse fuertemente amenazada tras una nueva persecución: eran tiempos difíciles aquellos del siglo IV, la decadencia de Roma presentida por Polibio en el siglo II A.J.C., se había convertido en realidad. El Imperio, acechado en todas sus fronteras por pueblos invasores, ha incorporado regimientos enteros de mercenarios y ha entregado el mando de los ejércitos a los bárbaros; la agricultura de los pequeños productores hace siglos que se arruinó y desapareció en Italia, absorbida por los grandes terratenientes: sólo sobreviven, en esos días, los latifundios coloniales, entre ellos, el que poseen en España los Señores de Tharsis, contribuyendo con sus bajos precios a desestabilizar aún más la economía de la metrópolis.
Frente a este panorama de inseguridad generalizada, los Señores de Tharsis, que ya no son Reyes sino familia de terratenientes y funcionarios hispano romanos, deben actuar con extrema cautela. El Cristianismo, que se ha impuesto en la cumbre del Poder imperial, está ahora apoyado por las lanzas y las espadas de los legionarios. Pero este “Cristianismo”, a todas luces, no contiene principios doctrinarios que resulten absolutamente inaceptables para los Señores de Tharsis: tal como ellos aprendieron duramente en su guerra contra los Golen, los Mitos, las Historias Legendarias, los Argumentos que están escritos en el Cielo, pueden volver a repetirse en la Tierra. Y ellos están dispuestos a aceptar la historia de Jesús, y hasta el mensaje, la buena nueva, como una especie de actualización del Mito de Navután: los Señores de Tharsis se harán Cristianos porque mirarán a la historia de Jesús con la óptica de la Sabiduría Antigua; y no discutirán las diferencias, aunque las tendrán presentes y no las olvidarán.
Abrazarán la Cruz y celebrarán los sacramentos de la Iglesia de Roma; para todos los efectos serán Cristianos consagrados; incluso darán de sus hijos a la Iglesia. Pero entre ellos, en el seno de la Casa de Tharsis, sólo reconocerán como Verdad lo que coincide con la historia de Navután o con otros fragmentos de la Sabiduría Hiperbórea que la familia aún conserva. Como en su momento los Gnósticos y Maniqueos, y como luego harán los Cátaros y Albigenses, ellos aceptarán sólo parte de los Evangelios, especialmente el de Juan, y rechazarán de plano el Antiguo Testamento. Esto es lo que alegaban: el Dios de los judíos no era otro que Jehová Satanás, un aspecto o rostro del Dios Uno Creador del Universo Material; en el Génesis se narra la historia de la Creación del Universo Material, donde sería esclavizado el Espíritu Increado y Eterno; El Universo creado es, pues, intrínsecamente maligno para el Espíritu Increado, el Espíritu sólo concede valor al Mundo Verdadero de donde él procede; y de donde provino también el Dios Creador, puesto que el Universo Material ha sido evidentemente Creado a imitación del Mundo Verdadero.
Y en el Antiguo Testamento se narra asimismo la historia del “Pueblo Elegido”, por Jehová Satanás, para reinar por sobre todos los pueblos de la Tierra. No fue clara, acaso, la Promesa que el Creador le hizo a Abraham “Alza tus ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el Septentrión y el Medio Día, hacia el Oriente y el Poniente; pues te daré para ti y para tu posteridad para siempre todo el país que tú divisas, y haré que tu descendencia sea numerosa como el polvo de la Tierra. Si alguien puede contar el polvo de la Tierra, puede contar también tu posteridad. Levántate, recorre la Tierra a lo largo y a lo ancho pues a ti y a tu descendencia se la daré” [Gen. 13,14]. Promesa que es luego reafirmada “Y sacándolo fuera, Jehová le dijo: mira al Cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Y añadió: así será tu descendencia”. Pero más claro fue el Creador con Moisés, cuando le reveló la misión del Pueblo Elegido: “Ahora bien, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi Alianza, seréis Propiedad mía particular entre todos los pueblos, porque toda la Tierra me pertenece. Vosotros seréis para mí, un Reino de Sacerdotes y una Nación Santa. Estas son las palabras de Jehová que dirás a los hijos de Israel”. Y luego: “Yo concluiré la Alianza. Yo realizaré a la vista de todos los pueblos Gentiles maravillas, cuales no han sido hechas jamás en toda la Tierra y nación alguna, para que todos los pueblos que estén en torno a ti Israel, vean la obra de Jehová; porque es terrible lo que voy a hacer por medio de ti. Cumple, pues, lo que Yo voy a ordenarte en este día. Guárdate de pactar con los habitantes del país en el que vas a entrar, no sea que se conviertan en un lazo para ti. Por el contrario, derribad sus altares, romped sus estelas, y destruid sus postes y piedras sagradas” [Ex. 19,6; 34,10].
Al cumplir con la Alianza, el Pueblo Elegido será Bendito por el Creador, según le comunica a Moisés: “No os haréis ídolos, ni erigiréis estatuas ni estelas, ni pondréis en vuestro país piedras sagradas para postraros ante ellas, pues Yo Soy Jehová, vuestro Dios. Guardaréis mis sábados y respetaréis mi santuario. Si camináis de acuerdo a mis leyes, ..., comeréis vuestro pan a saciedad y habitaréis seguros en vuestro país. Daré paz a la Tierra y dormiréis sin que nadie os inquiete. No pasará por vuestro país la espada. Perseguiréis a vuestros enemigos y caerán ante vosotros al filo de la espada. Cinco de vosotros perseguirán a cien, y cien de vosotros pondrán en fuga a diez mil, y vuestros enemigos caerán ante vosotros al filo de la espada. Yo me volveré a vosotros, Yo os haré crecer y multiplicaré, y mantendré con vosotros mi Alianza. Pondré mi morada en medio de vosotros y Yo no sentiré hastío de vosotros. Andaré en medio de vosotros, Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi Pueblo. Yo soy Jehová, vuestro Dios, quien os sacó del país de Egipto” [Lev. 26].
Ese “Pueblo Elegido” sería, pues, aquél que anunciaban miles de años antes los Atlantes morenos, los Enemigos del Pacto de Sangre: era cuando menos irónico que ahora se pretendiese derivar de ese pueblo maldito un émulo de Navután, el Fundador del Pacto de Sangre. Pero Jesús no venía a salvar al Pacto de Sangre sino precisamente a destruirlo para siempre, lo que demuestra que era consecuente con su procedencia del Pueblo Elegido: por Jesús Cristo, la Sangre Pura se degradaría como nunca, la humanidad entera se bastardizaría, el Valor se cuajaría en las venas y sería reemplazado por el Temor del Dios Uno; y cuando el hombre se materializase, y ya no respondiese al Temor del Dios Uno, el Valor igualmente no podría aflorar pues el hombre se habría hundido en la degradación moral de la decadencia cultural, se habría afeminado y ablandado, se habría confundido en una universal Canalla del Espíritu: pero de esa Vil Canalla, naturalmente, tanto la Iglesia como las otras sectas fundadas por el Pueblo Elegido y la Fraternidad Blanca, extraerían lo mejor de la Tierra, es decir, a aquellos que los apoyarían y secundarían con ardor, los Sacerdotes y los fieles, los miembros de las Sociedades Secretas que dominarían el Mundo y la Canalla del Espíritu que aprobaría su gobierno, gusanos y serpientes, borregos y ovejas, palomas de la paz, ningún águila, ningún cóndor, Dr. Siegnagel.
Por supuesto, que la excepción a esta regla deja a salvo a los de Sangre Pura; a todos los que intuyen que con la crucifixión se debe liberar el Espíritu Eterno, que jamás pecó, y no salvar el Alma pecadora; a los que quieren un Kristos Guerrero y no un Cristo Pastor; a los que presienten un Kristos de Luz Increada y no a los que perciben un Cristo Material. El Kristos que concebían los Señores de Tharsis, por ejemplo, era un Dios Espíritu Puro, de Luz Increada, que si se manifestase en la Tierra, lo harían luciendo la Corona de Rey y empuñando la Espada; y en esa Parusía, la sola Presencia de Kristos bastaría para causar una Aristocracia del Espíritu entre los hombres, que pondría fin a la confusión de la Canalla Espiritual: Kristos se comunicaría entonces carismáticamente a los hombres, les hablaría directamente en su Sangre Pura; y quienes mejor le escuchasen, serían realmente los más Virtuosos, los más Espirituales, los Verdaderos Kristianos.