Quincuagesimosegundo
Día
En el
II milenio A.J.C. una invasión trajo a los Hiperbóreos Kassitas a Asiria. Eran oriundos del
Cáucaso y portaban una Piedra de Venus junto al estandarte del águila
leontocéfala. El águila con cabeza de león y alas desplegadas, aprisionaba
entre sus garras dos moruecos que eran el símbolo del Dios Enlil, Jehová
Satanás, adorado en la
Mesopotamia por todas las tribus, entre ellas los pastores hamitas o habiros que irían con Abraham
a Palestina y Egipto. Este mismo estandarte sería llevado luego, miles de años
más tarde, por otros pueblos “bárbaros”, también oriundos del Cáucaso, esta vez
de Raza germánica, pero entre las garras del águila ya no se hallarían los
moruecos sino el cordero, símbolo de ese Dios de los pastores que intentaba
usurpar la milenaria figura hiperbórea de Kristos Lúcifer.
Los Kassitas venían siguiendo los
dictados de su Dios Arquero Kus
quien había hecho pacto con sus Iniciados a fin de que dicho pueblo participara
en la Guerra
Esencial. En la
Ciudad de Borsippa, al Norte de Nínive, el Rey Nimrod
utilizando la técnica numérica de los Zigurat hizo construir una enorme Torre
sobre un vórtice de energía telúrica. He aquí lo que se pretendía: “atacar la Morada de los Demonios
Inmortales”, es decir, Chang Shambalá. Este propósito, que puede parecer hoy
producto de una desenfrenada fantasía, es sin embargo perfectamente posible y
la prueba de ello está en el éxito obtenido por Nimrod cuando su Elite de guerreros arqueros hizo blanco
y derribó a varios de los “Demonios Inmortales”.
En la Antigüedad , cuando la
influencia del Kaly Yuga no era tan importante y en algunos remanentes Atlantes
todavía se conservaban los recuerdos de la Sabiduría Hiperbórea
y de la guerra contra el Demiurgo, la tarea de fundar pueblos y ciudades exigía
el concurso de Iniciados especialmente dotados. Lo mismo para la elevación de
ídolos o efigies sagradas cuya utilidad,
que no era la mera adoración, hoy se ha olvidado. El elemento más importante
que se tomaba en cuenta para tales fundaciones era la ubicación de las corrientes de energía telúrica. En segundo lugar figuraban las coordenadas
astrológicas a las que, sin embargo, la ceguera de los hombres suele otorgar
preeminencia en algunas Epocas. Justamente el poderío o supervivencia de alguna
ciudad dependen de la correcta situación geográfica en que se erijan y si, por
ejemplo, ciudades como Roma o Jerusalén han durado milenios es porque están
asentadas sobre grandes centros de fuerza. Hace miles de años los encargados de
precisar el lugar de emplazamiento de una ciudad eran llamados cainitas, Iniciados sacrificadores que
conocían la Magia
de la Sangre
Derramada. Estos homicidas sagrados, que eran zahoríes, es
decir, “sensibles” a las fuerzas de la Tierra , luego de detectar un vórtice conveniente
efectuaban el sacrificio humano destinado a “polarizar” la energía telúrica y
obtener un fenómeno de “resonancia” con la Sangre de la Raza , de manera de que el lugar se convierta en
“amigo” de sus habitantes y “enemigo” de futuros invasores. De tales asesinatos
rituales con fines de fundación recordamos por ejemplo a Rómulo que para
asegurar la inviolabilidad de las murallas de Roma debió ejecutar a su gemelo
Remo, etc.
Haré un breve paréntesis para
consultar a la
Sabiduría Hiperbórea sobre algunas pautas que es necesario
tener en cuenta, a fin de interpretar correctamente la acción de guerra
emprendida por el Rey Nimrod.
Puede considerarse con toda propiedad
que la potencia de un pueblo para
liberarse del yugo satánico de la
Sinarquía depende directamente de las condiciones
esotérico-hiperbóreas de sus Iniciados. Si hay hombres despiertos,
suficientemente capaces de localizar las corrientes y vórtices de energía
telúrica, y no desprecian el combate que inevitablemente trae aparejado esta
“toma de posición”, entonces la
Raza va en camino de la mutación, se ha convertido en un
“círculo cerrado” hiperbóreo. Por razones de pureza sanguínea son siempre los
pueblos denominados “bárbaros” quienes más cerca se hallan de estas praxis
hiperbóreas; pero esos mismos pueblos, en la medida que se civilizan, o
sinarquizan, pierden potencia y,
entonces, se debilita su posibilidad de
mutación. La pureza racial
hiperbórea de un pueblo se evalúa en la capacidad de sus hombres para despertar
el Recuerdo de Sangre. La potencia
racial hiperbórea de un pueblo es su capacidad
de oposición a la ilusoria realidad del mundo material. Significa tomar parte
activa en la Guerra
Esencial y, por lo tanto, supone alguna concepción
estratégica hiperbórea. La potencia se evalúa entonces por la claridad de los
fines y objetivos estratégicos que son capaces de formular los hombres y por
los pasos efectivos que se den en tal sentido. El resultado de la acción jamás
se califica por alguna pauta material; más aún: la acción jamás se califica en
absoluto. Para la
Sabiduría Hiperbórea lo que importa es la Estrategia ; esto es: la
claridad de metas y objetivos y la forma de obtenerlos, o sea, la potencia. En todo caso la acción se
califica a sí misma, independientemente de los “resultados”. El “éxito” o
“fracaso” de una acción no tienen sentido en la Estrategia Hiperbórea
pues tales palabras remiten a conceptos elaborados a partir de una incorrecta
percepción del mundo, de Maya, la Ilusión. Puede ilustrar esto una antigua
sentencia hiperbórea que dice: “para los Guerreros Sabios toda guerra perdida
en la Tierra
es una guerra ganada en otros Cielos”.
Volviendo al concepto hiperbóreo de potencia racial puedo decir que, en general, un pueblo potente es aquel que habiendo identificado al Enemigo pasa a
la acción de guerra en el marco de una “Estrategia Hiperbórea”. Y, en
particular, que un pueblo de gran
potencia es aquel capaz de atravesar
el umbral y trasladar el teatro de operaciones al plano de los Inmortales.
Existen muchas maneras de atravesar el umbral. Los hombres
dormidos, los “Iniciados” en el satanismo sinárquico, por ejemplo, lo hacen
durante su “Muerte Ritual”, arrastrándose abyectamente ante los siniestros
“Guardianes del Umbral”, mal llamados a veces “Veladores”, “Vigilantes” o
“Egrégoros”. Luego de demostrar su “evolución” mediante juramentos, pactos y
alianzas reciben la “iluminación” o sea pierden todo contacto con el Origen y
sufren el encadenamiento definitivo al Plan Universal del Demiurgo Jehová
Satanás. Entonces pueden atravesar el Umbral y “participar” en mil ceremonias o
aquelarres distintos, de acuerdo a la secta o religión que los haya “iniciado”,
y que tienen la sorprendente característica de ocurrir solamente en la
conciencia del adepto pues se trata de una miserable ilusión. Los “Inmortales”
de Chang Shambalá jamás harán participar a nadie en sus reuniones como no sea
para destruirlo, sin embargo, no son pocos los imbéciles que creen conocer el sancta sanctorum de la Fraternidad Blanca
y a su “Instructor Planetario”, el Rey del Mundo.
Pero hay otra manera de “atravesar el
Umbral”, que no requiere de humillaciones ni promesas y que no implica la total
confusión sanguínea del hombre como en el caso de la iniciación sinárquica. Es
la que consiste en plantarse orgullosamente, con las armas en la mano, ante los
Guardianes del Umbral… y destruirlos.
Se dirá entonces ¿pero, dónde está el
Umbral? ¿no se trata de un símbolo “iniciático”? No lo es. La Estrategia Sinárquica
se basa en confundir, esto es, tornar oscuro lo que debería ser claro. Y una
táctica muy utilizada es dar sentido irreal, simbólico, a aquello que se desea
ocultar y, por otra parte, exaltar como real y concreto aquello que se desea
“revelar”. Así, una realidad como la existencia de las “puertas inducidas” o
“dimensionales” es considerada por las gentes sensatas una fantasía y, por
ejemplo, utopías como el comunismo, el socialismo, la O.N .U. o el Gobierno Mundial,
son tenidas fanáticamente como posibilidades reales.
El Umbral, o sea, la entrada hacia el
plano en que moran los Demonios Inmortales, puede ser fijado y abierto si se posee una técnica apropiada. La Sabiduría Hiperbórea
enseña a abrir “puertas inducidas”, para su uso en tácticas ofensivas, de siete
maneras diferentes. Una es utilizando la tecnología lítica. Otra es Vrúnica.
Una tercera aprovecha las energías telúricas. Una cuarta es fonética, etc. Pero
todas se basan en la distorsión del espacio,
en la intersección de planos, y en el dominio del tiempo.
Abierta la Puerta , por cualquier
sistema, debe procederse con energía y decisión a causar el mayor número
posible de bajas al Enemigo. Puede producir sorpresa esta posibilidad pero lo
cierto es que los “Demonios Inmortales” de Chang Shambalá pueden morir. Estos “Inmortales”, “Maestros de Sabiduría”, Gurúes,
Golen, Sabios de Sión, Black in Man, etc., están irremediablemente ligados al
Demiurgo. Son Inmortales mientras dure la “Creación” material, es decir en
tanto el Demiurgo mantenga su voluntad
puesta en la manifestación. Su existencia es la suerte del animal hombre.
Pero conviene tener presente que en la “Isla Blanca” de Chang Shambalá, junto
con los “Demonios Inmortales”, coexisten, en una mayor jerarquía, los
Doscientos Hiperbóreos venidos de Venus que causaron la mutación colectiva en la Tierra y encadenaron a los
Espíritus Eternos en los animales-hombres que había creado el Demiurgo. Los
Doscientos Hiperbóreos son los Dioses Traidores de la Atlántida y los Señores
de la Llama de
Lemuria. Ellos son verdaderamente Inmortales pero como han tomado cuerpo físico
a fin de copular con la Raza
humana, cumpliendo sus absurdos papeles de Manú, pueden ser desencarnados
violentamente, acción que, aparte de trastornar sus planes, tiene la virtud de
destruir la matriz genética de las presuntas Razas raíces.
Se puede, entonces, matar a los Inmortales, que sólo lo son
si no se ejerce violencia contra Ellos pues habitan un pliegue del espacio en
el que el tiempo transcurre de un modo
diferente, de tal suerte que sus cuerpos se mantienen fisiológicamente
estables en una “edad determinada”. Con esta terrible afirmación cerraré aquí
el paréntesis doctrinario que abrí más atrás. Se está ya, en virtud de lo expuesto,
en condiciones de interpretar la hazaña del Rey Hiperbóreo Nimrod. Por ejemplo,
se puede ahora calificar a los Kassitas como gran potencia racial por haber llevado, de acuerdo a la definición
anterior, el teatro de operaciones a la Guarida de los Demonios Inmortales. Proseguiré
entonces, con el relato.
Repetiré lo dicho al comienzo. Los
Kassitas habían pactado con su Dios Arquero Kus para participar en la Contienda Esencial.
Eran guerreros temibles, perfectamente capaces de hacer frente a bestias, hombres
o Demonios.
Peregrinaron durante años hasta que
los Iniciados cainitas decidieron que “la Serpiente de Fuego” más poderosa, esto es: el
vórtice de energía telúrica, se hallaba dentro de los límites de la ciudad de
Borsippa, que ya existía y estaba habitada por una tribu de pastores habiros.
Ello no representó ninguna dificultad para un pueblo decidido a librar combate
a Demonios infernales. En breve tiempo los Kassitas dominaban la plaza y sus
Iniciados cainitas realizaban los Rituales necesarios para “calmar” a la Serpiente de Fuego.
Inmediatamente después pusieron en
práctica una Estrategia adecuada para la inminente ofensiva. De ella debemos
destacar dos tareas que demuestran la capacidad de los Iniciados cainitas. La
primera consistió en entrenar a una Elite capaz de resistir a la poderosa magia
que los “Demonios” emplearían al abrirse “la Puerta del Infierno”. Esta Elite hiperbórea,
ancestro lejano de la , tendría la sagrada misión de exterminar a
los Demonios, faena alucinante en la que seguramente perderían la vida o la
razón.
La otra tarea era quizá la más simple
de ejecutar pero la que requeriría mayor destreza en el manejo de la Sabiduría Hiperbórea :
construir la “Torre mágica” que, merced a la armonía de sus exactas
dimensiones, su forma y su funcionalidad, canalice la energía telúrica dispersándola en torno al “Ojo de la Espiral ” de energía. En la
arquitectura de Templos lo más importante, desde el punto de vista de la
“funcionalidad ritual”, es el plano de la base, su símbolo. Los más utilizados
son: la base circular, en cruz u octogonal, aunque también se han construido
con base rectangular, pentagonal, exagonal, etc. Pero en la arquitectura
hiperbórea de guerra suelen construirse edificios semejantes a fortalezas cuyo
plano de la base casi siempre es un “laberinto”. Debe utilizarse tal figura
debido a exigencias técnicas de la canalización de energías telúricas y puedo
agregar que la aplicación de la “técnica de los laberintos” es otra de las
siete maneras de abrir puertas inducidas. Por supuesto, no cesaré de repetir,
que los productos de estas técnicas hiperbóreas no son automáticos, es decir,
incluyen en su funcionalidad la participación de hombres entrenados.
El plan de guerra de Nimrod constaba,
entonces, de tres pasos: 1ro.) abrir la puerta al plano de Chang Shambalá;
2do.) acceder al famoso Umbral de la iniciación sinárquica; 3ro.) atacar,
atacar, atacar...
Para complementar esta colosal
Estrategia se contaban una serie de detalles logísticos como por ejemplo la
elección de las armas o la posibilidad de emplear las antiquísimas “corazas
mágicas” de la
Atlántida. Con respecto a las armas los Iniciados cainitas
decidieron que los guerreros emplearían flechas construidas según una antigua
fórmula: las plumas serían de ibis; las varas, de acacia del Cáucaso; y las
puntas, de piedra, serían pequeñas estalactitas perfectamente cónicas recogidas
de unas cavernas profundas y misteriosas que una tradición chamán afirma se
conecta con el Reino Hiperbóreo de Agartha.
En cuanto a las “corazas mágicas” es
fácil figurarse hoy, a la luz de la moderna tecnología electrónica, cómo sería
un “campo electrostático precipitador de materia”, envolvente de todo el
cuerpo. Sin embargo esta “coraza electrónica”, llamada mágica en la Epoca
de Nimrod, era una defensa común en los días de la Atlántida , hasta unos
12.000 años atrás. Los Iniciados cainitas sólo lograron dotar por algunas horas
de tal campo protector al Rey Nimrod y a su General Ninurta pues nadie más en
el pueblo contaba con las condiciones de pureza necesarias para aplicar la
antiquísima técnica. ¡Sólo dos guerreros cuando la Atlántida contaba con
ejércitos enteros que empleaban el “abrigo de metal”! Esta técnica sufrió una
lenta degradación hasta desaparecer completamente debido a la confusión
sanguínea. En un principio, cuando los Dioses vinieron a la Tierra hace millones de
años, revistieron su cuerpo físico con una “coraza de fuego”. Luego en la
lejana Lemuria, los Iniciados, Reyes y guerreros, materializaban minerales por
lo que solían llamarse “Hombres de Piedra”. Y, finalmente, en pleno Kaly Yuga
Atlante, los Dioses Traidores materializaban corazas de metal en torno a su
cuerpo las que los protegían de golpes de espada o lanza a la manera de
nuestras medievales cotas de malla. La coraza atlante de metal materializado
es, por otra parte, el origen de la leyenda judía según la cual Nimrod poseía
las “vestimentas” que Adán y Eva lucieron en el Paraíso. Las habría obtenido de
Cam, uno de los hijos de Noé y, más adelante, luego de luchar con Esaú, otro gran
cazador, las habría perdido. Estas leyendas se hallan en los Midrash talmúdicos
Sepher Hayashar (Siglo XII) y Pirque Rabli Eliezer (90-130
D.J.C.) y también en el Talmud Babilónico (500 D.J.C.), etc.
Los Guardianes del Umbral cuentan
también con corazas y armas poderosas, entre ellas, por ejemplo el “rayo Om” un arma atlante con la que los
dulces “Maestros de Sabiduría” de Chang Shambalá suelen desintegrar a los
discípulos que se muestran díscolos.
Parece un enemigo terrible el así
armado, pero eso es pura apariencia, sólo poderío material. Los guerreros de
Nimrod portarían el Signo hiperbóreo de Hk,
la Runa de Fuego
que ningún “Demonio Inmortal” puede enfrentar. Y mucho menos los Doscientos
Hiperbóreos Traidores. Ese Signo representa para Ellos la verdad, el recuerdo inevitable del Origen Divino abandonado. Y,
como a la Gorgona ,
no les resulta posible mirarlo sin padecer grave riesgo.
Cuando la Torre estuvo lista se
dispuso, en la torrecilla de la cúspide, una columna metálica de hierro, cobre,
plata y oro, rematada con una gigantesca Esmeralda. Dicha piedra había sido
entregada a los Kassitas por el Dios Kus cuando los comprometió en la lucha con
el Demiurgo Enlil, Jehová Satanás, cuya Morada estaba en Babilonia. Y según
contaban los Iniciados entre susurros, la Piedra Sagrada
había sido traída de Venus por los Dioses que acompañaban a Kus cuando llegaron
a la Tierra ,
antes que el hombre existiera. Durante las muchas décadas que duró la travesía
de los “bárbaros”, desde la ladera del monte Elbruz, en el Cáucaso, la posesión
de este “Presente del Cielo” fue el estímulo que permitió afrontar todo tipo de
penalidades. Era el Centro en torno
al cual se formaba la Raza ; era el Oráculo que posibilitaba oír la Voz de Dios y era la Tabula regia donde se podían leer los Nombres
de los Reyes. Era también el Signo
Primordial ante el cual los Demonios retrocederían aterrados y contra el
cual ninguna potencia infernal tenía poder. Por su intermedio se abriría en el Cielo la Puerta del Infierno y
podría entablarse el combate sin tregua contra los servidores de quien encadenó
el Espíritu Eterno a la
Materia. Muchos pueblos han sido llamados “bárbaros” por
otros pueblos más “civilizados”, aludiendo a su “salvajismo” e “inconsciencia”.
Pero se necesita ser “bárbaro” para pactar con los Dioses y tomar parte en la Guerra Esencial.
Sólo la garantía de la pureza
sanguínea de unos “bárbaros”, intrépidos e inmunes a las celadas satánicas,
puede decidir a los Dioses a poner en el mundo la piedra angular de una Raza Sagrada. En otras palabras, las
“celadas”, las tentaciones de la
Materia , están tendidas en todas partes y por eso se necesita
ser “bárbaro” o “fanático”, pero también ingenuo, “como niño”, o como Parsifal
el loco puro de la leyenda artureana.
Finalizada la construcción del
Zigurat, se enviaron mensajeros a las restantes ciudades y aldeas Kassitas pues
su Reino incluía a Nínive y otras urbes menores, así como numerosos campamentos
septentrionales que llegaban hasta el lago Van e incluso alcanzaban las laderas
del Ararat. Miles de Embajadores fueron llegando a Borsippa para apreciar la Torre de Nimrod y rendir
homenaje a Ishtar la Diosa de Venus y a Kus su
Dios racial, esposo de Ishtar. También llegaron del Sur, de Babilonia a la que
acababan de conquistar, un pequeño número de sus primos Hititas, con quienes
los Kassitas partieron juntos muchas décadas atrás, desde el Cáucaso.
Todo se preparó para el solsticio de
verano, el día en que Chang Shambalá está “más cerca” de nuestro plano físico.
Ese día el pueblo de Borsippa estuvo reunido junto al gran Zigurat y un
contraste de emociones se adivinaba en todos los rostros. Los invasores
Kassitas, cazadores y agricultores, es decir, cainitas, demostraban
abiertamente su salvaje alegría por culminar una empresa que les había absorbido
varias generaciones. Y en esa alegría furiosa latía el anhelo del próximo
combate. Dice un antiguo proverbio ario: “el furor del guerrero es sagrado
cuando su causa es justa”. Pero si esa sed de justicia le lleva a enfrentar a
un Enemigo mil veces superior, entonces necesariamente
debe ocurrir un milagro, una mutación de la naturaleza humana que lo lleve más
allá de los límites materiales, fuera del Karma y del Eterno Retorno. Leonidas
en las Termophilas ya no es humano. Será un Héroe, un Titán, un Dios, pero
jamás un hombre común. Por eso el pueblo de Nimrod en su furia santa presentía
la próxima mutación colectiva; se sentía elevado y veía disolverse la realidad
engañosa del Demiurgo Enlil. Hervían de valor y así purificaban drásticamente
su sangre. Y esa Sangre Pura, bullente de furia y de valor, al agolparse en las
sienes trae el Recuerdo del Origen y hace desfilar ante la vista interior las
imágenes primigenias. Sustrae, en
una palabra, de la miserable realidad del mundo y transporta a la verdadera esencia espiritual del hombre. En estas
circunstancias mágicas no es extraño que todo un pueblo gane la inmortalidad
del Valhala.
Contrastando con dicha euforia
guerrera se advertía una angustia terrible retratada en los rostros de
numerosos ciudadanos. Eran quienes constituían la primitiva población habiro de
Borsippa, pastores y comerciantes, que adoraban desde siempre al Demiurgo
Enlil.
Según sus tradiciones, Jehová Satanás
había preferido al pastor Abel y despreciado al agricultor Caín lo que es
coherente puesto que “pastor es el oficio del animal hombre”, hijo de Jehová,
según enseña la
Sabiduría Hiperbórea. Por estas razones experimentaban un
odio profundo contra el Rey Nimrod y los Iniciados cainitas. Un odio como sólo
pueden sentir los cobardes, aquellos que, en todo semejantes a los moruecos y
ovejas que apacentan, se autodenominan “pastores”. Ese odio al guerrero es el
que disfrazado hipócritamente exalta las “virtudes” del sentimentalismo, la
caridad, la fraternidad, la igualdad, y otras falsedades que se conocen muy
bien por sufrirlas en esta civilización
de pastores en que nos ha hundido el judeocristianismo de la Sinarquía. Y ese
odio, que estoy considerando, surge y se nutre de una fuente denominada miedo.
Miedo y Valor: he aquí dos opuestos.
Ya se vio el poder trasmutador del valor, cuya expresión es el Furor del
Guerrero. El miedo en cambio se expresa por el odio pusilánime y refinado, el
que después de múltiples destilaciones da la envidia, el rencor, la
maledicencia y toda clase de sentimientos insidiosos. El miedo es pues un
veneno para la pureza de sangre como el valor es un antídoto. La exaltación del
valor eleva y trasmuta; disuelve la realidad. La exacerbación del temor, en
cambio, hunde en la materia y multiplica el encadenamiento a las formas
ilusorias. Por eso los pastores habiros de Borsippa murmuraban entre dientes
las oraciones a Enlil mientras, como hipnotizados de terror, contemplaban la
ceremonia cainita.
A primera hora de la mañana, cuando
Shamash, el Sol, recién había despertado, los tambores y las flautas ya estaban
electrizando el aire con su ritmo monótono y ululante. En las distintas
terrazas de la Torre
las Iniciadas danzaban desenfrenadamente mientras repetían sin cesar Kus, Kus,
invocando al Dios de la
Raza. Los Hierofantes, en número de cincuenta, oficiaban los
ritos previos a la batalla instalados en torno al enorme mandala laberíntico
construido en el piso de la torrecilla superior con mosaicos de lapislázuli,
réplica exacta del laberinto de la base del Zigurat. En todo el recinto
predominaba el color azul destacándose con un intenso y titilante brillo la
gran Esmeralda verde consagrada al Espíritu de Venus, la Diosa que los semitas
llamaban Ishtar y los sumerios Imnina o Ninharsag.
Mientras los Hierofantes permanecían
bajo el techo de la torrecilla superior, afuera, en los pasillos laterales el
Rey Nimrod y sus doscientos arqueros se preparaban para morir.
El climax bélico iba “in crescendo” a medida que pasaban las
horas. Cerca del medio día podía observarse un vapor ectoplasmático color
ceniza que se colaba por las columnas de la torrecilla superior y giraba
lánguidamente alrededor de éste, envolviendo en sus caprichosas volutas a los
imperturbables guerreros. Dentro de la torrecilla, el vapor cubría la totalidad
del recinto pero no sobrepasaba la cintura del más alto de los Hierofantes.
La muchedumbre que permanecía
petrificada observando la cúspide de la enorme Torre asistió de pronto,
atónita, a un fenómeno de corporización del vapor. Al principio, sólo algunos
lo advirtieron, pero ahora era visible para todos: la nube adoptaba formas
definidas que permanecían un momento para disolverse y volverse a corporizar
nuevamente. El “motivo” principal de los misteriosos relieves del vapor lo
constituían fundamentalmente figuras de “Angeles”. Angeles o Dioses; pero
también Diosas y niños. Y animales: caballos, leones, águilas, perros, etc. Y
carros de guerra. Era todo un Ejército Celeste el que se materializaba en la
nube vaporosa y giraba lentamente alrededor de la torrecilla. Y al pasar los
carros de combate, tirados por briosos corceles alados, los Angeles Guerreros
alentaban claramente a Nimrod. También lo hacían las mujeres, pero conviene que
nos detengamos un instante en Ellas porque la sola contemplación de su belleza
hiperbórea basta para iluminar el corazón del hombre más pasivo y arrancarlo de
las garras del Engaño. ¡Oh, las mujeres hiperbóreas! ¡Tan bellas! Lucían una
corta falda ceñida en la cintura por delgado cordón del que pendía, al costado,
la vaina de una graciosa y temible espada. El arco cruzado sobre el pecho y, a
la espalda, el nutrido carcaj. Las trenzas de oro y plata de un cabello que se
adivinaba tan suave y ligero como el viento. Y los Rostros. ¿Quién sería capaz
de describir esos Rostros olvidados, tras milenios de engaño y decadencia;
Rostros que, sin embargo, están grabados a fuego en el Alma del guerrero, casi
siempre sin que él mismo lo sepa? ¿quién osaría hablar de esos ojos
centellantes de frío coraje que irresistiblemente incitan a luchar por el Espíritu,
a regresar al Origen, ojos de acero cuya mirada templará el Espíritu hasta el
instante anterior al combate pero que, luego de la lucha, milagrosamente, serán
como un bálsamo de Amor helado que curará toda herida, que calmará todo dolor,
que resucitará eternamente al Héroe, aquel que se mantiene tenazmente en el
Sendero del Regreso al Origen? ¿y quién, por último, se atrevería a mencionar
siquiera sus sonrisas primordiales ante las cuales palidecen todos los gestos
humanos; ante cuyos sonidos cantarinos se apagan las músicas y rumores de la
tierra; risa trasmutadora que jamás podría resonar entre la miseria y el engaño
de la realidad material y que, por eso, sólo puede ser oída por quien también
sabe escuchar la Voz
de la Sangre Pura ?
Imposible intentar esbozar la imagen purísima de aquellas mujeres hiperbóreas,
eternas compañeras de los Hombres de Piedra, cuya proyección en el vapor
ectoplasmático se producía gracias a la poderosa voluntad de los Iniciados
cainitas. Sólo agregaré que dichas imágenes eran enormes. Mientras las otras
figuras giraban a cierta distancia de los guerreros Kassitas, Ellas se
desprendían para abrazarlos y acariciarlos, y entonces podía apreciarse su
tamaño. Doblaban en altura al Rey Nimrod, el guerrero más alto de Borsippa.
El pueblo veía claramente estas
efusiones y, aunque era evidente que las Diosas hablaban a los guerreros en
tono imperativo, mientras señalaban hacia el cielo, nadie, de entre ellos,
hubiera podido oír si realmente aquellos fantasmas emitían algún sonido pues el
ritmo frenético de las flautas, tambores, tímpanos y arpas, era ensordecedor.
Pero tal vez las mujeres hiperbóreas estuviesen hablando directamente al
Espíritu, tal vez sus voces se dejasen oír dentro de cada guerrero como dicen
que sienten los Augures...
Envueltos en ese frenesí, pero
momentáneamente pasmados de asombro por las alteraciones de la blanca nube, los
ciudadanos de Borsippa no advirtieron cuando una de las Iniciadas abandonó la
danza. Subió corriendo los pisos que faltaban para llegar a la torrecilla, pero
antes de entrar el vapor tomó la forma de una multitud de niños alados que
revolotearon en torno a ella derramando sobre su cabeza etéricos líquidos de no
menos etéricas ánforas. Sin embargo tales manifestaciones sobrenaturales no la
detuvieron. Ungida de pies a cabeza por los graciosos querubes avanzó
resueltamente e ingresó a la torrecilla. Los cincuenta Hierofantes, al advertir
su irrupción, cesaron todo canto, toda invocación, y volviéndose hacia ella la
miraban fijamente. Al fin la
Iniciada detuvo su ligero paso adelante de la entrada al
laberinto y, sin decir palabra, tiró de un cordón y dejó caer su túnica,
quedando completamente desnuda... salvo las joyas. Estas eran sumamente
extrañas: cuatro pulseras de oro serpentiformes,
que llevaba arrolladas una en cada tobillo y una en cada muñeca; un collar
semejante a las pulseras; una tiara tachonada de piedras lechosas y opacas; dos
pendientes y dos anillos serpentiformes y una piedra roja en el ombligo.
De todo el conjunto lo que más impresionaba,
por el exquisito diseño y la habilidad de los orfebres, eran las pulseras. Cada
una daba tres vueltas; las de la pierna y brazo izquierdo con la cola de la
serpiente hacia afuera y la chata cabeza hacia el interior del cuerpo; las
pulseras enrolladas en la pierna y brazo derecho mostraban a la serpiente como
“saliendo” del cuerpo; en el collar, la serpiente apuntaba con su cola hacia la
tierra y la cabeza, extrañamente bicéfala esta vez, quedaba justo bajo la
barbilla. Todas las serpientes tenían unas pequeñas piedras verdes incrustadas
en los ojos, y el cuerpo labrado y esmaltado de vivos colores. Al ver estas
maravillosas piezas de orfebrería nadie habría sospechado que eran en realidad
delicados instrumentos para canalizar energías telúricas. La muchacha es de una
belleza que quita el aliento. Se la puede observar mientras recorre con paso
seguro el laberinto, que parece conocer muy bien pues casi no se distingue el
piso, bajo la densa nube de vapor ectoplasmático. Si llegase a equivocar el
camino, si diese con una valla, sería tomado como un mal augurio y debería
suspenderse la operación hasta el siguiente año. Pero la Iniciada no vacila, tiene
abiertos los Mil Ojos de la
Sangre y ve allá abajo, en la base de la Torre , cómo la energía
telúrica, cual irresistible serpiente de fuego, también recorre el laberinto
resonante. Y todos confían en Ella, en la terrible misión que ha emprendido,
que comienza allí pero se prolonga en otros mundos. Confían porque es una
Iniciada maga, nacida quinta en una familia de zahoríes, de sangre tan azul que
las venas quedan dibujadas como árboles tupidos bajo la piel transparente.
Todos piensan en ella mientras recorre el laberinto cantando el himno de Kus.
Los Hierofantes contienen la
respiración mientras las esbeltas piernas de la Iniciada recorren con
destreza los últimos tramos del mosaico-laberinto: ya está por llegar a la
“salida”. ¡Ha triunfado!
Pero ese triunfo significa la muerte,
según se verá enseguida. Justo al final del laberinto se halla la columna de
piedra y metal adonde refulge con raro brillo la Esmeralda hiperbórea. La Iniciada se detiene
frente a ella y, elevando los ojos al cielo, asciende los tres peldaños que
conducen a la base de la columna, la cual es de baja estatura pues la Esmeralda apenas llega
al nivel del pubis. Cosa curiosa: la Esmeralda ha sido tallada en forma de vagina, con
una hendidura central, la cual es posible ver pues se halla en la faceta
superior, la que se encuentra enfrentada con el techo del templo. Por el
contrario, a la Iniciada ,
a pesar de hallarse desnuda, no es posible observarle sexo porque un pliegue de
carne le cubre el bajo vientre, absolutamente lampiño. Esta característica
física, que hoy en día sólo conservan las mujeres bosquimanas, es la prueba más
evidente de su linaje atlante-hiperbóreo. Las mujeres cromagnón poseían una
“pollera natural de piel” y las antiguas egipcias de las primeras dinastías
también, como puede comprobarse en numerosos bajorrelieves.