Cuarto
Día
Por todo lo visto, será evidente que
del modo de vida estratégico sólo
podría proceder un tipo de Cultura extremadamente austera. En efecto,
los pueblos del Pacto de Sangre jamás se destacaron por otro valor cultural
como no fuese la habilidad para la guerra. Es que estos pueblos, al principio,
se comportaban como verdaderos extranjeros en la Tierra : ocupaban la región en que vivían, quizá
durante siglos, pero siempre pensando en partir, siempre preparándose para la
guerra, siempre desconfiando de la realidad del mundo y demostrando una
hostilidad esencial hacia los Dioses extraños. No debe sorprender, pues, que
fabricasen pocos utensilios y aún menos objetos suntuarios; sin embargo, aunque
escasas, las cosas estaban perfeccionadas lo bastante como para recordar que se
trataba de pueblos de constructores, dotados de hábiles artesanos; para
comprobarlo no bastaría más que observar la producción de armas, en la que
siempre sobresalieron: éstas sí se fabricaban en cantidad y calidad siempre
creciente, siendo proverbial el temor y el respeto causado por ellas en los
pueblos del Pacto Cultural que experimentaron la eficacia de su poder
ofensivo.
Los pueblos del Pacto Cultural,
contrariamente a los ocupantes de la
tierra, creían en la propiedad del
suelo, amaban al mundo, y rendían Culto a los Dioses propiciatorios: sus
Culturas eran siempre abundantes en la producción de utensilios y artículos
suntuarios y ornamentales. Entre ellos se aceptaba que el trabajo de la tierra
era despreciable para el hombre, aunque se lo practicaba por obligación: su
habilidad mayor estaba, en cambio, en el comercio, que les servía para difundir
sus objetos culturales e imponer el Culto de sus Dioses. De acuerdo a sus creencias,
el hombre había de resignarse a su suerte y tratar de vivir lo mejor posible en
este mundo: tal la Voluntad
de los Dioses, que no se debía desafiar. Y para complacer esa Voluntad, lo
correcto era servir a sus representantes en la Tierra , los Sacerdotes y
los Reyes del Culto: los Sacerdotes trasmitían al pueblo la Voz de los Dioses y suplicaban
a los Dioses por la suerte del pueblo; paraban el brazo de los Reyes demasiado
amantes de la guerra e intercedían por el pueblo cuando la exacción de
impuestos se tornaba excesiva; eran los autores de la ley y a menudo
distribuían la justicia; ¿qué males no se abatirían sobre el pueblo si los
Sacerdotes no estuviesen allí para aplacar la ira de los Dioses? Por otra
parte, según ellos no era necesario buscar la Sabiduría para progresar
culturalmente y alcanzar un alto grado de civilización: bastaba con procurar la perfección
del conocimiento, por ejemplo, bastaba con superar el valor utilitario de
un utensilio y luego estilizarlo hasta convertirlo en un objeto artístico o
suntuario. La Sabiduría
era propia de los Dioses y a éstos irritaba que el hombre invadiese sus
dominios: el hombre no debía saber sino conocer
y perfeccionar lo conocido, hasta que, en un límite de excelencia de la cosa,
ésta condujese al conocimiento de otra cosa a la que también habría que
mejorar, multiplicando de esta manera la cantidad y calidad de los objetos
culturales, y evolucionando hacia formas cada vez más complejas de Cultura y
Civilización. Gracias a los Sacerdotes, pues, que condenaban la herejía de la Sabiduría pero aprobaban
con entusiasmo la aplicación del conocimiento en la producción de objetos que
hiciesen más placentera la vida del hombre, las civilizaciones de costumbres
refinadas y lujos exquisitos contrastaban notablemente con el modo de vida
austero de los pueblos del Pacto de Sangre.
Al principio esa diferencia, que era
lógica, no causó ningún efecto en los pueblos del Pacto de Sangre, siempre
desconfiados de cuanto pudiese debilitar su modo de vida guerrero: una caída se
produciría, profetizaban los Guerreros Sabios, si permitían que las Culturas
extranjeras contaminasen sus costumbres. Esta certeza les permitió resistir
durante muchos siglos, mientras en el mundo crecían y se extendían las
civilizaciones del Pacto Cultural. No obstante, con el correr de los siglos, y
por numerosos y variados motivos, los pueblos del Pacto de Sangre acabaron por
sucumbir culturalmente frente a los
pueblos del Pacto Cultural. Sin entrar en detalles, se puede considerar que dos
fueron las causas principales de ese resultado. Por parte de los pueblos del
Pacto de Sangre, una especie de fatiga
colectiva que enervó la voluntad guerrera: algo así como el sopor que por
momentos suele invadir a los centinelas durante una larga jornada de
vigilancia; esa fatiga, ese sopor, esa debilidad volitiva, los fue dejando
inermes frente al Enemigo. Por parte de los pueblos del Pacto Cultural, una
diabólica Estrategia, lucubrada y pergeñada por los Sacerdotes, basada en la
explotación de la Fatiga
de Guerra mediante la tentación de la ilusión: así, se tentó a los pueblos del
Pacto de Sangre con la ilusión de la paz, con la ilusión de la tregua, con la
ilusión del progreso cultural, con la ilusión de la comodidad, del placer, del
lujo, del confort, etc.; quizá el arma más efectiva haya sido la tentación del
amor de las bellas sacerdotisas, especialmente entrenadas para despertar las
pasiones dormidas de los Reyes Guerreros.
Con la tentación de la ilusión, los
Sacerdotes procuraban concertar alianzas de sangre entre los pueblos
combatientes, sellar los “tratados de paz” con la consumación de bodas entre
miembros de la nobleza reinante; naturalmente, como se trataba de apareamientos
entre individuos del mejor linaje, y de la misma Raza, a menudo no ocurría la
degradación de la Sangre
Pura. ¿Qué buscaban, entonces, los Sacerdotes con tales
uniones? Dominar culturalmente a los pueblos del Pacto de Sangre. Ellos tenían
bien en claro que la
Sangre Pura , por sí sola, no basta para mantener la Sabiduría si se carece
de la voluntad espiritual de ser libre en el Origen, voluntad que se iba
debilitando por la Fatiga
de Guerra. La Sabiduría
haría al Espíritu libre en el Origen y más poderoso que el Dios Creador; pero
en este mundo, donde el Espíritu está encadenado al animal hombre, el Culto al
Dios Creador acabaría dominando a la Sabiduría , sepultándola bajo el manto del terror
y del odio. Una vez sometidos culturalmente, ya tendrían tiempo los Sacerdotes
para degradar la Sangre
Pura de los pueblos del Pacto de Sangre y para cumplir con su
propio Pacto Cultural, es decir, para destruir las obras de los Atlantes
blancos.
En mi pueblo, Dr. Siegnagel, las cosas
ocurrieron de ese modo. Los Reyes, cansados de luchar y de esperar el regreso
de los Dioses Liberadores, se dejaron tentar por la ilusión de una paz que les
prometía múltiples ventajas: si se aliaban a los pueblos del Pacto Cultural
accederían a su “avanzada” Cultura, compartirían sus costumbres refinadas,
disfrutarían del uso de los más diversos objetos culturales, habitarían viviendas
más cómodas, etc.; y las alianzas se sellarían con matrimonios convenientes,
enlaces que dejarían a salvo la dignidad de los Reyes y no los obligarían a
ceder, de entrada, la Sabiduría frente al
Culto. Ellos creían, ingenuamente, que estaban concertando una especie de
tregua en la que nada perdían y con la que tenían mucho por ganar: y esa
creencia, esa ceguera, esa locura, esa fatiga incomprensible, ese sopor, ese
hechizo, fue la ruina de mi pueblo y la falta más grande al Pacto de Sangre con
los Atlantes blancos, una Falta de Honor. ¡Oh, qué locura! ¡creer que podía
reunirse en una sola mano el Culto y la Sabiduría ! El resultado, el desastre diría, fue
que los Sacerdotes atravesaron las murallas y se instalaron entre los Guerreros
Sabios; allí intrigaron hasta imponer sus Cultos y conseguir que estos
olvidasen la Sabiduría ;
y por último, se lanzaron ávidamente a rescatar las Piedras de Venus, las que
remitían con presteza a la Fraternidad Blanca mediante mensajeros que
viajaban a lejanas regiones. Sólo muy pocos Iniciados tuvieron el Honor y el
Valor de resistirse a tan repudiable claudicación y dispusieron los medios para
preservar la Piedra
de Venus y lo que se recordaba de la Sabiduría.
Entre tales Iniciados, se contó uno de
mis remotos antepasados, quien engastó la Piedra de Venus en la guarnición de una espada de
hierro: era aquélla un arma de imponente belleza y notable simbolismo; además
de sostener la Piedra
de Venus, el arriaz se quebraba hacia arriba en dos gavilanes de hierro que
protegían la empuñadura y daban al conjunto forma de tridente invertido; la
empuñadura, por su parte, era de un hueso blanco como el marfil, pero
espiralado, y se afirmaba con convicción que pertenecía al cuerno del Barbo
Unicornio, animal mítico que representaba al hombre espiritual; y el pomo, de
hierro como la hoja, poseía también un par de gavilanes elevados, que formaban
un segundo tridente invertido. En la Edad Media , como se verá, otros Iniciados le
grabaron en la hoja la inscripción “honor
et mortis”. Pues bien, ese Iniciado estableció la ley de que aquella arma
debía pertenecer solamente a los Reyes del linaje original, a los descendientes
de los Atlantes blancos. Vanos fueron, en este caso, los intentos hechos por
generaciones de Sacerdotes para deshacerse de la Espada Sabia ,
denominada así por el pueblo: como verá, se la conservó mientras se pudo, y
luego, cuando ello ya no fue posible, se la mantuvo oculta hasta los días de
Lito de Tharsis, el antepasado que vino
a América en 1534.
Lo repito: la locura de reunir en una
sola Estirpe el Culto y la
Sabiduría causó un desastre en los pueblos del Pacto de
Sangre: la interrupción de la cadena
iniciática. Ocurrió así que en un momento dado, cuando los Dioses del Culto
se impusieron, se apagó la Voz
de la Sangre Pura
y los Iniciados perdieron la posibilidad de escuchar a los Dioses Liberadores:
la voluntad de regresar al Origen se
había debilitado hacía tiempo y ahora carecían de orientación. Sin la
Voz , y sin la orientación hacia el Origen, ya no había
Sabiduría para transmitir, ya no se vería el Signo del Origen en la Piedra de Venus. Los
Iniciados comprobaron, de pronto, que algo se había cortado entre ellos y los
Dioses Liberadores. Y comprendieron, muy tarde, que el futuro de la misión y
del Pacto de Sangre dependería como nunca de la lucha entre el Culto y la Sabiduría , pero de una
lucha que desde entonces ya no se desarrollaría afuera sino adentro, en el
campo de la sangre. ¿Qué hicieron los Iniciados al comprobar esa realidad
irreversible, las tinieblas que se abatían sobre el Espíritu, para
contrarrestarla? Casi todos obraron del mismo modo. Partiendo del principio de
que cuanto existe en este mundo es sólo una burda imitación de las cosas del
Mundo Verdadero, y ante la imposibilidad de localizar el Origen y el Camino
hacia el Mundo Verdadero, optaron por emplear los últimos restos de la Sabiduría para plasmar
en las Estirpes de Sangre más Pura una “misión familiar” consistente en la comprensión inconsciente, con el Signo
del Origen, de un Arquetipo. Hay que advertir lo modesto de este objetivo:
los Antiguos Iniciados, los Guerreros Sabios, eran capaces de “comprender a la
serpiente, con el Signo del Origen”; y la serpiente es un Símbolo que contiene a Todos los arquetipos creados
por el Dios del Universo, Símbolo que se comprendía conscientemente con el
Signo increado del Origen. Ahora los
Iniciados proponían, y no quedaban otras opciones, que una familia trabajase “a
ciegas” sobre un Arquetipo creado,
tratando de que el Símbolo del Origen presente en la sangre lo comprendiese
casualmente algún día y revelase la
Verdad de la Forma Increada.
En resumen Dr. Siegnagel, a ciertas Estirpes, por cuyas venas corre la
sangre Divina de los Atlantes blancos, se les asignó una misión familiar, un
objetivo a lograr con el paso de incontables generaciones que irían repitiendo
perpetuamente un mismo drama, girando en torno de un mismo Arquetipo. Como el
Alquimista revuelve el plomo, los miembros de la familia elegida repetirían
incansablemente las pruebas establecidas por los antepasados, hasta que uno de
ellos un día, girando un círculo recorrido mil veces bajo otros cielos,
alcanzase a cumplir la misión familiar, purificando entonces su sangre astral. Se produciría así una
trasmutación que le permitiría remontar la involución del Kaly Yuga o Edad
Oscura, regresar al Origen y adquirir nuevamente la Sabiduría.
Es obvio aclarar que la misión
familiar sería secreta y que actualmente es desconocida para los miembros de
las Estirpes descendientes de los Atlantes blancos. La misión exigía el
cumplimiento de una pauta específica cuyo contenido no tendría relación
necesaria con las metas u objetivos de la comunidad cultural a la que
pertenecía la Estirpe
elegida; inclusive, según la
Epoca , la pauta podría resultar incomprensible o simplemente
chocar contra los cánones culturales en boga. Pero nada de esto importaría
porque la misión estaba plasmada en la sangre familiar, en el árbol de la Estirpe , y las ramas
descendientes irían tendiendo inevitablemente hacia la pauta, en un esfuerzo inconsciente
y sobrehumano por superar la caída espiritual. Desde luego, la pauta específica
describía el Arquetipo al que se tendría que comprender en la sangre, con el
Símbolo del Origen, para trascenderlo y llegar hasta la Forma Increada. A
algunas familias, por ejemplo, se les encomendó la perfección de una piedra, de un vegetal, de un animal,
de un símbolo, de un color, de un sonido, de una función
orgánica determinada o de un instinto,
etc. La perfección de la cosa pautada requería penetrar en su íntima esencia
hasta tocar los límites metafísicos, es decir, hasta ajustarse a la forma
perfecta del Arquetipo creado: por consiguiente, considerando que el Arquetipo
creado es sólo una mera copia de la Forma Increada , sería posible orientarse nuevamente hacia el Origen
si se comprendía al Arquetipo con el Símbolo del Origen presente en la Sangre Pura ; y allí
estaba la Sabiduría.
La misión familiar no culminaba, pues,
con la simple aprehensión trascendente del Arquetipo creado sino que exigía su re-creación espiritual. Partiendo de
una cualidad existente en el mundo, se volvería sobre ella una y otra vez,
incansablemente, durante eones, hasta penetrar en la íntima esencia y concretar
su perfección arquetípica: se re-crearía,
entonces, a la cualidad en el Espirítu y se la comprendería con el Símbolo del
Origen. Sólo así se daría la condición de la Existencia para el
Espíritu, sólo así el Espíritu sería
algo existente más allá de lo creado: no percibiendo la ilusión de lo creado
sino recreando lo percibido en el Espíritu y comprendiéndolo con lo Increado.
Al cumplir de ese modo con la misión familiar, la sangre astral, no la
hemoglobina, sería purificada y haría posible una trasmutación que es propia de
los Iniciados Hiperbóreos o Guerreros Sabios, la que transforma al hombre en un
superhombre inmortal.
En el curso de esa vía no evolutiva,
los convocados, los llamados a cumplir con la misión familiar, serán capaces de
crear “mágicamente” varias cosas.
Los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura obtienen, por ejemplo, un vino
mágico, soma, haoma
o amrita; luego de una destilación
milenaria del licor pautado, éste es incorporado a la sangre, recreado, como un néctar trasmutador.
También la manipulación del sonido permite arribar a una armonía superior, a
una música de las esferas; el Espíritu, vibrando en una nota única, om, recrea la esencia inefable del logos, el Verbo Creador. Y tanto aquel
néctar como este sonido, u otras formas arquetípicas semejantes, pueden ser
recreadas en el Espíritu y comprendidas por el Símbolo del Origen, comprendidas
por lo Increado, abriendo así las puertas al Origen y a la Sabiduría.
Su familia, Dr. Siegnagel, fue
destinada para producir una miel arquetípica, el zumo exquisito de lo dulce.
Desde tiempos remotos, sus antepasados han trabajado todas las formas del
azúcar, desde el cultivo hasta la refinación; desde las melazas más groseras
hasta las mieles más excelentes. Un día se agotó el manejo empírico y un azúcar
metafísico, es decir un Arquetipo, se incorporó a la sangre astral de la
familia, dando comienzo a un lento proceso de refinación interior que culmina
en Ud. Hoy el azúcar metafísico ha sido ajustado a la perfección arquetípica y
el esfuerzo de miles de antepasados se ha condensado en su persona: la dulzura buscada está en su Corazón.
A Ud. le toca dar el último paso de la trasmutación, recrear ese azúcar arquetípico en el Espíritu, y comprenderlo con el Símbolo del Origen. Pero no soy Yo quien debe hablarle de esto,
pues sus antepasados se harán presentes un día, todos juntos, y le reclamarán
el cumplimiento de la misión.