Octavo
Día
En la Epoca en que no se celebraba el Ritual del Fuego
Frío, los Hierofantes tartesios permitían a los peregrinos llegar hasta el
claro del Bosque Sagrado y contemplar la colosal efigie de Pyrena; allí podrían
depositar sus ofrendas y reflexionar si estaban dispuestos a afrontar la Muerte de la Prueba del Fuego Frío o si
preferían regresar a la ilusoria realidad de sus vidas comunes. Por el momento la Diosa no podía dañarlos pues
Sus Ojos estaban cerrados y a nadie comunicaba Su Señal de Muerte. Pero, no
obstante tal convicción, muchos quedaban helados de espanto frente al Antiguo
Rostro Revelado y no eran menos los que huían al punto o morían allí mismo de
terror. Es que el meñir original había sido plantado en ese sitio por los
semidioses Atlantes blancos miles de años antes, pero, en los días de la
alianza con los lidios, no existía nadie sobre la Tierra capaz de emular
aquella hazaña de trasladar a miles de kilómetros de distancia una gigantesca
piedra, y depositarla en el centro de un espeso bosque de fresnos, sin talar árboles para ello: se
comprende, pues, que los peregrinos recibiesen la inmediata impresión de que
aquel busto terrible era obra de los Dioses. Pero no sólo el meñir era obra de
los Dioses, puesto que la conformación del Rostro procedía de esa notable
capacidad para degradar lo Divino que exhibían los lidios; astutamente, los
tartesios se cuidaron siempre muy bien de informar sobre el origen de la
inquietante escultura.
Quien lograba reponerse de la
impresión inicial, y reparaba en los detalles del insólito Rostro, tenía que
apelar a todas sus fuerzas a fin de no ser ganado, más tarde o más temprano,
por el pánico. Recuerde, Dr., que, para sus adoradores, lo que tenían enfrente
no era una mera representación de piedra inerte sino la Imagen Viva de la Diosa : Pyrena se manifestaba
en el Rostro y el Rostro participaba de Ella. Y era aquel Rostro hierático lo
que quitaba el aliento. Probablemente, si alguien hubiese conseguido, con un
poderoso acto de abstracción, separar la Cara , de la Cabeza de la Diosa , la habría encontrado de facciones bellas;
en primer lugar, y a pesar de la coloración verdosa de la piedra, por la forma
de los rasgos era indudable la pertenencia a la Raza Blanca ; en
siguiente orden, cabría reconocer en el semblante general una belleza
arquetípica indogermánica o directamente aria: Ovalo de la Cara rectangular; Frente
amplia; Cejas pobladas, ligeramente curvadas y horizontales; los Párpados,
puesto que ya dije que los Ojos permanecían cerrados, demostraban por la
expresión una Mirada frontal, de Ojos redondos y perfectos; Nariz recta y
proporcionada; Mentón firme y prominente; Cuello fuerte y delgado; y la Boca , con el labio inferior
más grueso y algo más saliente que el superior, era quizá la nota más hermosa:
estaba levemente abierta y curvada en una Sonrisa apenas esbozada, en un gesto inconfundible de cósmica ironía.
Naturalmente, quien careciese del
poder de abstracción necesario, no advertiría ninguno de los caracteres
señalados. Por el contrario, sin dudas toda su atención sería absorbida de
entrada por el Cabello de la
Diosa ; y esa observación primera seguramente neutralizaría el
juicio estético anterior: al contemplar la Cabeza en conjunto, Cabello y Cara, la Diosa presentaba aquel
Aspecto aterrador que causaba el pánico de los visitantes. Pero ¿qué había en
Su Cabello capaz de paralizar de espanto a los rudos peregrinos, normalmente
habituados al peligro? Serpientes; Serpientes de un realismo excepcional. Su
Cabellera se componía de dieciocho Serpientes de piedra: ocho, de distinta
longitud, caían a ambos lados de la
Cara y otras dos, mucho más pequeñas, se erizaban sobre la
frente.
Cada par de las ocho Serpientes
estaban a la misma altura: dos a la altura de los Ojos, dos a la de la Nariz , dos a la de la Boca y dos a la del Mentón;
emergiendo de un nivel anterior de Cabello, los restantes ocho Ofidios volvían
y situaban sus cabezas entre las anteriores. Y cada Serpiente, al separarse de
las restantes guedejas, formaba en el aire con su cuerpo dos curvas
contrapuestas, como una ese (S), que le permitía anunciar el siguiente
movimiento: el ataque mortal. Y las dos Serpientes de la Frente , pese a ser más
pequeñas, también evidenciaban idéntica actitud agresiva. En resumen, al
admirar de Frente el Rostro de la Sonriente Diosa , emergía con fuerza el arco de
las dieciocho cabezas de Serpiente de Su Cabellera; y todas las cabezas estaban
vueltas hacia adelante, acompañando con sus ojos la Mirada sin Ojos de la Diosa ; y todas las cabezas
tenían las fauces horriblemente abiertas, exponiendo los mortales colmillos y
las abismales gargantas. No debe sorprender, pues, que aquella impresionante
aparición de la Diosa
aterrorizase a sus más fieles adoradores.
Lógicamente, tal composición tenía un
significado esotérico que sólo los Hierofantes e Iniciados conocían, aunque,
eventualmente, disponían de una explicación exotérica aceptable. En éste último
caso notificaban al viajero, que a veces podía ser un Rey aliado o un embajador
importante al que no se le podía negar de plano el conocimiento, que las
dieciocho serpientes representaban a las letras del alfabeto tartesio, el que
pretendían haber recibido de la Diosa. Durante el ritual, afirmaban, los
Iniciados podían escuchar a las Serpientes de la Diosa recitar el alfabeto
sagrado. La Verdad
esotérica que había atrás de todo esto era que las dieciocho letras
correspondían efectivamente a las dieciocho Vrunas de Navután y que con ellas
se podía comprender el Signo del Origen y con éste a la Serpiente , máximo
símbolo del conocimiento humano. Pero tal verdad era apenas intuida por los
Hierofantes tartesios ya que en esos días nadie veía el Signo del Origen ni
recordaba las Vrunas de Navután: al instituir la Reforma del Fuego Frío,
los Señores de Tharsis habían recibido la Palabra de la Diosa de que la Casa de Tharsis, descendiente de los Atlantes
blancos, “no se extinguiría mientras al menos uno de sus miembros no recuperase
la Sabiduría
perdida”, y para que Su Palabra se cumpliese, “menos que nunca deberían
desprenderse de la Espada
Sabia ”. Ese momento aún no había llegado y ningún
descendiente de la Casa
de Tharsis comprendía el significado profundo de esa Verdad esotérica que
revelaba la Cabeza
de Piedra de Pyrena. De modo que para ellos era también una verdad
incuestionable el hecho de que las dieciocho Serpientes representaban a las
letras del alfabeto tartesio: las dos Serpientes más pequeñas, por ejemplo,
correspondían a las dos letras introducidas por los lidios y su pronunciación
se mantenía en secreto, al igual que el Nombre de la Diosa Luna formado por
las tres vocales de los iberos. En este caso, las dos vocales permitían conocer
el Nombre que la Diosa
Pyrena se daba a sí misma cuando se manifestaba como Fuego
Frío en el corazón del hombre, es decir, “Yo soy” (algo así como Eu o Ey).
Todos los años, al aproximarse el
solsticio de invierno, los Hierofantes determinaban el plenilunio más cercano,
y, en esa noche, se celebraba en Tartessos el Ritual del Fuego Frío. No serían
muchos los Elegidos que, finalmente, se atreverían a desafiar la prueba del
Fuego Frío: casi siempre un grupo que se podía contar con los dedos de la mano.
El meñir estaba alineado hacia el Oeste del Manzano de Tharsis, de tal modo que
la Diosa Luna
aparecería invariablemente detrás del árbol y transitaría por el cielo hasta
alcanzar el cenit, sitio desde donde recién iluminaría a pleno el rostro de la Diosa que Mira Hacia el
Oeste. Desde el anochecer, con las miradas dirigidas hacia el Este, los
Elegidos se hallaban sentados en el claro, observando el Rostro de la Diosa y, más atrás, el
Manzano de Tharsis.
Cuando el Rostro Más Brillante de la Diosa Luna se posaba
sobre el Bosque Sagrado, los Elegidos se mantenían en silencio, con las piernas
cruzadas y expresando con las manos el Mudra del Fuego Frío: en esos momentos
sólo les estaba permitido masticar hojas de sauce; por lo demás, debían
permanecer en rigurosa quietud. Hasta el cenit del plenilunio, la tensión
dramática crecía instante tras instante y, en ese punto, alcanzaba tal
intensidad que parecía que el terror de los Elegidos se extendía al medio
ambiente y se tornaba respirable: no sólo se respiraba el terror sino que se lo
percibía epidérmicamente, como si una Presencia pavorosa hubiese brotado de los
rayos de la Luna
y los oprimiese a todos con un abrazo helado y sobrecogedor.
Invariablemente se llegaba a ese
climax al comenzar el Ritual. Entonces un Hierofante se dirigía a la parte
trasera de la Cabeza
de Piedra y ascendía por una pequeña escalera que estaba tallada en la roca del
meñir y se internaba en su interior. La escalera, que contaba con dieciocho
escalones y culminaba en una plataforma circular, permitía acceder a una
plataforma troncocónica: era éste un estrecho recinto de unos dos y medio
metros de altura, excavado exactamente detrás de la Cara y apenas iluminado desde
el piso por la
Lámpara Perenne. Sobre la plataforma del piso, en efecto, había
un diminuto fogón de piedra en cuyo hornillo se colocaba, desde que los lidios
perfeccionaron la forma del Culto, la Lámpara Perenne :
una losa permitía tapar la boca superior del hornillo y regular la salida de la
exigua luz. Ahora esta luz era mínima porque el Hierofante se aprestaba a
realizar una operación clave del ritual: efectuar la apertura de los Ojos de la Diosa. Para lograrlo
sólo tenía que desplazar hacia adentro las dos piezas de piedra, solidarias
entre sí, que habitualmente permanecían perfectamente ensambladas en la Cara y causaban la ilusión de
que unos pétreos Párpados cubrían el bulbo de Sus Ojos: esas pesadas piezas
requerían la fuerza de dos hombres para ser colocadas en su lugar, pero, una
vez allí, bastaba con quitar una traba y se deslizaban por sí mismas sobre una
guía rampa que atravesaba todo el recinto interior.
Hay que imaginarse esta escena. El
cerco de Fresnos del Bosque Sagrado formando el claro y en su centro, enormes e
imponentes, el Manzano de Tharsis y la estatua de la Diosa Pyrena. Y
sentados frente al Rostro de la
Diosa , en una posición que exalta aún más el tamaño colosal y
la turbadora Cabellera serpentina, los Elegidos, con la mirada fija y el
corazón ansioso, aguardando Su Manifestación, la llamada personal que abre las
puertas de la Prueba
del Fuego Frío. Desde lo alto, la
Diosa Ioa derrama
torrentes de luz plateada sobre aquel cuadro. De pronto, procedentes del Bosque
cercano, un grupo de bellísimas bailarinas se interpone entre los Elegidos y la Diosa Pyrena : traen
el cuerpo desnudo de vestidos y sólo llevan objetos ornamentales, pulseras y
anillos en manos y pies, collares y cintos de colores, aros de largos
colgantes, cintas y apretadores en la frente, que dejan caer libremente el
largo cabello. Vienen brincando al ritmo de una siringa y no se detienen en
ningún momento sino que de inmediato se entregan a una danza frenética.
Previamente, han practicado la libación ritual de un néctar afrodisíaco y por
eso sus ojos están brillantes de deseo y sus gestos son insinuantes y lascivos:
las caderas y los vientres se mueven sin cesar y pueden ser vistos, a cada
instante, en mil posiciones diferentes; los pechos firmes se agitan como
palomas al vuelo y las bocas húmedas se abren anhelantes; toda la danza es una
irresistible invitación a los placeres del amor carnal.
Desde luego, el erotismo desplegado
por las bailarinas tenía por objeto excitar sexualmente a los Elegidos,
encender en ellos el Fuego Caliente de
la pasión animal. Aquel baile era una supervivencia del antiguo Culto del
Fuego y su culminación, en otras Epocas, hubiese derivado en una desenfrenada
orgía. Pero la Reforma
del Fuego Frío había cambiado las cosas y ahora se prohibía el ayuntamiento
ritual y se exigía, en cambio, que los Elegidos experimentasen el Fuego
Caliente en el corazón. Si algún Elegido carecía de fuerzas para rechazar el
convite de las danzarinas podría unirse a ellas y gozar de un deleite jamás
imaginado, mas eso no lo salvaría de la muerte pues luego sería asesinado en
castigo por su debilidad. La actitud exigida a los Elegidos requería que
permaneciesen inmutables hasta la conclusión de la danza, manteniendo la vista
fija en el Rostro de la Diosa.
Regresemos a la escena. El volumen de
la música fue en aumento y ahora es un coro de flautas y tambores el que
acompaña los movimientos cadenciosos; las bailarinas jadean, el baile se torna
febril y la expresión erótica llega a su apogeo, tras ellas, la Sonrisa de la Diosa parece más irónica que
nunca. Los Elegidos se concentran en Pyrena pero no pueden evitar percibir,
como entre las brumas de un sueño, a las bailoteantes bellezas femeninas que
los embriagan de pasión, que los arrastran inevitablemente a un cálido y
sofocante abismo. Es entonces cuando se hace necesaria la intervención de la Diosa , cuando los Elegidos,
con la voluntad enervada, solicitan en sus corazones el cumplimiento de Su
Promesa. Y es entonces cuando, a una señal de los Hierofantes, la música cesa
bruscamente, las bailarinas se retiran con rapidez, y los Ojos de la Diosa se abren para Mirar a
Sus Elegidos. Como un latigazo, un estremecimiento de horror conmueve a los
Elegidos: los Párpados han desaparecido y la Diosa los contempla desde las cuencas vacías, con
Forma de Hoja de Manzano, de Sus Ojos. Ha comenzado la Prueba del Fuego Frío. Un
Hierofante, con voz estruendosa, recita la fórmula ritual:
Oh
Pyrena,
Diosa
de la Muerte
Sonriente
Tú
que tienes la Morada
Más
Allá de las Estrellas
¡Acércate
a la Tierra de
los Elegidos
Que
Por Ti Claman!
Oh
Pyrena,
Tú
que antes Amabas con el Calor del Fuego a los Elegidos
y
después los Matabas
¡Recuerda
la Promesa !
¡Asesínalos
primero con el Frío del Fuego,
Para
Amarlos luego en Tu Morada!
Oh
Pyrena,
¡Haz
que Muera en Nosotros la
Vida Cálida !
¡Haznos
conocer a Kâlibur,
¡Y
Haznos Vivir en la Muerte
Tu
Vida Helada!
Oh
Pyrena,
Tú
que una vez Nos Concediste
para
Sembrar en el Surco de la
Infamia ,
¡Mata
esa Vida Creada!
¡Y
deposita en el Corazón del Elegido
Oh
Pyrena,
Diosa
Blanca,
¡Muéstranos
la Verdad Desnuda
por
Kâlibur en Tu Mirada,
y
ya no seremos Hombres sino Dioses
de
Corazón de Piedra Congelada!
¡Kâlibur,
Tus Elegidos Te Claman!
¡Kâlibur,
Tus Elegidos Te Aman!
¡Kâlibur,
Muerte Que Libera!
¡Kâlibur,
Semilla de Piedra Congelada!
¡Kâlibur,
Verdad Desnuda Recordada!
Todo sucede velozmente, como si el
Tiempo se hubiese detenido. El Fuego Caliente de la Pasión Animal se
troca nuevamente en Terror. Pero ahora es un Terror sín límites el que
sobreviene, un Terror que es la
Muerte Misma , la Muerte Kâlibur de Pyrena, la Muerte Necesaria
que precede a la
Verdad Desnuda. Los Elegidos están paralizados de Terror y
con el corazón helado de espanto. Contemplan absortos el Rostro de Pyrena
mientras todavía resuena en el aire el último ¡Kâlibur…! del Hierofante: ¡los
Ojos de la Diosa
parecen ahora las Puertas de Otro Mundo! ¡un Mundo de Negrura Infinita! ¡un
Mundo de Frío Esencial que es la
Muerte de la
Vida Tibia ! No se puede atravesar esas puertas sin Morir de
Terror: ¡pero si algo las atraviesa, ese
algo vive en la Muerte !
Y si algo sobrevive a la
Muerte Kâlibur es porque ese
algo consiste también en la esencia del Frío de la Negrura Infinita.
Pero, ese Conocimiento ya no interesa
a los Elegidos. Algo de ellos ha atravesado las barreras de la Muerte Kâlibur ,
algo que no teme a la Muerte ,
y se ha encontrado con la
Verdad Desnuda que es Sí Mismo. Porque la Negrura Infinita
que ofrece la Muerte
Kâlibur de la
Diosa Pyrena , en la que toda Luz Creada se apaga sin remedio,
es capaz de Reflejar a ese “algo” que es el Espíritu Increado; y el Reflejo del Espíritu en la Negrura Infinita
de la Muerte Kâlibur
es la Verdad Desnuda
de Sí Mismo. Frente a la Negrura Infinita la Vida Creada muere de
Terror y el Espíritu se encuentra a Sí Mismo. Es por eso que si el Elegido,
tras el reencuentro, recobra la
Vida , será portador de una Señal de Muerte que dejará su
corazón helado para siempre. El Alma no podrá evitar ser subyugada por la Semilla de Piedra de Sí
Mismo que crece y se desarrolla a sus expensas y trasmuta al Elegido en
Iniciado Hiperbóreo, en Hombre de Piedra, en Guerrero Sabio. Como Hombre de
Piedra, el Elegido resurrecto tendrá un Corazón de Hielo y exhibirá un Valor
Absoluto. Podrá amar sin reservas a la
Mujer de Carne pero ésta ya no conseguirá jamás encender en
su corazón el Fuego Caliente de la Pasión Animal. Entonces buscará en la Mujer de Carne, a Aquella
que además de Alma posea Espíritu Increado, como la Diosa Pyrena , y sea
capaz de Revelar, en Su Negrura Infinita, la Verdad Desnuda de
Sí Mismo. A Ella, a la
Mujer Kâlibur , la amará con el Fuego Frío de la Raza Hiperbórea.
Y la Mujer Kâlibur
le responderá con el A-mort helado de la Muerte Kâlibur de
Pyrena.