Vigesimotercer
Día
Es hora ya de que me refiera a Santo
Domingo y a la Orden
de los Predicadores. Domingo de Guzmán nació en 1170 en la villa de Calaruega,
Castilla la Vieja ,
que se encontraba bajo jurisdicción del Obispo de Osma. Antes de nacer, su
madre tuvo un sueño en el que vio a su futuro hijo como a un perro que portaba
entre sus fauces un labris ardiente, es decir, un hacha flamígera de doble
hoja. Aquel símbolo interesó vivamente a los Señores de Tharsis pues lo
consideraban señal de que Domingo estaba predestinado para el Culto del Fuego
Frío. De allí que lo vigilasen atentamente durante la infancia y, apenas
concluida la instrucción primaria, gestionasen una plaza para él en la Universidad de
Palencia, que entonces se encontraba en el cenit de su prestigio académico. El
motivo era claro: en Palencia enseñaba teología el célebre Obispo Pedro de
Tharsis, más conocido por el apodo de “Petreño”, quien gozaba de confianza
ilimitada por parte del Rey Alfonso VIII, del cual era uno de sus principales
consejeros.
Lo ocurrido cincuenta años antes a su
primo, el Obispo Lupo, era una advertencia que no se podía pasar por alto y por
eso Petreño vivía tras los muros de la Universidad , en una casa muy modesta pero que
tenía la ventaja de estar provista de una pequeña capilla privada: allí tenía,
para su contemplación, una reproducción de Nuestra Señora de la Gruta. En esa capilla,
Petreño inició a Domingo de Guzmán en el Misterio del Fuego Frío, y fue tan
grande la trasmutación operada en él, que pronto se convirtió en un Hombre de
Piedra, en un Iniciado Hiperbóreo dotado de enormes poderes taumatúrgicos y no
menor Sabiduría: tan profunda era la devoción de Domingo de Guzmán por Nuestra
Señora de la Gruta
que, se decía, la mismísima Virgen Santa respondía al monje en sus oraciones.
Fue él quien comunicó a Petreño que había visto a Nuestra Señora de la Gruta con un collar de
rosas. Entonces Petreño indicó que aquel ornamento equivalía al collar de
cráneos de Frya Kâlibur: Frya Kâlibur, vista afuera de Sí Mismo, aparecía
vestida de Muerte y lucía el collar con los cráneos de sus amantes asesinados;
los cráneos eran las cuentas con las Palabras del Engaño; en cambio Frya vista
en el fondo de Sí Mismo, tras Su Velo de Muerte que la presenta Terrible para el
Alma, era la Verdad
Desnuda del Espíritu Eterno, la Virgen de Agartha de
Belleza Absoluta e Inmaculada; sería natural que ella luciese un collar de
rosas en las que cada pimpollo representase a los corazones de aquellos que la
habían Amado con el Fuego Frío. Domingo quedó intensamente cautivado con esa
visión y no se detuvo hasta inventar el Rosario, que consistía en un cordón
donde se hallaban ensartadas, pero fijas, tres juegos de dieciséis bolitas
amasadas con pétalos de rosa, las dieciséis, trece más tres cuentas,
correspondían a los “Misterios de la
Virgen ”. El Rosario de Santo Domingo se utiliza para
pronunciar ordenadamente oraciones, o mantrams, que van produciendo un estado
místico en el devoto de la
Virgen y acaban por encender el Fuego Frío en el Corazón.
No debe sorprender que mencione
dieciséis Misterios de la
Virgen y hoy se los tenga por quince, ni que varíe el número
de cuentas del Rosario, ni que hoy día se asocie el Rosario a los Misterios de
Jesús Cristo y se hayan ocultado los Misterios de Nuestra Señora del Niño de
Piedra, pues toda la Obra
de Santo Domingo ha sido sistemáticamente deformada y tergiversada, tanto por
los enemigos de su Orden, como por los traidores que han existido en cantidad y
existen, en cantidad aún mayor, dentro de ella.
Domingo llegó a dictar la cátedra de
Sagrada Escritura en la
Universidad de Palencia, pero su natural vocación por la
predicación, y su deseo por divulgar el uso del Rosario, lo condujeron a
difundir la
Doctrina Cristiana y el Culto a Nuestra Señora del Rosario en
las regiones más apartadas de Castilla y Aragón. En esa acción descolló lo
suficiente como para convencer a los Señores de Tharsis de que estaban ante el
hombre indicado para fundar la primera Orden antiGolen de la Historia de la Iglesia. Domingo
era capaz de vivir en extrema pobreza, sabía predicar y despertar la fe en
Cristo y la Virgen ,
daba muestras de verdadera santidad, y sorprendía con su inspirada Sabiduría: a
él sería difícil negar el derecho de congregar a quienes creían en su obra.
Mas, para que tal derecho no pudiese
ser negado por los Golen, era necesario que Domingo se hiciese conocer fuera de
España, que diese a los pueblos el ejemplo de su humildad y santidad. El Obispo
de Osma, Diego de Acevedo, que compartía secretamente las ideas de los Señores
de Tharsis, decidió que el mejor lugar para enviar a Domingo era el Sur de
Francia, la región que en ese momento se encontraba agitada por un
enfrentamiento con la Iglesia :
la gran mayoría de la población occitana se había volcado a la religión cátara,
que según la Iglesia
constituía “una abominable herejía”, y sin que los benedictinos del Cluny y del
Císter, tan poderosos en el resto de Francia, hubiesen podido impedirlo. Con
ese fin, el Obispo Diego consiguió la representación del Infante Don Fernando
para concertar el casamiento con la hija del Conde de la Marca , lo que le brindaba la
oportunidad de viajar a Francia llevando consigo a Domingo de Guzmán, a quien
ya había nombrado Presbítero. Ese viaje le permitió interiorizarse de la “herejía
cátara” y proyectar un plan. En un segundo viaje a Francia, muerta la hija del
Conde, y decidida la misión de Domingo, ambos clérigos se dirigen a Roma: allí
el Obispo Diego gestiona ante el terrible Papa Golen Inocencio III
la autorización para recorrer el Languedoc predicando el Evangelio y dando a
conocer el uso del Rosario.
Obtenida la autorización ambos parten
desde Montpellier a predicar en las ciudades del Mediodía; lo hacen descalzos y
mendigando el sustento, no diferenciándose demasiado de los Hombres Puros que
transitan profusamente los mismos caminos. La humildad y austeridad de que
hacen gala contrasta notablemente con el lujo y la pompa de los legados
papales, que en esos días recorren también el país tratando de poner freno al
catarismo, y con la ostensible riqueza de Arzobispos y Obispos. Sin embargo,
recogen muestras de hostilidad en muchas aldeas y ciudades, no por sus actos,
que los Hombres Puros respetan, ni siquiera por su prédica, sino por lo que
representan: la Iglesia
de Jehová Satanás. Pero aquellos resultados estaban previstos de antemano por
Petreño y Diego de Osma, que habían impartido instrucciones precisas a Domingo
sobre la Estrategia
a seguir.
El punto de vista de los Señores de
Tharsis era el siguiente: observando desde
España la actitud abiertamente combativa asumida por el Pueblo de Oc hacia
los Sacerdotes de Jehová Satanás, y considerando la experiencia que la Casa de Tharsis tenía sobre
situaciones semejantes, la conclusión evidente indicaba que la consecuencia
sería la destrucción, la ruina, y el exterminio. En opinión de los Señores de
Tharsis, el suicidio colectivo no era
necesario y, por el contrario, sólo beneficiaba al Enemigo; pero, era claro
también, que los Cátaros no se percataban completamente de la situación, quizá
por desconocer la diabólica maldad de los Golen, que constituían el Gobierno
Secreto de la Iglesia
de Roma, y por percibir solamente el aspecto superficial, y más chocante, de la
organización católica. Mas, si bien los Cátaros no suponían que los Golen,
desde el Colegio de Constructores de Templos del Cister, habían decretado el
exterminio de los Hombres Puros y la destrucción de la civilización de Oc, y
que cumplirían esa sentencia hasta sus últimos detalles, no era menos cierto
que tal posibilidad no los preocuparía en absoluto: como tocados por una locura
mística, los Hombres Puros tenían sus ojos clavados en el Origen, en el Gral, y
eran indiferentes al devenir del mundo. Y ya se vio cuan efectiva fue aquella
tenacidad, que permitió la manifestación del Gral y del Emperador Universal, y
causó el Fracaso de los Planes de la Fraternidad Blanca.
Frente a la intransigencia de los
Cátaros, Domingo y Diego recurren a un
procedimiento extremo, que no podía ser desaprobado por la Iglesia : advierten, a quien
los quiera oír, sobre la segura destrucción a que los conducirá el sostenimento
declarado de la herejía. Mas no son escuchados. A los creyentes, que
constituyen la mayoría de la población occitana y que, como toda masa
religiosa, no domina las sutilezas filosóficas, se les hace imposible creer que
pueda triunfar el Mal sobre el Bien, es decir, que la Iglesia de Roma pueda
destruir efectivamente a la
Iglesia Cátara. Y a los Cátaros, que saben que el Mal puede triunfar sobre el Bien en la Tierra , ello los tiene
sin cuidado pues en todo caso sólo se trata de variaciones de la Ilusión : para los Hombres
Puros, la única realidad es el Espíritu; y esa Verdad significa el definitivo y
absoluto triunfo del Bien sobre el Mal, vale decir, la Permanencia Eterna
de la Realidad
del Espíritu y la
Disolución Final de la Ilusión del Mundo Material. Corre el año 1208 y,
mientras el pueblo se encuentra afirmado en estas posiciones, el Papa Inocencio III
anuncia la Cruzada
en represalia por la muerte de su legado Pedro de Castelnaux. Es tarde ya para
que la predicación de Santo Domingo surta algún efecto. Sin embargo, el
objetivo principal de la misión, que era imponer la figura santa de Domingo y
hacer conocer sus aptitudes como organizador y fundador de comunidades religiosas,
se estaba consiguiendo. En aquel año, en tanto se producía la matanza de Bezier
y otras atrocidades Golen, Santo Domingo realizaba su primera fundación en
Fanjeaux, cerca de Carcasona. Había comprendido de entrada que las damas
occitanas presentaban una especial predisposición para el A-mort espiritual y
por eso establece allí el monasterio de Prouille, cuyas monjas se dedicarán al
cuidado de niños y al Culto de la
Virgen del Rosario: la primera Abadesa fue Maiella de
Tharsis, gran iniciada en el Culto del Fuego Frío, enviada desde España para
esa función. Y aplica entonces uno de los principios estratégicos señalados por
Petreño: para escapar al control de los Golen, en alguna medida, era
imprescindible desechar la
Regula Monachorum
de San Benito. De allí que Santo Domingo haya dado a las monjas de Prouille la Regla de San Agustín.
Desde luego, Santo Domingo y Diego de
Osma no actuaban solos: los apoyaban algunos Nobles y clérigos que profesaban
secretamente el Culto del Fuego Frío y recibían asistencia espiritual de los
Señores de Tharsis. Entre ellos se contaban el Arzobispo de Narbona y el Obispo
de Tolosa, quienes contribuían a esa obra con importantes sumas de dinero. Este
último, era un Iniciado genovés de nombre Fulco, infiltrado por los Señores de
Tharsis en el Cister y que no sería descubierto hasta el final: en aquellos
días el Obispo Fulco pasaba por enemigo jurado de los Cátaros, defensor de la
ortodoxia católica, y aprovechaba ese prestigio para promocionar ante los
legados papales y sus superiores del Cister la obra monástica de Domingo y su
santidad personal.
En los años siguientes, Santo Domingo
intenta llevar a cabo el plan de Petreño y funda una hermandad semilaica, al
tipo de las Ordenes de caballería, llamada “Militia
Christi”, de la cual habría de salir la Tertius ordo de paenitentia Sancti Dominici,
cuyos miembros fueron conocidos como “monjes Terciarios”; pero pronto esta
organización se mostró ineficaz para los objetivos buscados y se tuvo que
pensar en algo más perfecto y de mayor alcance. Durante varios años se
planificó la nueva Orden, tomando en consideración la experiencia recogida y la
formidable tarea que se proponía llevar a cabo, esto es, luchar contra la
estrategia de los Golen: colaboraban con Santo Domingo en tales proyectos un
grupo de dieciséis Iniciados, procedentes de distintos lugares del Languedoc
que se reunía periódicamente en Tolosa, entre los cuales se contaba el Obispo
Fulco. Como fruto de aquellas especulaciones se decidió que lo más conveniente
era crear un “Círculo Hiperbóreo” encubierto por una Orden católica: el
“Círculo” sería una Sociedad super-Secreta dirigida por los Señores de Tharsis,
que funcionaría dentro de la nueva Orden monástica. Sólo así, concluían, se
conciliaría el objetivo buscado con el principio de la seguridad.
Aquel grupo secreto, integrado en un
comienzo sólo por los dieciséis Iniciados que he mencionado, se denominó Circulus Domini Canis, es decir,
Círculo de los Señores del Perro. Tal nombre se explica recordando el sueño
premonitorio de la madre de Domingo de Guzmán, en el cual su futuro hijo
aparecía como un perro que portaba un hacha flamígera, y considerando que para
los Iniciados en el Fuego Frío el “Perro” era una representación del Alma y el
“Señor”, por excelencia, era el Espíritu: en todo Iniciado Hiperbóreo el
Espíritu debía dominar al Alma y
asumir la función de “Señor del Perro”; de allí la denominación adoptada para
el Círculo de Iniciados, que además tenía la ventaja de confundirse con el
nombre de dominicani, es decir,
domínicos, que el pueblo daba a lo monjes de Domingo de Guzmán. Cabe agregar
que ser “Señor del Perro” en la
Mística del Fuego Frío es análogo a ser Señor del Caballo, o
sea “Caballero”, en la Mística
de la Caballería ,
donde el Alma se simboliza por “el Caballo”.
Uno de los Iniciados, Pedro Cellari,
había donado varias casas en Tolosa: unas fueron destinadas a lugares secretos
de reunión del Círculo y otras se adoptaron para el uso de la futura Orden.
Cuando todo estuvo listo, se procuró obtener la autorización de Inocencio III
para la fundación de una Orden de predicadores mendicantes, semejante a la
formada por San Francisco de Asís en 1210: a esta Orden Inocencio III
la había aprobado de inmediato, pero la nueva solicitud provenía ahora de
Tolosa, un país en Guerra Santa en el que todo el mundo era sospechoso de
herejía; y se debía proceder con cautela; el plan era ambicioso pero sólo la
personalidad incuestionable de Santo Domingo allanaría todas las dificultades,
tal como lo había hecho el propio San Francisco; no hay que olvidar que los
Golen controlaban todo el monacato occidental desde la Orden benedictina y eran
hostiles a la creación de nuevas Ordenes independientes. La oportunidad se
presentó recién en 1215, cuando el Obispo Fulco fue convocado al IV Concilio
General de Letrán y llevó consigo a Santo Domingo.
Allí tropezaron con la negativa
cerrada de Inocencio III quien, como es sabido, sólo cedió
luego de soñar que la
Basílica de Letrán, amenazando derrumbarse, era sostenida por
los hombros de Domingo de Guzmán. Empero, su autorización fue meramente verbal,
aunque perfectamente legal, y se limitó a aceptar la Regla de San Agustín
reformada propuesta por Domingo y a recomendar la misión de luchar contra la
herejía. Luego de la muerte de Inocencio III, en 1216, Honorio III
da la aprobación definitiva de la “Orden de Predicadores” u Ordo Praedicatorum y permite su
expansión, ya que por entonces sólo poseía los monasterios de Prouille y
Tolosa. De entrada ingresan en la
Orden todos los clérigos de la Casa de Tharsis que, como
dije, eran en su gran mayoría, profesores universitarios, arrastrando consigo a
muchos otros sabios y eruditos de la Epoca. En poco tiempo, pues, la Orden se transformó en una
organización apta para la enseñanza de alto nivel, no obstante que el primer
Capítulo general reunido en Bolonia, en 1220, declaró que se trataba de una
“Orden mendicante”, con menor rigor en la pobreza que la de San Francisco.
Santo Domingo falleció en 1221, dejando el control de la Orden en manos de un
Iniciado de Sangre Pura, el Maestre General Beato Jordan de Sajonia.
Ahora bien: en aquel momento los Golen
estaban pugnando por conseguir la institucionalización de una inquisición
sistemática de la herejía que les permitiese interrogar a cualquier sospechoso
y obtener la información conducente al
sitio del Gral; si tal institución era confiada a los benedictinos, como se
pretendía, el fin de la
Estrategia cátara sería más rápido de lo previsto, no dando
tiempo a que Federico II realizase sus planes de arruinar al papado
Golen. De allí la insistencia y la elocuencia desplegada por los domínicos para
presentarse como la Orden
más apta para desempeñar aquella siniestra función; pero los domínicos tenían
algunas ventajas reales sobre los benedictinos: constituían no sólo una Orden
local, autóctona del Languedoc donde los benedictinos habían perdido influencia
hacía tiempo, sino que también disponían de monjes con gran instrucción
teológica, adecuados para analizar las declaraciones que la inquisición de la
fe requería. Los domínicos disponían de indudable capacidad de movilización en
el Languedoc y cuando los Golen se convencieron de que la nueva Orden se
advendría a su control y permitiría el ingreso de sus propios inquisidores,
aprobaron también la concesión. En 1224 el Emperador Federico II,
que no obstante estar ya enfrentado con el papado, tenía en claro la situación
del Languedoc y la necesidad de apoyar a la Orden de Predicadores, renueva mediante una ley
imperial la antigua legislación romana que consideraba a los Cultos no
oficiales “crimen de lesa majestad”, es decir, pasibles de la pena de muerte:
en este caso la ley se aplicaría a la represión de la herejía. En 1231, a pesar de que ya
estaban funcionando de hecho, el Papa Gregorio
IX instituye los “tribunales
especiales de la
Inquisición ” y confía su oficio a las Ordenes de Santo
Domingo y San Francisco, esta última a instancia de Fray Elías, un agente
secreto de Federico II en la Orden franciscana, que sería ministro general de 1232 a 1239, y que al final,
descubierto por los Golen, se pasaría abiertamente al bando gibelino. Empero,
al poco tiempo sólo quedarían los domínicos a cargo de la Inquisición.
Tienen que quedar en claro dos hechos
al evaluar el paso dado por la
Orden de Santo Domingo al aceptar la responsabilidad de la Inquisición. Uno
es que ello representaba el mal menor para los Cátaros, puesto que la represión
ejecutada directamente por los Golen hubiese sido terriblemente más efectiva,
como se comprobó en Bezier, y que de ese modo se conseguiría, al menos,
sabotear la búsqueda del Gral y retrasar la caída de Montsegur, objetivo que se
alcanzó en gran medida. Y el otro hecho es que los Señores de Tharsis eran
perfectamente conscientes que la
Orden sería infiltrada por los Golen y que estos abrirían las
puertas a los personajes más crueles y fanáticos de la ortodoxia católica,
quienes destruirían sin piedad ni remordimiento a los Cátaros y a su Obra: y
aún así el balance indicaba que sería preferible correr ese riesgo a permitir
que los Golen se desempeñasen por su cuenta.
A los inquisidores más fanáticos, que
pronto actuarían dentro de la
Orden , no se los podía obstaculizar abiertamente pues ello
alertaría a los Golen. La táctica consistió, pues, en desviar sutilmente la
atención hacia falsas pistas u otras formas de herejía. En el primer caso, en
efecto, los Señores del Perro lograron que, bajo el cargo de “herejía”, se
liquidasen con la hoguera a la totalidad de los criminales, ladrones,
degenerados y prostitutas del Languedoc: estos, naturalmente, jamás aportaron
dato alguno que sirviese a los Golen, aunque se les hizo confesar la herejía
mediante la tortura. En el segundo caso, la Inquisición dominicana
produjo un efecto no deseado por los Golen benedictinos, que aquellos no fueron
capaces de contrarrestar: justamente, por la mismas razones que los Señores del
Perro no podían impedir que los Golen exterminasen a los Cátaros, esto es, para
no quedar en contradicción con las leyes vigentes, los Golen no podían impedir
que se reprimiese a los miembros del Pueblo Elegido, fácilmente encuadrados
bajo el cuadro de herejía. Y los Señores de Tharsis, que no habían olvidado las
cuentas que con ellos tenían pendientes desde la Epoca del Reino Visigodo de
España y la participación que les cupo en la invasión árabe, así como las
intrigas posteriores para destruir a la
Casa de Tharsis, tenían ahora en sus manos, con la Inquisición , un arma
formidable para devolver golpe por golpe. Así fue como los Golen comprobaron
con desagradable sorpresa que la represión de la herejía derivaba en muchas
ocasiones en sistemáticas persecuciones de judíos, a los que se enviaba a la
hoguera con igual o mayor saña que a los Cátaros. Ese era, naturalmente, el
efecto de la obra oculta de los Señores del Perro, que lamentablemente no fue
todo lo efectivo que ellos deseaban, porque, al igual que a las Cátaros, a los
herejes judíos debía ofrecérseles la posibilidad de conversión al catolicismo,
con lo cual salvaban la vida, cosa a la que estos solían acceder sin problemas
transformándose en marranos, es decir, conservando su religión en secreto y
simulando ser cristianos, contrariamente a los Hombres Puros, quienes preferían
morir antes que faltar al Honor y mentir sobre sus creencias religiosas.
En Resumen, el tiempo fue pasando, la
herejía cátara fue cediendo paso a la más tranquilizadora religión católica,
los furores iniciales de la
Inquisición se fueron aplacando, y la Orden de Predicadores fue
complementando su injustificada celebridad de organización represora con otra
fama más acorde con el Espíritu de sus fundadores: el de Orden dedicada al
estudio, a la enseñanza, y a la predicación de la fe católica. El gran sistema
teológico de la
Escolástica se debe en alto grado a la obra de notables
pensadores y escritores domínicos, que en casi todos los casos no eran
Iniciados pero estaban guiados secretamente por ellos. Para desarrollar esta
actividad la Orden
se concentró en dos universidades prestigiosas, la de Oxford y la de París:
bastará con recordar que profesores como el alemán San Alberto Magno o Santo
Tomás de Aquino fueron domínicos, para comprender que la fama adquirida por la Orden estaba aquí sí,
plenamente justificada. Pero fueron también domínicos Rolando de Cremona, que
enseñó en París entre 1229 y 1231; Pedro de Tarantasia, que lo hizo desde 1258 a 1265 y llegó a ser
Papa con el nombre de Inocencio V en 1276; Rogerio Bacón, Ricardo de
Fischare y Vicente de Beauvais, en Oxford, etc.
Hay que tener presente, Dr. Siegnagel,
que los Señores de Tharsis poseían la Sabiduría Hiperbórea
y, en consecuencia, obraban de acuerdo a una perspectiva histórica milenaria;
consideraban por ejemplo que aquellas décadas de influencia Golen eran
inevitables pero que, finalmente, pasarían: llegaría entonces el momento de expurgar la Orden.
Porque eso era lo
estratégicamente importante: preservar el control de la Orden y la institución de la Inquisición para una oportunidad
futura; cuando ésta se presentase, toda la fuerza del horror y la represión
desatada por los Golen cistercienses, como
en un golpe de jiu-jitsu, podría ser vuelta en contra de sus propios
generadores; y nadie se sentiría ofendido por ello, especialmente en el
Languedoc. El peso de la
Estrategia , según se advierte, descansaba en la capacidad del
Círculo de los Señores del Perro para mantener en secreto su existencia y conservar el control de la Orden ; ello no sería fácil
pues los Golen acabaron por sospechar que una extraña voluntad frustraba sus
planes desde adentro mismo de la Organización inquisidora, mas, cada vez que
alguien se acercaba a la verdad, los Domini Canis lo ejecutaban ocultamente y
atribuían la muerte a previsibles venganzas de los herejes occitanos.
A estas motivaciones puramente
estratégicas que animaban a los Señores de Tharsis para obrar ocultamente en el
Circulus Domini Canis, se agregaría
muy pronto la pura necesidad de sobrevivir, a causa de los sucesos que
ocurrieron en España y que comenzaré a exponer desde mañana. Como se verá, la
destrucción de la
Orden Templaria , y con ello el efectivo fracaso de los planes
sinárquicos de la
Fraternidad Blanca , se convertiría en una cuestión de vida o
muerte para la Casa
de Tharsis. La última Estrategia del Circulus
nos llevará a aquella causa exotérica del fracaso de los planes enemigos, que
fue Felipe IV, y a la cual me referí hace cuatro días.