LIBRO SEGUNDO - DIA 21


Vigesimoprimer Día
                                                                                                                                                                                            
La urgencia de los tiempos había obligado a los Cátaros a exponerse públicamente, acto que causaría, más tarde o más temprano, el inevitable ataque de la Iglesia Católica. Los benedictinos, cluniacenses y cistercienses, comenzaron bien pronto a elevar sus protestas: ya en 1119, aquel año cuando los nueve Golen se instalan en el Templo de Salomón, el Papa Calixto II fulmina la excomunión contra los herejes de Tolosa. Pero tales medidas no surtían efecto alguno. En 1147 el Abad de Claraval, San Bernardo, Jefe Golen de la conspiración templaria, recorre el Languedoc recibiendo en todos lados muestras de hostilidad por parte del pueblo y de la nobleza señorial. Desde entonces será el Cister quien se encargará de avivar los odios y formar un nuevo pueblo Perseo para destruir al “Dragón occitano”. Pero los Cátaros, lejos de amilanarse por esas amenazas, convocan en 1167 un Concilio General en St. Félix de Caramán: allí resuelven repartir el país, del mismo modo que la Iglesia Católica, en obispados y parroquias.
La Iglesia Cátara, entonces, se organizaba en base a Obispos, Presbíteros, Diáconos, Hermanos mayores, Hermanos menores, etc. y daba argumentos superficiales a los que sustentaban la acusación de herejía. Empero, desde el punto de vista interno, sólo existían dos grupos: los “creyentes” y los Elegidos. Los creyentes constituían la masa de quienes simpatizaban con el catarismo o profesaban su fe, mas sin alcanzar la iniciación del Espíritu Santo que caracterizaba a los Elegidos. Estos últimos, en cambio, habían sido purificados por el Espíritu Santo y por eso los creyentes los llamaban puros, o sea, Cátaros. Habrá que aclarar que la iniciación al Misterio Cátaro, siendo un acto social como toda iniciación, se diferenciaba de las iniciaciones a los Misterios Antiguos en que la forma ritual estaba reducida al mínimo: en efecto, los Cátaros, los Hombres Puros o Iniciados, tenían el Poder de comunicar el Espíritu Santo a los creyentes por medio de la imposición de manos, con lo cual éste podría convertirse también en un Cátaro; para que tal milagro ocurriera se necesitaba disponer de una “Cámara Hiperbórea”, en la que el creyente se situaba y recibía el consolamentum de manos del Hombre Puro; mas la Cámara Hiperbórea no era ninguna construcción material, como los Templos de los Golen, sino un concepto de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes Blancos cuya realización constituía un secreto celosamente guardado por los Cátaros: para su aclaración, Dr. Siegnagel, le diré que consistía en los mismos principios que ya expliqué en el Tercer Día como fundamentos del “modo de vida estratégico”, es decir, el principio de la ocupación, el principio del cerco, y el principio de la muralla estratégica.
En el concepto de la Cámara Hiperbórea intervienen los tres principios mencionados, y su realización podía efectuarse en cualquier sitio, aunque, repito, la técnica lítica, que solamente requería la distribución espacial de unas pocas piedras sin tallar, era secreta. Así, con sólo unas piedras y sus manos, los Cátaros iniciaban a los creyentes en el Misterio del Espíritu Increado; y como verdaderos representantes del Pacto de Sangre, oponían de este modo la Sabiduría al Culto, la Muralla Estratégica al Templo.
Pero si la forma ritual era mínima, el proceso espiritual consecuente alcanzaba la máxima intensidad durante la iniciación cátara. El creyente era “consolado” interiormente, es decir, era sostenido por el Espíritu, y se convertía en Elegido. Mas, ¿Elegido por quién? Por Sí Mismo. Porque los Iniciados Cátaros son los Autoconvocados Para Liberar Su Espíritu, los que se han Elegido a Sí Mismo Para Alcanzar El Origen y Existir. El creyente, pues, no sería Elegido por los Cátaros, ni su trasmutación dependería sólo del Consolamentum, sino que Su Propio Espíritu se Elegía y se Investía a Sí Mismo de Pureza al situarse estratégicamente bajo la influencia carismática de los hombres puros.

La Iglesia Cátara carecía de Rituales, de Templos, y de sacramentos: los Cátaros sólo se permitían la predicación, la exposición del Evangelio de Kristos Lucibel a todo hombre creyente. Y resultaba que la infatigable prédica extendía el catarismo día a día, como una epidemia, por el país de Languedoc, causando la consiguiente alarma de la Iglesia Católica que veía sus Templos vacíos y sus Sacerdotes despreciados y agraviados. Los Hombres Puros atribuían el éxito a la proximidad del “momento histórico” en que aparecería el Gral. Mas, lo que en principio fue simple convicción, un día, cuando el catarismo se hallaba en el cenit de la adhesión popular, se tornó efectiva realidad: hacia finales del siglo XII, muchísimos Hombres Puros aseguraban haber visto físicamente al Gral y recibido su Poder trasmutador.
En el condado de Foix, en plena región pirenaica, se encontraba el Señorío de Ramón de Perella, que comprendía, aparte de castillos, aldeas, y campos de cultivo, un pico montañoso muy abrupto en cuya cima existía una antigua fortaleza en ruinas. El nombre de aquel lugar era Montsegur y su Señor, así como toda su familia y sus súbditos, se contaba entre los creyentes de la Iglesia Cátara. En el año 1202 los Hombres Puros solicitaron a Ramón de Perella que hiciese construir en Montsegur un extraño edificio de piedra de forma pentagonal asimétrica: impropia para la defensa, inadecuada para habitar, estéticamente chocante, la obra estaba concebida, sin embargo, de acuerdo a la Más Alta Estrategia Hiperbórea. Su función no tenía nada que ver con la defensa, la vivienda, o la belleza, sino con el Gral, con la Manifestación Física del Gral: Montsegur sería un área de referencia desde la cual los Iniciados podrían localizar el Gral, e, inclusive, aproximarse físicamente a él. Su función no consistía, pues, en servir de depósito para “guardar” el Gral porque el Gral no puede estar dentro ni fuera de nada: como el Espíritu, Eterno e Infinito, la realidad del Gral está Más Allá del Origen. Pero, localizar el Origen, significa la liberación del Espíritu encadenado a la Materia y para facilitar esa localización es que el Gral se aproxima a los hombres dormidos; y Montsegur iba a ser, entonces, la Muralla Estratégica desde donde se vería el Gral, se hallaría la orientación hacia el Origen, se reencontraría el Espíritu a Sí Mismo y se escucharía nuevamente la Voz de la Sangre Pura. Y el Gral hablaría y revelaría a la Raza Blanca la identidad del Rey de la Sangre Pura, del Emperador Universal.
En síntesis, Dr., desde Montsegur el Gral, como piedra, podría ser hallado y tomado por los hombres puros; pero, mientras ellos permaneciesen en la Muralla Estratégica, el Gral no estaría adentro sino afuera de Montsegur pues así lo exige la técnica del área referencial; en cambio, una vez tomado afuera, podría ser transportado si se lo desease a cualquier otro sitio pues la referencia se conservaría mientras existiesen el área referencial cercada y los Iniciados que la operan. Naturalmente, el Gral puede ser localizado, siempre, desde cualquier lugar que constituya una plaza liberada en el espacio del Enemigo, un área ocupada a las Potencias de la Materia según las técnicas de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos, un sitio donde no actúe la Ilusión del Gran Engaño: Sí, Dr.; desde un área estratégica semejante, en todo lugar, los Iniciados Hiperbóreos, sean Guerreros Sabios, Hombres de Piedra, u Hombres Puros, siempre que lo deseen podrán hallar el Gral de Kristos Lúcifer: mas, no hará falta insistir en ello, las Murallas Estratégicas construídas entonces no serán ni parecidas a las de Montsegur, puesto que la distribución inconstante de la materia en el espacio universal obliga a variar puntualmente la Forma Estratégica empleada.

Como escribí hace dos días, cuando Inocencio III toma el control del Vaticano, en el año 1198, los planes de la Fraternidad Blanca estaban a punto de concretarse. Y en esos planes figuraba, como cuestión pendiente a la que debía darse pronta solución, el cumplimiento de la sentencia de exterminio que pesaba sobre los Cátaros. En principio, Inocencio III envía legados especiales a recorrer el país de Oc mientras inicia una maniobra destinada a someter al Rey de Aragón, Pedro II, al vasallaje de San Pedro, cosa que consigue en 1204: en aquel año Pedro II era coronado en Roma por el Papa, quien le entrega las insignias reales, manto, colobio, cetro, globo, corona y mitra; acto seguido le exige juramento de fidelidad y obediencia al Pontífice, de defensa de la fe católica, de protección de los derechos eclesiásticos en todas sus tierras y Señoríos, y de combatir a muerte a la herejía. A todo accede Pedro II, que no sospecha su triste fin a manos de los cistercienses, y, luego de recibir la Espada de Caballero de manos de Inocencio III, cede su Reino a San Pedro, al Papa y a sus Sucesores.
A todo esto, los legados habían ya alertado a los Obispos leales a los Golen y efectuado un prolijo censo de los prelados autóctonos que no aprobarían jamás la destrucción de la civilización de Oc y que tendrían que ser expurgados de la Iglesia. En 1202 los Golen consideran que las condiciones están dadas para ejecutar sus planes y deciden tender una trampa mortal al Conde de Tolosa, Raimundo VI: el mecanismo de esa trampa apunta a brindar una justificación para la inminente destrucción de la civilización de Oc y el exterminio cátaro; y el artificio, ideado para engañar a la presa, es una víctima propiciatoria, un monje cisterciense de la abadía de Fontfroide llamado Pedro de Castelnau. Aquel siniestro personaje fue preparado muy bien para la función que tendría que desempeñar, sin saberlo, por supuesto, pues descollaba en materias tales como la crueldad, el fanatismo, el odio a la “herejía”, etc.; y, para potenciar su acción imprudente e intolerante, se lo dotó de poderes especiales que lo ponían por arriba de cualquier autoridad eclesiástica salvo el Papa y se le ordenó inquirir sobre la fe de los occitanos: en sólo seis años Pedro de Castelnau consiguió granjearse el odio de todo un país. En 1208, luego de sostener una disputa con Raimundo VI a causa de la represión violenta que reclamaba contra la herejía cátara, Pedro de Castelnau es asesinado por los propios Golen y la responsabilidad del crimen hecha recaer sobre el Conde de Tolosa: la trampa se había cerrado. La respuesta de Inocencio III al asesinato de su legado sería la proclamación de una santa Cruzada contra los herejes occitanos. Lógicamente, el llamamiento de esa Cruzada fue encargado a la Congregación del Cister.

Heredero de la región que los romanos denominaban “Galia Narbonense” y Carlomagno “Galia Gótica”, el Languedoc constituía un enorme país de 40.000 kilómetros cuadrados, que confinaba con el Reino de Francia: en el Este, con la orilla del Ródano, y en el Norte, con el Forez, la Auvernía, el Rouergne y el Quercy. En el siglo XIII aquel país estaba de hecho y de derecho bajo la soberanía del Rey de Aragón: entre los Señoríos más importantes se contaban el Ducado de Narbona, los Condados de Tolosa, Foix y Bearne, los Vizcondados de Carcasona, Beziers, Rodas, Lussac, Albi, Nimes, etc. Además de estos vasallos, Pedro II había heredado los estados de Cataluña y los Condados de Rosellón y Pallars, y poseía derechos sobre el Condado de Provenza. Mas no todo terminaba allí: Pedro II, cuya hermana era esposa del Emperador Federico II Hohenstaufen, había casado dos hijas con los Condes de Tolosa, Raimundo VI y Raimundo VII, padre e hijo, y le correspondían por su propio casamiento con María de Montpellier, derechos sobre aquel Condado del Languedoc. El compromiso del Rey de Aragón con el país de Oc no podía ser, pues, mayor.
Los cistercienses llamaron a la Cruzada en toda Europa luego de la muerte de Pedro de Castelnau, vale decir, desde 1208. En julio de 1209, el ejército más numeroso que jamás se viera en esas tierras cruzaba el Ródano y marchaba hacia el país de Oc; como jefe del mismo, Inocencio III nombró a un Golen que parecía surgido de la entraña misma del Infierno: Arnaud Amalric, Abad de Citeaux, el monasterio madre de la Orden cisterciense. El ejército de Satanás, compuesto de trescientos cincuenta mil cruzados, pronto se encuentra poniendo sitio a la pequeña ciudad fortificada de Bezier; ¡la sentencia de exterminio al fin será cumplida! Horas después los defensores ceden una puerta y las tropas infernales se disponen a conquistar la plaza; los jefes militares interrogan a Arnaud Amalric sobre el modo de distinguir a los herejes de los católicos, a lo cual el Abad de Citeaux responde –“Matad, matad a todos, que luego Dios los distinguirá en el Cielo”–. Nobles y plebeyos, mujeres y niños, hombres y ancianos, católicos y herejes, la totalidad de los treinta mil habitantes de Beziers son degollados o quemados en los siguientes momentos. El cuerpo de Bezier es el Cordero Eucarístico de la Comunión de los Cruzados, el Sacramento de Sangre y Fuego que constituye el Sacrificio al Dios Creador Uno Jehová Satanás. Castigo del Dios Creador, Condena de la Fraternidad Blanca, Sanción de los Atlantes morenos, Expiación de Sacerdotes, Venganza Golen, Escarmiento Hebreo, Penitencia Católica, la matanza de Bezier es arquetípica: ha sido y será, siempre que los pueblos de Sangre Pura intenten recobrar su Herencia Hiperbórea; hasta la Batalla Final.
Después de Bezier cae Carcasona, donde son quemados quinientos herejes, depuestos los prelados autóctonos, y resulta capturado y humillado el Vizconde Raimundo Roger. Pedro II llega a Carcasona para interceder por su vasallo y amigo sin conseguir cosa alguna del legado papal: esta impotencia da una idea del poder que había adquirido la Iglesia, en aquellos siglos, sobre los “Reyes temporales”. El Rey de Aragón se retira, entonces, y se concentra en otra Cruzada, que se está llevando a cabo simultáneamente: la lucha contra los muslimes de España; cree que participando de esa gesta su honor no se vería comprometido, como sería el caso si interviniese en la represión de sus súbditos; sin embargo, la falta al honor ya era grande pues los abandonaba en manos de sus peores enemigos. Mientras la Cruzada Golen va exterminando a los Cátaros castillo por castillo, y procura destruir el Condado de Tolosa, Pedro II se enfrenta con éxito a los muslimes en la reconquista de Valencia. Retorna, al fin, a Narbona, donde se reúne con los Condes Cátaros de Tolosa y de Foix, y con el jefe militar de la Cruzada, Simón de Montfort, y los legados papales: nuevamente, nada consigue, pero esta vez es puesta en duda su condición de católico y amenazado con la excomunión; termina aceptando la represión indiscriminada y confirmando la rapiña efectuada por Simón: conviene en que, si los Condes de Tolosa y Foix no apostasiaban del catarismo, esos títulos le serían transferidos. Entonces Pedro II creía que la Cruzada sólo perseguía el fin de la “herejía” y que su soberanía sobre el Languedoc no sería cuestionada. Es así que, como “prueba de buena fe”, arregla el casamiento de su hijo Jaime con la hija de Simón de Montfort: pero Jaime, el futuro Rey de Aragón Jaime I el Conquistador, tiene sólo dos años; Pedro II se lo entrega a Simón para su educación, es decir, como rehén, y éste se apresura a situarlo tras los muros de Carcasona.
A continuación, Pedro II se une a la lucha contra los almohades, junto al Rey de Castilla Alfonso VIII, y permanece dos años dedicado a la Reconquista de España. Luego de cumplir un destacado papel en la batalla de las Navas de Tolosa, regresa a Aragón, donde le espera la triste sorpresa de que los Cruzados de Cristo se han repartido sus tierras y amenazan con solicitar la protección del Rey de Francia: Arnaud Amalric, el Abad de Citeaux, es ahora “Duque de Narbona”, y Simón de Montfort “Conde de Tolosa”. Finaliza 1212 cuando Pedro II reclama a Inocencio III por la acción de conquista abierta que los Cruzados están llevando a cabo en su país; el Papa trata de entretenerlo para dar tiempo a los Golen de completar la aniquilación del catarismo y la destrucción de la civilización de Oc, pero, ante la insistencia del monarca aragonés, acaba por mostrar su verdadero juego y le excomulga. Así, Inocencio III, que en 1204 lo coronara y nombrara gonfaloniero, es decir, alférez mayor de la Iglesia, ahora consideraba que él también era un hereje: pero sería una ingenuidad esperar que un Golen, sólo interesado en cumplir con los planes satánicos de la Fraternidad Blanca, hubiese actuado de manera diferente. De pronto Pedro II lo comprende todo y marcha con un ejército improvisado a socorrer al Conde Raimundo VI en el sitio de Tolosa; pero ya es tarde para combatir a los Poderes Infernales: quien ha vivido cerrando los ojos a la Verdad se ha vuelto débil para sostener la mirada del Gran Engañador; Pedro II ha reaccionado pero sus fuerzas sólo le alcanzan para morir. Es lo que hace en la batalla de Muret contra Simón de Montfort, en Septiembre de 1213: muere incomprensiblemente, en medio de un gran desastre estratégico, en el que resulta destruido el ejército aragonés y sepultada definitivamente la última esperanza de la occitanía cátara.