Séptimo
Día
La cordillera de la Sierra Morena es
parte de la divisoria Mariánica que separa el Sur de Andalucía del resto de la
península ibérica; desde el Mediterráneo, frente a las Baleares, hasta el monte
Gordo en la desembocadura del río Guadiana, su relieve tiene una longitud
aproximada de seiscientos kilómetros. En el extremo occidental, dando origen al
río Odiel, se dibuja de Este a Suroeste la sierra de Aracena, en uno de cuyos
cerros se halla enclavado el castillo Templario al cual me referiré más
adelante. Numerosas cadenas de sierras menores se extienden más al Sur: una de
ellas es la de Río Tinto, de donde proviene el río del mismo nombre; otra es la
de Catochar, asiento de las principales minas de la Casa de Tharsis. Los ríos
Tinto y Odiel descienden hacia el Golfo de Cádiz y confluyen, pocos kilómetros
antes de la costa, formando una ancha ría. En la franja de terreno que queda
entre ambos ríos, sobre la desembocadura del Odiel, se asienta desde la Antigüedad la ciudad
fluvial y marítima de Onuba, hoy llamada Huelva. Y a unos veinticinco
kilómetros de Onuba, Odiel arriba, se encontraba la antiquísima ciudadela de
Tharsis, en las cercanías de la actual villa Valverde del Camino.
El río Tinto, o Pinto, recibe ese
nombre porque sus aguas bajan rojizas, teñidas por el mineral de hierro que
recoge en la sierra Aracena. El Odiel, en cambio, siempre fue un río sagrado
para los iberos y por eso lo identificaban con la más importante Vruna, la que
designa el Nombre de Navután, el Gran Jefe de los Atlantes blancos. Al parecer,
Navután significaba Señor (Na) Vután, en la lengua de los Atlantes blancos; los
distintos pueblos indogermanos que participaron del Pacto de Sangre, pero luego
cayeron frente a la
Estrategia del Pacto Cultural, concluyeron que se trataba de
un Dios y le adoraron bajo diferentes Nombres, todos derivados de Navután: así,
se le llamó Nabu (de Nabu-Tan); Wothan (de Na-Vután, Na-Wothan); Odán u Odín
(de Nav-Odán, Nav-Odín); Odiel u Odal (de Nav-Odiel, Nav-Odal); etc.
Cinco kilómetros al Norte de la
ciudadela de Tharsis, en el sistema de la sierra Catochar, se halla el monte
Char, nombre que significaba Fuego y Verbo en diversos dialectos iberos. En su
cima existía un bosque de Fresnos que era venerado por los iberos en memoria de
Navután: allí los Atlantes blancos habían erigido un enorme meñir señalado con
Su Vruna. Lo habían plantado en el centro del bosque, en un sitio que,
extrañamente, estaba poblado por un pequeño grupo de manzanos. En los días de
los Señores de Tharsis, sólo sobrevivía uno de aquellos manzanos, y nadie sabía
explicar si los otros habían desaparecido por causas naturales o por el talado
intencional. El que quedaba estaba plantado a unos veinte pasos del meñir y se
veía a todas luces que se trataba de un árbol varias veces centenario.
Toda la Antigüedad mediterránea
pregriega conocía la existencia del “Manzano de Tharsis”, hacia el que solían
emprender peregrinaciones anuales los devotos de la Diosa del Fuego. En un
comienzo, en efecto, los fresnos y manzanos estaban asociados a Navután y Frya,
respectivamente. Posteriormente, luego de la alianza de sangre con los pueblos
del Pacto Cultural, los Sacerdotes consagraron el Manzano de Tharsis a la Diosa Belisana y
establecieron la costumbre de celebrar el Culto al pie de su añoso tronco. Para
ello construyeron un altar de piedra compuesto de dos columnas y una losa
transversal, sobre la que se asentaba la Lámpara Perenne :
aquel fuego inmortal representaba a la
Diosa , y el Manzano el camino a seguir. Conforme enseñaban
los Sacerdotes, el Dios Creador escribió el Culto en la semilla del manzano; el
árbol era sólo una parte del mensaje referido al destino del hombre; la flor,
por ejemplo, equivalía al corazón del hombre, el asiento del Alma, y su forma,
y su color, expresaban la
Promesa de la
Diosa ; pero otra parte del mensaje estaba escrito en el rosal
y la Promesa
de la Diosa
también lucía en su flor, en su forma y su color; el manzano y el rosal no sólo
eran plantas de la misma familia sino que en realidad consistían en una sola
planta: fue la Promesa
de la Diosa la
que dividió la semilla del manzano para que hubiesen varias flores diferentes,
flores que revelarían el camino de la perfección a aquellos hombres que se
entregasen a Ella y abrazasen su Culto.
Por supuesto, el mito que describía el
Culto sólo sería revelado por los Sacerdotes a quienes ellos consideraban que
estaban preparados para la iniciación en el sacerdocio, es decir, a quienes
iban a ser también Sacerdotes. El significado, secreto, de la Promesa sería éste: el
manzano y el rosal correspondían a dos estados o fases de la vida del hombre,
como la niñez y la adultez, por ejemplo; cuando era “como niño”, el hombre tenía su corazón semejante a la flor del
manzano, que era blanca y sonrosada por fuera, y se desplegaba insensatamente;
cuando fuese “como adulto”, es
decir, cuando fuese iniciado como Sacerdote del Culto o cuando fuese capaz de
oficiarlo como un Sacerdote, tendría
el corazón como la flor del rosal, que era del color del Fuego de la Diosa y jamás se desplegaba
totalmente, como no fuera para morir; por eso existía en el mundo un solo
manzano y muchos rosales: porque muchas serían las perfecciones que podría
alcanzar el hombre que emprendiese el sacerdocio de la Diosa ; la historia del
manzano ya estaba escrita, en cambio la historia del rosal se estaba siempre
escribiendo; y la mejor parte aún no había sido escrita: vendrían al mundo,
algún día, hombres de un corazón tan perfecto, que entonces advendrían las
rosas más bellas, como nunca se vieron antes en la Tierra.
Con esta explicación, se entenderá por
qué los Sacerdotes habían permitido que un viejo rosal de pitiminí se hubiera
enrollado como una serpiente en el tronco del Manzano de Tharsis:
indudablemente, tal disposición de los dos árboles era necesaria para
representar el significado secreto del Culto. El ritual obligaba a adorar el Fuego
de la Diosa y
admirar la flor del manzano, deseando intensamente que la Diosa cumpliese la Promesa y el corazón del
Sacerdote se tornase como la flor del rosal. Pero el pueblo, que habitualmente
ignoraba esta interpretación del Culto, acudía de todas partes al Manzano de
Tharsis para realizar sus ofrendas ante el Altar de Fuego de la Diosa.
Cuando mis antepasados adquirieron los
derechos del Señorío de Tharsis, que entonces era muy reducido y estaba
devastado por la reciente guerra contra los fenicios, se hicieron cargo
naturalmente del Culto Local, aunque carecían de una Lámpara Perenne.
Prácticamente no introdujeron reformas en lo referente a la Promesa pues aceptaban
como un hecho que el corazón estaba relacionado con la flor del manzano y que
la adoración a la Diosa
ocasionaría una trasmutación análoga a la flor del rosal. Sólo en lo Tocante al
Fuego se pudo apreciar el primer efecto visible que la misión familiar estaba
causando en los Señores de Tharsis; agregaron al título de la Diosa la palabra “frío”,
vale decir, que Belisana era ahora “la
Diosa del Fuego Frío”. Explicaron ese cambio como una
revelación local de la
Diosa. Ella había hablado a los Señores de Tharsis; en la
comunicación, afirmaba que sería Su Fuego el que se instalaría en el corazón del
hombre y lo trasmutaría; y que ese Fuego, al principio extremadamente cálido,
finalmente se tornaría más frío que el
hielo: y sería ese Fuego Frío el que produciría la mutación de la naturaleza
humana.
Hay que ver en este cambio algo más
que un simple agregado de palabras: era la primera vez que en un Culto aparecía
la posibilidad de enfrentar y superar al temor, es decir, al sentimiento que en
todos los Cultos aseguraba la sumisión del creyente; el temor a los Dioses es
un sentimiento necesario e imprescindible de mantener vivo para asegurar la
autoridad terrestre de los Sacerdotes; si el hombre no les teme, al final se
rebelará contra los Dioses: pero antes se sublevará contra los Sacerdotes de
los Dioses. Empero este cambio no se verá si antes no se aclara algo que hoy no
es tan obvio: el hecho de que en todas las lenguas indogermánicas “frío” y
“miedo” tienen la misma raíz, lo que aún puede intuirse, por ejemplo, en escalo-frío (de terror). Pues bien, en
aquel entonces, la palabra “frío” era sinónima de “terror” y, en consecuencia,
lo que significaba el nuevo Culto era que un terror sin nombre se instalaría en
el corazón del creyente como “Gracia de la Diosa ”; y
que ese terror causaría su perfección.
Así Belisana, la Diosa del Fuego Frío, se
había convertido también en la “Diosa del Terror”, un título que, aunque los
Señores de Tharsis no podían saberlo, perteneció en remotísimos tiempos a la
misma Diosa, pues a la esposa de Navután se la conoció igualmente como “Frya, La Que Infunde Terror al
Alma y Socorro al Espíritu”.
Tras su arribo a la península ibérica,
los Golen intentaron en numerosas ocasiones ocupar el Bosque Sagrado y
controlar el Culto a la Diosa
del Fuego Frío, pero siempre fueron rechazados por la celosa y obstinada locura
mística de los Señores de Tharsis. Hasta llegaron a ofrecer una auténtica
Lámpara Perenne de los Atlantes morenos, sabedores de que carecían de ella y
que estaban obligados a vigilar permanentemente la flama de su lámpara
primitiva de aceite y amianto. No hay que aclarar que la ofrecían a cambio de
la unificación del Culto y de la institución del Sacrificio ritual, y que
semejante propuesta resultaba inaceptable para los Señores de Tharsis, porque
ello es obvio a esta altura del relato. Como también es evidente que esa resistencia,
insólita para quienes se habían impuesto sobre todos los pueblos nativos, unida
a la imposibilidad de apoderarse de la Espada Sabia , los iba enconando permanentemente
contra los Señores de Tharsis. La reacción de los Golen desencadenó aquella
campaña internacional alentando la conquista de Tharsis que culminó en el
peligroso intento de invasión fenicia desde las Baleares y Gades, o Cádiz. Pero
los Señores de Tharsis convocaron a los lidios e hicieron desistir a los
fenicios de su proyecto conquistador por lo menos por los siguientes cuatro
siglos. De la alianza entre iberos y lidios surgió el “Imperio de Tartessos”,
que pronto se expandió por toda Andalucía, la “Tartéside”, y privó a los
fenicios de colonias costeras en su territorio. Las Baleares y la isla de León,
asiento de Gades, quedaron aisladas de tierra firme pues los tartesios sólo les
permitieron mantener un comercio exiguo a través de sus propios puertos. ¿Cuál
sería la siguiente reacción de los Golen frente a ese poderío que se desarrollaba
fuera de su control y que frustraba todos sus planes? Antes de responder,
estimado y, paradójicamente, paciente Doctor Siegnagel, debo ponerlo al
corriente de las consecuencias que la presencia de los lidios produjo en el
Culto del Fuego Frío. Para entender lo que sigue sólo hay que recordar que los
lidios eran más “cultos” que los iberos, es decir, más civilizados
culturalmente, en tanto que los más “incultos” iberos, es decir, más bárbaros,
estaban más “cultivados” espiritualmente que los lidios, poseían más Sabiduría
que conocimiento.
Esas diferencias ocasionarían que los
Príncipes lidios, ahora de la misma familia de los Señores de Tharsis,
aceptasen sin profundizar el significado esotérico del Culto a la Diosa del Fuego Frío, que en
adelante se denominaría por común acuerdo “Pyrena”,
y empleasen todo su esfuerzo en perfeccionar la forma exotérica del Culto. Tal
aplicación va siempre en perjuicio de la parte esotérica y, como no podía ser
de otra manera, a la larga iba a resultar fatal para los tartesios. Mas esto ya
lo verá, pues, como anuncié, estoy yendo paso a paso.
Los lidios, como en otras industrias,
eran hábiles artesanos de la piedra. ¿Qué cree que hicieron en su afán de
perfeccionar la forma exterior del Culto? Decidieron, ante el horror de sus
parientes iberos que nada podían hacer para impedirlo, tallar el meñir del
Bosque Sagrado con la Figura
de Pyrena; la escultura contribuiría a sostener el Culto, explicaban, pues el
pueblo lidio necesitaba una imagen más concreta de la Diosa : su representación
como Flama era demasiado abstracta para ellos.
El meñir consistía en una piedra bruta
de color aceitunado, de unos cinco metros de altura, y con forma de cono
truncado: los lidios se proponían emplearlo íntegramente para tallar la Cabeza de la Diosa. De acuerdo con su
proyecto, la nuca debía quedar frente al Manzano, de tal suerte que el Divino
Rostro mirase directamente al pueblo; y el pueblo, distribuido en un claro
circundante desde el que se dominaba la escena ritual, vería el Rostro de la Diosa y, tras de ella, al
Manzano de Tharsis. Trabajaron dos Maestros escultores en la talla, uno para
esculpir el Rostro y otro las guedejas serpentinas, en tanto que tres ayudantes
se ocupaban de practicar el hueco de la nuca, conectado con los Ojos de la Diosa. La obra no estuvo
lista antes de cinco años pues, aún cuando las herramientas de hierro de los
lidios permitieron adelantar mucho de entrada, la terminación pulida que
pretendían les demandó largos años de trabajo: en verdad, los tartesios
continuarían puliendo durante décadas la Cabeza de Pyrena, hasta dotarla de un
impresionante realismo.
La necesidad que sentían los lidios de
contemplar una manifestación figurativa de la Diosa era propia de la Epoca : los pueblos del Pacto
Cultural experimentaban entonces una generalizada caída en el exoterismo del
Culto, que los llevaba a adorar los Aspectos más formales y aparentes de la Deidad. Los pueblos
presentían que los Dioses se retiraban desde
adentro, pero sólo podían retenerlos desde afuera: por eso se aferraban con
desesperación a los Cuerpos y a los Rostros Divinos, y a cualquier forma
natural que los representase. Siendo así, no debe sorprender el intenso fervor
religioso despertado en los pueblos, y la extraordinaria difusión geográfica,
que produjo el Culto del Fuego Frío luego de la transformación del meñir.
Además de los tartesios, orgullosos depositarios de la Promesa de la Diosa , hombres
pertenecientes a mil pueblos diferentes peregrinaban hasta el “Bosque Sagrado
de Tartéside” para asistir al Ritual del Fuego Frío: entre otros, acudían los
iberos y ligures desde todos los rincones de la península, y los brillantes
pelasgos desde Etruria, y los corpulentos bereberes de Libia, y los silenciosos
espartanos de Laconia, y los tatuados pictos de Albión, etc. Y todos los que
llegaban hasta Pyrena venían dispuestos a morir. A morir, sí, porque ésa era la
condición de la Promesa ,
el requisito de Su Gracia: como todos sus adoradores sabían, la Diosa tenía el Poder de
convertir al hombre en un Dios, de elevarlo al Cielo de los Dioses; mas, como
todos también sabían, los raros Elegidos que Ella aceptaba debían pasar
previamente por la Prueba
del Fuego Frío, es decir, por la experiencia de Su Mirada Mortal; y esta
experiencia generalmente acababa con la muerte física del Elegido. De acuerdo
con lo que sabían sus adeptos, y sin que tal certeza afectase un ápice la
fascinación por Ella, muchos más eran
los Elegidos que habían muerto que los comprobadamente renacidos; los que
recibían Su Mirada Mortal de cierto que caían; y muchos, la mayoría, jamás se
levantaban; pero algunos sí lo hacían:
y esa remota posibilidad era más que suficiente para que los adoradores de la Diosa decidiesen arriesgarlo
todo. Los que se despertasen de la
Muerte serían quienes verdaderamente habían entregado sus
corazones al Fuego Frío de la
Diosa y a los que Ella recompensaría tomándolos por Esposos:
por Su Gracia, al revivir, el Elegido ya no sería un ser humano de carne y
hueso sino un Hombre de Piedra Inmortal,
un Hijo de la Muerte. Estos títulos al principio constituyeron un enigma para
los Señores de Tharsis, que fueron quienes introdujeron la Reforma del Fuego Frío en
el Antiguo Culto a Belisana, pues afirmaban haberlos recibido por inspiración
mística directamente de la Diosa ,
aunque suponían que se refería a una condición superior del hombre, cercana a
los Dioses o a los Grandes Antepasados. Mas luego, cuando entre los mismos
Señores de Tharsis hubo Hombres de Piedra, la respuesta se hizo súbitamente
clara. Pero ocurrió que esa respuesta no era apta para el hombre dormido, ni
tampoco para los Elegidos que con más fervor adoraban a la Diosa : los Hombres de Piedra
callarían este secreto, del que sólo hablarían entre ellos, y formarían un
Colegio de Hierofantes tartesio para preservarlo. A partir de allí, serían los
Hierofantes tartesios, es decir, mis antepasados trasmutados por el Fuego Frío,
los que controlarían la marcha del Culto.