Vigesimocuarto
Día
Mientras la Orden de Predicadores se
desarrollaba de acuerdo a los planes de los Señores de Tharsis, algo terrible
iba a ocurrir en España: el regreso de Bera y Birsa. Y poco faltó, Dr.
Siegnagel, para que aquel acontecimiento no significara el fin de la Casa de Tharsis. A
continuación, mostraré cómo sucedieron los hechos.
Recuerde, Dr., que la antigua Onuba,
ciudad mayor de la
Turdetanía , se encontraba desde el siglo VIII
bajo la dominación árabe, quienes la denominaban “Uelva”. En el año 1011 era
cabeza de uno de los Reinos de Taifas, siendo su primer soberano
Abu-Zaíd-Mohammed-ben-Aiyub, seguido de Abul Mozab Abdalaziz; pero en 1051 fue
prontamente anexionada al Reino de Sevilla y así permaneció hasta 1248. Como ya
expliqué, durante esos siglos de ocupación árabe la Casa de Tharsis sobrevivió
sin problemas y alcanzó un envidiable poderío económico; la Villa de Turdes, cuya
existencia dependía en lo esencial de las propiedades que los Señores de
Tharsis explotaban en la región, había crecido y prosperado bastante, contando
entonces con unos tres mil quinientos habitantes; aparte del núcleo directo de
la familia Tharsis-Valter, que habitaba la residencia señorial y se componía de
unos cincuenta miembros, vivían en la
Villa de Turdes varias familias del linaje de la Casa de Tharsis pero de
líneas sanguíneas colaterales. Así, pues, en el año 1128, cuando Bera y Birsa
celebran el Concilio Golen de Monzón, el Reino de Huelva estaba subordinado al
Taifa de Sevilla.
El Rey de Castilla y León, Fernando III
el Santo, reconquista Sevilla en 1248 pero muere allí mismo en 1252; su hijo,
Alfonso X el Sabio, completa la campaña conquistando en 1258 el Algarve
y las plazas de Niebla y Huelva. Dio el Rey esta región como dote de su hija
natural Beatriz, quien la unió a la corona de Portugal al casarse con Alfonso III.
Como tal anexión lesionaba los derechos antiquísimos que la Casa de Tharsis tenía sobre
la región, la Corona
de Portugal compensó al Caballero Odielón de Tharsis Valter con el título de
“Conde de Tarseval”. En verdad, en el Escudo de Armas que Portugal entregó a la Casa de Tharsis, se hallaba
inscripta en jefe la leyenda: “Con.
Tars. et Val.”, con la que se abreviaba el título “Conde de Tharsis y
Valter”; la posterior lectura directa de la leyenda terminó por aglutinar las
sílabas de la abreviatura y formar aquella palabra “Tarseval” que identificó a la Casa de Tharsis en los siglos
siguientes. El diseño de aquel blasón fue el producto de una ardua negociación
entre Odielón y los Heraldos portugueses, en la que el nuevo Conde impuso su
punto de vista apelando a la diferencia de lengua y a una explicación
antojadiza de los emblemas solicitados. Suponiendo que en la antigua Lucitanía
nada recordaban ya sobre la Casa
de Tharsis, reclamaron el grabado de muchos de los Símbolos familiares en el
Escudo de Armas: y ellos fueron aceptando, así, la presencia de los gallos como
“representación del Espíritu Santo a diestra y siniestra de las Armas de
Tharsis”; al barbo unicornio, animal quimérico, como “el símbolo del Demonio
que rodea el ombligo de la Casa
de Tharsis”; a la fortaleza en el ombligo como “equivalente a la antigua
Propiedad de la Casa
de Tharsis”; a los ríos Odiel y Tinto como “propios del país y necesarios para
definir la escena”; etc.; y, finalmente, incluyeron la imagen de la Espada Sabia “como
expresión de la Dama ,
a la sazón la Virgen
de la Gruta , a
la que los Caballeros de Tharsis estaban consagrados”; sobre la hoja, los
Heraldos grabaron el Grito de Guerra de los Señores de Tharsis: “Honor et Mortis”. El siguiente Rey de
Castilla y León, Sancho IV, reintegró la región de Huelva a la Corona de Castilla e
instaló como Señor a D. Juan Mate de Luna, pero asimiló el título y las Armas
de la Casa de
Tharsis a dicho Reino. Como veremos enseguida, el Condado de Tarseval, víctima
de gran mortandad años antes, estaba entonces enfeudado por un Caballero
catalán, quien había cedido derechos de su floreciente Condado mediterráneo a
cambio de aquellas lejanas comarcas andaluzas.
Había transcurrido más de un siglo
desde que Bera y Birsa ordenaron a los Golen ejecutar dos misiones: cumplir la
sentencia de exterminio que pesaba sobre los Cátaros y edificar un Castillo
Templario en Aracena. La primera “misión”, como se vio, fue llevada a cabo con
esmero por los Golen Cistercienses; sobre la segunda, en cambio, aún no se
había avanzado nada. Mientras Fernando III el Santo reconquista Sevilla en 1248,
y su hijo Alfonso X el Sabio se apodera en 1258 del Algarve
y Huelva, el Rey Sancho II de Portugal, poco antes de morir en
1248, conquista Aracena, plaza que pasa a integrar la Corona de Castilla en 1252.
Es de suponer entonces la premura con que actuaron los Templarios desde el
momento mismo en que se reconquistó la plaza de Huelva. Ya en 1259 habían
obtenido una cédula de Alfonso X que los autorizaba “a ocupar un predio
en la sierra de Aracena y fortificarla convenientemente, a los efectos de
albergar y defender una guarnición de 200 Caballeros”. Sin embargo, años antes
que tal cédula fuese emitida, los Templarios habían localizado la Cueva de Odiel, trazado los
planos, y excavado los cimientos del Castillo. Toda la Cadena de Aracena quedó por
varios años bajo control Templario, incluido el pueblo de Aracena y varias
aldeas menores. Pero los miembros del Pueblo Elegido que acompañaban a los
Templarios en la empresa, no venían a un lugar desconocido: el nombre de
Aracena, en efecto, procede de la raíz hebrea Arai que significa montañas, siendo Arunda, la montañosa, sinónimo
de Aracena. Esta curiosa etimología no tiene nada de misteriosa si se piensa
que la aldea fue fundada por los comerciantes judíos que viajaban con los
fenicios durante la ocupación de Tarshish, 1000 años antes de la Era actual; luego fue llamada
Arcilasis por Ptolomeo; Arcena por los griegos; y Vriato, que resistió en ella
a las legiones romanas, la denominaba Erisana. Para los árabes fue Dar Hazen y,
a causa de la horrible comida que los sarracenos hicieron cuando los cristianos
tomaron por sorpresa la villa, la
Caracena mora.
A partir de 1259, se despacharon
tropas hacia Aracena desde muchas plazas de España y aún de Francia, de suerte
que durante la construcción del Castillo permanecieron acampados 2.000
Caballeros asistidos por tres mil hermanos sirvientes. Aquellas fuerzas se
distribuyeron alrededor de las Colinas y ejercieron una rigurosa vigilancia
para impedir que los pobladores cercanos, de Cortegana, Almonaster la Real , Zalamea la Real , u otras ciudades,
pudiesen acercarse y observar las obras. Los Compañeros de Salomón, el gremio
masón controlado por el Cister, concurrió a solicitud del Gran Maestre pues,
aunque la Orden
del Temple contaba con su propia división especializada en construcciones
militares, “esta” fortaleza tendría algo diferente. En primer lugar, debía
poseer una gran iglesia; y en segundo término, esa iglesia tendría que tener
una entrada secreta que comunicase sus naves con la Cueva subterránea: era
imprescindible así el concurso del Colegio de Constructores de Templos.
El Colegio encomendó la edificación de
la iglesia al Maestro Pedro Millán. Este fue autorizado por el feroz Papa Golen
Alejandro IV, el mismo que en esos momentos excomulgaba a Manfredo de
Suabia y procuraba el exterminio de los Hohenstaufen y la ruina del partido
gibelino, a consagrar la iglesia al culto de la Virgen Dolorosa.
Tal advocación, desde luego, no era casual sino que obedecía al plan Golen de
sustituir a la Virgen
de Agartha, a la Divina
Madre Atlante de Navután, por una Virgen María Judía, que
lloraba, estremecido su Corazón de Fuego por el dolor de la crucifixión de su
hijo Jesús: la Virgen de Agartha, por el contrario, no lloró ni
experimentó dolor alguno en su Corazón de Hielo cuando su Hijo de Piedra se
autocrucificó en el Arbol del Terror y expiró, sino que se alegró y derramó Su
Gracia sobre los Espíritus encadenados, porque su hijo había muerto como el más
valiente Guerrero Blanco que se enfrentara a la Ilusión de las Potencias
de la Materia. La celebración del Culto a la
Virgen del Dolor fue instituida, como no podía ser de otro
modo, por el inefable Papa Golen Inocencio III al introducir la secuencia Stabat
Mater en la Misa
de los Dolores, del Viernes de la
Pasión de Jesucristo. El Maestro Pedro Millán levantó, pues,
para los Templarios, la iglesia de Nuestra Señora del Dolor, patrona desde
entonces de Aracena, advocación que contrastaba abiertamente con la Virgen de la Gracia y la Alegría , Nuestra Señora de
la Gruta , que
se veneraba en el vecino Señorío de Tharsis, o Turdes. Cuando el Templo estuvo
terminado, se depositó en su altar la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor,
que aún se conserva, y recibió de Urbano IV la jerarquía de Priorato de la Orden del Temple.
Paralelamente, se trabajaba
febrilmente en la construcción del Castillo, alzado junto a la Iglesia , a 700 mts. de
altura, cercando con murallas y foso una plaza adyacente a una torre mudéjar.
Cinco años después, la iglesia y el Castillo se encontraban terminados y las
tropas sobrantes, así como los hermanos Constructores de Salomón, se retiraban
tranquilamente de la zona; no obstante, pasarían muchos años antes que los
lugareños se atreviesen a acercarse a la Colina del Castillo de Aracena.
Pero esta tarea no fue todo lo que
emprendieron los Templarios contra la
Casa de Tharsis en esos años: el Castillo de Aracena era una
obligación impuesta por los Inmortales, a la que habían dado fiel cumplimiento;
ahora esperarían pacientes el regreso de Bera y Birsa para que Ellos lo
empleasen en sus planes. Mas esa paciencia no significaba inmovilidad; por el
contrario, no bien que fueron reconquistadas las regiones en poder de los
árabes, la Orden
se lanzó a una campaña de ocupaciones en
todo el país de Huelva, ora asentando guarniciones en fortalezas y ciudades
rescatadas, ora construyendo nuevas iglesias y fortificando plazas. La
distribución de tales ocupaciones no ocurría al azar ni mucho menos sino que
obedecía a una rigurosa planificación, cuyos objetivos no perdían nunca de
vista la necesidad de rodear a la
Casa de Tharsis y conspirar contra el Pacto de Sangre. Para
recordar sólo los más importantes sitios de esos despliegues vale la pena
mencionar la cesión obtenida sobre el Convento de Santa María de la Rábida , en Palos de la Frontera , frente a
Huelva, del cual ya volveré a hablar. O la posesión completa de Lepe, la
antigua Leptia de los romanos, situada a seis kilómetros de Cartaya, con el
propósito manifiesto de controlar la desembocadura del Río Piedras, por donde
suponían que podrían navegar secretamente los Señores de Tharsis. O el
sospechoso interés por residir en la insignificante Trigueros, a 25 kilómetros de
Valverde del Camino, muy cerca de Turdes, donde construyeron la iglesia
parroquial que aún existe: es que Trigueros, antigua población romana, se halla
enclavada en medio de una fértil y extensa campaña que constituía en tiempos
remotos el corazón de la tartéside ibera; en sus campos, se hallaban
diseminados sabiamente decenas de dólmenes y meñires, herencia del Pacto de
Sangre, que los Templarios se dedicaron en esos días a destruir prolijamente:
sólo se salvó un dolmen en la
Villa de Soto, que puede visitarse hoy día, pues los Señores
Moyano de la Cera ,
de la Sangre
de Tharsis y tradicionales fabricantes de dulces y mieles, impidieron a los
Caballeros de Satanás concretar su infame misión: Villa de Soto se halla a 5 kilómetros de
Trigueros y el dolmen se encuentra en la “Cueva del Zancarrón de Soto”.
En la Casa de Tharsis, como es lógico, aquellos
movimientos no pasaron desapercibidos y obligaron a los Señores de Tharsis a
tomar algunas precauciones: fortificaron también la Villa de Turdes y la Residencia Señorial ,
pues creían que los Golen se aprestaban a lanzar una Cruzada contra ellos
pretextando alguna herejía, quizá denunciando el Culto a la Virgen de la Gruta ; y estacionaron en la
plaza una fuerza de quinientos almogávares y cincuenta Caballeros, que era lo
más que se permitía armar al Conde de Tarseval para otros fines que no fuesen
los de la
Reconquista. Lamentablemente nada de eso sería necesario,
pero los Señores de Tharsis no acertaron, una vez más, a prevenir los planes
diabólicos de Bera y Birsa.
A todo esto, se preguntará Ud., Dr.
Siegnagel, qué fue de la
Espada Sabia , desde el día en que cayó Tartessos y las Vrayas
la ocultaron en la
Caverna Secreta. La respuesta es simple: permaneció en la Caverna todo el tiempo, es
decir, durante unos mil setecientos años hasta ese momento. Se llevó a cabo,
así, el juramento que hicieron entonces los Hombres de Piedra: la Espada Sabia no sería
expuesta nuevamente a la luz del día hasta que no llegase la oportunidad de
partir, hasta que los futuros Hombres de Piedra viesen reflejada en la Piedra de Venus la Señal Lítica de
K'Taagar. Para ello, los Señores de Tharsis establecieron que una Guardia debía
permanecer perpetuamente junto a la Espada Sabia , lo que no siempre fue posible
debido a que sólo algunos Iniciados eran capaces de ingresar en la Caverna Secreta.
Como recordará Dr., la entrada secreta estaba sellada por las Vrunas de Navután
desde la Epoca
de los Atlantes blancos y resultaba imposible localizarla a todo aquel que no
fuese un Iniciado Hiperbóreo: las Vrunas eran Signos Increados y sólo podían
ser percibidas y comprendidas por quienes dispusiesen de la Sabiduría del Espíritu
Increado, es decir, por los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura , por los
Hombres de Piedra, por los Guerreros Sabios. Sin embargo, salvo algunos cortos
y oscuros períodos, la Casa
de Tharsis nunca dejó de producir Iniciados aptos para ejercer la Guardia de la Espada Sabia.
Pero ya no eran tan numerosos como en
los tiempos de Tartessos, cuando el Culto del Fuego Frío se practicaba a la Luz de la Luna y existía un Colegio de
Hierofantes; en los siglos siguientes, hubo que ocultar la Verdad del Fuego Frío a los
romanos, visigodos, árabes, y católicos, reduciéndose la celebración del Culto
al ámbito estrictamente familiar: inclusive, dentro de aquel ámbito familiar
reservado, se debía convocar sólo a quienes demostraban una conveniente predisposición gnóstica para afrontar la Prueba del Fuego Frío, que
en nada había cambiado y seguía siendo tan terrorífica y mortal como antes.
Salvo esos períodos que mencioné, durante los que no hubo ningún miembro de la Casa de Tharsis capaz de
ingresar en la Caverna
Secreta , lo normal era la formación mínima de dos Iniciados
por siglo, en las peores Epocas, y de cinco o seis en las más prolíferas.
Si el Iniciado era una Dama de
Tharsis, se le daba el título de “Vraya”, en recuerdo de las Guardianas iberas.
Si se trataba de un Caballero, se lo denominaba Noyo, que había sido el nombre, según los Atlantes blancos, de los
Pontífices Hiperbóreos que en la
Atlántida custodiaban el Ark,
vale decir, la Piedra
Basal , de la Escalera Infinita que Ellos sabían construir y
que conducía hacia el Origen. Es obvio que, para cumplir con el juramento de
los Hombres de Piedra, los Noyos y las Vrayas tenían que convertirse en
ermitaños, es decir, tenían que alojarse en la Caverna Secreta y
permanecer todo el tiempo posible junto a la Espada Sabia : y nadie
podría servirles porque nadie, más que ellos, podía entrar en su morada. Pero
aquella soledad carecía de importancia para los Iniciados: la renuncia y el
sacrificio que exigía la función de Guardián de la Espada Sabia era
considerado un Alto Honor por los Señores de Tharsis.
España La
región de Huelva
De acuerdo a lo referido por quienes
habían entrado y salido de la Caverna Secreta , el trabajo realizado durante
tantos siglos por los Iniciados que allí permanecían había dotado al sitio de
algunas comodidades. En efecto, aunque desde el principio se convino en no
introducir objetos culturales, lo cierto es que Noyos y Vrayas fueron tallando
pacientemente la piedra de la
Caverna y modelaron sillas, mesa, lechos, altar, y una
representación de la Diosa
del Fuego Frío. Y frente al Rostro de Pyrena, ardía una vez más la Flama de la Lámpara Perenne.
Pero el Rostro de la Diosa no surgía ahora de un
meñir sino que estaba esculpido sobre una gigantesca estalagmita verde. Tampoco
existía un mecanismo que hiciese abrir los Ojos ya que estos habían sido
profundamente excavados y estaban siempre abiertos, prestos a revelar a los
Iniciados la Negrura
Infinita de Sí Mismo. Frente al Rostro, yacía el altar, que
consistía en una columna cúbica rematada por dos escalones: la superficie del
escalón superior llegaba al nivel del mentón de la Diosa y, sobre ella, había
un agujero vertical en el que se introducía la empuñadura de la Espada Sabia hasta el
arriaz, de suerte tal que la misma quedaba parada y alineada con la Nariz de la Diosa , como si fuese un eje
de simetría del Rostro; de ese modo, la Piedra de Venus, que estaba engastada en la cruz
de la empuñadura, aparecía en el centro de la escena, dispuesta para la
contemplación. En la superficie del escalón inferior, bajo el nivel de la
empuñadura, se hallaba depositada la Lámpara Perenne.
Aquel sector de la
Caverna Secreta tenía forma de nave semiesférica, estando la
estalagmita con el Rostro de Pyrena en un extremo cercano a la pared de piedra;
ésta aparecía chorreada de lava y sales, mientras que el techo se presentaba
erizado de verdosas estalactitas; el piso por el contrario, había sido
cuidadosamente limpiado de protuberancias y nivelado, de manera tal que era
posible sentarse cómodamente frente al Rostro de la Diosa y contemplar,
asimismo, la Lámpara
Perenne y la
Espada Sabia con la
Piedra de Venus.
Los alimentos necesarios para
subsistir los proveían los Señores de Tharsis manteniendo siempre colmada la
despensa de una Capilla que existía al pie del Cerro Candelaria. Tal Capilla,
que se había construido para los fines señalados, permanecía cerrada la mayor
parte del año y sólo era visitada por los Señores de Tharsis que allí iban a
orar en la mayor soledad: aprovechaban entonces para depositar los víveres en
un pequeño cuarto trasero, cuya única puerta daba a la ladera del Cerro. Hasta
allí bajaban furtivamente, preferiblemente por la noche, varias veces por año
los Iniciados para proveerse de alimentos. Normalmente hallaban una acémila en
un corral contiguo, con la que cargaban los bultos hasta la entrada secreta y a
la que luego dejaban libre, dado que el animal regresaba mansamente a su cerco.
Pero en otras ocasiones los Señores de Tharsis aguardaban en la Capilla semanas enteras
hasta que coincidía alguna de aquellas visitas nocturnas: entonces, en medio de
la alegría del reencuentro, los Noyos o las Vrayas recibían noticias de la Casa de Tharsis;
especialmente indagaban sobre los jóvenes miembros de la familia, si alguno de
ellos se preparaba seriamente para la
Prueba del Fuego Frío y si se advertían posibilidades de que
pudiese superarla. Nada preocupaba más a los Hombres de Piedra y a las Damas
Kâlibur que el no ser reemplazados por otros Iniciados, que la Espada Sabia quedase
sin Custodia. Los Señores de Tharsis, por su parte, inquirían a Noyos o Vrayas
sobre sus visiones místicas: ¿no se había manifestado aún la Señal Lítica de
K'Taagar? ¿habían recibido algún mensaje de los Dioses Liberadores? ¿cuándo ¡Oh
Dioses! cuándo llegaría el día de la Batalla Final ? ¿cuándo la Guerra Total contra
las Potencias de la Materia ?
¿cuándo abandonarían el Universo infernal? ¿cuándo el Origen?
Siempre había ocurrido de manera
semejante. Hasta entonces. Porque desde que el Castillo de Aracena estuvo
terminado, a unas decenas de kilómetros del Cerro Candelaria, un halo de
amenaza pareció extenderse por toda la región. Hubo, pues, que extremar las
medidas de precaución para abastecer la Caverna Secreta y
se redujeron al mínimo los encuentros con los Iniciados ermitaños. En aquel
entonces habitaban la
Caverna Secreta tres Iniciados: una anciana Vraya, mujer de
más de setenta años, que durante cincuenta años jamás abandonó la Guardia ; un Noyo de
cincuenta años, Noso de Tharsis, que hasta los treinta fue Presbítero en la
iglesia de Nuestra Señora de la
Gruta y ahora estaba oficialmente muerto; y un joven Noyo de
treinta y dos años, Godo de Tharsis, que cumplía la función de aprovisionar la Caverna Secreta.
Pero Godo, hijo del Conde Odielón de Tarseval, no era un improvisado en
cuestión de riesgos: llevado de niño a Sicilia por uno de los Caballeros
aragoneses que servían en la corte de Federico
II, fue paje en el palacio de
Palermo y luego escudero de un Caballero Teutón en Tierra Santa; nombrado a su
vez Caballero, a los veinte años, ingresó en la Orden de Caballeros Teutones
y luchó cinco años en la conquista de Prusia; hacía siete años que permanecía
de Guardia en la
Caverna Secreta , aunque pasaba por estar aún combatiendo en
el Norte de Alemania. Se trataba, pues, de un guerrero experto, que sabía
moverse con precisión en el campo de batalla: sus incursiones a la Capilla eran cuidadosas y
estudiadas, procurando evitar la posibilidad de ser sorprendido por el Enemigo.
Esto lo aclaro para descartar el caso de que un descuido fuese el responsable
de lo que aconteció luego.
Lo cierto es que el Enemigo conocía
aquel sitio y esto no lo ignoraban los miembros de la Casa de Tharsis: según la
saga familiar, en efecto, en el lugar donde se levantaba la Capilla del Cerro
Candelaria, los Inmortales Bera y Birsa habían asesinado a las Vrayas mil
setecientos años antes. De allí que los Señores de Tharsis pensasen en cambiar
el punto de aprovisionamiento; pero la intensa vigilancia que mantenían sobre
Aracena no revelaba movimiento alguno en dirección de la Capilla y las cosas
siguieron así durante los cuatro años siguientes. Cada tres o cuatro meses el
Noyo Godo descendía de la sierra en forma sorpresiva e imprevisible y procedía
a transportar las provisiones a la Caverna Secreta ; y solamente una vez al año
establecía contacto con alguno de los Señores de Tharsis. Pero las noticias
eran invariablemente las mismas: los Templarios no efectuaban ningún movimiento
en aquella dirección. Mas, aunque no actuasen, ahora estaban allí, demasiado
cerca, y su presencia constituía una amenaza que se percibía en el ambiente.
Naturalmente, los Templarios no
actuaban porque estaban esperando a los Inmortales. Y Aquellos, finalmente
llegaron, ciento cuarenta años después del asesinato de Lupo de Tharsis en la Fortaleza de Monzón. Un
barco de la armada templaria, proveniente de Normandía, los desembarcó en
Lisboa en 1268 junto al Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, y una
custodia de quince Caballeros. El Gran Maestre explicó a la Reina Beatriz que la
expedición tenía por destino el Castillo de Aracena, donde se iba a nombrar un
Provincial, obteniendo todo su apoyo y la consecuente autorización del Rey
Alfonso III; la presencia de Bera y Birsa no fue notada allí porque
simulaban ser hermanos sirvientes y vestían como tales. Días después los
viajeros tomaban la antigua carretera romana que iba desde Olisipo (Lisboa) a
Hispalis (Sevilla) y pasaba por Corticata (Cortegana), a pocos kilómetros de
Aracena.
Ya en Aracena, los Inmortales aprobaron
todo lo hecho por los Templarios en cuanto a la edificación del Castillo. En el
interior de la iglesia, en el piso del ábside, estaba la puerta trampa que
comunicaba con la Cueva
de Odiel: en verdad, la Cueva
no se hallaba exactamente abajo de la iglesia sino que había que llegar a ella
por un túnel en rampa, al que se accedía por una escalera de madera desde el
ábside. Pero Bera y Birsa pasaron por alto los detalles de la construcción pues
su interés mayor radicaba en la
Cueva. La exploraron palmo a palmo, durante horas, hablando
entre ellos en un lenguaje extraño que sus cuatro acompañantes no se atrevían a
interrumpir; estos eran el Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, ambos
Golen, y dos Preceptores templarios “expertos en lengua hebrea”, vale decir,
dos Rabinos, representantes del Pueblo Elegido. Al parecer, la inspección había
arrojado resultados positivos; eso lo adivinaban por las expresiones de los
Inmortales pues estos eran sumamente parcos en todo lo que se refería a la Cueva y a su presencia allí.
En todo caso, sólo hicieron una solicitud: que se adaptase a cierta forma
simbólica, que describieron con precisión, el espejo de un pequeño lago
subterráneo, el cual estaba nutrido por un hilo de agua de ínfimo caudal.
También se debía interrumpir momentáneamente aquel afluente, desviando el
erosionado canal de alimentación. Y había que distribuir en determinados
lugares, en torno del lago, siete candelabros Menorah.