Quincuagesimotercer
Día
Es ya el medio día, el momento preciso
en que Shamash se halla en lo alto. La voz grave de uno de los cincuenta
Hierofantes se dirige a la bella Iniciada, hablando con frases cortas,
pronunciadas con la cadencia de una oración ritual:
–Oh
Princesa Isa:
La
suerte de la Raza
está en tus manos.
Hemos
recorrido muchas tierras
y
atravesado incontables países,
para
llegar hasta aquí,
buscando
dar la Batalla Final.
Años
de caminos y penurias
desde
que abandonamos las montañas sagradas
adonde nacimos dos veces
y
en cuya cima Kus nos reunía
y
nos hablaba de los Tiempos Primordiales.
Conocimos
en esos lejanos días
que no somos de aquí.
Y,
luego de recordar nuestro Divino Origen,
¿Cómo
podríamos permanecer allí,
engañados
por El, el “Anciano” Enlil?
Sí,
todo se envileció ante nuestra vista.
Los
campos se agostaron súbitamente.
Las
flores tornaron horrible su perfume,
y
el calor de Shamash ya no nos pareció bueno.
De
pronto vimos las espigas raquíticas
y
hasta las montañas perdieron su imponente altura.
Todo
eso ocrurrió cuando miramos el mundo
luego
de que el Sabio Kus
nos
hablara del Cielo olvidado
llenándonos
el pecho de nostalgia.
Entonces
fue cuando decidimos
emprender
el Sendero de Regreso al Origen.
Y
cobrar cara la traición de los Demonios
que
nos habían engañado con su magia.
Muchos
fuimos los que partimos
desde
la montaña sagrada,
hacia
distintas direcciones.
Y
muchos son los Reyes
que
con sus pueblos hiperbóreos
buscan
desde entonces
el
camino del Cielo.
Pero
Kus nos había advertido
que
algunos no llegarían pronto
si
volvían a ser engañados
por
los astutos Demonios.
Mas
a nosotros nos dirigió certeramente
porque
no tenemos otro fin
que
conquistar el Cielo.
Nos
guía el invencible Nimrod
a
quien El teme
porque
su Sangre es Pura
tan
azul como el mar
y
tan roja como el amanecer de Shamash.
Somos
un pueblo valeroso como el león
y
volamos alto como el águila,
pero
nuestro ojo es agudo
y
nuestras garras despedazan al Enemigo.
Somos
un pueblo duro
que
no conoce el perdón
y
no da tregua en la lucha.
Nos
conduce Nimrod
arquero
como no hay otro en la Tierra.
Las
estrellas lo dibujaron
cazando
en el cielo.
Llevamos
con nosotros
para
que no volvamos a perdernos
¿qué
más podemos pedir?
¡Apártense,
Demonios infernales!
porque
hay aquí un pueblo despierto
a
quien no podrán atemorizar
ni
engañar jamás.
¡En
guardia, Demonios malditos!
porque
se ha levantado una Raza indómita
que
Os presentará combate a muerte.
Hoy
el camino ha llegado a su fin.
Atrás
ha quedado el gran mar Kash
y
el país de Kashshu;
sepultados
en las rutas holladas
permanecen
nuestras mujeres y niños,
nuestros
ancianos y los mejores guerreros.
Muchos
han caído por la gloria de Kus
y
por seguir al heroico Nimrod,
el jefe que nos conducirá a la victoria
en éste o en otros
cielos.
En
Borsippa hemos acampado.
Para
construir la Torre
más alta del mundo
y
domar la Serpiente
de Fuego.
Como
nuestro Zigurat no hay otro
ni
en Babilonia ni en Assur,
ni
en el lejano Egipto,
ni en la tierra de los arios.
Desde
que el Diluvio cubrió la Tierra
y
castigó a los Demonios
que
habitaban las islas de Ruta y Daitya
no
se ha visto otra Torre igual.
Los
Dioses se alegran por nosotros
y los Demonios nos temen.
¡Cuánto
hemos trabajado para construirlo!
Oh
Isa, este esfuerzo no debe ser en vano.
Este continuó con su monólogo:
Hemos
venido aquí a morir luchando
y
tú, dulce Princesa
has
elegido morir primero
para
abrirnos la Puerta
del Cielo.
¡Castigaremos
a los Demonios
y
vengaremos tu muerte, divina Isa,
hija
de la Serpiente
de Venus!
Palideció visiblemente la hermosa
Iniciada cainita; sin embargo sus ojos brillaron fieramente mientras de su boca
brotaban estas valientes palabras:
–El
Constructor de Mundos de Ilusión,
el
infame Enlil,
se
ha hundido en un sueño eterno,
mientras
su cuerpo fecundado
nace
y renace en todo lo existente.
El
se ha aliado con los Demonios
que
habitan en Dejung,
la
ciudad mil veces maldita,
la
ciudad del Horror y del Engaño,
cuya
Séptima Muralla
posee
una entrada oculta
en
el país de los hombres amarillos.
El
ha confiado en los Demonios
para
que prosigan su obra perversa.
Y
Ellos nos han encadenado
y
nos impiden regresar al mundo de Kus,
adonde
se encuentra el Palacio
del
verdadero Dios HK,
cuyo
Nombre no puede ser pronunciado sin
morir.
Pero
aunque Dejung está lejos,
sus
Puertas están en todas partes.
Siete
Puertas tiene Dejung,
y
Siete Muros la circundan.
pero
sólo los locos se dejarían guiar por Ella.
¿Cómo
pondrán sitio entonces
los
valientes Kassitas
a
la fortaleza de Dejung?
¿Si
los Demonios ya saben
de
nuestros santos propósitos
y
si su ojo está clavado en nosotros
desde
la torre Kampala?
Lo
haremos como nos enseñó
nuestro
Dios Kus, el Señor de Venus,
despertando
del sueño
al
miserable Enlil y obligándolo
a
abrir la Puerta
del Cielo
y
a tender el puente
sobre
las lúgubres murallas
de
Dejung Kampala.
Iniciados
Kassitas: ¡Ved todos
que
Enlil ha despertado!
El
Dios Que Duerme es idiota,
gusta
de flautas y tambores,
de
danzas y de cantos
y
que adoren Su Nombre,
pero
también desea sangre
pues
padre es de sacerdotes,
de
sucios pastores y sacrificadores.
Sólo
la Sangre Pura
hará
brotar al monstruo
de
las profundidades.
¡Proceded
Hierofantes!
¡Que
Isa está dispuesta
a
morir en la guerra,
de
todos, la primera!
Viajaré
por los mundos
donde
los muertos velan
los
Demonios acechan
y
los Dioses esperan.
Me
acompañará Kus
a
quien todos respetan.
Y
en nombre de Nimrod
obligaré
a la Bestia
a
que abra las Puertas
en
bien de nuestra gesta.
¡Proceded
Hierofantes
que
Isa está dispuesta!
En ese momento tres cosas sucedieron
simultáneamente: el Sol llegó a su zenit; la música cesó de golpe, inundando
los oídos de silencio; y de una puñalada certera el Hierofante segó la vida de
la bella Princesa Kassita. El cuchillo de jade degolló limpiamente el cuello
níveo por encima del collar bicéfalo. Dos Iniciados sostuvieron el cuerpo
exánime mientras la sangre caía a borbotones sobre la brillante gema y se
introducía en su hendidura uterina, convertida ahora en ávida garganta.
Entonces comenzaron a ocurrir las cosas más maravillosas que ojos humanos
hubieran contemplado desde muchos siglos atrás.
Quienes se hallaban dentro de la
torrecilla pudieron contemplar una escena terrorífica: al caer la sangre se
apagó por un instante la luz que emanaba de la Esmeralda , pero luego,
como una saeta, una columna de fuego se elevó raudamente del piso de la torrecilla
envolviendo al pedestal y a la gema. El cuerpo de la Princesa yacía en el
suelo, imposible de ver bajo impenetrables nubes de vapor geoplasmático que, a
cada instante, se hacían más densas. Sin embargo una imagen espectral, con su
misma belleza desnuda, podía observarse claramente junto a la columna de fuego
entregada a una especie de forcejeo. El portento ígneo, que en un primer
momento no superaba el espesor de una pata de elefante, era ahora tan ancho
como un círculo de seis hombres. Inicialmente había serpenteado fieramente
semejando un infernal ofidio, pero luego, al expandirse, fue adoptando
lentamente la inconfundible figura del Dragón. Era un Dragón flamígero cuya
espantosa imagen se hacía a cada instante más nítida, en la medida en que
aumentaba el forcejeo con el fantasma de la Princesa Isa.
Conviene aclarar que sólo habían
transcurrido unos minutos desde que la Princesa expirara hasta el momento en que se
materializara el monstruo de fuego. Conviene aclararlo porque a partir de allí
todo sucedió demasiado rápido... o quizá los testigos perdieron la noción del
tiempo.
De pronto las fauces de aquella bestia
primitiva, aquel Leviatan, Rahab, Behemoth, o Tehom-Tiamat exhalaron un rugido
terrible, al tiempo que una enorme llamarada barría la estancia consumiendo y
carbonizando a numerosos Hierofantes. Sólo los sobrevivientes pudieron observar
el increíble espectáculo de aquella bestia de fuego jineteada por la
Iniciada muerta. La Princesa Isa , su fantasma, había trepado a la
cabeza del monstruo sentándose entre las aletas triangulares del escamado lomo.
Esa audaz acción hizo que el monstruo emitiera el infernal rugido y la
mortífera flama. No obstante tal reacción y las feroces sacudidas de la bestia,
la Princesa
repetía imperturbablemente estas palabras:
–Espíritu
de Enlil, de El, de Yah y de Il
que
fecundas la Tierra
y
produces la vida
y
engañas a los hombres
con
tu falsa opulencia
y
esas ilusorias riquezas que ofreces.
Dios
que alguna vez estuviste en lo alto
pero
que ahora has caído
y
te has vuelto completamente idiota,
no
nos encadenes también a nosotros
en
este Universo infernal
que
has construido
imitando
el verdadero Cielo.
Nosotros
nos iremos
porque
ya estamos hartos de ti,
de
todas tus trampas,
y
de los Demonios que te secundan.
¡Abre
la entrada del antro infernal
donde
moran tus cobardes secuaces!
¡Te
conjuro a hacerlo El
en
nombre del verdadero Dios,
padre
de Kus
a
quien tú traicionaste!
¡Por
HK!
¡Te
conjuro a abrir la Puerta
en
nombre de HK!
Al oír este Bendito Nombre la fiera se
replegó instantáneamente hacia el piso de la torrecilla, enrollándose en torno
a la columna de piedra y metal. Su cabeza, sin embargo, se balanceaba
amenazadora sin que este alarde afectara la prestancia de la espectral
Iniciada, quien se mantenía firmemente tomada de su lomo. El Dragón telúrico no
demostraba intenciones de obedecer, actitud que llevó a la valerosa Princesa a
obrar de manera drástica. Inclinándose estiró la mano haciendo el gesto de
tocar su propia sangre en la cuenca repleta de la Esmeralda hiperbórea.
Acto seguido dijo:
Esta
sangre que hoy ha sido derramada
y
hacia la cual te has precipitado,
Señor
de todas las cosas,
es
mi sangre: una sangre sagrada
del
linaje de los Dioses de Venus.
En
ella está el recuerdo
de
nuestro Origen Divino
y
del verdadero Dios HK.
Con
su substancia he untado mis dedos
y
ahora trazaré en tu frente
el
Signo del Origen.
Ante
él no existe defensa.
¡Te
conjuro a que abras la Puerta
Enlil,
rey de los Pastores,
por
el Nombre de HK
y
el Signo Sagrado!
Quienes estaban afuera, en los
pasillos del Zigurat y alrededor de su base, aún hacían silencio pues sólo
habían transcurrido unos minutos desde que cesara la música y porque los
terroríficos rugidos que emitía el monstruo, invisible para ellos, bastaban
para silenciar cualquier garganta. En el momento que la Princesa dibujaba el
Signo primordial y el Dragón se elevaba, un grito de espanto brotó de todas las
bocas. Justo sobre la torrecilla, a no mucha distancia de su techo, el Cielo se
corrió como si se hubiera rasgado una tela.
Una negra abertura era ahora
claramente visible para todos los que presenciaban el extraño fenómeno. Y lo
más curioso y anormal era que el tenebroso
agujero ocultaba totalmente al Sol,
a pesar de que éste, por hallarse mucho más alto, debería verse desde algún ángulo lejano. Sin embargo nadie vio más
al Sol, aunque su luz seguía iluminando el medio día como si estuviera en su
zenit. Es comprensible que sometidos a tan intensas emociones nadie se
preocupara por la suerte del Sol pues, en tanto que el terror había paralizado
a los cobardes habiros, los Kassitas aullaban de furia elevando los puños hacia
el cielo. Es que el espectáculo era impresionante y justificaba cualquier
distracción. El monstruo de fuego, luego de que la Puerta del Cielo se
abriera, se había transformado totalmente. En un primer momento pareció como si
la espantosa cabeza se hubiese introducido en la tenebrosa abertura ya que sólo
era visible un cilindro resplandeciente, como un haz de fuego, que surgía de la
torrecilla y se internaba en las alturas. Pero pronto fue evidente que una
metamorfosis estaba ocurriendo y al cabo de unos segundos un nuevo prodigio se
ofrecía a la azorada vista de los habitantes de Borsippa. Primero se tornó
bulboso y se cubrió de protuberancias, mientras cambiaba de color y se teñía de
marrón; luego, muy rápidamente, los bulbos se extendieron hacia afuera y se
transformaron en afiladas ramas cubiertas de agudas púas y de algunas hojas
verdes; apenas unos segundos después era un gigantesco árbol de espino el que
se erguía, insólitamente, sobre el Zigurat del Rey Nimrod.
Desde la base de la Torre sólo se veía parte del
tronco y del follaje superior, pues la copa parecía perderse adentro de la Puerta del Cielo mientras
que la raíz permanecía oculta a la vista, en el interior de la torrecilla. Pero
lo que vale la pena destacar es que, no bien se completó la metamorfosis,
desapareció todo vestigio de fuego, energía o plasma, y el fenómeno se
estabilizó no produciéndose más cambios. Parecía entonces como si el árbol
espino hubiese estado siempre allí... si no fuera por la siniestra rasgadura
del Cielo que sugería atrozmente todo tipo de anormalidades y alteraciones del
orden natural.
Pero nadie dispuso del tiempo
suficiente como para horrorizarse. No bien se hubo abierto el Cielo dos figuras corrieron velozmente hasta la última
rampa, la que conducía a la terraza de la torrecilla, y, ya allí, tensaron los
arcos apuntando hacia el Umbral. Eran Nimrod y Ninurta, el Rey y el bravo
General, los únicos guerreros que poseían la coraza de metal y que, por eso,
avanzaban primero, protegidos por la Elite de arqueros.
El Rey y el General apuntaban sus
arcos hacia las tinieblas de la abertura tratando de distinguir un blanco
cuando, súbitamente, dos figuras emergieron blandiendo sendas espadas. Los
Demonios, con aspecto de “hombre de raza blanca”, de cinco codos de alto,
parecían flotar en el aire, pero de alguna manera obtenían punto de apoyo pues
lograron descargar sus espadas sobre los heroicos arqueros. Las hojas
relampaguearon al surcar el espacio pero rebotaron sin penetrar en las corazas
de Nimrod y Ninurta. Sin embargo el impacto hizo a éstos rodar aturdidos por el
techo de la torrecilla que hacía las veces de última terraza.
Una lluvia de flechas se abatió
entonces sobre los “Demonios Inmortales” y, aunque muchas de ellas rebotaron en
sus corazas, otras tantas penetraron acribillándolos. Cayeron los gigantes
malheridos junto al Rey Nimrod quien rápidamente los decapitó, enarbolando sus
enormes cabezas ante la enfervorizada muchedumbre.
Mientras el Rey Nimrod hacía esto y
luego arrojaba hacia la multitud el sangriento trofeo, el General Ninurta,
acompañado por parte de la Elite
guerrera, comenzó a trepar por el árbol Enlil que unía el Cielo con la Tierra. ¡Por primera vez
en miles de años un grupo de Guerreros Sabios se aprestaba a tomar por asalto a
Chang Shambalá!
Le ruego, Dr. Siegnagel, me permita
hacer un breve alto en el relato para que pueda expresar en un poema lo que
pasa por mi Espíritu al evocar la última gesta maravillosa de aquel pueblo
hiperbóreo que sabía lo que hacía, en medio de un mundo que era pura confusión.
Luego retomaré nuevamente el relato en el preciso momento en que los guerreros
de Nimrod se aprestaban a invadir el Umbral de la iniciación sinárquica.
¡Valerosos guerreros Kassitas!
Su
hazaña iluminará eternamente
a
todos los pueblos hiperbóreos
que
decidan tomar el Cielo por asalto
y
regresar al origen primordial
del
que Jehová Satanás los ha privado.
Porque
Ellos combatieron a los Demonios
y
despertaron del Gran Engaño.
Pero
hasta ahora nadie ha logrado
igualar
la gloria de Nimrod, “el Derrotado”.
Por
eso los que aquí quedamos
debemos
intentarlo nuevamente
Junto
a Kristos Lúcifer “el Enviado”.
El
Dios de los que “pierden” durante el Kaly Yuga,
y
los Dioses Leales al Espíritu del hombre
que
esperan el momento designado
en
que doce hombres
de
la Sangre más
Pura
y
un Siddha
se
reúnan al final del Kaly Yuga
en
suelo Americano.
Entonces
el Gral será encontrado
y
luego de mil años de traiciones
caerá
la venda de los ojos, despertando;
y
Chang Shambalá con sus Demonios
será
definitivamente aniquilado.
Pero
hasta ahora nadie ha logrado
igualar
la gloria de Nimrod, “el Derrotado”.
Es
cierto que pocos lo intentaron:
algunos
iberos, algunos celtas,
troyanos,
aqueos, dorios o romanos,
muchos
godos y muchos germanos.
Pero
nadie hasta ahora ha logrado
igualar
la gloria de Nimrod “el Derrotado”.
Tal
vez en Montsegur los Cátaros
o
los Caballeros teutones
de
Federico II Hohenstauffen,
o
el más grande de todos,
nuestro
Führer, con su Eje mágico
y
un pueblo valeroso que ante nada retrocede;
acaso
El como nadie lo ha buscado. Y así muchos la
eternidad ganaron
y
de este Infierno se han marchado.
Pero
no definitivamente
pues
una Batalla Final será librada
y
volverá Nimrod
Junto
a los grandes Héroes del pasado.
Odín,
Wothan, y Wiracocha,
Heracles,
Indra y Quetzacoatl,
desde
el Valhala llegarán cantando,
rodeados
de Walkirias primorosas
y
música de antaño.
Y
Ellos levantarán Ejércitos enormes
de
Vivos, Inmortales y Resucitados.
Una
sola virtud será exigida:
se
llama honor y dignifica al hombre
que
del Engaño ha despertado.
y
el Demiurgo y sus huestes, derrotado,
liberará
al fin a los Espíritus Eternos
que
de Venus llegaron
para
que regresen adonde Dios espera,
en
un Mundo que no se ha creado.
¡Y
al partir del Universo de Materia,
de
la locura, del Mal y el Gran Engaño,
los
que regresan cantarán a coro
las
hazañas de Nimrod, “el Derrotado”!
Proseguiré ahora con el relato. El
árbol Enlil poseía ramas espaciadas y rectas, que en realidad eran enormes
púas, de modo que podía treparse por ellas como si se tratase de una gigantesca
escala. Esto fue justamente lo que hicieron los valientes Kassitas preparándose
a ascender por el árbol y sitiar la “Puerta del Cielo”. No bien el General
Ninurta y cincuenta guerreros hubieron trepado lo suficiente comprobaron que se
hallaban frente a la entrada de una caverna, o a la imagen de ella. Saltaron
audazmente del árbol, sin saber aún si podían hacer pie en el misterioso mundo
al que entraban por la “Puerta del Cielo”, y se hallaron en un suelo claramente
rocoso. Algunos se volvieron para mirar y vieron al árbol que se perdía en
insondables alturas; y también el borde de un abismo, a pocos codos de donde
estaban parados, por el cual se distinguía, a muchos pies de distancia: el
techo de la torrecilla de donde emergía el gigantesco tronco; el Zigurat; los
hombres del pueblo reunidos en torno; y el perímetro amurallado de la ciudad de
Borsippa. Contrastando con la intensa luz exterior, adonde todavía seguía
siendo medio día, una suave penumbra reinaba en aquel sitio. Sin embargo había
suficiente luz como para distinguir los detalles de la siniestra caverna: se
veían siete escalones de piedra y, a partir del último, un pasadizo que se
perdía en la distancia. Pero sobre la entrada, siguiendo la curva de su arco,
estaban clavados siete estandartes triangulares. Cada uno llevaba escrita una
misma leyenda, en otras tantas lenguas diferentes. En su propio idioma kassita
pudieron leer:
No
oséis poner los pies en este umbral
si
antes no habéis muerto a las pasiones
y
a las tentaciones del Mundo.
Aquí
sólo se llega para renacer
como
Iniciados en la
Fraternidad Blanca ,
pero
para obtener tal privilegio
es
necesario morir primero.
¡Adeptos:
si aún estáis vivos,
si
la llama del deseo primordial
aún
arde en vuestros corazones,
si
conserváis el recuerdo
y
alimentáis el propósito,
entonces
huid, mientras estéis a tiempo!
Evidentemente se trataba de una
maniobra estratégica. La leyenda, aparentemente destinada a presuntos adeptos a
la iniciación, tenía por objetivo desconcertar y provocar la duda a los
intrusos. Sin embargo, lejos de lograr estos fines, el mensaje arrancó instantáneas
carcajadas en los guerreros Kassitas.
Por el árbol espino venían ya trepando
Nimrod y Ninurta seguidos por otra escuadra de arqueros. Pronto estuvieron
reunidos y como nada ocurría se dispusieron a ingresar en la infernal caverna.
–¡Isa, Isa! –comenzó a llamar a gritos
el Rey Nimrod, alarmado por la ausencia de la Iniciada a quien nadie
había vuelto a ver desde que el Dragón se elevara hasta el Cielo. En ese
momento alguien notó que los estandartes habían borrado su tentador mensaje y
se reescribían solos, persistiendo en aquella táctica de dirigirse a los
guerreros con palabras engañosamente espirituales:
–Viajeros
Kassitas,
en
este lugar sólo hallará la locura
quien
no posea un Corazón justo
y
un Alma dulce y devota
capaz
de adorar al Gran Arquitecto del Universo
y
servirle en su Gran Obra.
Vosotros
no poseéis totalmente estas virtudes.
Sin
embargo ¡Sois afortunados, Kassitas!
Aunque
equivocados en vuestro propósito
el
haber sabido llegar hasta aquí os favorece
y
es por ello que os haremos una oferta
por esta única vez, ahora y para siempre:
os
ofrecemos servir, junto a Nosotros,
a
El Uno, Señor del Gran Aliento,
Creador
de la Tierra ,
del Cielo y de las Estrellas,
de
incontables Mundos semejantes a éste,
y
de otros lokas tan extraños y
sutiles
que
resultan inconcebibles para cualquier mortal.
Sois
valientes y puros, Kassitas,
pero
habéis sido engañados por el Demonio Kus
quien
os mostró un Paraíso inexistente.
Debéis
abandonarlo, y aceptar el Plan de El Uno.
Os
ofrecemos ahora pasar las pruebas
y
servir al Dios Uno a Nuestro lado.
Pensadlo
bien Kassitas,
habéis
matado a dos de nuestros Hiwa Anakim
los
Sagrados Guardianes del Umbral
y
eso es grave falta por la cual deberéis purgar.
Sin
embargo aún os ofrecemos servir,
en
las filas de la
Fraternidad , al único Dios.
Si
os decidís ahora, si aceptáis el trato,
debéis
dejar las armas en el Umbral
y
despojaros de toda intención agresora,
y de los signos malditos que portáis.
¡Hacedlo
pronto Kassitas!
porque
es oportunidad única la que os damos.
Hacedlo
y podréis atravesar sin peligros
el
pasillo que está ante vosotros.
Pero
tened presente que debéis cruzarlo
con
el arrepentimiento en el Alma
porque
enseguida arribaréis a un lugar Muy Santo
llamado
“El Templo de la Sapiencia ”,
adonde
seréis Iniciados en los Misterios de El Uno.
Se miraron vacilantes Nimrod y
Ninurta; esperaban hallar enemigos formados para el combate pero allí sólo
había estúpida magia. Los estandartes, con las palabras que se han visto,
habían atraído misteriosamente la atención de los Kassitas. Entre los
guerreros, algunos no sabían leer, pero, extrañamente, el mensaje llegaba igual
a sus mentes. Y, aunque no entendían muchos de los conceptos empleados, sabían perfectamente que se intentaba comprarlos, toda vez que se les
proponía una oferta; sobornarlos
para que abandonasen la lucha y se rindiesen sin presentar batalla. ¿Los
Kassitas derrotados, desarmados con “palabras”? ¿Y cuál sería el precio cobrado
por tan cobarde claudicación? Nada menos que servir al odiado Enlil... Un
murmullo se elevó desde la Elite
guerrera: se intentaba engañarlos y aparte se había insultado a su Dios Kus. La
sangre hervía en las venas de los heroicos Kassitas. Pero el mensaje proseguía:
Si
aceptáis Nuestra generosa oferta
os
convertiréis en los Guerreros de la Rosa ,
aprenderéis
la Doctrina
del Corazón
y,
merced a esta Sabiduría,
descubriréis
en vuestro propio Corazón
a
El, a Aquel por quien sois todo,
al
Anciano de los Días,
al
Señor de los Eternos Veranos,
al
Kumara Sanat.
Si
aceptáis, lucharéis siempre por El
y
por su Pueblo Elegido Habiro,
cuya
simiente se halla muy cerca de vosotros.
Si
aceptáis regresaréis al mundo
como
Adeptos Iniciados
en
el Misterio de la Kâlachakra
Y
gracias a sus secretos
seréis
los hombres más fuertes,
no
habrá enemigos que se os puedan enfrentar.
Seréis
Magos respetados,
Generales
victoriosos,
Reyes
invencibles,
hombres
riquísimos,
depositarios
de un Poder
como
nunca se ha visto.
Compartiréis
la gloria de reinar en el Mundo
Junto
al linaje elegido por El
en
el día no lejano en que El,
como
YHVH-Sebaoth
se
presentará ante unos pueblos numerosos,
adoradores
de la Materia ,
y
los conducirá con brazo firme
desde
la Sinarquía
de Su Poder...
–¡Nooo! –Resonó como un trueno la voz
de Nimrod–. ¡No miréis el maldito estandarte! Su voz está afuera, en el Mundo
del Engaño. ¿Qué os dice vuestra Sangre Pura, guerreros Kassitas? ¿No
aprendimos de Kus, el Hiperbóreo, que intentarían comprar nuestras armas? ¿Y no
nos dijo Kus, allá en nuestras montañas lejanas, que ceder a los Demonios sería
nuestro fin?
Desenvainó su espada y con un rápido
movimiento se infligió una herida en la mano izquierda.
–Escuchad –prosiguió– Yo, Nimrod,
quien os ha guiado victoriosamente en mil batallas, os digo que debemos
combatir hasta la muerte a estos viles Demonios que no se atreven a
enfrentarnos. Os digo que mienten y que con sus promesas sólo buscan perdernos
–levantó su mano, de la cual manaba abundante sangre– ¡Aquí está mi sangre, que
es la más pura del mundo! Con ella trazaré el Signo HK en este estandarte infernal y luego entraremos a matar a los
Demonios. ¡Nuestro Signo es invencible!
Con su dedo pulgar derecho, embebido
en sangre, dibujó el Signo del Origen e instantáneamente pareció como si un
fuego consumiese a los siete triángulos encantados.
–¡Matemos a los Demonios! –gritaron a
coro todos los guerreros.
Sin embargo no alcanzaron a ingresar
al túnel. Aún humeaban en el suelo los restos de los estandartes cuando los
Demonios de Shambalá, que observaban ocultamente la reacción de los Kassitas,
se dispusieron a emplear una de sus terribles armas atlantes: el “cañon OM”. Primero fue un sonido suave,
penetrante y agudo, como el cantar de la cigarra. Luego comenzó a subir de tono
y de volumen hasta hacerse irresistible.
–¡Isa, Isa! –gritaron a dúo Nimrod y
Ninurta. Efectivamente, descendiendo de lo alto por las espinas del árbol Enlil,
estaba a la vista el espectro de la princesa Kassita. Los miraba fijamente y
parecía hablar enérgicamente pero, en un primer momento, nadie oyó nada, pues
el monosílabo de El emitido intensamente había aturdido a casi todos. Sin
embargo era impresionante la fe que los Kassitas sentían por la Iniciada de Kus y quizá
esta confianza hizo que pronto oyeran, o creyeran oír, sus instrucciones.
–¡Poneos atrás de Nimrod y de Ninurta!
Observad fijamente el Signo de HK
que tienen grabado en sus espaldas y dejad que fluya en vosotros la Voz de la Sangre. Su rumor
apagará cualquier cosa que os perturbe. Y vosotros, valientes Jefes: tenéis un
arma poderosa; veréis que ella os protege. Miradme a mí y confiad, que pronto
cesará vuestro dolor.
Dando un salto hasta el Rey y el
General la Iniciada
puso sus manos en las cabezas de aquellos Héroes produciendo la exaltación de
una como aura brillante en torno de sus cuerpos. Esta operación produjo
evidente alivio pues un segundo después ambos estaban maldiciendo, aunque no
lograban aún oír sus propios juramentos.
Mientras en el Cielo ocurrían los
sucesos que acabo de narrar, abajo, junto al Zigurat, el resto del pueblo vivía
curiosas experiencias. Cuando Nimrod arrojó las cabezas de los Demonios la
algarabía fue muy grande y poco tiempo después las mismas pendían ensartadas en
sendas lanzas. Estas cabezas eran bastante más grandes que las de un hombre
normal, aunque no llegaban a doblarla en volumen. Los cabellos rubios y largos
enmarcaban un rostro cuadrado, de ojos rasgados y negros y enorme nariz
ganchuda. La boca era de labios carnosos, detalle que se apreciaba
perfectamente pues los Demonios carecían de barba.
Las picas fueron clavadas ante la
imagen de Kus mientras las Iniciadas transportaban los enormes cuerpos para proceder,
ante el Dios de la Raza ,
a arrancar el corazón de los Demonios. Una Iniciada hizo la abertura en el
blanco pecho y extrajo el corazón, que curiosamente se hallaba en el lado
derecho. Luego quitó el órgano al otro Demonio y elevó las sangrientas vísceras
en sus manos para que el pueblo las viera. Y aquí ocurrió un enésimo prodigio
pues, al contacto con el aire, los corazones se transformaron en flores, con el
consiguiente espanto por parte de la muchedumbre integrada por hombres y niños.
Eran dos rosas rojas con un trozo de
tallo espinoso cada una, pero nadie las reconoció como tales pues todavía no
existían las rosas sobre la tierra, y es probable que aquellas eran las
primeras que veían ojos humanos desde el hundimiento de la última Atlántida. La Iniciada las arrojó
despectivamente a los pies de Kus y todos regresaron junto al Zigurat donde, en
ese medio día interminable, se erguía el gigantesco espino.
Acompañaba a la gritería de las tropas
un coro de mujeres y niños, que componían el resto del pueblo. Pero los
pastores habiro, por supuesto, continuaban atemorizados, invocando en voz baja
a Yah, El, Il, Enlil, su amado Demiurgo. Y las Iniciadas, que tímidamente
primero, y luego con cierta urgencia, habían subido a la torrecilla superior
para indagar sobre la suerte corrida por los Hierofantes, comprobaban que todos
habían perecido. Y por eso lloraban a gritos y maldecían al siniestro espino.
Pues los Iniciados que no murieron cuando la terrible lengua de fuego abrasó la
torrecilla estaban ahora ensartados en gruesas y largas púas que cubrían la
totalidad del recinto azul. ¡El pueblo Kassita había perdido a la Elite de Iniciados cainitas;
su suerte estaba ahora solamente en manos del Rey Nimrod!
Pero entonces, el sonido del cañón OM comenzó a invadir el ámbito de la
ciudad y pronto se hizo tan insoportable que muchos cayeron al suelo desmayados
de dolor. Una nueva nube de vapor geoplasmático, ahora brotando del suelo de
Borsippa, se propagó rápidamente. La niebla subió hasta una altura igual a la
mitad de un hombre y cubrió a los que se desplomaron sin sentido. Los primeros
en rodar, casi instantáneamente, fueron los habiros; hombres y mujeres; niños y
ancianos; todos caían en el acto, fulminados por el penetrante sonido. Y a
continuación ocurrió, quizá, el penúltimo
gran fenómeno de ese día glorioso.
De pronto, tan misteriosamente como se
había formado, la niebla comenzó a disiparse dejando al descubierto a numerosos
hombres y mujeres que yacían tendidos en el suelo o que intentaban levantarse.
Pero el prodigio era que los habiros, en
su totalidad, habían desaparecido. Y el sonido diabólico, el monosílabo de
El, también cesó en ese momento.
Los Kassitas, al comprobar que los
habiros no estaban a la vista pensaron que habían huido pues muchos de ellos
eran sus esclavos o sirvientes y esta presunción aumentaba su furor. Pero los
habiros no habían huido: toda su comunidad experimentó los efectos selectivos
del cañon OM cuyo sonido,
convenientemente afinado, tiene la propiedad de producir la teletransportación.
En lugares distintos, a muchas millas de distancia, se “encontraron” los
pastores habiros al recobrar el conocimiento y si bien al principio maldecían a
Nimrod y a su “magia”, atribuyendo a ésta la culpa de sus involuntarios viajes,
al tener noticias de la suerte corrida por Borsippa, agradecieron a su Dios Yah
por haberlos salvado. Muchos despertaron en Nínive o en Assur, pero otros
fueron a parar a sitios tan lejanos como Ishbak,
Peleg, Serug, Tadmor o Sinear. De hecho, muchas familias tardaron
años en reunirse, separadas por distancias de doscientas o trescientas millas,
lo que contribuyó a difundir, de manera distorsionada, la hazaña de Nimrod en
el Oriente Medio. A todo esto, en Borsippa, un arquero se asomó por la negra
abertura del cielo y gritó:
–¡Guerreros, al ataque! ¡Nimrod vence!
Este llamado era anhelado por el
pueblo Kassita y causó que, un instante después, miles de guerreros se lanzaran
al asalto del Cielo.